Si los estadounidenses repararon en el valor que podía tener la utilización de perros en el frente, también estaban convencidos de que el enemigo nipón había recurrido a ellos para llevar a cabo con éxito el ataque por sorpresa a Pearl Harbor, el 7 de diciembre de 1941.
Los norteamericanos dieron pábulo a un rumor que aseguraba que los japoneses habían empleado un perro para comunicarse con los espías que tenían en Hawai. Se creía que los agentes nipones habían entrenado a un can para que ladrase en morse, mientras que un submarino escuchaba el mensaje cerca de la costa, revelando así los secretos que harían posible el ataque aéreo a Pearl Harbor.
Naturalmente, ese "transmisor canino" no existió nunca; no se trataba más que de un rumor infundado que, no obstante, encontró su caldo de cultivo en la atmósfera paranoica que se vivía en esos tensos momentos.