Churchil, pintor

En el último tramo de su longeva vida, no era raro ver a Churchill concentrado ante un lienzo, pintando un paisaje con parsimoniosa meticulosidad. Esta relajante actividad le acompañó desde que tuvo su primer encuentro con la pintura durante la Primera Guerra Mundial.

En 1915, Churchill fue relevado injustamente de su puesto como máximo responsable de la Marina de guerra, al ser considerado el responsable del fracaso de Gallipoli, una frustrada operación anfibia para forzar el paso de los Dardanelos y sacar así a Turquía —entonces aliada de Alemania— de la guerra. Pese a que la operación discurrió por un camino muy diferente del planteamiento original impulsado por Churchill, él se convertiría en el cabeza de turco —nunca mejor dicho— del fiasco.

El político se vio así sumido en una profunda depresión al creer que era un hombre acabado. Pese a que conservaría su escaño en la Cámara de los Comunes, un hombre de acción como Churchill no podía encajar sin más ni más el verse relegado de la escena principal. Como reconocería más tarde, esos fueron los tiempos más negros de su vida. Su mujer, apesadumbrada por su estado de postración, le regaló una caja de pinturas para princi piantes con el fin de que mantuviera la mente ocupada; la terapia supuso todo un acierto.


Churchill descubrió la pintura durante la Primera Guerra Mundial, una afición que le acompañaría a lo largo de toda su vida.

A partir de entonces, Churchill dedicaría parte de su tiempo libre a pintar. El hecho de que en el periodo de entreguerras se viera marginado a un lugar secundario en el panorama político británico le permitía disponer de varias horas al día para cultivar su vena artística.

Pero, tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, todas sus jornadas pasarían a estar ocupadas por una actividad frenética. De hecho, durante los seis años que duró el conflicto tan solo pintaría un cuadro. Fue con ocasión de la Conferencia de Casablanca; tras el éxito de los desembarcos aliados en el norte de África en noviembre de 1942, Churchill y Roosevelt se reunieron en esta ciudad marroquí en enero de 1943. Stalin también fue invitado, pero declinó la propuesta aduciendo que se encontraba inmerso en la coordinación de las operaciones de liquidación del cerco de Stalingrado.

Después de visitar la espectacular ciudad de Marraquech junto a Roosevelt, Churchill decidió tomarse dos días de descanso, en los que pintó un cuadro que representaba la maravillosa puesta de sol de la que ambos dirigentes habían disfrutado. Una vez que el lienzo estuvo terminado, el premier británico se lo regaló al presidente norteamericano.

La afición artística de Churchill daría lugar años más tarde a una jugosa anécdota. Una vez apartado del poder, el ya exprimer ministro se dedicó a impartir conferencias. En una visita a Estados Unidos se reunió con un importante editor, Henry Luce, fundador de las revistas Time y Life, acudiendo a su despacho. Allí, Churchill se sorprendió al comprobar que Luce tenía uno de sus cuadros. Ambos estudiaron la composición con detalle. El editor comentó con ánimo constructivo: "Es un buen cuadro, pero creo que le falta algo en primer plano, como una oveja, quizás". Churchill, aparentemente contrariado por la observación, no respondió nada y pasó a hablar de otro tema.

Unos días más tarde, cuando Churchill ya se encontraba de vuelta, Luce recibió una llamada de la secretaria del veterano político desde Londres pidiéndole que le fuera enviado el cuadro a Inglaterra. El editor le rogó que le presentase sus excusas a Churchill por el comentario que le había hecho en el despacho, pero fue inútil. Así pues, no tuvo otro remedio que desprenderse del cuadro, remitiéndoselo a su autor.

La sorpresa para Luce llegaría unas semanas más tarde, cuando se encontró al llegar a su despacho con un envío procedente de Inglaterra; era el mismo cuadro, pero ahora mostraba en primer plano una oveja.