Pablo Picasso residía en París durante la ocupación alemana. Aunque muchos amigos suyos habían huido antes de la llegada de las tropas germanas, el universal pintor malagueño prefirió quedarse en la ciudad que le había visto consagrarse como artista, afrontando todos los riesgos que entrañaba esta decisión.
Los alemanes conocían perfectamente su identificación con la derrotada República Española, lo que le hacía sospechoso de emprender actividades contrarias al dominio nazi. No obstante, quizás impresionados por la fama del personaje, optaron por no importunarle, algo a lo que ayudó el que el pintor tuviera especial cuidado en mantener su documentación en regla para no dar motivo a una detención.
Por otro lado, Picasso permaneció al margen de la lucha que llevaba a cabo la Resistencia, pero aún así siempre fue respetado por los que combatían a los alemanes, que lo consideraban "uno de los nuestros". Pese al escaso compromiso práctico con la resistencia, circuló una anécdota que ponía en evidencia la alta estima que se le tenía a Picasso entre los defensores de la causa de la libertad.
De vez en cuando, algunos agentes de la Gestapo llegaban a su estudio para llevar a cabo un registro por sorpresa, aunque en ningún caso con actitud violenta, sino más bien con una predisposición rutinaria a cubrir el expediente. Del mismo modo, también se presentaban altos oficiales en su domicilio con la intención de atraer a Picasso a la causa nazi, proponiéndole raciones extra de comida o de carbón a cambio de su colaboración.
Sin embargo, lo único que llegaban a obtener de Picasso era que les regalase alguna postal, que curiosamente solía ser una reproducción de su famoso cuadro Guernica, inspirado en el bombardeo que esta ciudad vasca sufrió el 26 de abril de 1937 por parte de la Legión Cóndor, integrada por aviones alemanes.
En una ocasión, quien visitó el estudio de Picasso fue Otto Abetz, el embajador alemán en París. Aparentando interés por sus obras y observando que en una pared había una fotografía del Guernica, le preguntó cortésmente, con el ánimo de romper el hielo:
—¿Es obra suya, monsieur Picasso?
A lo que el célebre pintor le respondió secamente:
—No, suya.
Con tan solo dos palabras, Picasso denunciaba todo el horror que la aviación germana había abatido sobre la indefensa Guernica, un trágico destino que más tarde sufrirían otras ciudades como Varsovia, Rotterdam o Coventry.
Aunque esta genial respuesta merecería ser cierta, la realidad es que existen serias dudas sobre su veracidad. Aún así, el supuesto desafío de Picasso al embajador alemán sirvió de ejemplo y estímulo para los que luchaban en Francia contra la opresión nazi.