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[Transcripción de la entrevista a Yan Shi]

No recuerdo exactamente cuándo fue —quizá en 1969 o tal vez en 1970—, pero sí que era invierno cuando Rong Jinzhen se volvió loco. Antes de eso, había sido nuestro jefe de sección. Yo era su subordinado inmediato. Era un departamento bastante grande y estábamos en nuestro momento de mayor actividad; debíamos de ser más de X personas en nuestra sección. Ahora son menos, muchas menos. Había otro jefe de sección en aquella época, un hombre llamado Zheng. Todavía sigue ahí, y tengo entendido que ahora es el director. Es un individuo bastante notable. Recibió varios balazos en una pierna y por eso cojea al caminar, pero la cojera nunca le impidió subir hasta los peldaños más altos de la jerarquía. Fue él quien descubrió a Rong Jinzhen; los dos habían estudiado Matemáticas en la Universidad N. Su relación era buena; se decía incluso que estaban emparentados de alguna manera. Antes que él, había otro jefe de sección, un antiguo estudiante de la Universidad Nacional Central, que había adquirido cierto prestigio porque durante la guerra de la Resistencia descifró varios códigos utilizados por los japoneses. Después de la revolución, se incorporó a la Unidad 701 para trabajar en misiones especiales. Por desgracia, PÚRPURA lo volvió loco. En general, fue una suerte que tuviéramos esos tres jefes de sección, porque nos permitieron alcanzar los resultados más gloriosos. Y no es ninguna exageración decir que fueron gloriosos. Por supuesto, si Rong Jinzhen no hubiera perdido la razón, estoy convencido de que habríamos hecho mucho más. Pero, bueno… Con lo que pasó… Nunca se sabe, ¿verdad? A veces ocurren las cosas más inesperadas.

Volviendo a lo que le estaba contando, cuando Rong Jinzhen se puso… enfermo, me asignaron a mí sus responsabilidades, es decir, la misión de descifrar NEGRO. Aquella libreta, la libreta de Rong Jinzhen, era la pieza de información más valiosa que poseíamos, por lo que era natural que acabara en mis manos. Aquella libreta…, bueno, usted no lo sabe, pero esa libreta era esencialmente el receptáculo de todos sus pensamientos, el depósito de todas sus cavilaciones sobre NEGRO. Contenía tanto sus reflexiones más maduras sobre el código, como las más extravagantes de sus especulaciones. Mientras estudiaba cada palabra, cada frase y cada página, empecé a sentir que todas y cada una de sus palabras escondían un sentido; todas sus palabras eran importantes. Esa sensación me conmovió hasta la médula. Cada palabra tenía una cualidad especial, que me azuzaba y me estimulaba. Nunca había descubierto nada semejante en mi persona, pero era capaz de admirar lo que él había escrito. Más aún, por la libreta supe que Rong Jinzhen ya había completado el noventa y nueve por ciento del trabajo. Sólo le faltaba dar el último paso.

Este guardaba relación con todo lo sucedido anteriormente, es decir, la búsqueda de la clave para descifrar NEGRO, de la llave que permitiera abrir esa puerta.

Podríamos pensar en un símil para esa clave criptográfica: si NEGRO hubiese sido una casa que nosotros hubiésemos querido incendiar, entonces lo primero habría sido reunir la leña necesaria para iniciar el fuego. Pues bien, la cantidad de leña recogida por Rong Jinzhen habría sido suficiente para formar una montaña y cubrir la casa hasta el techo. Lo único que faltaba era encender el fuego. Para descifrar NEGRO, sólo había que encontrar una cerilla.

Del análisis de la libreta se desprendía que Rong Jinzhen había empezado a buscar esa cerilla un año antes. Por lo tanto, el anterior noventa y nueve por ciento del trabajo le había llevado dos años, pero no había sido capaz de dar el paso final. Me pareció muy extraño. Se mire como se mire, si había tardado dos años en completar el noventa y nueve por ciento del trabajo, era imposible que en un año entero no hubiera podido realizar el uno por ciento restante, por muy difícil que fuera. Era demasiado raro.

Había otra cosa que me resultaba extraña, pero no sé si usted podrá entenderla. NEGRO era un código de alto nivel. Llevábamos varios años tratando de descifrarlo, sin ningún resultado. Era como si una persona en su sano juicio se expresara con palabras que hubiera tomado prestadas de un loco. En tres años, no detectamos ni un solo error que nos permitiera empezar a trabajar. Ni una sola gota de agua se filtraba de la estructura. En toda la historia de la criptografía, era un fenómeno extremadamente raro. Rong Jinzhen ya había hablado al respecto conmigo, y a él también le parecía raro. En infinidad de ocasiones planteó dudas acerca de NEGRO e incluso llegó a sugerir que quizá era un plagio de algún código anterior creado por otra agencia. Después de todo, en cuanto empieza a utilizarse, un código debe ser modificado y mejorado, ya que no hay otra manera de alcanzar la perfección, a menos que la persona que lo haya creado sea un dios, un genio prácticamente imposible de imaginar.

Esos dos fenómenos extraños eran también nuestros dos problemas principales. Estudiando la libreta, pude ver que Rong Jinzhen había reflexionado de manera extensa, profunda y rigurosa sobre ambos problemas. La libreta me puso en contacto una vez más con su espíritu y me permitió contemplarlo en toda su majestuosidad; era tan bello que daba miedo. Cuando recibí la libreta por primera vez, mi idea era basarme en el trabajo de Rong Jinzhen y utilizar toda mi energía para seguir avanzando por el camino que él había trazado. Pero cuando emprendí la tarea, supe que jamás podría marchar en tándem con un genio de su talla. Hasta el más leve contacto con su alma me producía una violenta conmoción. ¡Era como si me atacara!

Su mente estaba intentando apoderarse de mí.

¡En cualquier momento me devoraría!

Podría decirse que la libreta era Rong Jinzhen. Yo me sentía cada vez más cerca de él (a través de la libreta); algo me empujaba hacia su persona. Cada vez percibía con más claridad su magnitud, su profundidad y la maravilla de su genio. Al mismo tiempo, empecé a sentir mi propia debilidad y mi insignificancia, era como si me estuviera encogiendo. A lo largo de aquellos días, mientras reflexionaba sobre cada palabra y cada frase de la libreta, empecé a notar y a comprender hasta qué punto era único Rong Jinzhen y cuál era el alcance de su talento. Comencé a apreciar el carácter demencial y extravagante de su forma de pensar, y su razonamiento hábil e incisivo. Rong Jinzhen era agudo y corrosivo; poseía un vigor que asustaba y podía ser amenazador. Era feroz. Todo eso implicaba cierta malignidad, un elemento diabólico que acechaba en su interior, capaz de consumir a cualquiera en un abrir y cerrar de ojos. Leer la libreta fue como leer sobre toda la humanidad: la creación y la aniquilación se mezclaban en los grandes números; aun así, todo tenía una forma peculiar de belleza, reflejo del intelecto y la pasión del hombre.

A decir verdad, la libreta había creado para mí ese tipo de persona: yo veía a Rong Jinzhen como un dios, creador de todo, y a la vez como un demonio, destructor de todas las cosas, incluida mi propia mente. Delante de ese hombre, sólo podía sentir admiración, respeto y terror; en infinidad de ocasiones experimenté la necesidad de postrarme ante él. Pasaron tres meses y no conseguí avanzar ni un ápice basándome en su trabajo. No podía hacer nada, excepto permanecer humildemente a su lado, como un niño perdido que por fin hubiera encontrado los brazos de su madre y temiera una nueva separación, como una gota de lluvia que finalmente hubiera tocado el suelo y se escurriera entre sus grietas para ocultarse en las profundidades subterráneas.

Como imaginará, si no podía hacer nada más que eso, entonces sólo me quedaba esperar, en el mejor de los casos, que mis resultados fueran los mismos que los de Rong Jinzhen. Yo también me atascaría en el noventa y nueve por ciento del trabajo, y el último paso quedaría para siempre fuera de nuestro alcance. Quizá el tiempo hubiera permitido a Rong Jinzhen dar ese último paso, pero a mí no, porque, como ya le he dicho, yo era como un niño que caminaba a su lado. Puesto que él había fracasado, yo también fracasaría. Fue entonces cuando descubrí que la libreta que había recibido sólo podía ofrecer tristeza. Me había permitido vislumbrar la cumbre de la victoria, otearla desde lejos, pero la mantenía fuera de mi alcance. ¡Qué triste! ¡Qué lastimoso! Me sentí abrumado por el horror que me producía mi propia misión. Me sentí desamparado.

Sin embargo, justo en ese momento, Rong Jinzhen volvió del hospital.

Así es, le dieron el alta; pero no porque se hubiera recuperado, sino más bien… ¿Cómo decirlo? Sencillamente, no había ninguna posibilidad de que se recuperara y, por lo tanto, no tenía sentido retenerlo en el hospital. Por eso regresó.

Me gusta decir que fue la voluntad del cielo, pero lo cierto es que nunca volví a hablar con Rong Jinzhen. Cuando sucedió todo, yo estaba ingresado en el hospital, y, cuando salí, ya habían trasladado a Rong Jinzhen a la capital provincial para recibir tratamiento. Ir a visitarlo habría sido enormemente complicado; además, en cuanto me reincorporé al trabajo, me asignaron la misión de descifrar NEGRO. No tenía tiempo para ir a verlo. Y yo tenía su libreta. La primera vez que lo vi fue después de que salió del hospital, cuando ya se había vuelto loco. Pero nunca hablamos.

Fue la voluntad del cielo.

Quizá si hubiera ido a visitarlo un mes antes, nunca habría pasado lo que ocurrió después. ¿Por qué lo digo? Por dos razones. En primer lugar, mientras Rong Jinzhen permaneció en el hospital, yo estaba sumido en la lectura de su libreta. En mi mente, él se estaba metamorfoseando en un personaje cada vez más grande, majestuoso e intrépido, en un auténtico gigante. En segundo lugar, a medida que yo leía la libreta y reflexionaba, las dificultades de descifrar NEGRO fueron disminuyendo, hasta concentrarse en un pequeño punto. Estaba sentando las bases de todo lo que sucedería más adelante.

Una tarde, me enteré del inminente regreso de Rong Jinzhen. Nada más conocer la noticia, fui directamente a su casa, pero llegué demasiado pronto. Todavía no había llegado, por lo que decidí esperarlo en el patio, delante de su edificio de apartamentos. Poco después, vi que un jeep entraba en el patio y se detenía delante del portal. Del interior del vehículo salieron dos personas: un administrador de nuestra división llamado Huang y la mujer de Rong Jinzhen, Di Li. Me acerqué para saludarlos. Ellos me miraron de arriba abajo, como tomando nota de mi aspecto desaliñado, y después se volvieron hacia el jeep, para ayudar a Rong Jinzhen a bajar. Parecía no querer salir del coche, como si fuera un objeto frágil que pudiera quebrarse al menor movimiento. No podía bajarse simplemente del todoterreno; tenía que descender con cuidado, lentamente, tomando todas las precauciones posibles.

Al cabo de un momento, logró salir del vehículo. Pero el hombre que vi no era Rong Jinzhen; no se parecía en absoluto al que yo conocía. Andaba encorvado, entre temblores que le sacudían todo el cuerpo. Parecía como si le acabaran de juntar la cabeza con el tronco, como si tuviera la cabeza mal puesta y a punto de desequilibrarse. Tenía los ojos muy abiertos, globulares, llenos de un terror desconocido, pero sin ningún rastro de aquella antigua luz. La boca le colgaba como un desconchón de la pared, como si no pudiera cerrarla, y de vez en cuando se le escapaba un hilo de baba.

¿Podía ser ese Rong Jinzhen?

Sentí que se me encogía el corazón, como si una fuerza extraña me lo estuviera oprimiendo. Tenía la mente confusa y desordenada. Había sentido que su libreta me arrebataba la fuerza y me volvía temeroso, y, de pronto, al ver a Rong Jinzhen convertido en aquel cascarón de hombre, experimenté la misma sensación. Me quedé boquiabierto, sin atreverme a saludarlo, como si ese Rong Jinzhen me hubiera escaldado, como si me hubiera quemado la carne. Su mujer se lo llevó medio a rastras, y Rong Jinzhen desapareció de mi vista, como una espantosa idea que se desvaneciera de pronto. Sin embargo, el recuerdo de lo que había visto nunca me abandonaría.

Cuando volví a mi oficina, me dejé caer en el sofá. Tenía los pies pesados y desprovistos de energía, y la mente en blanco. No sentía nada; era un cadáver sentado en un sofá. No hace falta decir que la conmoción había sido excesiva, comparable a la que había suscitado en mí la lectura de la libreta. Poco a poco, gradualmente, comencé a recuperar el sentido, pero la imagen de Rong Jinzhen mientras bajaba del jeep seguía danzando ante mis ojos. Era como una idea extraña y espantosa que se empecinara en ocuparme la mente con irracional prepotencia. Yo no podía expulsarla, ni tampoco expresarla, pero no tenía más remedio que reconocer su presencia. Quedé atrapado por la imagen de un Rong Jinzhen trastornado, que no podía apartar de mis pensamientos y me torturaba. Cuanto más pensaba en él, más pena sentía por la piltrafa en que se había convertido. Era una imagen aterradora. Me pregunté entonces quién lo había llevado a ese extremo. ¿Quién lo había destruido? Pensé en todo lo sucedido, en la calamidad, en la persona responsable, en el causante de…

¡En el condenado ladrón!

Sinceramente, nadie habría podido adivinar lo que iba a pasar. Nadie habría podido prever que un individuo de tanto talento, un hombre tan formidable y aterrador (la imagen que me había hecho de él a través de su libreta), una persona tan elevada y profunda, la crème de la crème de la humanidad, un héroe en el ámbito de la criptografía, pudiera caer tan bajo por obra de un simple ratero. Nadie habría podido imaginar que un mero malhechor fuera a destruirlo. No pude evitar conmocionarme y sentirme horrorizado ante lo absurdo de la situación.

Todas las emociones poseen la capacidad de sorprender y de estimular la reflexión. A veces esta es inconsciente, por lo que posiblemente no tiene ningún efecto, y ni siquiera reparamos en ella de forma inmediata. En la vida, no es raro que algunas ideas aparezcan de manera repentina e inesperada, como si hubieran cobrado forma por sí solas; entonces nos maravillamos y nos preguntamos si no nos las habrán enviado por obra de la divina providencia. En realidad, esas ideas ya están en nosotros, aunque sepultadas en las profundidades de nuestra mente inconsciente. Cuando aparecen, no hacen más que salir a la superficie, como un pez que de pronto asoma en la serenidad de una laguna.

Sin embargo, en aquel momento, yo era completamente consciente de lo que estaba pensando. Las imágenes del maldito ratero y del asombroso Rong Jinzhen (con la enorme distancia entre ambos) cambiaron la dirección de mis pensamientos y me señalaron el camino que debían seguir mis reflexiones. Sin duda, si consideraba las dos imágenes juntas y las abstraía conforme a su vigor o su peso, lo que me quedaba era la brecha entre el bien y el mal, entre el peso y la insustancialidad, entre la importancia y la insignificancia. Pensé en Rong Jinzhen, ese hombre que no había caído derrotado por un código de alto nivel, ni por la genialidad de otro criptógrafo, sino por el acto irreflexivo de un ladronzuelo. Rong Jinzhen había soportado los largos días de dolor y tormento mientras trataba de descifrar PÚRPURA y NEGRO; sin embargo, cuando tuvo que vérselas cara a cara con las acciones de un ratero insignificante, había tardado solamente un par de días en derrumbarse.

¿Por qué había caído al primer golpe?

¿Quizá porque el ladronzuelo poseía algún poder ignoto, alguna fuerza desconocida?

¡Por supuesto que no!

¿Tal vez porque Rong Jinzhen era débil y frágil?

¡Exacto!

Fue porque el ladrón huyó llevándose consigo algo que Rong Jinzhen consideraba tan sagrado como secreto: ¡La libreta! Ese objeto tan trivial era de la mayor importancia para él. Era como el corazón de una persona, en el que incluso un pequeño fallo puede causar la muerte.

Estoy seguro de que usted lo comprende. En circunstancias normales, guardamos nuestras pertenencias más valiosas y sagradas, los objetos que más valoramos, en los lugares más seguros. En el caso de Rong Jinzhen, debió guardar la libreta en la caja de seguridad. Colocarla en el maletín de cuero fue un error, un momento de descuido. Pero si lo consideramos a la inversa y pensamos que, en realidad, el ladrón era un agente enemigo, un miembro de los servicios secretos del país X cuya misión era robar la libreta de Rong Jinzhen, entonces es muy poco probable que él, como agente secreto, buscara la valiosísima libreta, ese objeto que contenía información merecedora de la más estricta vigilancia, en el interior de un maletín de cuero sin ningún mecanismo de protección. En consecuencia, su principal objetivo no habría sido el maletín, sino únicamente la caja de seguridad. Así pues, en esencia, si aún estuviéramos considerando que el ladrón era un agente encargado de robar la libreta, entonces el hecho de guardarla en el maletín de cuero habría sido una manera ingeniosa de evitar la catástrofe.

Más adelante, volví a plantearme la hipótesis de que si la acción de guardar la libreta en el maletín no había sido casual, sino deliberada, y el robo había formado parte de una operación especial orquestada por agentes enemigos, entonces habría sido lícito pensar que Rong Jinzhen no había sido simplemente la víctima de un ladrón. Piénselo por un momento. La astucia de colocar la libreta en el maletín no podía ser más sublime. Debió de tener el propósito de hacer caer al agente enemigo en una trampa particularmente sofisticada, ¿no cree? Esa línea de reflexión me llevó a pensar otra vez en el código NEGRO. ¿Y si su creador hubiera cogido la clave —el elemento más vital para descifrarlo— y, en lugar de esconderla en las profundidades del código, la hubiera dejado deliberadamente a la vista? ¿Y si no la hubiera guardado en la caja de seguridad, sino en el maletín de cuero? En ese caso, Rong Jinzhen, el hombre que había dedicado años a la búsqueda incansable y persistente de la clave de NEGRO, podía compararse con el agente secreto, que habría buscado la libreta en el sitio equivocado.

Cuando ese pensamiento iluminó mi mente, no pude evitar una explosiva sensación de entusiasmo.

A decir verdad, en términos lógicos, mi idea era un completo absurdo; pero su carácter ilógico enlazaba precisamente con los dos fenómenos extraños que le señalé hace un momento. De los dos, el primero parecía indicar que NEGRO era un código extremadamente abstruso, lo que explicaría que Rong Jinzhen hubiera sido incapaz de dar el último paso para descifrarlo; pero el segundo parecía sugerir que NEGRO era sumamente simple, ya que, de otro modo, no se entendía que a lo largo de tres años no hubiésemos podido detectar ningún error en su funcionamiento. ¿Lo entiende? Sólo las cosas más simples pueden moverse sin restricciones; sólo ellas pueden buscar y conseguir la belleza.

Naturalmente, en términos rigurosos, hay dos tipos de simplicidad en estas circunstancias. Una de ellas es una simplicidad artificial. El canalla que creó NEGRO poseía una genialidad poco frecuente: era capaz de pergeñar cualquier código que se propusiera, y hacerlo de tal modo que fuera increíblemente simple para él, pero extremadamente complejo e impenetrable para el resto del mundo. El otro tipo de simplicidad es auténtica y utiliza el ingenio como sustituto de la complejidad. Desconcierta por su exagerada sencillez, conspira contra quien pretende analizarlo y lo atrapa; guarda la llave para encontrar la solución justo delante de sus narices, en un maletín de cuero.

Ya se puede imaginar lo que sucedió después. Si NEGRO hubiese poseído un tipo artificial de simplicidad, yo no habría sido capaz de descifrarlo, porque la persona con quien me enfrentaba —su creador— era un genio como quizá no volvamos a ver en los próximos mil años. Más adelante, comprendí que Rong Jinzhen había quedado atrapado dentro de ese tipo de simplicidad simulada y obstinada; o, por decirlo de otro modo, había caído en la trampa de su falso minimalismo, que lo había fascinado y desconcertado. Dicho esto, era bastante lógico que cayera en el engaño; de hecho, era prácticamente inevitable. Por un lado… Hum… ¿Cómo podría expresarlo? Quizá de este modo: imagine que usted y yo estamos enzarzados en un combate de boxeo y que usted acaba de vencerme. Entonces, desde mi esquina, otro púgil salta al cuadrilátero para proseguir la pelea. Este nuevo boxeador es inferior a usted en todos los sentidos, pero es lógico esperar que, como mínimo, sea mejor que yo. Pues bien, Rong Jinzhen se encontraba en una situación similar. Había descifrado PÚRPURA y era el vencedor en la palestra. Había demostrado su poder y, desde su punto de vista, había derrotado a un oponente superior y estaba listo para el siguiente. Por otro lado, hablando en términos lógicos, sólo una simplicidad artificial habría podido reunir con éxito los dos extraños fenómenos observados en el código NEGRO; de lo contrario, habrían sido contradictorios, opuestos entre sí. Fue allí, en ese punto, donde Rong Jinzhen cayó en el error que cometen todos los genios, porque, desde su perspectiva, un código de tan alto nivel no podía presentar una contradicción tan obvia. Era algo completamente impensable, fuera del ámbito de lo posible. Rong Jinzhen había descifrado PÚRPURA y era del todo consciente del meticuloso trabajo necesario para su construcción. Entonces, al encontrarse cara a cara con un código tan sumamente contradictorio, su mente fue incapaz de analizar los dos elementos; no supo desentrañarlos. Su esfuerzo heroico apenas le permitió rozar los márgenes del problema. Tal es la fuerza de la simplicidad artificial: lo único que pudo hacer un genio fue tocar sus márgenes.

En resumen, allí fue donde Rong Jinzhen sufrió el peor daño intelectual. Esa simplicidad sintética lo fascinaba hasta el punto de la desesperación, y no fue capaz de librarse de su embrujo. Eso demuestra también la fuerza y el coraje de Rong Jinzhen, al aceptar el desafío de tan temible oponente. Su mente ansiaba enfrentarse con ese genio en un combate singular. ¡Quería luchar cuerpo a cuerpo contra él!

Yo no soy como Rong Jinzhen. A mí esa simplicidad artificial me asustaba y me desesperaba, por lo que ese camino para acceder a NEGRO estaba bloqueado para mí. Pero cuando comprendí que esa ruta estaba bloqueada, otra diferente se abrió ante mis ojos. En ese momento, la simplicidad real —el hecho de que la clave para descifrar NEGRO estuviera guardada en un maletín de cuero— resplandeció delante de mí. Experimenté entonces una felicidad suprema, como si finalmente hubiera encontrado la forma de salir del aprieto, como si hubiera aparecido ante mí una mano para apartar el telón que me impedía ver, arrojarlo al suelo y pisotearlo…

Sí, en efecto. ¡Estaba feliz, entusiasmado! Cuando lo recuerdo, vuelvo a sentir aquel júbilo. Fue el momento más grande de mi vida y, gracias a ese instante, mi existencia ha sido larga, tranquila y apacible. Fue como si el cielo hubiera reunido toda la suerte del mundo y, apiadándose de mí, me la hubiera concedido. Me sentí pequeño y no del todo consciente. Era como haber vuelto a la protección del vientre materno. Fue una auténtica bendición, como cuando una persona lo da todo sin que nadie se lo pida y sin esperar nada a cambio, como cuando un árbol da simplemente sus frutos.

¡Ah, pero el estado de ánimo de ese maravilloso momento fue fugaz! No pude retenerlo. Intento recordarlo, pero sólo encuentro un vacío. Únicamente me viene a la memoria que ni siquiera tuve la oportunidad de confirmar mi suposición. Una de las razones podría ser quizá que temía expresarla; otra, tal vez, podría ser que la hora —las tres de la madrugada— alimentaba mis supersticiones. Había oído decir que después de las tres, el mundo pertenece a la vez a los hombres y a los fantasmas. Es la hora en que el espíritu alcanza su máximo poder. Y así fue. En medio de la noche, en mi oficina silenciosa, yo era como un recluso que no dejaba de recorrer el estrecho espacio de su celda. Iba y venía, escuchando los latidos desbocados de mi corazón, mientras trataba de calmarme. Y así seguí, hasta esa hora trascendental: las tres de la madrugada. Después, saqué finalmente una calculadora (la que el cuartel general le había proporcionado a Rong Jinzhen y que era capaz de hacer más de cuarenta mil cálculos por segundo) y me dediqué a confirmar mi absurda y extravagante hipótesis. No sé cuánto tiempo me llevó; sólo recuerdo que, en cuanto descifré NEGRO, salí de la cueva corriendo como un loco (en aquella época, nuestras oficinas todavía estaban bajo tierra, en una cueva de la montaña), caí de rodillas al suelo y me puse a gritar, rindiendo culto al cielo y a la tierra. Todavía estaba oscuro; aún no había empezado a amanecer.

¿Rápido? ¡Claro que fue rápido! ¿No comprende que la clave criptográfica para descifrar NEGRO estaba guardada en un maletín de cuero?

¿Quién lo hubiera imaginado? ¡NEGRO no estaba protegido por ningún mecanismo de seguridad!

¡La clave criptográfica era el número cero!

¡Era la nada!

¡La nada absoluta!

Eh…, hum… No sé por qué le estoy explicando todo esto con tantos detalles. Permítame que le proponga una analogía. Supongamos que NEGRO fuera una casa oculta en un lugar muy lejano y a gran altura, en la vastedad del cielo. La casa tiene innumerables puertas, todas idénticas hasta en el más mínimo detalle y todas cerradas con doble llave. De todas esas puertas, sólo una se puede abrir. Podríamos pasar toda la eternidad intentando abrirlas, pero ninguna cedería, aunque todas fueran exactamente iguales a la puerta real. El que pretendiera entrar en esa casa tendría que encontrarla primero en el vasto universo ilimitado, y después, cuando la hubiera localizado, tendría que averiguar cuál de todas las puertas, entre las incontables puertas falsas, sería la única que se podría abrir. Pero incluso después de encontrar la correcta, tendría que buscar la llave que sirviera para abrirla. Cuando perdió la libreta, Rong Jinzhen estaba buscando esa llave. Había localizado la casa y la puerta real, pero le faltaba la llave.

Cuando hablo de buscar la llave, como ya le he dicho, me refiero a probar una tras otra en la misma cerradura. Por lo general, para fabricar ese tipo de llaves, los criptoanalistas confían en su capacidad mental y en su imaginación. Crean una llave y la prueban; si no funciona, fabrican otra y la prueban también, y así sucesivamente. Así había pasado Rong Jinzhen todo un año, hasta que perdió la libreta. ¿Puede imaginar la cantidad de llaves que habría probado hasta ese momento? Debe comprender que, incluso para llegar hasta ese punto, un buen criptoanalista no sólo necesita talento, sino una dosis de buena suerte concedida por los dioses. Podríamos decir que un criptoanalista de gran talento dispone de un número ilimitado de llaves en su mente y que una de ellas tiene que servir para abrir la puerta. El problema es que no puede saber cuándo probará la llave correcta. ¿Será al principio de su trabajo? ¿A la mitad? ¿En las fases finales? Todo es fruto del azar.

¡El azar es tan peligroso que puede destruirlo todo!

¡Y a la vez es tan milagroso que puede crearlo todo!

En mi caso, sin embargo, el peligro y la suerte supuestamente asociados a ese tipo de azar no existían, porque en mi mente no había ninguna llave. Yo no podía fabricarlas. En consecuencia, no sentí el dolor ni la tensión de tener que buscarlas. Si aquella puerta hubiera estado realmente cerrada, si de verdad hubiera requerido el uso de una llave, puede imaginar cuál habría sido el resultado. Habría permanecido eternamente cerrada para mí. Quizá resulta incongruente, pero la puerta parecía estar cerrada con llave, cuando en realidad no lo estaba. La seguridad de esa puerta era una falsa fachada. Sólo tuve que empujarla un poco para que se abriera de par en par. Ahí se acababa todo el misterio. La clave para descifrar NEGRO era tan extraña que nadie lo habría creído. Nadie habría dado crédito a sus sentidos aunque la estuviera viendo con sus propios ojos. Incluso yo mismo, cuando noté que la puerta se abría y me permitía ver todo lo que había detrás, mantuve mis dudas. Pensé que no podía ser real, que tenía que ser un espejismo, una ilusión, un sueño.

¡Le aseguro que ese código era obra de un auténtico demonio!

Sólo un demonio podría poseer ese bárbaro descaro y esa desfachatez traicionera.

El diablo había sabido eludir hábilmente el ataque de Rong Jinzhen, pero no pudo defenderse del mío, un hombre corriente, un plebeyo. Aun así, el cielo sabe muy bien, y yo también lo sé, que nada de lo que hice habría sido posible sin Rong Jinzhen. Gracias a su libreta, pude elevarme a los espacios etéreos, superar la catástrofe y revelar el secreto oculto de NEGRO. Quizá me diga usted que su contribución no fue intencionada, pero ¿acaso no se descifran todos los códigos con una mezcla de suerte y esfuerzo? La combinación de suerte y trabajo siempre es necesaria; de lo contrario, ¿por qué íbamos a decir que este oficio requiere una suerte procedente de más allá de las estrellas? ¿Por qué íbamos a insistir en la necesidad de que un humo auspicioso se desprenda de las tumbas de nuestros antepasados?

De hecho, no hay un solo código en este mundo que no haya sido descifrado con una mezcla a partes iguales de ingenio y buena suerte.

¿Qué me dice a todo esto? ¿Verdad que nunca habría imaginado que hoy iba a descubrir mi secreto? Porque he de decirle que todo lo que le he contado hasta aquí forma parte de mi secreto personal. Nunca se lo había confesado a nadie. Se preguntará por qué le he contado a usted todas estas cosas que nunca le había dicho a nadie. ¿Por qué razón le he revelado a usted mis debilidades? Se lo diré. Tengo casi ochenta años. En cualquier momento, la muerte llamará a mi puerta, y ya no necesito vivir con toda esa gloria inmerecida…

[Fin de la entrevista]

Por último, el viejo me dijo que la razón por la que nuestro enemigo había creado NEGRO —un código sin clave— había sido el desaliento al averiguar que PÚRPURA había sido descifrado, lo que significaba que su trabajo se encontraba en un callejón sin salida. Tras una sola confrontación con Rong Jinzhen, nuestros adversarios apreciaron la enormidad de su talento, y comprendieron que, si se empecinaban en desafiar su genio, acabarían derrotados. Como resultado, se arriesgaron al escarnio universal y, en su locura, produjeron ese código singularmente extraño y maligno: NEGRO.

Sin embargo, no sospechaban que Rong Jinzhen tenía preparada su última jugada y los estaba esperando. Por utilizar las palabras del viejo: Rong Jinzhen consiguió superar la propia destrucción para llevarle a él la inspiración. Asombrosamente, había logrado transmitir a sus colegas el secreto del insólito nacimiento de NEGRO a través de su libreta. En la historia de la criptografía, fue un personaje único.

Ahora, cuando pienso en todo aquello, cuando reflexiono acerca del pasado y el presente de Rong Jinzhen, cuando pienso en su misterio y en su genio, no puedo dejar de sentir una enorme admiración por ese hombre y, al mismo tiempo, una desolación inmensa, la sensación de hallarme ante un misterio ilimitado.