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Debería hablar de Yan Shi.

Quizá sea cierto que al principio Yan Shi intentó olvidar a Rong Jinzhen. Se había propuesto distanciarse de los miembros de la Unidad 701. Cuando se retiró, no se quedó a vivir dentro de los límites del complejo, sino que se trasladó con su hija a la capital de la provincia G. La autopista rápida construida entre la ciudad A y su lugar de residencia ha reducido considerablemente las distancias, por lo que llegué a la capital provincial apenas tres horas después de salir de la Unidad 701. Además, tuve la suerte de localizar enseguida la casa de su hija y, por lo tanto, al propio Yan Shi.

Era tal como lo imaginaba. Llevaba gafas de cristales gruesos y tenía más de setenta años; de hecho, puede que estuviera bastante más cerca de los ochenta. Tenía el pelo de un luminoso gris plateado y sus ojos parecían cargados de secretos y engaños. En pocas palabras, carecía completamente de la benevolencia que normalmente se asocia con un anciano. Como llegué sin anunciarme, lo encontré sentado ante una mesa de go. Con la mano derecha manejaba con habilidad un juego de resplandecientes bolas de meditación, y con la izquierda sujetaba una ficha blanca de go, profundamente sumido en sus pensamientos. Pero no había ningún adversario sentado frente a él; estaba jugando contra sí mismo. Así es, jugaba solo, que es más o menos lo mismo que hablar solo, como un viejo trágico y solitario, aferrado aún a sus grandes aspiraciones. Su nieta, una chica de unos quince años y que vestía uniforme de la escuela secundaria, me contó que desde que se había retirado era difícil apartarlo del juego. Pasaba sus horas jugando al go o leyendo libros sobre él. Había adquirido bastante destreza y no le resultaba fácil encontrar un buen oponente. Sólo le quedaban sus libros acerca del juego del go para satisfacer su adicción.

Como suele decirse, jugar al ajedrez contra uno mismo es como jugar contra un oponente famoso.

El juego nos sirvió de tema de conversación. Lleno de orgullo, me habló de los beneficios del go, que en su opinión aliviaba la soledad, ejercitaba el cerebro, nutría el alma y prolongaba la vida. Tras exponerme las muchas ventajas de ese juego de tablero, añadió que su amor por el go, el ajedrez y todas sus variantes podía considerarse una consecuencia de su oficio.

—El destino colectivo de los que hemos trabajado en criptografía está naturalmente vinculado con las diversas versiones del ajedrez, sobre todo si hemos tenido una existencia corriente. Con el tiempo, todos caemos fascinados por el arte del ajedrez, como piratas seducidos por sus propias mercancías. Es lo mismo que les pasa a algunos ancianos, que cuando les llega la vejez se interesan por las buenas obras.

Así lo explicaba él. Su analogía me permitía imaginar cierta forma de realidad, pero…

—¿Por qué insiste en eso de la «existencia corriente»? —le pregunté.

Tras reflexionar unos instantes, respondió:

—En el caso de los criptoanalistas de mayor talento, podríamos decir que su pasión y su intelecto encuentran expresión en el trabajo. En otras palabras, su genialidad tiene uso y aplicación en el trabajo. Un espíritu empleado de manera tan fructífera tiende a la paz y la contemplación; no padece la tensión de tener que reprimirse, ni la angustia de marchitarse sin dar frutos. Sin esa presión, es natural que no exista el deseo de aliviar el corazón de su carga. Ese tipo de persona no ansía una nueva vida. Por lo tanto, para la mayoría de los genios, los últimos años están llenos de recuerdos; cierran los ojos y escuchan atentamente la belleza de su propia voz. Pero todo eso es diferente para los que han tenido una existencia corriente. Los que tienen talento, los miembros de la élite, los tratan como al «sexo débil». Quizá hayan tenido elementos de genialidad, pero nunca han llegado al nivel más alto. Han pasado los años buscando, padeciendo la opresión de tener talento, junto a la imposibilidad de demostrarlo. Para ellos, no hay recuerdos de gloria que alegren los últimos años. No tienen nada que resumir. ¿Qué hacen entonces las personas corrientes al llegar a la vejez? Lo que han hecho toda la vida: siguen buscando en vano algo que hacer, intentando inútilmente encontrar aplicación a su talento, en una lucha final para conseguir su propósito. Ese es el significado de su fascinación por el go y el ajedrez, el primer significado. El segundo… Verá, si lo considera desde otro punto de vista, los genios dedican una cantidad enorme de tiempo al estudio. Se dejan la piel tratando de pasar por una senda increíblemente estrecha para llegar a la cima, y, aunque su corazón contenga otros deseos o la voluntad de hacer algo diferente, son incapaces de actuar en consecuencia, porque la senda que su mente ha de recorrer ya está trazada y nadie puede arrancarlos de ella. [Su uso del verbo «arrancar» me llenó de horror, como si una fuerza desconocida se hubiera apoderado de mi espíritu.] La mente de los genios, su capacidad intelectual, es incapaz de moverse de manera natural y sin restricciones. Sólo puede caminar hacia adelante y adentrarse cada vez más profundamente por la misma senda estrecha. ¿Ha pensado alguna vez en las raíces de la locura? El genio y la locura tienen el mismo origen; los dos son el resultado de una fascinación obsesiva. ¿Quiere jugar una partida de ajedrez con uno de esos genios de edad avanzada? ¡Imposible! ¡No pueden!

Con una voz ligeramente vacilante, prosiguió:

—Siempre he creído que el genio y la locura son dos caras de la misma moneda. Son como la mano izquierda y la mano derecha: las dos salen del mismo cuerpo, pero apuntan en direcciones diferentes. En matemáticas, hay infinitos positivos e infinitos negativos; en cierto sentido, podríamos decir que un genio es un infinito positivo, mientras que un loco o un idiota representa infinitos negativos. Pero en matemáticas, tanto los infinitos positivos como los negativos siguen siendo infinitos: números interminables. Por eso pienso que algún día, cuando esta raza humana nuestra alcance cierto punto avanzado de desarrollo, el loco se convertirá quizá en un genio, un hombre de extraordinario talento, un sabio capaz de hacer contribuciones a la sociedad que asombrarán a todos. Piense por ejemplo en los códigos. Imagine por un momento que pudiéramos recorrer el mismo camino que el loco (un camino que, en realidad, no es ningún camino), para desarrollar un código. Evidentemente, no habría nadie capaz de descifrarlo. De hecho, desarrollar códigos es un trabajo de locos, un trabajo que nos acerca a la demencia y a la genialidad. O podríamos decirlo a la inversa: la demencia y la genialidad están hechas del mismo material. ¡Es realmente sorprendente! Por eso nunca he discriminado a los locos. Creo que tal vez haya algo de gran valor sepultado debajo de su locura, algo que no podemos alcanzar, al menos por el momento. Los locos son como yacimientos secretos de recursos minerales, esperando a que los explotemos.

Mientras escuchaba el largo discurso del anciano, sentí el espíritu purificado y la mente más limpia. Era como si esta hubiera estado cubierta de polvo y suciedad, como si sus palabras hubieran arrastrado toda la inmundicia, como un torrente de agua, para dejar al descubierto un nuevo fulgor. Me sentí tranquilo y feliz. Lo escuché atentamente, paladeando el sabor sutil de su lógica, que seguí bebiendo hasta la embriaguez. Por un instante creí haber perdido el hilo de su razonamiento, pero mis ojos repararon en las fichas blancas y negras del tablero de go, y finalmente reaccioné y le pregunté:

—Entonces ¿por qué le fascina tanto el go?

Se movió en su silla de ratán y, tras un breve silencio, en un tono de voz que me resultó a la vez irónico y divertido, respondió:

—Porque soy una de esas personas con una existencia corriente.

—¡No! —repliqué—. ¡Usted descifró NEGRO! ¿Cómo puede ser una persona corriente?

Su mirada se volvió fija; enderezó el cuerpo, y la silla de ratán crujió y gimió, como si estuviera tratando de determinar si su peso había aumentado. Tras un momento de silencio entre los dos, levantó la vista para mirarme. En un tono mucho más serio, me dijo:

—¿Sabe por qué descifré NEGRO?

Negué lentamente con la cabeza.

—¿Le gustaría saberlo?

—Por supuesto —respondí.

—Entonces se lo diré. ¡Porque Rong Jinzhen me ayudó! —Parecía como si lo estuviera invocando—. O más bien debería decir que fue Rong Jinzhen quien descifró NEGRO. Mi fama es inmerecida.

—Rong Jinzhen… —dije atónito—. ¿No estaba…? ¿No le había pasado algo?

No quise mencionar que había perdido la razón.

—Sí, exacto. Le había pasado algo: se había vuelto loco. —El viejo prosiguió—: Pero, aunque no lo crea, en medio de su destrucción, en medio de su ruina, me permitió ver el secreto oculto de NEGRO.

Sentí que se me paraba el corazón.

—¿Qué quiere decir?

—¡Ah, es una larga historia!

Lanzó un prolongado suspiro, desvió la mirada y noté que se sumía en los recuerdos de otros tiempos…