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Esta parte de la historia será para muchos alegre, pero triste al mismo tiempo; alegre porque por fin aparece la libreta de Rong Jinzhen; pero también triste, porque el propio Rong Jinzhen se esfuma sin dejar rastro. Al fin y al cabo, a este tipo de sucesos se refería él mismo en sus reflexiones: Dios nos da la felicidad, pero también el sufrimiento; Dios nos revela todo lo que existe.

Rong Jinzhen desapareció la misma noche de la lluvia torrencial. Nadie sabía exactamente en qué momento había salido de su habitación, ni si había sido pronto o tarde en la noche, durante la tormenta o después. Pero todos estaban convencidos de que no iba a regresar, como cuando un pajarillo deja el nido de su madre, o cuando una estrella es arrancada para siempre de su órbita.

La desaparición de Rong Jinzhen complicó aún más la situación y la volvió todavía más confusa. Alguien sugirió que quizá su desaparición fuera una nueva fase del caso de la libreta perdida, y que la operación debía considerarse un procedimiento en dos fases, lo que convertía la identidad del ladrón en algo aún más misterioso y siniestro. Sin embargo, eran más los que atribuían la desaparición de Rong Jinzhen a su falta de esperanza y a su incapacidad para soportar el miedo y el dolor de lo sucedido. Todos sabían que los códigos eran la vida de Rong Jinzhen y, en consecuencia, también lo era su libreta. Para entonces, la esperanza de encontrarla se había ido desvaneciendo lenta pero implacablemente. Todos pensaban que, aunque fuera posible localizarla, se habría transformado en una pasta informe de papel, tinta y agua. Las ideas de Rong Jinzhen al respecto debían de ser igual de sombrías o incluso más desesperadas. El suicidio ya no parecía una perspectiva remota.

Lo que sucedió después pareció confirmar los temores de todos. Una tarde, sobre la ribera izquierda del río que atravesaba la ciudad B, cerca de una refinería de petróleo, alguien recogió un zapato de cuero. Vasili lo identificó de inmediato como perteneciente a Rong Jinzhen, porque tenía la boca dada de sí, a causa de las recientes idas y venidas en busca de la libreta.

En ese momento, Vasili empezó a creer que los esfuerzos para hallar a Rong Jinzhen no darían frutos. Desalentado, no podía evitar la sensación de que tampoco localizarían nunca la libreta y de que quizá sólo fuera posible encontrar el cadáver de Rong Jinzhen flotando en algún torrente fangoso.

Se repetía una y otra vez que habría sido mucho mejor llevarse a Rong Jinzhen a casa a la primera ocasión. Todo aquello parecía pender sobre la cabeza del guardaespaldas como una maligna espada de Damocles.

—¡Me cago en la puta! —exclamó, sin poder reprimirse, mientras arrojaba con violencia el zapato embarrado de Rong Jinzhen lo más lejos que pudo, como si de ese modo pudiera deshacerse de toda la mala suerte que los había perseguido a ambos en los últimos días.

Todo eso sucedió el noveno día de la investigación. Aún no había noticias de la libreta perdida, lo que aumentaba el desánimo de los participantes en el caso. La sombra del desaliento empezó a echar raíces en el ánimo de la gente, y a crecer y a expandirse, hasta consumir toda la esperanza. Por esa causa, el cuartel general convino con los investigadores en hacer público lo ocurrido, en lugar de mantenerlo en secreto.

Al día siguiente, la edición matinal del Diario de la Ciudad B dio amplia difusión a un anuncio que solicitaba ayuda para encontrar un objeto perdido. Un científico buscaba una libreta que contenía información sobre ciertas innovaciones tecnológicas importantes para la nación.

Debemos señalar que llevar a cabo ese tipo de acción era excepcionalmente arriesgado, ya que el ladrón, al tener noticia de la búsqueda, podía esconder la libreta o destruirla, lo que supondría para los investigadores un estancamiento definitivo de su búsqueda. Sin embargo, contra todas las expectativas, esa misma noche, exactamente a las 22.03 horas, la línea directa especialmente habilitada para la oficina del equipo de investigación recibió una llamada. Tres manos se tendieron de inmediato para coger el auricular del teléfono, pero Vasili, al ser un hombre de una agilidad extraordinaria, fue el primero en llegar.

—Oficina de la División Especial de Investigaciones. ¿Diga?

—…

—¡Hable! ¿Hay alguien ahí? ¡Hable, por favor!

—Eh…, eh…, eh…

La línea quedó muerta.

Abatido, Vasili colgó el teléfono, sintiéndose como si hubiera hecho una montaña de un grano de arena.

Al cabo de un minuto, el teléfono volvió a sonar.

Una vez más, él fue el primero en coger el auricular. Antes de poder decir nada, oyó una voz apresurada y agitada que resonaba al otro lado de la línea:

—La libre… La libreta… está en un buzón…

—¿Un buzón? ¿Qué buzón? ¿Dónde? ¡Hola! ¡Diga! ¿Qué buzón?

—Eh…, eh…, eh…

La línea volvió a quedar en silencio.

¡Ese ruin ladrón, ese patético y a la vez entrañable ratero de pacotilla! Como es fácil imaginar, por encontrarse terriblemente nervioso y aturullado, fue incapaz de terminar la frase para indicar en qué buzón se encontraba la libreta. Pero su información fue suficiente, más que suficiente. En la ciudad B había varios cientos de buzones, pero su número importó muy poco. La suerte había regresado, porque nada más abrir el primer buzón, Vasili vio…

A la luz de las estrellas, la libreta desprendía un sereno fulgor azul, un profundo silencio capaz de infundir temor a cualquiera. Era un silencio perfecto e inspirador, como un océano helado cuando empieza el deshielo, como un zafiro de incalculable valor.

La libreta estaba intacta, con la única excepción de un par de hojas arrancadas hacia el final. Un oficial del cuartel general no pudo evitar un comentario socarrón en la conversación telefónica:

—Quizá el ladrón las usó para limpiarse el culo.

Poco después, otro alto oficial del cuartel general que había oído el comentario, abundó en la imagen:

—Si alguna vez encontráis a ese ratero de mierda, no olvidéis darle papel higiénico, si es que tenéis papel higiénico en la Unidad 701.

Pero a nadie se le asignó la misión de encontrar al ladrón.

Después de todo, no era ningún traidor.

Además, todavía no habían conseguido localizar a Rong Jinzhen.

Al día siguiente, la edición principal del Diario de la Ciudad B publicó una nota para tratar de localizar a una persona desaparecida: Rong Jinzhen.

Rong Jinzhen, varón, 37 años, 1,65 metros de estatura, delgado, de tez pálida.

Cuando fue visto por última vez, llevaba gafas de pasta marrón para corregir la miopía y vestía chaqueta Sun Yat-sen azul verdoso y pantalones gris claro. Llevaba una pluma estilográfica (importada) en el bolsillo pectoral y un reloj de pulsera de la marca Zhongshan. Habla chino mandarín e inglés; es muy aficionado al ajedrez, y sus movimientos son siempre lentos y precisos. Es posible que haya perdido un zapato.

El primer día después de la publicación de la nota, no hubo ninguna noticia, ni tampoco el segundo.

Al tercer día, el Diario de la Provincia G también publicó la información, pero tampoco hubo noticias.

Según Vasili, era normal; después de todo, era excesivamente optimista esperar noticias de un muerto. Pero Vasili sintió de pronto en lo profundo de su ser que en algún momento encontraría a Rong Jinzhen vivo y lo devolvería a la Unidad 701. Era su deber, pero también era un asunto extraordinariamente difícil y complejo.

Dos días después, por la tarde, la Oficina Especial de Investigaciones lo informó de que habían recibido una llamada de una persona del distrito M, que afirmaba haber visto en los alrededores a un hombre cuya descripción coincidía con la de Rong Jinzhen. Tenían que acudir lo antes posible, si querían verlo.

¿Un hombre cuya descripción coincidía con la de Rong Jinzhen? Vasili pensó que su premonición se había hecho realidad. Antes de salir, el recio Vasili, normalmente feroz, se quebró como un cobarde y lloró como un niño.

La ciudad principal del distrito M se encontraba unos cien kilómetros al norte de la ciudad B. La idea de que Rong Jinzhen hubiera recorrido toda esa distancia en busca de la libreta infundió en todos una sensación particularmente extraña. Mientras viajaba por la carretera, Vasili repasó lo sucedido, sintiendo en el corazón una especie de apatía, una aflicción que le impedía pensar con la mente despejada.

Al llegar al distrito M, en lugar de ir directamente a ver al hombre que había hecho la llamada, Vasili se detuvo delante de una fábrica de papel, donde vio a un sujeto que le llamó la atención, delante de una pila de papel desechado. El individuo tenía un aspecto desusadamente llamativo y, tras observarlo más detenidamente, resultaba obvio que tenía problemas y que no era del todo normal. Estaba cubierto de inmundicia. Iba descalzo y los pies se le habían vuelto de un color negro azulado. Tenía las dos manos ensangrentadas, pero no dejaba de revolver la basura, recorriendo una a una todas las pilas de desechos. Cada vez que encontraba un libro medio deshojado y con las páginas arrancadas, lo examinaba meticulosamente. Tenía la mirada perdida y mascullaba un río continuo de palabras. Su aspecto era de profunda desgracia y de devoción extrema, como un monje taoísta que hubiera sufrido alguna calamidad y se encontrara entre las ruinas de su templo, buscando sus sagradas escrituras con trágica solemnidad.

Todo eso sucedía por la tarde, bajo un sol invernal, cuyos rayos se abatían sobre ese hombre desdichado.

Sobre sus manos ensangrentadas.

Sobre sus rodillas dobladas.

Sobre su espalda encorvada.

Sobre sus mejillas deformadas.

Su boca.

Su nariz.

Sus gafas.

Sus ojos.

Contemplando a ese hombre, mirando sus manos negras y temblorosas, los ojos de Vasili empezaron a dilatarse, a expandirse, al tiempo que sus pies lo hacían avanzar como a un autómata. Había reconocido en ese hombre de aspecto lastimoso a Rong Jinzhen.

¡Rong Jinzhen!

Vasili lo encontró el decimosexto día desde la desaparición del maletín, el 3 de enero de 1970, a las cuatro de la tarde.

El 14 de enero de 1970, al anochecer, Rong Jinzhen, ese hombre roto y atormentado, fue conducido de regreso al complejo amurallado de la Unidad 701, al cuidado de Vasili. Y así se puso fin a esta parte de la historia.