A lo largo de los días siguientes, Rong Jinzhen vagó por las calles y pasajes de la ciudad B como un alma en pena. Durante las noches interminables —noches que habrían enloquecido incluso a la persona más firme y resuelta—, pasaba las horas considerando las posibilidades más extravagantes. Había recorrido todo el espectro de la esperanza, hasta llegar a la desesperación más extrema; la noche se había convertido en una tortura. Cada anochecer, su triste destino parecía burlarse de él, lo atormentaba y le robaba el sueño; pero tampoco encontraba alivio en las mañanas, que parecían encender llamas sobre su piel. Se sumergía en las profundidades de su mente, empeñado en recordar hasta el último detalle de aquel día y aquella noche, para censurarse y tratar de comprender cómo había podido cometer un error tan terrible. Sin embargo, era como si todo lo sucedido fuera una equivocación, pero a la vez estuviera libre de errores, como si todo hubiera sido un sueño, una fantasía. Atrapado en sus confusas y agitadas circunstancias, sentía que unas lágrimas ardientes le quemaban los ojos y lo sofocaban dentro de su tortura. Se sentía como una flor marchita, que pierde los pétalos uno a uno. Era como un cordero perdido, cuyos desgarradores balidos suenan cada vez más débiles y descorazonadores.
Era la noche del sexto día desde que se había producido el incidente. Esa noche importante y a la vez terrible comenzó con un torrencial aguacero. La lluvia caía a mares. Calados hasta los huesos, Vasili y Rong Jinzhen —este último aquejado de una tos persistente— regresaron de su búsqueda antes de lo previsto. Tumbados en las camas que les habían proporcionado, se les hizo menos insoportable el cansancio que sentían en los huesos, pero la lluvia interminable seguía siendo un tormento.
La lluvia hizo pensar a Rong Jinzhen en una terrible disyuntiva…
[Transcripción de la entrevista al director Zheng]
Por ser alguien íntimamente implicado en la situación, Rong Jinzhen tenía un punto de vista único en comparación con el de los otros investigadores asignados al caso. Creía, por ejemplo, que el principal móvil del robo había sido el dinero, y estaba convencido de que el ladrón se habría desecho de todo, incluida su preciada libreta, tras guardarse los objetos que considerara de valor. Su perspectiva no carecía de lógica. En cuanto Rong Jinzhen la planteó, todos los que trabajaban en el caso le prestaron especial atención. De inmediato salieron varios grupos de hombres, con el encargo de inspeccionar todas las papeleras y los vertederos de la ciudad. Por supuesto, el propio Rong Jinzhen fue uno de los primeros en salir a revolver la basura. En muchas ocasiones, dirigió al resto de los hombres, dando ejemplo de meticulosidad. Varias veces volvió sobre sus pasos, para revisar los mismos lugares que otros acababan de inspeccionar.
Sin embargo, por la noche del sexto día, la ciudad estaba inmersa en un diluvio que no daba señales de cesar. La lluvia caía aullando del cielo y golpeaba el suelo con fuerza, inundando todos los rincones. El aguacero intensificó el malestar que sentía Rong Jinzhen cuando pensaba en todo el personal de la Unidad 701 desplazado a la ciudad B para buscar su libreta, esa valiosa recopilación de sus pensamientos que la lluvia estaría transformando en ese mismo momento en un borrón informe de tinta. El chaparrón había formado un vasto torrente, que probablemente arrastraría consigo la libreta y complicaría aún más la tarea de encontrarla. La espesa lluvia infundía en todos una sensación de agudo dolor y terrible angustia. Pero, para Rong Jinzhen, la sensación debió de ser todavía más profunda y descorazonadora. En realidad, aquella lluvia no era diferente de cualquier otra; no estaba animada por malas intenciones ni guardaba ninguna relación con las malas acciones del ladrón. Sin embargo, desde cierto punto de vista, parecía como si la lluvia fuera un eco lejano del ladrón, como si los dos estuvieran secretamente confabulados, de tal modo que el caer del agua amplificara y alimentara la maldad del ladrón, y se asegurara de que el desastre fuera más intenso, al multiplicar sus efectos.
La lluvia ahogó las últimas esperanzas que Rong Jinzhen aún podía albergar…
[Continuará]
Como afirman los testigos, la lluvia acabó con las esperanzas que le quedaban a Rong Jinzhen.
El torrencial aguacero permitió ver más claramente hasta qué punto le había afectado la catástrofe. Era como si un poder externo estuviera manipulando la situación, para hacer coincidir una serie de circunstancias inesperadas y espantosas, formando así una combinación aberrante de acontecimientos, una situación horrenda. A causa de la lluvia, Rong Jinzhen se puso a repasar los últimos doce años de su vida, con todos sus misterios e incidentes. Vio cómo la inspiración recibida para descifrar PÚRPURA, derivada de un sueño en el que había visto a Mendeléiev, lo había transformado de la noche a la mañana en una persona respetada y famosa. Antes solía pensar que ese tipo de milagro, esa modalidad de divina providencia, ya no volvería a estar a su alcance, porque era algo demasiado extraordinario. Nadie se habría atrevido a buscar otra intervención milagrosa. Pero de pronto sintió que esa mediación celestial había regresado, aunque no de la misma forma. En esta segunda ocasión, el brillo estaba mezclado con tinieblas, y el arco iris se confundía con nubes tormentosas. Era el reverso de algo, como si durante todos esos años hubiera estado girando en círculos alrededor de una cosa, pero hubiera visto solamente su lado bueno. Ahora, sin embargo, podía ver el otro lado.
Pero ¿qué era ese «algo»?
Para un antiguo discípulo del señor Auslander, un discípulo cuyo corazón había recibido la influencia de las enseñanzas de Jesús, ese «algo» sólo podía ser Dios, el omnipotente Espíritu Santo. Como sentía que ese «algo» tenía que ser Dios, le atribuía una naturaleza compleja y a la vez absoluta. Si bien poseía un lado hermoso, también debía poseer necesariamente un lado horrible; aunque era benevolente, al mismo tiempo era malévolo. Aunque parecía ser solamente un espíritu, tenía un poder y unas capacidades enormes, y obligaba a quienes estaban bajo su influjo a girar para siempre a su alrededor, permitiéndoles observarlo todo: la felicidad y el dolor, la esperanza y la desesperación, el cielo y el infierno, la gloria y la ruina, el honor y la deshonra, el júbilo y la pena, lo bueno y lo malo, la noche y el día, la luz y la oscuridad, la verdad y la mentira, el yin y el yang, arriba y abajo, el interior y el exterior, esto y aquello, todo, absolutamente todo.
La radiante y majestuosa aparición de Dios en escena fue un gran alivio para Rong Jinzhen, que por fin pudo tranquilizarse.
«Si es así —pensó—, entonces esto debe de ser el plan de Dios. ¿Cómo puedo oponerme? La resistencia es inútil. Las leyes de Dios son justas y Él jamás las cambiaría para satisfacer las aspiraciones de ningún hombre. El plan último de Dios es manifestar ante todos con meridiana claridad la belleza de toda la creación».
Dios le había revelado la naturaleza de todo a través de PÚRPURA y NEGRO.
Todo lo que era felicidad y dolor.
Todo lo que era esperanza y desesperación.
Todo lo que era cielo e infierno.
Todo lo que era gloria y ruina.
Todo lo que era honorable y deshonroso.
Todo lo que era júbilo y pena.
Todo lo que era bueno y malo.
Todo lo que era día y noche.
Todo lo que era luz y oscuridad.
Todo lo que era verdad y mentira.
Todo lo que era yin y yang.
Todo lo que estaba arriba y abajo.
Todo lo que estaba en el interior y en el exterior.
Todo lo de aquí y todo lo de allá.
Todo, absolutamente todo.
Oyendo esa salmodia que manaba de lo más profundo de su ser, Rong Jinzhen desvió tranquilamente la vista del aguacero que aún caía con violencia. Ya no parecía importarle que la lluvia cesara o siguiera cayendo. El ruido del agua ya no se le antojaba insoportable, e incluso le pareció agradable cuando se acostó. Era un sonido puro y sin adulteraciones, tan suave y manso que se dejó llevar por su fascinación hasta disolverse en él. Se quedó dormido y soñó. En sueños, oyó una voz lejana que le decía:
—Aún conservas esa fe supersticiosa en Dios… Dios es un cobarde… No le dio a Johannes la vida perfecta que merecía… Y no me digas que sus leyes son justas… Las leyes de Dios son completamente injustas…
Esa última frase se quedó reverberando en su mente, con una voz que resonaba cada vez más potente, hasta estallarle como un trueno en los oídos y obligarlo a despertar. Pero, incluso despierto, siguió oyendo el eco de aquellas palabras:
—Injustas…, injustas…, injustas…
No supo quién o qué podía estar hablándole de tal modo, ni podía imaginar por qué razón quería manifestarle esas misteriosas palabras: «Las leyes de Dios son injustas». Se puso a reflexionar: «Muy bien, aceptemos que son injustas. ¿Entonces, qué?». Pero ya fuera por el eco que resonaba en su cabeza o por alguna preocupación inconsciente o algún miedo que albergaba, sus pensamientos eran confusos y poco coordinados. Cada punto de partida se alejaba sin rumbo, como un dragón sin cabeza que no supiera hacia dónde volar. Una violenta cacofonía arreciaba en su interior. Su mente era una olla de agua hirviendo, que no dejaba de humear y borbotear, pero sin nada de valor dentro para quien levantara la tapa. Pensaba de manera automática, sin ninguna idea con auténtica sustancia. Al cabo de un momento, la agitación mental cesó, como si alguien hubiera puesto algún alimento en la olla para cocerlo. Entonces, los recuerdos del viaje en tren, del ladrón, de su maletín de piel y del aguacero lo acometieron en rápida sucesión, enmarcando una vez más su desgracia personal. Pero, en esta ocasión, Rong Jinzhen no comprendió del todo el significado de esos recuerdos, como si el alimento echado a la olla aún no se hubiera cocido por completo. Un poco más tarde, los recuerdos volvieron a agitarse en su interior, como si, poco a poco, el agua volviera a acercarse al punto de ebullición. Pero para entonces la olla ya no estaba vacía. Su mente comenzó a excitarse, con el entusiasmo que puede sentir un marinero cuando avista tierra después de una larga temporada en alta mar. Mientras se dirigía a toda máquina a su destino, sintiéndolo cada vez más cerca, Rong Jinzhen volvió a oír aquella misteriosa voz que le hablaba:
—Dejar que ese accidente precipite la catástrofe, derribarte de un golpe… ¿Acaso te parece justo?
—¡Noooo! —rugió Rong Jinzhen, mientras salía corriendo a la lluvia, para dirigir sus invectivas a la oscuridad—. ¡Dios, has sido injusto conmigo! ¡Voy a dejar que NEGRO me derrote! ¡Sólo si NEGRO me vence podrá haber justicia! ¡Dios! ¡Sólo la más ruin de las personas merece sufrir una injusticia semejante! ¡Sólo el más ruin de los dioses podría obligarme a sufrir semejante escarnio! ¡Dios maligno! ¡No deberías portarte así! ¡Dios malvado! ¡Te combatiré hasta el fin!
Después de ese estallido de ira, Rong Jinzhen tuvo la impresión de que la lluvia helada lo estuviera quemando, y entonces sintió que la sangre le hervía y borboteaba lo mismo que el agua que caía. Mientras esa idea se encendía en su mente como un destello, de pronto le pareció que todo su cuerpo fluía y se iba uniendo, gota a gota, con el cielo y la tierra, como el aire se une con las nubes y el sueño con la fantasía. Entonces oyó otra vez aquella voz tenue y casi imperceptible, que venía de lejos. Era como si aquel lastimoso sonido emanara de su libreta perdida, abandonada en el polvo y el fango. Era una voz triste y desesperada, que surgía y se desvanecía, y en su intermitencia insistía en decirle:
—Rong Jinzhen, escucha… El agua de lluvia está inundando la ciudad y convirtiendo la tierra en una masa burbujeante… Puede que la corriente se lleve tu libreta, pero también es posible que te la devuelva… Después de todo lo que ha pasado, ¿por qué no podría suceder también eso?… Quizá la lluvia se haya llevado tu libreta, pero también puede ser que te la devuelva…, que te la devuelva…, que te la devuelva…
Aquel fue el último extraño pensamiento que tuvo Rong Jinzhen.
Fue una noche siniestra y fantasmagórica.
Al otro lado de la ventana, la lluvia persistía indomable, incesante.