Veinticinco años después, sentado en medio de un cuarto de estar sobriamente amueblado, el «director tullido» de la Unidad 701 me contó que, mientras todos los demás usaban un cucharón para medir el océano de las capacidades de Rong Jinzhen, él era uno de los pocos que aún conservaban la esperanza de que consiguiera algo. Oyéndolo hablar, se habría dicho que nadie más que él comprendía de verdad a Jinzhen en aquella época. No sé si era su manera de ver aquellos sucesos en retrospectiva o si verdaderamente las cosas sucedieron así. Yo sólo puedo decir lo que él me contó:
[Transcripción de la entrevista al director Zheng]
Le aseguro que he trabajado toda la vida en criptografía, y nunca he visto a nadie con un sexto sentido para los códigos tan notable [como el de Rong Jinzhen]. Parecía establecer una conexión personal con los códigos con los que trabajaba, una especie de cordón umbilical como el de una madre con su hijo, a través del cual la información pasaba y le llegaba directamente a la sangre. Ese aspecto era uno de los más impresionantes en su manera de abordar el trabajo con cualquier código criptográfico. El otro era su increíble poder de concentración, combinado con una inteligencia fría y serena. Cuanto más dispuestos estaban los demás a abandonar un código por imposible, mayor era su determinación de seguir adelante. No le importaba en lo más mínimo lo que otra gente pudiera pensar de él. Su capacidad creativa era tan espléndida como su inteligencia, y las dos eran componentes esenciales de su personalidad. Puede decirse que tanto su creatividad como su inteligencia eran el doble que las de una persona normal. Descubrir la magnitud de sus calladas hazañas era una fuente de inspiración para todos nosotros, pero también nos hacía ver lo esmirriado y enclenque de nuestro talento, en comparación con el suyo.
Recuerdo en particular que, poco después de su incorporación a la División de Criptografía, viajé al país X con un encargo profesional de tres meses de duración. Mi misión también tenía que ver con PÚRPURA. En aquella época, el país X estaba tratando de descifrar el código, lo mismo que nosotros, pero sus criptógrafos habían llegado bastante más lejos que los nuestros, por lo que los altos mandos decidieron enviar a algunos trabajadores de nuestra unidad, para ver si podíamos aprender algo útil. Aparte de mí, seleccionaron a otras dos personas: uno de los criptógrafos de mi sección y un subjefe de división enviado por el cuartel general, para que supervisara nuestro trabajo en nombre de las autoridades centrales.
Cuando regresé, oí que mis colegas y los directores de nuestra división se quejaban mucho de Jinzhen. Decían que no se concentraba en su trabajo, que no había comprendido el espíritu de nuestra misión, que no era exigente consigo mismo, y muchas cosas más. Me dolió mucho oír esas quejas, por supuesto, porque yo había sido la persona que lo había traído a la unidad. Se suponía que había reclutado a un experto, pero, por lo visto, sólo habría traído a un payaso. Esa misma noche, fui a verlo a sus habitaciones. La puerta estaba abierta de par en par. Llamé un par de veces y, al no obtener respuesta, entré. En la habitación principal no había nadie, de modo que me asomé a la puerta del dormitorio. Lo encontré acurrucado en la cama, profundamente dormido. Tosí para que se despertara, encendí la luz del dormitorio y entré. Cuando se iluminó la habitación, me sorprendió ver que las paredes estaban tapizadas de diagramas. Algunos eran semejantes a tablas de logaritmos y estaban cubiertos de líneas retorcidas que daban varias vueltas a cada hoja; otros me parecieron más bien tablas trigonométricas, con números trazados en todos los colores del arco iris, temblando como burbujas de jabón atrapadas en un rayo de luz. Toda la habitación parecía mágica, como un castillo que flotara en el aire.
Cuando me fijé en las anotaciones que había añadido a cada diagrama, comprendí de inmediato que había reescrito La historia de la criptografía de manera resumida. De no haber sido por esas notas, jamás habría captado el sentido de su trabajo. La historia de la criptografía era un libro enorme, de tres millones de caracteres chinos, que él había logrado condensar en unas cuantas anotaciones simples, utilizando solamente unas pocas líneas de números. Quedé muy impresionado. Sólo un genio puede contemplar un cuerpo y ver los huesos debajo de la piel, para representar sobre el papel y con exactitud a su modelo. Pero él ni siquiera necesitó ver el esqueleto. ¡Le bastó con un solo hueso de un dedo! ¡Imagine lo que significa reconstruir todo un organismo vivo, disponiendo únicamente de un solo hueso de un dedo!
De hecho, Rong Jinzhen era un genio y había muchas cosas suyas que una persona corriente sencillamente no habría podido entender. Era capaz de pasar meses enteros, incluso un año, sin hablar con nadie. El silencio no parecía molestarle, pero cuando al final abría la boca, por lo general decía algo que posiblemente era mucho más importante que todo lo que otra persona habría podido decir en toda su vida. Hiciera lo que hiciera, era como si el proceso no le interesara en absoluto y sólo pensara en el resultado. Pero sus resultados siempre eran perfectos. ¡Era asombroso! Tenía una habilidad fuera de lo común para llegar al meollo del problema, y su forma de proceder siempre era única y peculiar. Se le ocurrían cosas que yo no habría pensado ni en un millón de años. ¿Quién habría concebido la idea de empapelar las paredes de su habitación con La historia de la criptografía? Nadie se comportaba como él. Por hacer una comparación, si decimos que un código criptográfico es como una montaña y que descifrarla es como encontrar el secreto oculto en la montaña, entonces lo primero que haría la mayoría de la gente es escalar la montaña y, una vez en la cima, ponerse a buscar el secreto. Pero él no hacía nada de eso. Él escalaba otra montaña completamente distinta y, cuando llegaba a la cima, encendía un faro y empezaba a buscar el secreto de la otra montaña con un telescopio. Era una persona muy extraña, con un talento realmente increíble.
Sin duda alguna, cuando decidió empapelar su habitación con La historia de la criptografía, lo hizo para que cada uno de sus movimientos, despierto o dormido, guardara alguna relación con esa disciplina. Cada código contenido en el libro entró en sus pulmones con el aire que respiraba, como el oxígeno, y de ahí pasó a la sangre, hasta llegarle al corazón.
Lo primero que me impresionó fue lo que vi. Pero de inmediato me llevé otra sorpresa, por lo que me dijo.
Le pregunté por qué perdía el tiempo estudiando historia. Le dije que, en mi opinión, los criptógrafos no eran historiadores y que internarse en la historia de su disciplina era un riesgo estúpido. ¿Sabe qué me respondió?
—Creo que todos los códigos son organismos vivos —me dijo—, y, como están vivos, hay una conexión invisible entre los utilizados en el pasado y los que están en uso actualmente. Además, todos los códigos desarrollados en una misma época están íntimamente relacionados. Sea cual sea el código que queramos descifrar hoy, es posible que la respuesta esté oculta en otro anterior.
—Cuando alguien crea un código —repliqué—, tiene que eliminar todo rastro de su historia; de lo contrario, bastaría descifrar un mensaje para descifrarlos todos.
—Eso no afecta a mi tesis básica —dijo él—. Si una persona intenta eliminar la historia de todos sus códigos, también estará creando una conexión entre todos ellos.
¡Su explicación me abrió los ojos!
Entonces continuó:
—Cambiar un código es como cambiar una cara: los resultados vienen determinados por unas tendencias en evolución. Pero cuando cambiamos un rostro humano, la base siempre es la misma: por mucho que lo cambiemos, siempre será un rostro humano, aunque quizá consigamos aproximarlo más al modelo ideal de cara y lograr que sea más perfecto. Los cambios que introducimos en un código son totalmente diferentes: puede que hoy sea un rostro humano, pero mañana podemos hacer que parezca cualquier otra cosa, quizá una cara de caballo, o de perro, o algo que ni siquiera es una cara. No hay parámetros fijos. Sin embargo, hay unos rasgos internos que los cambios no hacen más que refinar, desenmarañar, complicar o perfeccionar. Hay un desarrollo evolutivo al que nadie puede sustraerse. Los criptógrafos hacen todo lo posible por cambiarle la cara a los códigos, pero también intentan refinar y perfeccionar la estructura interna. Esas dos tendencias crean un doble camino que conduce directamente al corazón de todo código nuevo. Si podemos encontrar esos dos caminos en esa selva que es la historia de la criptografía, entonces nos resultará mucho más fácil descifrar cualquier código.
Mientras me explicaba todo eso, me señalaba las columnas de cifras desperdigadas como una legión de hormigas por toda su habitación. A veces movía el índice y otras lo dejaba inmóvil en el aire, como si lo estuviera usando para abrirse paso poco a poco hasta el meollo del asunto.
Verdaderamente, me maravilló la idea del doble camino. De inmediato comprendí que, si bien en principio esos dos caminos tenían que existir, también era posible que no existieran. Quizá nadie más se hubiera dado cuenta, pero pensé que si alguien trataba esos dos caminos como si fueran cuerdas y tiraba de ellos, existía la posibilidad de que acabara ahorcándose.
Intentaré explicarle mejor lo que quiero decir. Dígame, ¿qué sentiría si se acercara cada vez más a una hoguera?
Exacto. Una sensación de calor que llegaría a ser abrasadora y que al final lo quemaría. Después de eso, ya no se atrevería a acercarse demasiado; querría mantener cierta distancia, para no volver a quemarse. Los mismos principios se aplican cuando nos acercamos a otra persona. La influencia que una persona determinada ejerce sobre nosotros depende de su atractivo individual, su carácter y sus capacidades. Puedo afirmar categóricamente que los criptógrafos, tanto los que inventan códigos como aquellos que los descifran, son las personas más extraordinarias que conozco, con capacidades realmente fuera de lo común. Sus mentes son como agujeros negros. Cualquiera de ellos es capaz de ejercer una influencia enorme sobre sus compañeros. Cuando nos adentramos en el bosque de un código criptográfico, nos sentimos como si camináramos por una jungla sembrada de infinidad de trampas. A cada paso corremos el riesgo de caer en una de esas trampas y quedar atrapados para siempre. Por esa causa, los que desarrollan los códigos (lo mismo que las personas que los descifran) no se atreven a pensar demasiado en la historia de la criptografía, ya que cada concepto y cada teoría de la historia de esta disciplina tienen la capacidad de atraer como un imán y de destruir a quien se acerque. En el instante en que nuestra mente se distrae con uno de esos conceptos, perdemos todo valor como criptógrafos, porque un código no puede tener ni la más remota similitud intrínseca con ningún otro, ya que de lo contrario resultaría mucho más fácil descifrarlo. Cualquier semejanza reduciría a cero el valor de cualquier código. Y es que las claves criptográficas son objetos despiadados y misteriosos.
Ahora ya puede comprender mi asombro: la teoría del doble camino que Rong Jinzhen había desarrollado lo llevaba a desobedecer uno de los principios cardinales de la criptografía. No sé si ignoraba el principio o si lo conocía, pero decidió seguir adelante de todos modos. Teniendo en cuenta la primera impresión que me produjo, yo diría que probablemente lo conocía, pero decidió continuar a pesar de todo. Decidió quebrantar una de nuestras normas más básicas con pleno conocimiento de causa. Cuando colgó en la pared los diagramas con que había representado la historia de la criptografía, demostró ser una persona de inteligencia superior. No quebrantaba las normas por ignorancia o estupidez, sino porque sabía exactamente lo que estaba haciendo y tenía el coraje de seguir adelante.
Cuando me contó su teoría de los dos caminos, tal vez debí criticarlo, pero no le dije nada. Me sentí invadido por una especie de silenciosa admiración, sin ningún rastro de envidia, porque era evidente que él estaba muy por encima del resto de nosotros.
En aquel momento, llevaba apenas seis meses en la División de Criptografía.
Me preocupé mucho por él, porque me parecía que se encontraba en una situación muy peligrosa. Como ahora verá, Rong Jinzhen estaba dispuesto a tirar de las dos cuerdas que había encontrado, y eso significaba que se proponía obsesionarse con cada concepto y cada teoría de la historia de la criptografía, para atravesar los incontables estratos de la evolución y llegar así a los principios subyacentes. Cada estrato le presentaría un sinfín de teorías y conceptos atractivos, todos los cuales podían apoderarse de su mente como una mano muerta y convertir todo lo que había hecho en basura inservible. Por eso existía esa regla no escrita que imperaba desde hacía muchísimos años en el campo de la criptografía: ¡nada de historia! Todos éramos perfectamente conscientes de que la historia de la disciplina contenía seguramente una cantidad enorme de oportunidades y pistas para descifrar los códigos modernos. Pero el temor a entrar y quedarnos atrapados sin poder encontrar la salida superaba cualquier otra consideración. Ese temor era más importante que la promesa de cualquier información que pudiéramos encontrar dentro.
Por decirlo de otro modo, el bosque con el que podríamos comparar la historia de la criptografía es muy silencioso y enormemente solitario. No hay nadie que pueda indicarnos el camino, ni nadie que se atreva a preguntarlo. Es una de las tragedias de la criptografía: sus cultores han perdido el espejo de la historia y el sentido de comunidad que surge de plantar la misma semilla y recoger la misma cosecha. Así de difícil y misterioso es su trabajo, y así de solitarias y alienadas están sus almas. Ni siquiera pueden trepar a los hombros de sus predecesores. En cada etapa del viaje encuentran trampas y puertas cerradas, que los obligan a recorrer caminos secundarios y evitar las sendas conocidas. La historia se ha convertido en una pesada carga para las generaciones sucesivas. Es muy triste y es la razón por la que tantos genios han ido a enterrarse en el campo de la criptografía. ¡Su número es tremendamente elevado!
Intentaré explicárselo en términos sencillos. La manera habitual de trabajar en criptografía es un lento proceso de eliminación. En primer lugar, los servicios de inteligencia reúnen una cantidad enorme de información relevante y, después, nosotros intentamos utilizar esa información para desarrollar diversas hipótesis. Es más o menos como usar un número ilimitado de llaves para abrir un número ilimitado de puertas, con la particularidad de que uno mismo ha de fabricar las llaves y las puertas. El volumen de la tarea viene determinado en la práctica por la cantidad de material de que disponemos para trabajar, pero también por nuestra sensibilidad respecto al código con el que estamos trabajando. Debo aclararle que esta forma de proceder es muy sencilla y bastante tonta, pero también es la más segura y eficaz, sobre todo cuando el propósito es descifrar un código de alto nivel. Como su porcentaje de éxitos es bastante elevado, se sigue utilizando hasta hoy.
Pero Rong Jinzhen, como ya sabe, no estaba interesado en hacer las cosas a la manera tradicional. Se había adentrado directamente en territorio prohibido. Pese a ser criptógrafo, decidió sumergirse en la historia de la disciplina y trepar a los hombros de los gigantes que lo precedieron. De semejante decisión sólo se podían esperar resultados terribles y sobrecogedores. Por supuesto, si su intento funcionaba, si finalmente lograba recorrer el camino sin caer en las numerosas trampas tendidas por los criptógrafos del pasado, entonces su hazaña sería extraordinaria e impresionante. Como mínimo, conseguiría reducir la amplitud de la búsqueda. Si por ejemplo había diez mil sendas secundarias, con su procedimiento seguramente lograría reducirlas a la mitad o quizá incluso menos. El número que consiguiera eliminar determinaría las perspectivas de éxito de su enfoque y decidiría si su teoría del doble camino se podía aplicar en la práctica. A decir verdad, el porcentaje de éxito de esa forma de proceder era tan bajo que muy pocos lo intentaban, y los que habían conseguido algún resultado de esa manera eran auténticas excepciones. Había solamente dos tipos de criptógrafos dispuestos a correr un riesgo tan grande: los genios y los locos. Los locos no tienen miedo de nada, porque no distinguen el peligro. Los genios tampoco temen nada, porque saben que sus armas son extraordinarias y están seguros de poder superar cualquier obstáculo, por difícil o peligroso que sea, si realmente están decididos a llevar a término la tarea.
Si quiere que le diga la verdad, en aquella época yo no sabía muy bien si Rong Jinzhen era un genio o un lunático, pero había algo de lo que estaba completamente seguro: pasara lo que pasara, no iba a sorprenderme. No me habría sorprendido que consiguiera su propósito, ni tampoco que no hiciera nada; no me habría asombrado que llegara a ser un héroe, ni que todo acabara en tragedia. Por eso, cuando descifró PÚRPURA sin hablar ni una palabra con nadie, no me sorprendí en absoluto. Sentí un gran alivio por él, pero al mismo tiempo me pareció tan impresionante lo que había conseguido que habría podido caer de rodillas ante él para hacerle reverencias.
También debo señalar que después de que Jinzhen descifró PÚRPURA, descubrimos que todas las sugerencias que Jan Liseiwicz le había estado enviando hasta ese momento eran completamente erróneas. Tuvimos mucha suerte de que el equipo decidiera desde el principio no decirle nada al respecto; de lo contrario, es posible que hubiera tomado un camino equivocado y que jamás hubiera conseguido descifrar el código. Muchas veces, en las más variadas circunstancias, no resulta fácil decidir qué hacer, ni saber qué es lo correcto. Al principio parecía terriblemente injusto que no le permitieran ver las cartas que le estaba enviando Liseiwicz; pero, al final, todo fue para bien. Fue como agacharse para recoger una semilla de sésamo y encontrar una perla. En cuanto a la razón de que las sugerencias de Liseiwicz fueran tan inexactas, hay dos posibilidades. La primera es que los errores fueran intencionados: estaba tratando de entorpecer nuestro trabajo. La segunda es que no lo hiciera adrede: los errores que nos enviaba eran los que él mismo estaba cometiendo, en su intento de descifrar PÚRPURA. Tal como veíamos la situación en aquel momento, nos parecía que la segunda opción era la más probable, porque él no dejaba de decirnos que PÚRPURA era imposible de descifrar…
[Continuará]
¡Al final lo consiguió!
¡Rong Jinzhen había descifrado PÚRPURA!
No hace falta decir que, en las semanas y los meses que siguieron, el misterioso joven obtuvo enormes recompensas por lo que había logrado. No importaba que siguiera tan solitario como antes, ni que viviera y trabajara solo; no importaba que continuara leyendo sus novelas, jugando al ajedrez e interpretando los sueños de sus compañeros, ni que siguiera tan impasible como siempre y no se fijara en con quién hablaba. Seguía exactamente igual que antes. La diferencia radicaba en la forma en que lo veían los demás, que había experimentado una verdadera revolución. De repente, todos creían en su genialidad, en su capacidad y en su suerte.
No había un solo hombre ni una sola mujer en la Unidad 701 que no lo conociera y lo respetara. Mientras iba y venía sin rumbo, solitario como siempre, hasta los perros parecían reconocerlo. Todos sabían que, algún día, todas las estrellas caían del cielo, la suya seguiría brillando para siempre. Había conseguido más gloria que todos sus compañeros juntos en toda su vida. Año tras año, le fueron concediendo ascensos: jefe de equipo, subjefe de grupo, jefe de grupo, subjefe de sección… Él los aceptó todos con serenidad y modestia. Hay un proverbio que dice que las aguas tranquilas son más profundas.
Así lo veía la gente. Lo admiraban sin envidia, y suspiraban al ver sus particularidades, pero sin tristeza. Habían llegado a aceptar que era único, que no había nadie como él y que no tenía sentido tratar de competir. Diez años después, en 1966, lo nombraron jefe de la Sección de Criptografía, un cargo al que cualquier otra persona habría tardado por lo menos el doble en llegar. Sin embargo, era como si todos lo esperaran; a nadie le sorprendió su temprano ascenso. Todos parecían convencidos de que antes o después acabaría al frente de la Unidad 701. El título de director sólo estaba esperando el momento adecuado para caer en manos del silencioso criptógrafo.
Habría sido muy fácil que sucediera lo que todos estaban esperando, porque la Unidad 701, como toda organización secreta, no era un destino sencillo para la mayoría de los directivos, muchos de los cuales no habrían podido aceptar las pesadas responsabilidades del cargo. Además, la personalidad impasible y empecinada de Rong Jinzhen lo convertía en el candidato perfecto para dirigir una unidad secreta.
Sin embargo, a finales de 1969, en el espacio de un par de días, ocurrió algo. Todavía hoy, muy pocos saben lo que sucedió durante esas horas cruciales. Por eso, explicar el desarrollo de los acontecimientos será el tema de la siguiente sección de este libro.