A decir verdad, la gente de la Unidad 701, que entonces tenía su sede en un valle montañoso situado en las afueras de cierta ciudad de China, no imaginó al principio el gran futuro que Rong Jinzhen tenía por delante. O al menos se podría decir que no quedaron impresionados por su trabajo. Tenía asignada una tarea solitaria y difícil: descifrar códigos, un trabajo que, además de formación, experiencia y talento, requiere una suerte procedente de más allá de las estrellas. La gente de la Unidad 701 decía que, para atrapar al vuelo ese tipo de suerte, era preciso levantar muy altas las dos manos, todas las mañanas y todas las noches, en el momento exacto en que una nube de humo negro asciende desde la tumba de los antepasados.
Rong Jinzhen no lo entendió cuando llegó, o tal vez sencillamente no le prestó atención, porque no le importaba. En lugar de hacer cosas útiles, se pasaba el día entero leyendo libros que no tenían nada que ver con su trabajo. A menudo se perdía en el estudio de un ejemplar en inglés del libro Pasatiempos matemáticos completos, o se enfrascaba en la lectura de un montón de libros viejos, con las páginas cosidas y los títulos casi indiscernibles. Parecía desperdiciar cada jornada de trabajo leyendo en silencio. Era evidente que era un auténtico solitario y que no se mantenía apartado por arrogancia o esnobismo, pero tampoco decía nada que demostrara particular inteligencia (de hecho, prácticamente no hablaba con nadie), ni hacía nada que sugiriera talento o capacidad creativa. Al cabo de un tiempo, la gente empezó a cuestionar su genio y su suerte. Lo peor de todo era su evidente falta de interés por el trabajo. Como he dicho antes, pasaba el tiempo absorto en la lectura de libros cuyos temas no guardaban la menor relación con lo que supuestamente tenía que hacer, y todo el mundo lo veía.
Eso fue sólo el principio. Aquel fue el primer signo de que no se estaba esforzando en su trabajo, y el segundo no tardó en llegar. Una tarde, Rong Jinzhen salió del comedor después del almuerzo y, como era su costumbre, cogió un libro y se fue a dar un paseo por el bosque. Por la tarde no dormía la siesta, pero tampoco se quedaba trabajando. Cada vez que podía, se iba a leer a un lugar tranquilo y apartado.
El ala norte del complejo se extendía por la falda de la montaña. Había muchas extensiones de bosque intacto entre las instalaciones del complejo y, de todas ellas, Rong Jinzhen solía frecuentar un pinar situado justo al lado de la entrada de la cueva donde trabajaba. Aparte de la comodidad de la ubicación, la otra razón por la que prefería ese pinar para sus paseos era el olor a pino, que le resultaba particularmente agradable, quizá porque le recordaba al jabón medicinal. Algunas personas no encuentran agradable el olor resinoso de los pinos, pero a él le encantaba. Es posible que su afición a ese olor guardara cierta relación con su adicción al tabaco, pues, desde que empezó a pasear con frecuencia por el bosque, logró reducir considerablemente la cantidad de cigarrillos que fumaba al día.
Esa vez, mientras paseaba por el bosque, oyó el crujido de unos pasos que se acercaban. Eran de un hombre de unos cincuenta años, de aspecto humilde y modesto, que le preguntó con una sonrisa sincera y amable si sabía jugar al ajedrez chino. Ante el gesto afirmativo de Rong Jinzhen, el hombre sacó un tablero y le propuso alegremente jugar una partida. Él no quería jugar, sino leer su libro, pero le pareció una descortesía decírselo al hombre a la cara. Habría sido una desconsideración negarse, por lo que asintió una vez más. Aunque habían pasado muchos años desde la última vez que había jugado, tenía la experiencia de haberse enfrentado a Jan Liseiwicz y había poca gente capaz de derrotarlo. Pero ese hombre no era como la mayoría de la gente. Los dos se dieron cuenta rápidamente de que ambos eran buenos jugadores y de que a cualquiera de los dos iba a costarle mucho derrotar al otro. Después de aquel día, el hombre iba a menudo a buscarlo, para jugar al ajedrez chino. Salía al bosque a mediodía o por la tarde, y a veces incluso lo esperaba junto a la entrada de la cueva, cerca de la puerta del comedor, para estar seguro de poder abordarlo cuando pasara. Era casi como si lo estuviera persiguiendo o acechando. No tardó en correr el rumor de que Rong Jinzhen estaba jugando al ajedrez con el lunático.
Todos en la Unidad 701 conocían a aquel loco que jugaba obsesivamente al ajedrez. Antes de la Liberación, había sido un estudiante destacado de la Facultad de Matemáticas de la Universidad Sun Yat-sen, reclutado por el ejército del Kuomintang y enviado a Indochina para trabajar en la Unidad de Criptografía. Allí había logrado descifrar un código militar japonés de alto nivel, lo que le había valido una fama instantánea entre los criptógrafos. Después, descontento con la decisión de Chiang Kai-shek de llevar al país a una segunda guerra civil, había abandonado secretamente las filas del ejército y, con nombre falso, se había puesto a trabajar de jefe de cuadrilla en una compañía eléctrica de Shanghái. Después de la Liberación, la Unidad 701 desplegó todos sus medios para encontrarlo y lo invitó a reincorporarse a sus filas. Ya de vuelta en la unidad, había logrado descifrar varios códigos estadounidenses de nivel medio y se había afianzado como el criptógrafo de mayor éxito de todo el servicio. Por desgracia, dos años antes de conocer a Rong Jinzhen había sufrido un brote esquizofrénico y, de la noche a la mañana, había dejado de ser un héroe admirado para convertirse en un lunático al que todos temían. Solía maldecir, gritar e insultar a las personas que se cruzaban en su camino, y en su furia llegaba a veces a la violencia física. Al parecer, ese tipo de esquizofrenia aguda, en particular la que va acompañada de reacciones violentas por parte del paciente y que suele recibir el nombre de esquizofrenia paranoide, responde bastante bien al tratamiento psiquiátrico. Sin embargo, como el hombre conocía muchos secretos importantes, nadie se atrevía a firmar la orden de enviarlo al hospital y, en consecuencia, lo siguieron tratando en el dispensario de la Unidad 701, donde no había psiquiatras, sino únicamente cirujanos. Para ocuparse del lunático, los doctores del dispensario recibieron una rápida instrucción impartida por expertos externos sobre un puñado de métodos terapéuticos, pero las cosas no salieron bien. Los médicos consiguieron calmarlo, pero el tratamiento escapó de su control. El hombre no parecía tener nada en la mente, excepto su obsesión por el ajedrez. De hecho, no podía pensar en otra cosa. De esquizofrénico paranoide había pasado a esquizofrénico catatónico.
En realidad, ni siquiera sabía jugar al ajedrez antes de caer enfermo, pero cuando salió de la clínica ya era un excelente jugador. Había aprendido de uno de los doctores. Según dijeron más adelante los expertos, todo el problema surgió porque el médico le había enseñado a jugar al xiangqi o ajedrez chino en una fase demasiado precoz de su recuperación. Como dijo uno de ellos, cuando alguien se está muriendo de inanición, no es conveniente atiborrarlo inmediatamente de comida. En un caso como el suyo, cuando el paciente inicia su recuperación, es perjudicial hacerle concentrar su inteligencia en un solo tema. Cuando eso sucede, es posible que más adelante le resulte difícil distraer su atención de ese tema concreto. Por supuesto, no hay razón para que un cirujano deba conocer los detalles de un tratamiento psicológico, y ese cirujano en particular era muy aficionado al ajedrez chino y solía jugarlo con sus pacientes. Un día, cuando observó que el esquizofrénico parecía capaz de comprender los movimientos de las piezas en el tablero, pensó que estaba ante un signo de incipiente recuperación, por lo que empezó a jugar con él. Creyó que de ese modo consolidaba su recuperación, pero, en realidad, no hacía más que precipitar el desastre. Transformó a un gran criptógrafo, que habría podido recuperarse plenamente de un colapso nervioso, en un lunático obsesionado con el ajedrez.
En pocas palabras, el caso había sido un fracaso de la atención médica en la Unidad 701, pero ¿qué otra cosa habrían podido hacer? La gente tiene que abrirse paso en la vida y, cuando todo sale bien, lo atribuye a la suerte, pero ¿a quién culpa cuando todo sale mal? No puede culpar a nadie. Si fuera preciso encontrar un culpable en este caso, habría que señalar al maldito oficio del pobre hombre y al hecho de que conocía demasiados secretos. Por tener demasiada información ultrasecreta, estaba condenado a pasar el resto de su vida confinado en aquel valle, mentalmente incapacitado. La gente comentaba que por su forma de jugar al ajedrez aún se notaba la inteligencia que había tenido antes de enfermar; pero el resto del tiempo, su coeficiente intelectual estaba más o menos al mismo nivel que el de un perro. Si le gritaban, huía corriendo, y si le sonreían y le hablaban con amabilidad, obedecía las órdenes. Como no tenía nada que hacer, se pasaba el día entero vagando por la Unidad 701, como un alma en pena.
Pero esa alma vagabunda había encontrado a Rong Jinzhen.
Y Rong Jinzhen no intentó ahuyentarlo, como hacían los demás.
Era muy fácil quitarse al lunático de encima; bastaba gritarle con severidad un par de veces. Rong Jinzhen no lo hizo. No lo eludió, ni le gritó, ni tampoco lo miró con desprecio. Lo trató del mismo modo que al resto de la gente: sin simpatía ni frialdad, sino únicamente con indiferencia, como si no le importara nada. A causa de esa manera de tratarlo, el loco lo siguió buscando y no lo dejaba nunca en paz. Siempre quería jugar otra partida más de xiangqi.
¡Otra partida!
¡Una partida más de ajedrez!
La gente no sabía si Rong Jinzhen jugaba con el lunático por pena o porque admiraba su habilidad como jugador. En realidad, no importaba que fuera una cosa o la otra. Lo que de verdad importaba era que un criptógrafo no debía desperdiciar el tiempo jugando al ajedrez chino. De hecho, el lunático se había vuelto loco por haberse obsesionado con los códigos que debía descifrar. Los códigos acabaron con su cordura del mismo modo que un globo que se llena progresivamente de aire termina por estallar. Cuando los miembros de la unidad vieron que Rong Jinzhen perdía el tiempo jugando al ajedrez en lugar de concentrarse en la criptografía, pensaron que no quería hacer su trabajo o que era un loco más, convencido de poder descifrar los códigos del mundo moviendo unas cuantas piezas sobre un tablero.
¿No trabajaba porque no quería o porque no podía? Muy pronto, la gente pudo deducir que el caso de Rong Jinzhen respondía a la primera explicación, y la prueba irrefutable fue una carta de Jan Liseiwicz.