Liseiwicz se había marchado, pero una parte de él aún seguía allí.
Mientras Jinzhen recibía los cuidados de un recién nacido, Liseiwicz se había puesto en contacto tres veces con el joven Lillie. La primera fue poco después de llegar al país X; había enviado una postal con un bonito paisaje y, al dorso, un simple saludo y una dirección de contacto. Era la de su casa particular, por lo que no había manera de saber dónde estaba trabajando. La segunda comunicación llegó poco después. Era una respuesta a la carta enviada por el joven Lillie. En ella, Liseiwicz decía que se alegraba de que Jinzhen estuviera mejor y daba una vaga contestación a la pregunta respecto a su ocupación. Mencionaba que estaba trabajando en un instituto de investigación, pero no decía cuál ni explicaba qué estaba haciendo; en cierto modo, parecía como si no estuviera autorizado a revelarlo. La tercera carta dirigida al joven Lillie llegó justo después del Año Nuevo chino. Liseiwicz la había escrito el día de Nochebuena. La imagen del sello utilizado para el franqueo era un árbol de Navidad. En la carta, Liseiwicz anunciaba que acababa de recibir una noticia fantástica de un amigo suyo: la Universidad de Princeton había fusionado varias unidades diferentes de investigación, para crear un instituto consagrado al estudio de la inteligencia artificial, bajo la dirección del famoso matemático Paul Samuelson. «Esto significa —escribía— que no soy el único en haber comprendido el valor y la importancia de este campo de investigación. Hasta donde yo sé, ese grupo es el único del mundo dedicado exclusivamente al tema».
Suponiendo que Jinzhen estuviera mejor (y de hecho ya se había recuperado bastante para entonces), Liseiwicz esperaba que él también pudiera empezar a trabajar en ese ámbito, y añadía que, en caso de que no pudiera desarrollar en China su investigación sobre la inteligencia artificial, lo más aconsejable era que se marchara a otro sitio donde pudiera hacerlo. En la carta, le decía al joven Lillie que no debía dejar que los problemas o las consideraciones a corto plazo impidieran a Jinzhen alcanzar los grandes logros de que era capaz. Tal vez porque temía que el joven Lillie convenciera a Jinzhen de que se quedara con él, se aseguró de incluir un proverbio chino en su argumentación: «Una espada buena no ha de usarse para cortar leña».
«En cualquier caso —escribió—, si en el pasado insistí en que Jinzhen debía estudiar en Estados Unidos, y si todavía lo sostengo, es porque allí tienen la infraestructura necesaria para apoyar su trabajo. Allí todo le resultará mucho más fácil».
Terminaba su carta con el siguiente párrafo:
Como te he dicho en otras ocasionas, Dios ha puesto a Jinzhen en el mundo para que investigue este tema. En el pasado me ha preocupado no poder proporcionarle el ambiente que necesitaba, por no mencionar el apoyo imprescindible para superar todas las dificultades que podía encontrar. Sin embargo, hoy creo que podemos ofrecerle las circunstancias adecuadas para desarrollar su trabajo y el espacio necesario para respirar y crecer: la Universidad de Princeton. Hay un dicho en tu país acerca de la joven que confecciona un vestido de novia para que se lo ponga otra. Quizá algún día el mundo descubra que todo el trabajo del grupo de Paul Samuelson sólo ha servido para confeccionar el vestido que se pondrá una «novia» china…
El joven Lillie leyó esa carta en una pausa entre clases. Mientras lo hacía, justo al otro lado de la ventana, los altavoces difundían a todo volumen un himno patriótico:
Con las cabezas bien altas,
sonriendo ante las fauces del peligro,
cruzaremos el río Yalu.
El periódico que acababa de leer estaba delante de él, sobre la mesa. El titular reproducía una de las consignas políticas del momento: «El imperialismo yanqui es un tigre de papel». Mientras escuchaba las palabras vehementes de la canción y contemplaba los gruesos caracteres negros del titular, se sintió completamente indefenso. No sabía qué responder a su lejano corresponsal. Tenía miedo, como si hubiera otra persona oculta entre las sombras, esperando a que se sentara a escribir la respuesta. En ese momento, él era el vicerrector de la Universidad N, pero también era teniente de alcalde de la ciudad C. Era la recompensa que la República Popular había concedido a la familia Rong por sus muchos años de dedicación a la ciencia y a la enseñanza, y por el patriotismo demostrado a lo largo de varias generaciones. El joven Lillie estaba viviendo la etapa más feliz de su vida. No era el tipo de persona que busca únicamente la gloria personal, pero no habría sido humano si no la hubiera apreciado. La familia Rong había atravesado un largo período de decadencia, pero los buenos tiempos habían vuelto y el joven Lillie disfrutaba de cada minuto de su recuperada dicha. Algunas personas creían que no valoraba del todo su buena fortuna, pero era sólo una apariencia, causada quizá por sus aires de intelectual aislado en una torre de marfil.
Al final, decidió no contestarle personalmente a Jan Liseiwicz. Le llevó la carta a Jinzhen, junto con dos periódicos que describían con todo detalle los sangrientos combates en Corea, entre el ejército de Estados Unidos y los voluntarios de la República Popular China, y le pidió que escribiera la respuesta.
Le dijo:
—Dale las gracias, pero dile que no puedes marcharte a causa de la guerra en Corea. Seguramente será una gran tristeza para él que los acontecimientos hayan tomado este rumbo. Para mí también. Pero el que más pierde eres tú. Creo que Dios no está de tu parte.
Después, cuando Jinzhen le entregó el borrador de la carta que había escrito, para que lo leyera, el viejo pareció haber olvidado sus anteriores consejos. Le tachó la mitad del texto, en particular los pasajes que expresaban tristeza y decepción, y le devolvió el resto, con las siguientes instrucciones:
—Recorta un par de artículos de los periódicos y envíaselos junto con la carta.
Eso sucedió en la primavera de 1951.
Después del Año Nuevo chino, Jinzhen volvió a asistir a clases. Por supuesto, no fue a Stanford ni a Princeton, sino de vuelta a la Universidad N. Cuando echó al buzón aquella carta cuidadosamente escrita, acompañada de dos o tres recortes de prensa, cerró uno de los caminos que habría podido seguir para inscribir su nombre en las páginas de la historia. Como dijo la maestra Rong, algunas cartas cuentan la historia, pero otras la escriben. La que Jinzhen le envió a Liseiwicz fue una de esas que cambian la vida de una persona.
[Transcripción de la entrevista a la maestra Rong]
Antes de que Zhendi volviera a clase, papá me preguntó si pensaba que debía incorporarse a su anterior grupo de alumnos o si era más aconsejable que empezara de nuevo, como si acabara de ingresar. Yo sabía que Zhendi había tenido unas calificaciones fantásticas como estudiante, pero solamente había asistido a tres semanas a clases, y además acababa de recuperarse de una gravísima enfermedad. No era bueno que tuviera demasiada carga de trabajo. No me pareció aconsejable que se incorporara al grupo de tercer curso, porque pensaba que supondría demasiada presión para él; por eso aconsejé que empezara otra vez en primer año. Sin embargo, al final no fue así, porque la universidad le permitió volver con sus antiguos camaradas, como él mismo pidió. Todavía recuerdo lo que dijo:
—Dios quiso que cayera enfermo para obligarme a estar un tiempo alejado de los libros de ciencias. Le preocupaba que acabara siendo prisionero de los libros y que, al perder el camino de la originalidad, no lograra nunca nada.
Una afirmación muy extraña, ¿no cree? Tan extraña que hasta parece desviarse un poco hacia la locura.
Hasta ese momento, Zhendi tenía muy poca autoestima, pero la enfermedad parecía haberlo cambiado. En realidad, la verdadera causa del cambio fueron los libros que leyó, una cantidad enorme de libros que no tenían nada que ver con las matemáticas. Mientras estaba en casa, convaleciente, leyó todos mis libros y todos los de mi padre, en particular las novelas. Los leía con una rapidez asombrosa y de una manera muy extraña: a veces sacaba un libro de la estantería, pasaba rápidamente todas las páginas y volvía a colocarlo en su sitio. Alguna gente suponía que de esa forma y en tan poco tiempo los leía de principio a fin, y por eso empezaron a llamarlo «pequeño Tuk», por el personaje de los cuentos de Hans Christian Andersen, aquel que se aprende las lecciones dejando por la noche los libros de texto debajo de la almohada. La idea era absurda, por supuesto. Era cierto que leía muy rápido, pero no tanto. Solía devolver la mayoría de los libros que sacaba de nuestra biblioteca antes de que pasaran veinticuatro horas. Lo cierto es que leer rápido y leer mucho son cosas relacionadas: cuanto más lees, más sabes y más rápidamente lees el libro siguiente. A medida que Zhendi leía más y más libros sobre temas diferentes de su objeto de estudio en la universidad, menos le interesaban sus libros de texto. Por eso empezó a saltarse las clases, incluso las mías. Al final del primer trimestre, después de reanudar los estudios, tanto sus calificaciones como el número de clases perdidas resultaron muy esclarecedores: pese a todo, seguía siendo el primero de la clase, con muchísima diferencia. Otro aspecto en el que superaba enormemente a sus compañeros era en el número de libros que sacaba de la biblioteca universitaria. En un solo trimestre había pedido prestados más de doscientos libros de diferentes temas, desde filosofía y literatura, hasta economía, arte y estrategia militar. Era una biblioteca muy completa. Por esa razón, durante las vacaciones de verano, mi padre lo llevó al desván, abrió el trastero y, señalándole los dos cajones que contenían los libros que había dejado Liseiwicz, le dijo:
—Estos que ves aquí no son libros corrientes. Los dejó Liseiwicz. Puedes leerlos en lo sucesivo, cuando no tengas nada que hacer. Temo, sin embargo, que no los entiendas.
Pasó un trimestre más y entonces, en marzo o abril del año siguiente, los compañeros de Zhendi empezaron a trabajar en sus tesis de grado. Más o menos por esa época, un par de profesores de la misma facultad vinieron a verme, porque consideraban que el tema elegido por Zhendi podía ser problemático. Querían que yo hablara con él e intentara persuadirlo para que eligiera otro, porque, de lo contrario, ninguno de ellos iba a poder supervisar su tesis. Les pregunté qué problema había con el tema elegido y me contestaron que era una cuestión política.
Zhendi había decidido basar su tesis en una teoría propuesta por el famoso matemático Georg Weinacht sobre la naturaleza binaria de ciertas constantes. Pensaba estructurar el trabajo en torno a la búsqueda de una prueba matemática para esa teoría. El problema radicaba en que, por aquella época, Georg Weinacht era conocido en la comunidad matemática por su postura notoriamente anticomunista. Se decía que había pegado un cartel en la puerta de su despacho que rezaba: PROHIBIDO EL PASO A COMUNISTAS Y COMPAÑEROS DE VIAJE. En el momento de las peores matanzas de la guerra de Corea, hizo declaraciones a la prensa en las que animaba al ejército norteamericano a cruzar el río Yalu. Sé muy bien que la ciencia es internacional y no conoce fronteras, y que ningún «ismo» debería afectarla, pero el posicionamiento decididamente anticomunista de Weinacht tenía mayor repercusión pública que sus teorías matemáticas y confería a sus trabajos una dimensión política. En esa época, había una serie de países comunistas, entre ellos la Unión Soviética, donde la validez de sus teorías no se admitía y donde sus trabajos ni siquiera se mencionaban, o bien eran objeto de críticas despiadadas. Tratar de demostrar una de sus teorías, como pretendía Zhendi, significaba ir totalmente a contracorriente. Era un tema muy delicado, con peligrosas connotaciones políticas.
Pues bien, no sé qué clase de bicho intelectual le habría picado a mi padre —quizá lo convenció la demostración a prueba de bombas de Zhendi—, pero lo cierto es que, en un momento en que todo el mundo eludía el tema o esperaba que intentara convencer a Zhendi para que cambiara de idea, no sólo no hizo nada de eso, sino que se puso de parte del muchacho y aceptó supervisarle la tesis. Papá lo animó para que siguiera adelante con el tema elegido.
Al final, el título de la tesis de grado de Zhendi fue: La constante π como número definible pero irracional. Era un tema muy alejado de cualquier cosa que hubiera estudiado en clase. Parecía un tema más propio de la tesis de un máster. No tengo la menor duda de que su elección se vio profundamente influida por los libros que había estado leyendo en el ático…
[Continuará]
Cuando leyó el primer borrador de la tesis de grado de Jinzhen, el joven Lillie se entusiasmó más que nunca. Quedó fascinado por la incisiva belleza del pensamiento lógico reflejado en la tesis, pero no pudo evitar la sensación de que algunas de las pruebas matemáticas eran innecesariamente complicadas y necesitaban mejoras. Sobre todo, le parecía oportuno simplificar la presentación y eliminar algunos elementos superfluos de las pruebas. Sin embargo, para desarrollar las demostraciones básicas (que en algunos casos eran muy complejas), Jinzhen había tenido que utilizar medios relativamente avanzados y había dado muestras de una comprensión que excedía el mero campo de las matemáticas. El primer borrador de la tesis tenía un total de veinte mil caracteres. Tras un par de revisiones, la versión final quedó reducida a poco más de diez mil. Más adelante, la publicó la revista Matemática Popular y causó sensación en los círculos matemáticos chinos. Sin embargo, nadie creía que Jinzhen realmente la hubiera escrito solo, porque, después de las dos revisiones, la calidad de la presentación había mejorado considerablemente. No parecía una simple tesis de grado, escrita por un estudiante, sino el ensayo innovador de un investigador experimentado.
Dicho esto, los puntos a favor y en contra de la tesis de Jinzhen estaban perfectamente claros. En lo tocante a las virtudes, era evidente que, a partir de una única constante matemática, Jinzhen había desarrollado la teoría binaria de Georg Weinacht hasta llegar a una solución matemática para uno de los principales problemas que se planteaban a los investigadores del campo de la inteligencia artificial. Era como si una mano humana hubiera sido capaz de atrapar y retener el viento invisible, ante la mirada atónita del observador. El punto débil de la tesis era el hecho de estar construida sobre una suposición, al tratar a π como una constante. Todas las pruebas desarrolladas por Jinzhen estaban basadas en esa teoría y, por lo tanto, era imposible que el lector no sintiera que todo el castillo estaba construido sobre arena. Para levantar el edificio con cimientos más firmes y demostrar el valor académico de la tesis, era preciso demostrar en primer lugar que π era efectivamente una constante. El problema de determinar si π es o no una constante lo plantearon los matemáticos hace muchos siglos, pero todavía carece de una prueba concluyente. Actualmente, muchos matemáticos consideran que lo es, pero mientras no exista una prueba definitiva, la creencia no dejará de ser una suposición. Si alguien lo afirma, no puede esperar que todos los demás estén de acuerdo. Del mismo modo, hasta que Newton observó que las manzanas caían siempre al suelo y lo expresó en su teoría de la gravitación universal, todos tenían derecho a dudar de la existencia de la gravedad.
Por supuesto, para quien no creyera que π era una constante, la tesis de Jinzhen era completamente inútil, ya que la teoría que la sustentaba carecía de una base sólida. Por otro lado, para los que sí lo creían, la tesis resultaba asombrosa. Era increíble lo que Jinzhen había logrado: algo así como doblar una gruesa barra de hierro para conseguir la figura de una flor. En su tesis, Jinzhen postulaba que la inteligencia humana debía considerarse una constante matemática y un número irracional que se prolongaba hasta el infinito. Una vez aceptada tal premisa, entraba en juego la segunda parte de la teoría binaria de Georg Weinacht, que podía resolver uno de los principales problemas para el desarrollo de la inteligencia artificial. La inteligencia humana también incluye un elemento de confusión, y la confusión es indefinible: representa algo que no se puede conocer por completo ni se puede reproducir. Por lo tanto, Jinzhen afirmaba que, en las condiciones presentes, no cabía el optimismo en cuanto a la posibilidad de obtener una réplica completa de la inteligencia humana por medios artificiales, ya que sólo era posible una aproximación.
De hecho, numerosos matemáticos están totalmente de acuerdo con la afirmación de Jinzhen, entre ellos muchos que siguen en activo. Podría decirse que su conclusión no tenía nada de novedoso, pero lo interesante era que había partido de una audaz hipótesis sobre la naturaleza binaria de la constante matemática π y, sobre esa base, había desarrollado una demostración de su tesis derivada de la matemática pura. O, por lo menos, eso había intentado. El problema era que los materiales utilizados (los cimientos de la casa) también requerían una demostración.
Por decirlo de otra forma, si algún día alguien lograra demostrar que π es una constante, entonces el valor de la tesis quedaría claro. Pero ese día todavía no ha llegado, por lo que, en términos estrictos, su trabajo carece de valor teórico. Su principal valor era el de haber demostrado la inteligencia y la audacia de Jinzhen. Aun así, por la relación del muchacho con el joven Lillie, mucha gente se resistió a creer que la tesis fuera exclusivamente obra suya y, por lo tanto, la magnitud de su genio quedó en entredicho. De hecho, la tesis no le aportó nada bueno a Jinzhen. No supuso ningún cambio para su vida, pero cambió considerablemente los últimos años de la vida del joven Lillie…
[Transcripción de la entrevista a la maestra Rong]
Puedo afirmar con total rotundidad que Zhendi escribió la tesis completamente solo. Papá me dijo que, aparte de recomendarle un par de libros de consulta y de redactar la introducción, él no había tenido nada que ver con su contenido. Todo era fruto del esfuerzo de Zhendi. Recuerdo lo que escribió mi padre en la introducción. Decía así: «Lo mejor que podemos hacer ante nuestros demonios es enfrentarnos con ellos. ¡Que conozcan nuestra fuerza! Georg Weinacht es un demonio que infesta los sagrados templos de la investigación científica, sin recibir ningún castigo por sus crímenes. Por eso es el momento de hacerle frente. Esta tesis pondrá para siempre las perniciosas teorías de Weinacht en el sitio que les corresponde, ya que muchas de las cuerdas que toca suenan falsas o desafinadas, pero otras parecen incluso aceptables».
Poco después de la publicación de la tesis, papá viajó a Pekín. No sabíamos qué planes tenía. Se marchó repentinamente, sin decir a nadie lo que pensaba hacer. Alrededor de un mes después, llegó un mensajero a la Universidad N para comunicarnos tres decisiones de las autoridades centrales. Sólo entonces comprendimos cuál había sido el motivo del viaje de mi padre a Pekín. Las tres decisiones eran las siguientes:
Se presentaron muchos aspirantes para trabajar en el centro de investigación, pero, después de entrevistarlos a todos, mi padre llegó a la conclusión de que ninguno igualaba a Zhendi. Nuestro muchacho fue el primero en ser contratado por el nuevo centro y, tal como pudo verse enseguida, fue el único en desempeñar una función relevante, ya que el resto de los empleados eran simples colaboradores suyos, elegidos para ocuparse de las tareas más rutinarias. Todo eso causó muy mala impresión, porque era como si aquel centro de investigación de categoría internacional hubiera sido monopolizado por los miembros de la familia Rong. La gente habló mucho al respecto.
En realidad, cada vez que mi padre había sido funcionario del Estado, se había esforzado por demostrar su imparcialidad, sobre todo en lo referente a la contratación del personal. Siempre había evitado contratar a cualquiera que tuviera la más remota conexión con la familia, hasta el punto de que a veces podía parecer despiadado con los suyos. Los Rong habíamos sido los fundadores de la Universidad N. Si hubiésemos reunido a todos los miembros del clan que alguna vez habíamos trabajado en ella a través de las generaciones, habríamos podido llenar por lo menos un par de mesas de banquete. Mi abuelo, el viejo Lillie, favoreció siempre a los miembros de la familia. Les buscaba empleo y, a los que estaban en la universidad, les ofrecía la oportunidad de desarrollar su talento y de frecuentar otras instituciones, para que aprendieran de la experiencia. Con mi padre, todo cambió. Al principio, cuando tenía un cargo oficial, pero sin poder real, no podía ayudarnos, aunque hubiera querido. Pero más adelante, cuando tuvo el cargo y también el poder, prefirió no ayudar a la familia, aunque habría podido hacerlo. Durante los años en que fue rector de la universidad, no contrató ni a un solo miembro de la familia Rong, por muy cualificados que estuvieran para ocupar los puestos vacantes. Incluso en mi caso, el claustro recomendó mi ascenso en un par de ocasiones. Querían que fuera asistente del decano, pero las dos veces mi padre vetó la decisión. Marcó los informes con una cruz, como las que se usan para indicar los errores en un examen. Lo que le pasó a mi hermano fue todavía más irritante. Había vuelto del extranjero con un doctorado en física, y su experiencia realmente habría podido beneficiar a nuestra universidad, pero mi padre le dijo que se fuera a otro sitio. ¿Adónde iba a ir en la ciudad C? Tuvo que dar clases en la Escuela de Magisterio, donde tanto las condiciones de trabajo como el nivel de los estudiantes eran considerablemente inferiores. Al año siguiente aceptó un trabajo en una universidad de Shanghái. Mi madre se puso furiosa con mi padre, porque pensaba que había provocado deliberadamente la separación de la familia.
En cambio, cuando llegó el momento de contratar a Zhendi para el nuevo centro de investigación, se esfumaron todos los principios que a mi padre le impedían dar empleo a los miembros de la familia. No prestó atención a las habladurías e hizo sencillamente su voluntad. Parecía obsesionado y nadie se explicaba qué había podido hacerlo cambiar de actitud. Pero yo lo sabía, porque un día me había enseñado la carta que le había escrito Jan Liseiwicz poco antes de marcharse. Me dijo:
—La carta de Liseiwicz me hizo dudar, pero lo que realmente me convenció fue la tesis de grado de Jinzhen. Hasta ese momento, había pensado que la idea de Liseiwicz era una quimera; pero después de leer la tesis, decidí darle una oportunidad. Cuando era joven, albergaba la esperanza de que algún día podría hacer alguna contribución concreta a la ciencia. Tal vez ya sea tarde para mí, pero Jinzhen me ha dado confianza para intentarlo. ¿Sabes?, Liseiwicz está totalmente en lo cierto: sin Jinzhen, no tengo la menor esperanza de conseguir nada; pero con él, ¿quién sabe hasta dónde podremos llegar? Siempre he valorado el talento del muchacho, pero ahora pienso darle una oportunidad para que demuestre lo que es capaz de hacer…
[Continuará]
Así fue. Tal como me dijo la maestra Rong, Jinzhen había sido la inspiración para que su padre trabajara en ese proyecto. ¿Cómo iba a darle el empleo a otro? Así pues, Jinzhen no sólo cambió los últimos años de la vida del joven Lillie, sino también uno de sus principios más firmes. Incluso podría decirse que cambió su fe en la humanidad. En las postrimerías de su vida, el viejo profesor recuperó sus sueños de juventud. Decidido a hacer una contribución real a su ámbito de la ciencia, estaba dispuesto incluso a descartar como inservible casi todo lo hecho hasta entonces durante el resto de su vida activa, así como todo lo conseguido durante su carrera pública. Ese siempre ha sido uno de los problemas de los intelectuales chinos. Para ellos, una carrera académica es fundamentalmente incompatible con los cargos públicos. Pero el anciano había encontrado un nuevo inicio para su carrera, y sólo el tiempo podría decir si el nuevo comienzo iba a ser una tragedia o un motivo de alegría.
Durante los dos o tres años siguientes, Jinzhen y el joven Lillie se dedicaron en cuerpo y alma al centro de investigación, prácticamente sin mantener ningún contacto con el mundo exterior. De vez en cuando asistían a una conferencia sobre matemáticas o publicaban un trabajo, pero eso era todo. Por los seis artículos firmados por ambos que aparecieron en las revistas especializadas, se podía deducir que el trabajo avanzaba a buen ritmo. Era evidente que su investigación estaba mucho más avanzada que la de cualquier otro centro del país, y que no estaba muy lejos de la vanguardia internacional. Los dos primeros artículos publicados en China aparecieron también en tres revistas internacionales, lo que permite hacerse una idea de la importancia de los resultados alcanzados. Más o menos por esa época, Roy Alexander, jefe de redacción de la revista estadounidense Time, lanzó una advertencia al gobierno norteamericano: ¡China se les estaba adelantando en la construcción de computadoras! El nombre de Jinzhen empezaba a ser noticia.
No era más que alarmismo de la prensa, por supuesto. Cualquiera que leyera los dos artículos con detenimiento, sin prestar atención al revuelo periodístico, se habría dado cuenta de que Jinzhen y el joven Lillie habían encontrado serios obstáculos durante el desarrollo de su investigación. Era perfectamente normal. Después de todo, un ordenador no es lo mismo que un cerebro humano. Con las personas, basta con que un hombre y una mujer se acuesten juntos para crear un nuevo ejemplo de inteligencia humana. Puede haber fallos, claro, como cuando nace una persona con deficiencia mental. En muchos aspectos, la creación de inteligencia artificial podría compararse con la tarea de convertir a un deficiente mental en una persona de inteligencia elevada, algo sumamente difícil. Dada la dificultad de la tarea, era previsible que surgieran inconvenientes y que se produjeran frustraciones, pero a nadie le habría parecido normal que esos obstáculos fueran un motivo para abandonar el esfuerzo. Más adelante, cuando el joven Lillie dejó marchar a Jinzhen, nadie creyó ni una palabra de su explicación.
—Hemos encontrado enormes problemas en nuestra investigación —dijo—, y si seguimos como hasta ahora, no veo ninguna perspectiva de éxito. No quiero que un joven del talento de Jinzhen se vea obligado a seguir conmigo por este camino dudoso, poniendo su propio futuro en entredicho. Quiero que haga algo de auténtico valor.
Eso fue en el verano de 1956.
Ese mismo verano, en la universidad se hablaba del hombre que había venido a llevarse a Jinzhen. Todo parecía muy misterioso. ¿Por qué había aceptado el joven Lillie que Jinzhen se marchara? Todos se lo preguntaban, pero nadie era capaz de encontrar una respuesta, por lo que el enigma siguió sin resolverse.
El hombre que se lo llevó cojeaba al andar.
Eso también era parte del misterio.