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Jan Liseiwicz y Jinzhen terminaron las reglas de su ajedrez matemático en la primavera de 1949. Poco después de que fue liberada la capital provincial, la ciudad C, Liseiwicz recibió una invitación del boletín Anales de Matemáticas para asistir a un seminario en la UCLA. Para que los asistentes de Asia pudieran organizar con más facilidad el viaje, había un punto de reunión en Hong Kong, donde todos debían encontrarse para después continuar en avión hasta California, en el tramo final. Liseiwicz no pasó mucho tiempo en Estados Unidos: quizá un mes y medio en total. Estuvo de vuelta con tanta rapidez en la universidad que a muchos les costó creer que realmente hubiese ido a Norteamérica y regresado en tan poco tiempo. Sin embargo, tenía pruebas en abundancia: ofertas de trabajo de varias universidades e institutos de investigación en Polonia, Austria y Estados Unidos, así como fotografías suyas en compañía de John von Neumann, Lloyd Shapley, Irvin Cohen y otros matemáticos famosos. Además, había traído consigo el cuestionario del Concurso Putnam de Matemáticas de aquel año.

[Transcripción de la entrevista a la maestra Rong]

Putnam es el nombre de un matemático. Su nombre completo era William Lowell Putnam y era estadounidense. La gente lo llamaba «el segundo Gauss». En 1921, la Sociedad Americana de Matemáticos, en colaboración con varias universidades, instituyó una competición anual, el Concurso Putnam de Matemáticas, que despertó un considerable interés en círculos universitarios y en las sociedades matemáticas, pues era un importante instrumento para descubrir nuevos talentos entre los estudiantes universitarios. El concurso consiste en una serie de problemas sobre los principios básicos que se enseñan en las universidades, pero las preguntas son muy difíciles y requieren un nivel muy elevado de talento matemático. Aunque cada año los estudiantes que participan en el concurso son los mejores de cada universidad, el nivel de dificultad de los problemas es tan increíble que la mayoría de los participantes terminan la prueba sin conseguir ni un solo punto. Las mejores universidades de Estados Unidos e incluso del mundo se disputan a los primeros treinta clasificados de cada edición. Por ejemplo, Harvard ofrece a los tres primeros la más generosa de sus becas. Aquel año hubo quince preguntas. La nota máxima era de 150 puntos para el que diera todas las respuestas correctas en menos de cuarenta y cinco minutos. El estudiante mejor clasificado de aquella edición había obtenido una calificación de 76,50 puntos, y una puntuación de más de 37,55 había sido suficiente para figurar entre los diez primeros.

Liseiwicz había conseguido el cuestionario para poner a prueba a Zhendi. No quería examinar a nadie más. Pedir a otras personas (incluidos los profesores de la universidad) que respondieran a las preguntas habría sido someterlas a un mal trago innecesario e inútil. Por eso, para bien de todos los interesados, era preferible no molestar a nadie más con el cuestionario. Antes de presentarle las preguntas a Zhendi, Liseiwicz se encerró en su despacho durante cuarenta y cinco minutos, y realizó la prueba. Cuando hubo terminado, calculó la puntuación que le habría correspondido y llegó a la conclusión de que aquel año no habría podido conseguir el primer premio, porque sólo había contestado correctamente ocho preguntas y había dejado un problema inconcluso. Si hubiera dispuesto de un par de minutos más, habría podido contestar también a la novena pregunta, pero los límites de tiempo eran muy estrictos. De hecho, uno de los propósitos del Concurso Putnam de Matemáticas era poner de manifiesto dos puntos importantes:

  1. Las matemáticas son la más científica de todas las ciencias.
  2. Las matemáticas son la ciencia del tiempo.

Robert Oppenheimer, a quien se suele considerar el padre de la bomba atómica, dijo una vez: «En la ciencia, el verdadero obstáculo es el tiempo. Si dispusiéramos de tiempo ilimitado, todo el mundo podría aprender todos los secretos del universo». Algunos dicen que, al construir la primera bomba atómica de la historia, Oppenheimer encontró la mejor solución al problema de cómo poner fin a la segunda guerra mundial. Pero ¿qué habría pasado si hubiera sido Hitler el primero en conseguirla? ¿No habríamos tenido entonces un problema mucho peor?

Zhendi logró contestar seis preguntas en los cuarenta y cinco minutos disponibles. En una de ellas, Liseiwicz consideró que había interpretado mal el planteamiento y, por lo tanto, no le concedió ningún punto. La última pregunta era un problema de lógica, y Zhendi había dispuesto solamente de un minuto y medio para considerarlo. El tiempo no era suficiente ni siquiera para empezar a resolver el problema, por lo que no había escrito nada. Solamente había cavilado un poco y, en los últimos segundos del examen, había garabateado la respuesta correcta. Era una hazaña notable y una nueva demostración de que la inteligencia de Zhendi era sumamente inusual. La calificación de ese tipo de respuesta habría dependido del examinador. Uno generoso le habría concedido la nota máxima, mientras que otro más estricto le habría restado unos cuantos puntos. Todo dependía de la apreciación que hiciera el examinador de la capacidad del estudiante. En el peor de los casos, Zhendi merecía 2,5 puntos por su respuesta. Así pues, tras un momento de reflexión, Liseiwicz decidió ser severo y concederle esa puntuación. El total de Zhendi fue de 42,5 puntos, en un año en que 37,55 le habrían bastado para figurar entre los diez primeros del Concurso Putnam de Matemáticas.

Eso significaba que, si Zhendi hubiese participado en la competición, habría quedado clasificado entre los diez primeros, lo que le habría supuesto la oportunidad de estudiar en una de las mejores universidades de Estados Unidos, y la fama de ser reconocido como uno de los mejor clasificados en el Concurso Putnam de Matemáticas. Pero como Zhendi no había participado formalmente, si Liseiwicz hubiera enseñado a la gente su examen, se le habrían reído en la cara. No habrían podido creer que ese chiquillo procedente de un lugar perdido de China del que nadie había oído hablar hubiese conseguido una puntuación tan alta. Habrían pensado que les estaban tomando el pelo. Incluso Liseiwicz, con las hojas del examen delante, tenía la sensación de ser víctima de un engaño. Era sólo una sensación, por supuesto, porque él sabía positivamente que Zhendi no había podido hacer ninguna trampa. Entonces puso en marcha algo que comenzó como un juego y que acabó convirtiéndose en una cosa muy seria.

[Continuará]

Lo primero que hizo Liseiwicz fue ir a buscar al joven Lillie para contarle que había sometido a prueba a Jinzhen con el cuestionario del Concurso Putnam de Matemáticas. Después le dio su meditada opinión al respecto:

—Te aseguro que Jinzhen es el mejor estudiante que ha tenido esta universidad, y estoy convencido de que en el futuro podría llegar a ser el mejor estudiante de Harvard, del MIT, de Princeton, de Stanford o de cualquier otra universidad de primera categoría mundial. Por eso he venido a decirte que deberías enviarlo a estudiar al extranjero: a Harvard, al MIT o a donde sea.

El joven Lillie guardó silencio. Al cabo de unos instantes, Liseiwicz prosiguió:

—Deberías confiar en su capacidad y darle una oportunidad.

El joven Lillie meneó tristemente la cabeza.

—Por desgracia, no es posible.

—¿Por qué? —preguntó Liseiwicz, con los ojos muy abiertos por el asombro.

—No tenemos dinero —respondió el joven Lillie con franqueza.

—Sólo tendrás que pagarle la matrícula del primer semestre —replicó Liseiwicz—. Estoy completamente seguro de que ya tendrá una beca cuando empiece el segundo.

—El problema no se reduce al primer semestre —dijo el joven Lillie con una sonrisa amarga—. En nuestra presente situación, ni siquiera podríamos pagarle el viaje.

Liseiwicz quedó muy decepcionado.

Parte de su decepción se debía al natural sentimiento de tristeza de que el sueño que había concebido para su alumno no pudiera hacerse realidad, pero también lo atormentaba la sospecha. Nunca se había puesto de acuerdo con el joven Lillie acerca del futuro académico del muchacho, y no podía saber si el vicerrector de la universidad le estaba diciendo la verdad o si sus explicaciones no eran más que una excusa para no aceptar su propuesta. Después de pensárselo un rato, llegó a la conclusión de que la segunda posibilidad era la más verosímil, porque le costaba creer que una familia tan acaudalada como la de los Rong pudiera pasar estrecheces.

Sin embargo, todo lo que le había dicho el joven Lillie era estrictamente cierto. Jan Liseiwicz no sabía que, un par de meses antes, en el marco de la reforma agraria, a los Rong les habían confiscado las últimas propiedades en Tongzhen, y que lo único que conservaba la familia era un par de dependencias destartaladas de la vieja mansión. También tenían un local en la capital, pero, unos días antes de su conversación con Liseiwicz, en la ceremonia de bienvenida del nuevo alcalde, el joven Lillie (como miembro de una conocida familia de acendrado patriotismo) había hecho entrega de su propiedad al gobierno popular de la ciudad C, en señal de apoyo a la recién instituida República Popular China. El uso de un acto público para efectuar la donación podría haber hecho pensar que el joven Lillie estaba buscando el favor de las nuevas autoridades, pero no era así. En realidad, fueron los receptores de la donación los que estipularon que la hiciera efectiva de esa forma. El joven Lillie, por su parte, estuvo de acuerdo con el razonamiento de que la donación pública serviría de ejemplo y estímulo para que las familias más pudientes expresaran su apoyo al nuevo gobierno. Puedo afirmar sin temor a equivocarme que todos los Rong eran grandes patriotas y que el joven Lillie no era ninguna excepción, ya que no dudó en sumirse en la más absoluta pobreza para demostrar su lealtad a la República Popular. Su apoyo venía determinado tanto por su apreciación del panorama general como por su experiencia personal del trato injusto que le había deparado el anterior gobierno del Kuomintang. En cualquier caso, cuando las propiedades heredadas de sus antepasados llegaron a manos de su padre y a las suyas propias, una parte de la fortuna se había gastado, otra estaba en ruinas y una tercera había sido dividida, de tal modo que ya no quedaba nada. Los ahorros personales del joven Lillie se habían consumido en la inútil batalla por salvar la vida de la hija que había fallecido. Su salario no había aumentado al mismo ritmo que el coste de la vida, y sus otras fuentes de ingresos se habían perdido. Si Jinzhen quería ir a estudiar al extranjero, el joven Lillie no podía hacer nada por ayudarlo, por mucho que le hubiera gustado darle su apoyo.

Al cabo de un tiempo, Liseiwicz comprendió lo que había pasado. Sucedió unos dos meses después, cuando recibió una carta del doctor Gábor Szegő, entonces decano de la Facultad de Matemáticas de la Universidad de Stanford, que le anunciaba su decisión de aceptar a Jinzhen como estudiante becado y le adjuntaba un giro postal por valor de ciento diez dólares, para los gastos de viaje. Esa suma procedía de los fondos de la facultad, y había llegado a China gracias a la persuasiva insistencia de Liseiwicz, que le había escrito al doctor Szegő una carta de tres mil palabras. Ahora esas tres mil palabras habían vuelto a su remitente, convertidas en una beca que cubría todos los gastos para estudiar el doctorado en Stanford y en dinero para pagar la travesía en barco. Liseiwicz observó complacido lo mucho que se alegró el joven Lillie cuando recibió la noticia.

Sin embargo, poco antes de la fecha programada para viajar a Stanford, Jinzhen cayó gravemente enfermo. Esa enfermedad fue la causa de que se pasara el resto de su vida en China.

[Transcripción de la entrevista a la maestra Rong]

Tenía insuficiencia renal.

Estuvo al borde de la muerte.

Cuando se puso enfermo, el médico lo desahució. Dijo que, en el mejor de los casos, viviría seis meses. Durante todo ese tiempo, la muerte lo estuvo rondando. Él, que siempre había sido delgado, se hinchó hasta extremos inconcebibles, aunque su peso no dejaba de disminuir.

Padecía edema, a causa de la insuficiencia renal. Era como si tuviera el cuerpo hecho de masa de pan y no dejara de fermentar e hincharse, hasta volverse ligero y blando como una bola de algodón. Parecía como si fuera a estallar si alguien lo pinchaba con una aguja. Los médicos dijeron que fue un milagro que sobreviviera; de hecho, puede decirse que en su caso prácticamente volvió de la muerte. Estuvo ingresado en un hospital durante casi dos años, y en todo ese tiempo tuvo prohibida la sal, que era un veneno para él. La lucha por la vida lo dejó exhausto. El dinero que le habían mandado desde Stanford para pagarle el viaje se usó para cubrir los gastos médicos. Todo —la beca para estudiar en aquella universidad, su doctorado, su vida de estudiante y su futuro— lo devoró el espantoso presente, y aquello se convirtió en un sueño cada vez más desdibujado. Los esfuerzos de Liseiwicz fueron inútiles. Había querido ofrecerle un futuro brillante a su mejor alumno, pero se veía ante dos realidades muy difíciles de aceptar. En primer lugar, el dinero se había esfumado y era imposible que la familia Rong, dado el estado de sus finanzas, pudiera restituir en algún momento los ciento diez dólares. Y, en segundo lugar, las personas en quienes confiaba Liseiwicz para garantizar su futura seguridad (entre ellas yo) habían dudado de él y de sus propósitos.

Pero los hechos habían demostrado la pureza de sus intenciones, y sus actos habían probado más allá de toda duda que sentía auténtico aprecio por Zhendi. Basta pensar por un momento que si Liseiwicz realmente hubiera estado utilizando al muchacho para hacer avanzar su propia investigación, jamás lo habría animado a ir a Stanford. En este mundo no hay verdaderos secretos; con el tiempo, la verdad siempre sale a la luz. El secreto de Liseiwicz era que él, más que ninguna otra persona, había llegado al convencimiento de que Zhendi era un auténtico genio matemático. Quizá viera en el muchacho un reflejo de sí mismo a su edad. Lo quería sin egoísmos, como quería a su propia infancia. En ese sentido, era completamente serio y totalmente inocente.

Si alguna vez cometió alguna injusticia con Zhendi, fue mucho después, y a raíz del juego de ajedrez matemático que habían desarrollado entre los dos. El juego acabó siendo muy conocido en los círculos matemáticos de Europa y Estados Unidos. Muchos matemáticos lo jugaban. Pero no lo llamaban «ajedrez matemático», porque lo habían conocido con el nombre de Jan Liseiwicz. Lo llamaban «ajedrez de Liseiwicz». A lo largo de los años, tuve oportunidad de leer varios artículos sobre el ajedrez de Liseiwicz, y todas las opiniones eran muy buenas. A veces, su importancia se comparaba con la teoría de Von Neumann, que describía el ajedrez como un juego de suma cero. Se decía que, si bien el concepto de Von Neumann había sido particularmente relevante para la teoría económica, el ajedrez de Liseiwicz era una gran aportación para la estrategia militar. Aunque las aplicaciones prácticas del juego aún estaban por demostrar, su importancia teórica se consideraba enorme. La gente veía a Liseiwicz, el ganador más joven de la Medalla Fields, como una estrella del mundo de las matemáticas. Sin embargo, desde que se había establecido en China, no había desarrollado ninguna investigación original de importancia, con la única excepción del ajedrez de Liseiwicz, el último gran logro del final de su carrera.

Como dije antes, el ajedrez de Liseiwicz, conocido originalmente como ajedrez matemático, lo había desarrollado Jan Liseiwicz en colaboración con Zhendi. Creo que este merecía parte del reconocimiento, pero desde el momento en que Liseiwicz le puso su nombre al juego, cerró todas las puertas al reconocimiento del mérito de Zhendi. Lo eliminó de la historia y acaparó toda la fama para sí mismo. Podemos decir que fue una injusticia para Zhendi, pero también hay que reconocer que los dos se llevaban muy bien y que Liseiwicz hizo todo lo posible para favorecer al muchacho…

[Continuará]