ADIOS A MAFUMU… Y ¡POR FIN EN CASA!
—No nos ocurre nada —contestó el capitán sonriendo—. Pero no podemos llevarnos a Mafumu a Inglaterra; tiene que volver con su tribu. Ellos viven cerca de aquí. Vea, allá en aquel poblado —dijo señalando unas casas con techo de paja.
—Los niños querrán despedirse de él. ¡Eh, Jack!, acompáñalos, y tú también, Paul. Os esperaremos aquí.
Todos los niños salieron de los dos aviones para despedirse de su amiguito, a quien debían también su rescate, puesto que les había servido de gran ayuda haciendo de intérprete.
—¿No podemos llevárnoslo? —preguntó Paul—. Podemos regalarle vestidos y vendría con nosotros a la escuela.
—Mafumu no sería feliz en Inglaterra —dijo Ranni—. Prometo que volveremos a hacerle una visita y no me sorprendería que llegase a ser jefe de su tribu; es valiente y tiene talento.
—¡Oh! Todo el poblado viene hacia aquí corriendo. Apuesto a que han visto a Mafumu.
Era cierto. Todos los habitantes del pequeño poblado, hombres, mujeres y niños se acercaban corriendo. Habían visto a Mafumu y aunque temían al «gran pájaro» pensaron que no sería peligroso si Mafumu volvía en uno de ellos sano y salvo.
—Mafumu, toma este recuerdo —dijo Paul, y le entregó un bonito cortaplumas de oro.
Mafumu estaba contentísimo. Alguna vez había visto usarlo a Paul y ni siquiera se había atrevido a pedirlo prestado y ahora era suyo…, ¡suyo!
Entonces, todos dieron a Mafumu un regalo. Nora le dio un collar de cuentas. Peggy, un broche con su inicial «P». Mike, tres canicas de cristal, y Jack le entregó un precioso lápiz de plata. Mafumu no cabía en sí de alegría. Estaba muy emocionado y sonreía continuamente enseñando sus dientes blancos como la nieve.
De pronto se arrodilló y besó los pies de Jack.
—¡Levántate, Mafumu! —dijo apuradísimo.
Mafumu se levantó. Tenía los ojos llenos de lágrimas. Él no tenía nada que darle a su amito Jack, nada…, excepto el collar de dientes de cocodrilo. Se lo quitó rápidamente y se lo entregó a Jack.
—No, Mafumu, yo sé que tú crees que estos dientes de cocodrilo te preservan de todo peligro. Guárdalo.
Pero Mafumu no quiso tenerlo de ninguna manera. Se lo puso en la mano de Jack y éste lo cogió y se lo metió en el bolsillo. Tenía un nudo en la garganta y muchas ganas de llorar.
Ranni le dio un espejo, y Pilescu, una libreta para que escribiera con su lápiz «mágico», que salía la punta dándole la vuelta. El capitán le regaló unos anteojos y la señora Arnold una fotografía de todos sus hijos. Mafumu bailó una danza guerrera alrededor de todos los regalos.
Los nativos habían ido acercándose a Mafumu sorprendidos de ver cuántos regalos le habían hecho.
—¡Adiós! —dijo el negrito en inglés—. Adiós. Volver, volver otro día. ¡Mafumu amigo vuestro!
Todos subieron de nuevo a los aviones. Las gentes de aquel poblado se apartaron y de nuevo la «Golondrina Blanca» y el avión del príncipe surcaron los aires.
—No me gusta haber tenido que dejar a Mafumu. Era nuestro amigo. Estoy muy triste —suspiró Peggy.
—Jack tiene la suerte de poseer un collar de dientes de cocodrilo —dijo Paul.
—Y tú tienes la suerte de tener unos vestidos y un sombrero tan bonitos para enseñar a tus amigos —replicó Peggy.
Los aviones dieron la vuelta y volvieron a volar sobre la Montaña Secreta. Todos miraron por las ventanillas.
—¿Verdad que fue divertido el eclipse de sol?
—¿Y verdad que estaba elegante Paul con su traje y su sombrero? —recordó Peggy.
—¿Y no fue estupendo cuando estábamos a punto de volver a caer prisioneros y oímos el ruido de los motores de los aviones? —exclamó Jack.
—Me gustaría volver a vivir una aventura igual que ésta —dijo Paul—. Ha habido momentos muy peligrosos. Pero yo amo el peligro.
—Bueno, podemos estar contentos de que esta aventura haya terminado y que la podamos contar —dijo Ranni—. Ahora regresaremos a Inglaterra y volveréis sanos y salvos a la escuela.
—¡La escuela! No puedo imaginar la escuela después de pasar tantas aventuras extraordinarias —dijo Paul—. No quiero volver a la escuela. Quiero ir a otro lugar en mi avión, Ranni.
—Puede usted querer lo que le plazca, pero la escuela es el lugar mejor y más seguro para usted. Puede contárselo a sus compañeros y seguro que le creerán un héroe.
—No soy un héroe, pero me gustaría que mi pueblo lo creyera.
Los aviones seguían su ruta. Por fin aterrizaron en un aeropuerto para repostar gasolina. Los niños comieron en un restaurante. El capitán mandó un telegrama urgente a Inglaterra diciendo que estaban a salvo.
Luego reemprendieron el vuelo rumbo a Inglaterra.
Los niños durmieron toda la noche. Es divertido tener peligrosas aventuras, pero era estupendo estar de nuevo en casa.
Al día siguiente llegaron a su país. Aterrizaron en Croydon. Una multitud de fotógrafos y periodistas los rodearon cuando bajaron del avión. El capitán dijo unas palabras por radio anunciando que estaban bien.
Subieron a dos coches que los estaban esperando y se dirigieron a Londres. Allí los estaba esperando Dimmy.
Dimmy estaba en lo alto de la escalera. Los niños subieron los escalones de dos en dos y se precipitaron a sus brazos. Todos hablaban a la vez.
—Hemos estado en África…
—Encontramos la Montaña Secreta…
—Iban a matar a Paul para contentar al dios Sol…
—Vino un eclipse y pensaron que habíamos matado el Sol…
—A «mí» sí que me vais a matar si no me soltáis —dijo Dimmy con voz sofocada.
Daba gracias a Dios porque volvían a estar todos allí. Estuvo todo el tiempo terriblemente preocupada, pero ya había pasado todo…
El capitán se encargó de contar la historia a Dimmy. Y por fin Dimmy se enteró de lo que les había ocurrido.
—Habéis pasado muchas aventuras, niños —dijo Dimmy—, pero creo que ésta es la mejor de todas.
—Mira —dijo Jack enseñándole su collar—. Son dientes de cocodrilo. Mafumu me lo dio.
—Bueno, niños, es muy tarde ya. Tenéis que acostaros.
—¡Acostarnos! ¿Podremos por fin acostarnos en una cama? —dijo Peggy—. No lo hemos hecho en varias semanas.
—Pues ahora lo harás. Vamos, todos. ¡A dormir! Mañana habrá bizcochos y limonadas para los que vengan en seguida y «nada» para los perezosos.
Se fueron, pues, a la cama, pero aún estuvieron mucho tiempo hablando de la gran aventura que habían vivido juntos.
—¡Silencio! —dijo Dimmy—. Apagad la luz y dormíos de una vez.
Dejémosles nosotros también. Dejemos que sueñen con la extraña y lejana Montaña Secreta.
FIN