UN EMOCIONANTE RESCATE
El rey y sus súbditos estaban locos de terror cuando vieron el gran pájaro posarse en su montaña. Cuando el avión aterrizó, comenzaron a lamentarse como si les afligiera un gran dolor.
Los niños corrieron hacia Ranni y le hicieron muchas preguntas.
—Si me hubieras visto ayer… —dijo Paul—. Llevaba un vestido de oro y un sombrero.
Los fieros habitantes de la Montaña Secreta habían puesto los pies en polvorosa y habían desaparecido de la cumbre de la montaña, cerrando de nuevo la gran puerta.
El avión del príncipe Paul aterrizó junto a la «Golondrina Blanca»,
—Han hecho ustedes un aterrizaje perfecto —dijo el capitán a Ranni y a Pilescu, que era quien pilotaba el avión del príncipe.
—Vámonos pronto de aquí. Hemos escapado milagrosamente de un gran peligro.
—Ranni, Pilescu, Paul, Jack y las chicas pueden ir en el avión del príncipe, que es mayor que el nuestro. Con nosotros vendrá Mafumu. No podemos dejarlo aquí…
—¿Todo listo? —preguntó Pilescu con las manos en el freno y mirando hacia la cabina de pasajeros—. ¿Dónde está Paul? ¿No viene con nosotros?
—No está aquí —dijo Jack—. Estará en el avión «Golondrina Blanca».
—Bien —dijo Pilescu, y se dispuso a partir, pero Ranni le detuvo.
—Tenemos que «ver» si Paul está en el otro avión. No quiero llegar a Inglaterra y encontrarme con que Paul no está ni en este avión ni en el otro.
Ranni bajó del aparato y gritó:
—¡Eh! ¿Está con ustedes Paul?
—¿Qué? —aulló el capitán.
—¿Está PAUL ahí? —repitió Ranni.
—¡Noooo! ¡Dijo que iría con ustedeeeees! —chilló de nuevo el capitán, porque el ruido de los motores era infernal.
Ranni palideció intensamente. Quería a Paul más que a nadie en el mundo y no pensaba abandonar la montaña sin él.
Nora le llamó.
—Ranni, mira si está en el templo.
El piloto corrió hacia allí, imaginando que algo malo le había sucedido a su príncipe. Cogió su rifle dispuesto a matar a todos los habitantes de la Montaña Secreta si se atrevían a tocar a su príncipe.
Efectivamente, Nora tenía razón. Paul estaba en el templo, pero no prisionero. En sus brazos tenía el rico vestido que le pusieron aquel terrible día, y de sus hombros colgaba una brillante capa. Estaba resuelto a llevárselo con él a Inglaterra para enseñárselo a sus amigos.
—Paul, ¿qué le pasa? Casi nos marchamos sin usted…
—Hola, Ranni. Estos vestidos son míos y quiero llevármelos. Tú no los habías…
Pero con gran asombro de Paul, Ranni le dio un sonoro bofetón, recogió la ropa, agarró al niño de la mano y se lo llevó a su avión.
Los hombres de la montaña abrieron cuidadosamente la gran puerta y apuntaron con sus lanzas. Una lanza pasó rozando la oreja de Ranni. Echaron a correr y se metieron en la cabina.
—Este bobo había vuelto al templo para recoger estas ropas —dijo Ranni, todavía asustado, pensando que podían haber marchado sin Paul.
Pero Paul también estaba enfadado. Se levantó del asiento y dijo:
—¿Cómo te atreviste a pegarme? Se lo diré a mi padre, el rey. Él te hará…, él te hará…
—¡Cállate! —dijo Jack—. Si no te callas te voy a pegar yo. Por tu culpa por poco no podemos salir de aquí.
Y era cierto, porque varias lanzas chocaron contra los aviones. Las hélices comenzaron a dar vueltas, el ruido se hizo más ensordecedor y los aviones se elevaron suavemente.
Primero partió la «Golondrina Blanca», después el avión de color plata y azul del príncipe Paul.
Jack miró hacia abajo. Los hombres de pelo rojo y piel amarilla estaban reunidos en la cima de la Montaña Secreta. Parecían hormigas. La montaña iba alejándose de su vista.
—Nos hemos escapado de una extraña manera —dijo Nora—. Bueno, Paul, alégrate, hombre, no pongas esa cara de funeral.
—Lo siento —dijo Paul—. No estaba pensando en la montaña. Me alegra tener conmigo este vestido y este raro sombrero. Se lo enseñaré a mis amigos.
Todos se rieron mucho por la ingenuidad de sus palabras.
—Propongo que Ranni nos cuente cómo pudieron escaparse de la Montaña Secreta.
—Bueno, pues fue muy fácil —repuso Ranni—. Cuando llegamos al final de la escalinata vimos a uno de aquellos hombres llevando unas lanzas. Creímos que saldrían a cazar y nos mezclamos con ellos.
—¡Qué interesante! ¿Lo adivinaron?
—Sí, pero anduvimos por una infinidad de pasadizos hasta que llegamos a la salida precedidos por los cazadores.
—Tuvieron «suerte» —dijo Jack.
—Sí, pero nos costó mucho encontrar los aviones. Estuvimos unos días perdidos en la selva.
—¿Les fue difícil localizar la Montaña Secreta?
—Muy fácil, por su color y porque es la única que tiene una llanura empedrada en la cima…
—¡Eh! —gritó Jack interrumpiéndole—. ¿Qué está haciendo la «Golondrina Blanca»?… ¡Está aterrizando!
—Eso parece. Espero que no pase nada malo.
—Tenemos que aterrizar nosotros también a ver qué sucede —dijo Ranni preocupado.
El avión del príncipe aterrizó junto a la «Golondrina Blanca».
En aquel momento el capitán Arnold descendía de su avión.
—¿Qué les pasa? ¿Sucede algo malo? —dijo Ranni, saltando de su cabina—. Venimos a ayudarlos…