CAPÍTULO XX

EL GRAN PÁJARO

—¡La trampa! —gritó Mike—. La trampa por donde sube el «ascensor». El rey la ha dejado abierta.

Los chicos corrieron hacia allí, pero sólo vieron un enorme agujero como un pozo negro cuyas paredes eran de piedra lisa y que no se veía el final.

—Por aquí no podemos escapar —dijo Mike—. Necesitaríamos una cuerda muy larga.

—El «ascensor» lo suben tirando de una cuerda, ¿verdad? —preguntó la señora Arnold—. Pues aunque esté abajo, las cuerdas tienen que estar sujetas a algún sitio de aquí arriba.

—¡Naturalmente! —exclamó su esposo.

Pero buscaron mucho rato sin encontrarlas. Estas cuerdas habían sido cortadas…

—Será mejor que cerremos la trampa; es peligroso dejar este agujero abierto. Ya hemos visto que por aquí no podemos escapar.

—Estos hombres deben estar riéndose de nosotros ahora. Hemos sido unos incautos. Aquí nos tendremos que quedar hasta el fin de nuestros días —exclamó Mike tristemente.

—Bueno, ahora es mejor que comáis algo y procuréis descansar.

Decidieron que uno de ellos se quedara siempre de guardia. Cuando llegó la noche el capitán volvió a intentar abrir la puerta. Era imposible. No había esperanza. Después el capitán se fue a dormir y vigilaron Mike y Jack, pero no ocurrió nada anormal. Salió el sol y los niños se despertaron. Tenían hambre, pero sólo quedaban algunos dulces…

—Espero que no vayan a dejarnos morir de hambre —dijo Mike.

Hacia las diez de la mañana la gran puerta volvió a abrirse y aparecieron muchos hombres pelirrojos, pero esta vez llevaban brillantes lanzas…

El capitán dijo a los niños que se escondieran en un rincón y él fue hacia el rey, acompañado de Mafumu para que le sirviera de intérprete.

Pero el rey no estaba de buen humor y no quiso hablar con nadie.

—Dile que mataré otra vez el sol, Mafumu.

—Jefe decir que matar primero a «tu» —repuso el negrito castañeteándole los dientes.

De pronto el rey, sin mediar otra palabra, levantó su lanza y, apuntando al capitán, se dispuso a lanzarla. El capitán tenía revólver y no quería matar al rey, pero disparó al aire para asustarlos. El eco de las montañas repitió el disparo. Todos se asustaron mucho y comenzaron a chillar, pero uno de ellos apuntó su lanza a la mano del capitán y la lanzó con fuerza. El revólver saltó por los aires y cayó al suelo.

El rey dio una orden y una docena de hombres armados con las lanzas rodearon al capitán. Los demás cogieron a los niños y a la señora Arnold y los ataron a todos con fuertes cuerdas.

—¿Qué harán con nosotros? —dijo Nora.

Nadie lo sabía. El plan de aquellos hombres era llevarlos dentro de la montaña y retenerlos como prisioneros.

—¡Ojalá hubiese otro eclipse! —exclamó el capitán.

El rey ordenó que se los llevaran por la escalinata, En aquel momento se oyó un extraño ruido que iba creciendo, creciendo hasta convertirse en un estruendo ensordecedor.

«¡R-r-r-r-r-r!… ¡R-r-r-r-r-r!… ¡R-r-r-r-r-r!…»

Todo el mundo se quedó quieto escuchando aquel ruido alarmante.

—¡Es un aeroplano!… ¡Un avión!… ¡Un avión! —gritó Jack.

Era un avión, pero, ¿sería la «Golondrina Blanca»? No era posible. El ruido fue acercándose y los hombres de la montaña comenzaron a gritar.

—Ellos decir, «grran» pájaro, «grran» pájaro que canta r-r-r-r-r-r.

—Es la «Golondrina Blanca» —exclamó el capitán—. Conozco el ruido de sus motores. Ranni y Pilescu han logrado su objetivo.

—¿Podrán aterrizar aquí?

—Desde luego.

El avión fue acercándose y cuando estuvo sobre la Montaña Secreta comenzó a describir grandes círculos y a perder altura.

—¡Va a aterrizar! —aulló Jack—. ¡Va a aterrizar! Vaya susto se van a llevar estos salvajes…

—Es «mi avión» —afirmó el príncipe Paul—. Apuesto a que lo es.

Mientras la «Golondrina Blanca» intentaba aterrizar apareció el avión de Paul.

—Sí que lo es. Es «tu» avión, Paul. El avión azul y plateado —exclamó Peggy—. Mirad la «Golondrina Blanca»; lo pilota Ranni…

El avión aterrizó sin novedad y se detuvo. La puerta de la cabina se abrió y, efectivamente, apareció nuestro amigo Ranni.