CAPÍTULO XV

EN LA CUMBRE DE LA MONTAÑA

¿Qué les había ocurrido, mientras tanto, a los demás?

Seguían en la misma habitación extrañamente iluminada.

—Tengo hambre —dijo Mike bostezando—. Espero que den de comer a sus prisioneros…

No había acabado de decirlo cuando se abrió la puerta y entraron dos hombres que traían agua fresca y unas tortas en una gran bandeja. También traían frutas de todas clases.

—Me gustaría saber qué les ha sucedido a Jack y a Mafumu.

—No lo puedo imaginar —repuso Ranni tomando algo de fruta.

Ranni y su compañero Pilescu estaban muy preocupados. Odiaban a los raros hombres de la Montaña Secreta, que los contemplaban con curiosidad mientras comían.

Hacia el final de aquel día apareció uno de aquellos hombres y les dijo por señas que le siguieran. Así lo hicieron por largos y tortuosos pasadizos y por fin llegaron a una gran puerta que brillaba con la luz verdosa de las lámparas.

Abrieron la puerta y apareció una gran escalera ascendente. Cada uno de sus doscientos escalones brillaba con luz dorada. Cuando llegaron al final, los niños apenas podían tenerse en pie.

Detrás de ellos iba el hombre de la Montaña Secreta cantando una lúgubre canción. ¡Era horrible!

Ranni y Pilescu estaban seguros que aquella escalera conducía a la cima de la Montaña Secreta.

—Me parece que ya estamos cerca de la cumbre. Debe ser el ocaso y el sol es su dios, al cual adoran cada día cuando sale y cuando desaparece en el horizonte. Probablemente lo veremos ahora.

Ranni tenía razón. No imaginaban el extraordinario espectáculo que iban a presenciar.

Por fin salieron al exterior. El panorama que se divisaba desde lo alto de la montaña era magnífico. Se hallaban rodeados de otras montañas, verdes prados y ríos que parecían cintas plateadas.

La cúspide de la montaña era una vasta planicie y el centro estaba embaldosado con brillantes piedras doradas, igual que la escalera que subía hasta allí. En una esquina se erguía una especie de templo.

A nuestros amigos los llevaron hasta allí y les colocaron sobre los hombros unas brillantes capas tejidas con una clase de lana que abrigaba mucho. Soplaba un viento seco y frío.

Todos se hallaban en el templo donde sobresalía un torreón. Desde allí se podía ver cómo el sol iba descendiendo lentamente hacia el horizonte. Todos los habitantes de la Montaña Secreta cayeron de rodillas, entonando una fantástica canción.

—Debe de ser una especie de plegaria —dijo Ranni—. Esto no me gusta nada.

—¿Por qué? —preguntó Paul.

Ranni no contestó. Todos miraron hacia el sol. De pronto éste desapareció tras unas nubes y se oscureció todo.

Uno de los hombres pelirrojos se fue a colocar en el centro de aquel templete y habló con voz alta y airada.

Ranni escuchaba e intentaba descifrar algo de su extraño lenguaje.

—¿Qué dice? —preguntó Mike.

—Dice que lloverá y parece ser que la lluvia es para estos hombres desagradable.

Aquella noche durmieron nuestros amigos en aquel templete. Estaban solos en la cima de la Montaña Secreta, porque sus guardianes se habían ido y habían cerrado la puerta. Ranni y Pilescu exploraron el templo, pero no encontraron ninguna otra salida. Estaban de nuevo prisioneros.

Se hubieran sorprendido mucho si hubieran sabido lo cerca que estaban de Jack, Mafumu y los señores Arnold.

Éstos seguían andando por pasadizos. Llegaron a una sala cubierta de brillantes pinturas. Casi todas eran rojas y amarillas. El capitán las examinó de cerca.

—Esto explica el color rojo de sus cabellos. Se tiñen el pelo con este tinte de color rojo vivo para asustar a los que no son de su tribu. Y ahí está el pigmento que usan para teñir su piel de color amarillo.

Había unos botes llenos de un ungüento amarillo del mismo color que la piel de aquellos extraños seres que habitaban la Montaña Secreta.

Cuando Jack vio todo aquello ya no sintió miedo. Cogió uno de los botes y se lo metió en el bolsillo.

—Me lo llevaré a casa —dijo.

«Si es que podemos volver», pensó el capitán.

Salieron de allí y entraron en un pasillo de techo altísimo.

—Nos perderemos —dijo el capitán—. Esto parece un laberinto.

Los cuatro siguieron adelante. No sabían si aquel camino los llevaría al nacimiento de las cataratas, por donde habían entrado Jack y Mafumu.

Al poco rato llegaron frente a una puerta de curiosa forma redonda que tenía muchos soles dibujados. Alguien hablaba un extraño lenguaje tras aquella misteriosa puerta.

—¿Qué dicen? —preguntó Jack.

Mafumu aplicó el oído a la puerta y escuchó atentamente. Luego se volvió hacia los otros con una expresión aterrada en su rostro.

—Decir que dios Sol estar enfadado y desaparecer detrás de nubes porque él no tener víctimas. Ellos «querrer» esclavos antes que sol esconder para siempre cabeza tras las nubes y llover…, llover… Y somos nosotros los siervos…

—Es lo que me temía —dijo el capitán muy preocupado—. Uno de nosotros será arrojado por un precipicio para calmar la ira del dios Sol. Tenemos que encontrar a los otros y prevenirlos en seguida. Sigamos adelante.