CAPÍTULO XVI

EN EL INTERIOR DE LA MONTAÑA

Mafumu se asomó a todos los pasadizos que se abrían en la cueva. Por fin se detuvo en uno y llamó a Jack.

Los dos niños quedaron sorprendidos: en uno de los pasadizos había una enorme escalera que subía hacia la cima de la montaña por las entrañas de la tierra. Los escalones eran de piedra pulida y abrillantada. Al pie de la escalinata colgaba una extraña lámpara que despedía una luz verdosa.

Los muchachos no sabían qué hacer. ¿Dónde conduciría la escalera?

—¿Subimos? —susurró Jack al oído de Mafumu.

El negrito asintió y empezaron a ascender silenciosamente. De pronto la escalera daba un giro a la derecha y se convertía en una escalera de caracol.

—Creo que debe de llegar hasta la misma cima —dijo Jack casi sin respiración—. Sentémonos y descansemos.

No se dieron cuenta de que delante de ellos se abría una gran puerta de madera. ¡De repente oyeron las ásperas voces de los habitantes de la Montaña! Los niños se detuvieron muy asustados en el mismo instante en que la puerta acababa de abrirse…

Los chicos no sabían si aquellos hombres iban a bajar o a subir y no tenían tiempo de esconderse. Siguieron allá de pie con las piernas temblando y el corazón latiéndoles fuertemente.

«Si bajan, nos verán —pensó Jack desesperado—. No podemos escondernos…»

Por suerte para ambos, para nuestro amigo Jack y su compañero Mafumu, los hombres subieron la escalera y sus voces se fueron apagando en la distancia. Los chicos se dirigieron hacia la puerta, que seguía abierta…

—¡Qué suerte! —dijo Jack a Mafumu.

Los dos entraron por uno de los pasadizos y salieron a una sala de grandes dimensiones.

«Esto debe ser una especie de sala de conferencias —pensó Jack—. Apuesto a que estamos en el centro de la montaña.»

Sobre el techo de la gran sala se oían pasos en todas direcciones. Gigantescas lámparas colgaban del techo.

—Mafumu, estos tipos volverán. Vámonos de aquí. Vamos a otro lugar a ver si encontramos a todos nuestros compañeros. ¡Aprisa!

Entraron en otro pasadizo que partía de la gran sala. De pronto oyeron voces y se detuvieron en seco.

Volvieron atrás y escogieron otra puerta que los llevó hasta una sala cuyas paredes estaban cubiertas de pieles de animales y había cortinas de una tela brillante. El suelo estaba alfombrado. ¡Sobre él se hallaban sentados los hombres que habitaban en la Montaña Secreta!

Los hombres tenían el pelo y la barba rojos y la piel de un amarillo de tonalidad suave. Las mujeres iban cubiertas hasta la nariz y no se les veía ni el pelo ni las mejillas. Nuestros muchachos supieron que eran mujeres porque hablaban con voz aguda y chillona.

Todos trabajaban en algo. Algunos tejían alfombras, otros trabajaban con algo que parecía ser rafia y hacían con ella largas cuerdas, etc.

—Será mejor que nos marchemos —susurró Jack—. Si nos descubren nos harán prisioneros.

Salieron cuidadosamente sin hacer ruido por la misma puerta que habían entrado y se encontraron con otro pasadizo que daba a una pequeña cavidad en donde había una escalera de cuerda que colgaba y desaparecía por un agujero del techo. Los chicos pensaron que sería otra salida. Se decidieron a subir y desaparecieron en el oscuro agujero.

De pronto se detuvieron y Jack dijo:

—Mira, allí hay una puerta con una enorme cerradura. A lo mejor están Peggy y Nora y… todos los demás. Está la llave puesta, pero… es demasiado grande, no podremos abrir…

Aunque fue difícil, por fin lo lograron y entraron en otra estancia. Allí no se oía nada. ¿Es que no habría nadie? Jack llegó hasta el fondo de la sala y… ¡qué sorpresa recibió!

¡Había encontrado a sus padres!

Estaban muy pálidos y parecían enfermos. Ellos creían que era el guardián que les traía comida, pero cuando vieron que era Jack no podían dar crédito a sus ojos… ¿Estarían soñando?

—¡Jack!… ¡Jack!… ¿Eres realmente tú? —preguntó ansiosamente la señora Arnold—. ¿Dónde están los otros?

Jack abrazó a sus padres muy emocionado, sin poder hablar.

—No hay tiempo que perder —dijo el capitán Arnold—. Seguidme. Nos pondremos a salvo.

Tomaron algo de comida y una jarra de agua, cerraron la puerta con llave y bajaron por la escalera de cuerda. El capitán entró en un pasadizo muy oscuro, pero de vez en cuando lo iluminaba un rayo de luz.

—Aquí estamos seguros —dijo el capitán deteniéndose.

—Habla, Jack —rogó la señora Arnold—. ¿Qué ha sido de Nora, de Peggy, de Mike?

Jack les contó toda su gran aventura. El capitán y su mujer le escuchaban asombrados.

—Bueno, ahora os contaremos lo que nos pasó a nosotros —dijo el capitán.

Les dijo que cuando se habían visto obligados a aterrizar por una avería del motor del avión y mientras lo estaban reparando, los hombres de la Montaña Secreta los habían capturado. Los habían llevado hasta allí y los tenían prisioneros desde entonces.

—No sabemos exactamente el motivo por el cual nos tienen prisioneros, pero me parece que para nada bueno. Estos hombres adoran al sol como a su dios y creo que en la cima de la Montaña Secreta tienen una especie de templo donde hacen sacrificios al dios Sol.

—¡Qué horror! —exclamó Jack, palideciendo. Él conocía las costumbres de algunas tribus salvajes y sabía lo crueles y despiadados que eran—. ¿Qué ocurrirá con mis hermanos y nuestros amigos?

—Tenemos que encontrarlos —dijo el capitán—. Están en la Montaña Secreta y debemos buscarlos. Tenemos tiempo hasta la mañana, que es cuando el guardián nos viene a traer la comida. Hay muchas horas por delante. ¡Vamos!

Al principio, Mafumu se sentía turbado, pero cuando vio que Jack hablaba tan cariñosamente con ellos empezó a coger confianza y a decir:

—Mi, Mafumu…, mi, Mafumu. Jack amito Mafumu.

—Bien, Mafumu —dijo el capitán—. Seguidme todos y veremos a dónde iremos a parar…