CAPÍTULO XIII

MAFUMU HACE UN DESCUBRIMIENTO

—Jack estaba desesperado y Mafumu procuraba consolarlo. Los dos muchachos golpeaban una y otra vez la roca sin lograr ningún resultado positivo. La roca seguía sin moverse.

—Ven —dijo Mafumu cogiendo a Jack del brazo, y los dos volvieron junto al árbol y se sentaron pensativos.

—¿Qué haremos ahora? —preguntó Jack—. No puedo soportar el pensamiento de que los tienen prisioneros a todos y no podemos hacer nada para ayudarlos.

Mafumu no había comprendido lo que le decía Jack. El negrito empujó suavemente a su amigo para que se tendiera en el suelo y le dijo:

—Tú dormir. Yo encontrar camino.

Jack se tendió confiando en el niño indígena. Ahora no podían hacer nada más que esperar a la mañana siguiente.

El muchacho se durmió muy entrada la noche. Pero Mafumu siguió alerta y cuando vio que Jack tenía los ojos cerrados y escuchó su respiración creyó llegado el momento de empezar a ayudar a sus amigos.

Mafumu aún no había cumplido los doce años, pero era el muchacho más listo de su tribu. Travieso, desobediente y testarudo, era también muy inteligente. Ahora estaba pensando en la manera de poder entrar en la Montaña Secreta sin utilizar la roca deslizante.

De pronto a su mente le vino la idea de las grandes cataratas. Había visto el enorme salto de agua y pensó que quizá por allí hubiese otra entrada secreta.

El chico corrió hacia donde estaban las cataratas. Subió por un camino estrecho y peligroso y desde allí las vio. Eran magníficas; a la luz de la luna parecían un chorro de plata.

Mafumu miró con temor a un lado y a otro. Él no temía a los animales salvajes ni a las serpientes. Tenía mucho miedo a los llamados espíritus de las montañas, y también a los hombres amarillos de roja cabellera.

Fue subiendo por el camino; de vez en cuando el agua de las cataratas le salpicaba. La noche era calurosa y Mafumu agradecía la caricia del agua fresca.

Al final del escarpado camino se encontraba el río de donde provenían las cataratas. Desde allí vio claramente cómo el chorro del agua de las cataratas formaba otro río, allá abajo, que corría bajo tierra y se metía en la montaña. ¡Un río subterráneo que entraba hasta el corazón de la Montaña Secreta!

Mafumu se acercó hacia el nacimiento de las cataratas, casi ensordecido por el ruido que producía el agua al caer de tanta altura, y debajo del arco que formaba el agua vio una especie de plataforma rocosa que bien podía ser otra de las entradas de la Montaña Secreta…, Unas nubes taparon la luna y de pronto la noche se hizo oscura. Mafumu tuvo miedo. Cogió entre sus manos el collar hecho con dientes de cocodrilo que pendía de su cuello para protegerle de las cosas que él tanto temía.

Bajó corriendo el camino erizado de rocas puntiagudas que le herían los muslos y las piernas; pero él no sentía el dolor; ansiaba solamente llegar al lado de su amito Jack y entonces ya no tendría más miedo.

Jack estaba despierto y muy preocupado por la desaparición de Mafumu. No sabía qué hacer, cuando de pronto llegó el negrito sonriendo.

Mafumu tenía un plan. En un inglés muy divertido explicó a Jack su idea.

—Gran, gran agua. Mi amo Jack venir con mí a ver gran agua. Vamos dentro gran agua. Vamos.

Jack pensó que Mafumu se había vuelto loco, pero el negrito insistió tanto que, por fin, Jack se decidió a seguirle.

Dejaron los paquetes junto al árbol cubiertos con hierbas para disimular su presencia y se dirigieron hacia las cataratas.

Treparon por el camino que había seguido Mafumu hasta llegar a donde empezaban las cataratas. Mafumu estaba muy agitado. Cogió de la mano a Jack hasta que llegaron donde había aquella plataforma y el río subterráneo. Mafumu señaló las rocas y el río.

—¡Qué lugar tan extraño! —exclamó Jack contemplándolo—. ¿Por qué me has traído hasta aquí, Mafumu?… ¿Crees que este río subterráneo puede llevarnos hasta las cuevas donde viven los hombres de la Montaña Secreta?… Y yo que creí que estabas loco…

—Entrar allí…, entrar allí —repetía Mafumu, señalando el río subterráneo.

—Bien, Mafumu, creo que tienes razón. Sólo Dios sabe dónde iremos a parar…

Los muchachos se apretaron contra la pared de la montaña para seguir por el camino que iba estrechándose y penetraron en el hueco por detrás de las cataratas. Era un sitio muy peligroso, puesto que, si caían al agua, se ahogarían sin remisión por la fuerza y el remolino que producía el enorme chorro de las cataratas. Iban muy despacio, colocando los pies con gran precaución. El camino estaba mojado y resbaladizo y las enormes cataratas caían con un ruido ensordecedor a unos palmos de distancia de donde ellos estaban, empapándolos de pies a cabeza.

El camino rocoso continuaba penetrando en la montaña. Estaba a medio metro del río, que corría bajo los pies de los niños. Pronto dejaron de oír el estruendo del agua y todo apareció extrañamente silencioso. Por debajo de ellos corría el río calladamente.

—Esto es muy oscuro, Mafumu —dijo Jack. Y no solamente era oscuro sino que también frío. El sol nunca había entrado allá…

De pronto una extraña luz iluminó el techo y las paredes del túnel de piedra por el que corría el río.

Era una luz verdosa. Mafumu estaba aterrado, pero Jack sabía que se trataba de un fenómeno que se llama «fosforescencia». Se alegraba de que hubiese esa luz, porque así podían ver dónde estaban y dónde ponían los pies.

Anduvieron una larga caminata a través del túnel en cuyas paredes había una serie de cuevas pequeñas. Los niños estaban asombrados porque por todas partes había piedras que daban luz.

A Mafumu no le gustaba ni pizca todo aquello.

—Pared tener ojos que miran a Mafumu —decía muy asustado.

De pronto el túnel se estrechó y el techo del mismo casi tocaba el agua.

—Ya no podemos continuar, Mafumu —dijo Jack con desmayada voz.

Mafumu se metió en el agua y comenzó a nadar. A unos metros de distancia el agua tocaba el techo de la bóveda y Mafumu tuvo que sumergirse. Era buen nadador y podía aguantar bastante rato sin respirar, pero ahora, cuando quiso sacar la cabeza para tomar aire, no pudo hacerlo porque no había lugar entre la superficie del agua y el techo de roca. Los pulmones de Mafumu estaban casi a punto de estallar. No tuvo otro remedio que dar la vuelta rápidamente y regresar a donde estaba Jack.

De nuevo quiso intentarlo porque había tenido una idea y quería ponerla en práctica. Cuando llegó al trecho del río que se juntaba con el techo y tuvo que sumergirse de nuevo, empujó la roca que había sobre él y… se vio recompensado por el esfuerzo: el techo cedió y sobre él apareció una gran cueva. Por fin pudo Mafumu sacar la cabeza del agua y aspirar una gran bocanada de aire.

Volvió a meterse en el agua y regresó donde estaba su amito Jack para contarle el extraordinario descubrimiento.

Mafumu intentó explicárselo de la mejor manera que pudo y Jack lo entendió perfectamente.

—Tenemos que ir los dos —dijo Jack decidido—. Pasa tú delante, Mafumu. Soy buen nadador, pero desde luego no tan bueno como tú; tengo que intentarlo. ¡Vamos!

Se metieron los dos en el agua. De momento podían sacar de vez en cuando la cabeza fuera para tomar aliento, pero después ya no pudieron hacerlo hasta que llegaron adonde Mafumu había descubierto la cueva. Salieron del agua y se sentaron al borde de la cueva. Sus corazones golpeaban en su pecho como si fueran tambores.

—¿Qué hacemos ahora? —dijo Jack mirando a su alrededor—. Hay tres o cuatro salidas en esta gruta, Mafumu, ¿por cuál nos decidimos?