CAPÍTULO XI

LA MARAVILLOSA CASCADA

Cuando se hubieron desayunado discutieron cuál era el mejor plan a seguir.

—Por este lado parece imposible que podamos subir. Probaremos un poco más allá —propuso Ranni.

—Los hombres de la Montaña Secreta quizá ya sepan que estamos aquí y esperan el momento de capturarnos.

—¡Oooooh! —gritó Nora presa de pánico—. No voy a moverme del lado de Ranni y Pilescu.

—Espero que así lo harás —dijo Pilescu dándole la mano—. No os habría llevado a esta loca aventura si hubiera sabido todo esto. Pero ahora es demasiado tarde para volvernos atrás.

—Yo quiero ir a buscar a mis padres —dijo Mike indignado— y lo lograremos.

—Sí, pero primero tenemos que saber «dónde» están y «cómo» podremos salvarlos.

—Empecemos ahora —propuso Mike—. ¡Vamos! Pronto hará demasiado calor para caminar.

Empaquetaron las cosas y emprendieron la marcha. Ranni, Pilescu y Mafumu llevaban la mayor parte de los paquetes.

Marchaban con mucha dificultad. Mafumu les servía de gran ayuda porque sabía encontrar los mejores caminos.

De pronto oyeron un extraño ruido.

—¿Qué es eso? —preguntó Nora, alarmada.

—Gran ruido, Mafumu, gran ruido —le dijo Jack.

Mafumu escuchó y se echó a reír.

—¡Gran agua! —repuso—. ¡Gran agua!

Mafumu se sentía muy orgulloso de poder contestar a Jack en su idioma. Era muy listo y aprendía con facilidad.

—¿Gran agua? —exclamó extrañado Jack—. ¿Quieres decir el mar?

—Ya sé lo que quiere decir: una cascada —dijo Mike—. Oíd. Parece el ruido de un trueno. Vamos, apuesto a que tengo yo razón.

Todos se apresuraron y el ruido se iba haciendo más y más fuerte. Parecía un trueno. El eco repetía el sonido una y otra vez. Era un ruido ensordecedor.

De pronto aparecieron ante ellos unas grandes cataratas. Caían desde lo alto de la montaña haciendo un ruido espantoso. Era un espectáculo soberbio.

—¡Dios mío! —susurró Peggy impresionadísima—. ¡Qué maravilla!

La cascada caía sobre un gran río que se juntaba al riachuelo por el que habían navegado nuestros amigos.

—«Aprissa», «aprissa» —dijo Mafumu señalando unas rocas—. Allí vamos, «aprissa».

—Creo que podremos cruzar el río saltando de roca en roca. Yo cogeré a Nora y a Peggy —dijo Ranni—. Pilescu que ayude a Paul. Los chicos, componérselas solos.

—Yo también iré solo —exclamó Paul en el colmo de la indignación—. Yo también soy un chico…

—Pero no es tan fuerte como los otros —dijo Pilescu agarrando al chico y poniéndoselo sobre los hombros, a pesar de sus protestas.

Tal como había dicho Ranni, había muchas rocas en el río y fue fácil atravesarlo. Por fin estaban al otro lado de las cataratas. Éstas, al caer, hacían tanta espuma, que parecía agua de jabón. Nora dijo que de buena gana se bañaría allí.

Hacía mucho calor y todo el mundo estaba cansado. Incluso el infatigable Mafumu.

Así que decidieron descansar a la sombra de un árbol. Nadie tenía apetito, pero todos tenían sed.

—Me gustaría poder beber algo fresco —dijo Peggy.

En aquel momento Mafumu desapareció corriendo y al cabo de un instante volvió con una extraña clase de frutos. Les hizo un agujero en la cáscara y le enseñó a Peggy cómo tenía que hacer para beber su jugo.

—Supongo que será bueno —dijo Peggy dudosa.

—Mafumu conoce bien la fruta y sabe cuál es buena para comer y cuál no lo es —añadió Ranni—. Pruébalo y dinos si te gusta.

—¡Oh! —gritó Peggy una vez hubo probado aquel jugo mitad con gusto amargo, mitad ácido—. Parece un delicioso helado de limón.

Todos quisieron probarlo y Mafumu fue a buscar uno

—Mafumu —dijo Jack—. Eres muy, muy, muy inteligente.

Mafumu se esponjó de orgullo al ver que Jack le dirigía la palabra en un tono tan amistoso.

Todos durmieron la siesta, excepto Ranni, que se quedó vigilando.

A Ranni le costaba un gran esfuerzo mantenerse despierto. De pronto oyó… ¡voces!…, unas profundas y ásperas voces. Ranni mandó a Mafumu explorar el terreno porque sabía que el negrito sabía deslizarse sin hacer ruido. Mafumu se deslizó sobre el vientre como si fuera un reptil. Los niños quedaron asombrados de cómo podía moverse con tanta agilidad, arrastrándose como una serpiente.

Mafumu oyó que alguien se movía y apartó unas hierbas con sumo cuidado. Mafumu se volvió hacia Ranni le dijo por señas que se acercara. Ranni se dirigió cautelosamente hacia él. Los dos se quedaron allí mirando mientras los demás esperaban impacientes para que le dijeran lo que habían visto.

De pronto se oyó un desagradable sonido y las voces no se oyeron más. Ahora sólo se escuchaba el canto de los pájaros y el estruendo de las cataratas.

Ranni y Mafumu volvieron donde estaban los demás Cogieron a los niños y se los llevaron más lejos para explicarles lo que habían visto.