UNA AGRADABLE SORPRESA
Efectivamente, la Montaña Secreta estaba enteramente cubierta de matorrales de color amarillo que le daban esta rara apariencia desde lejos. Los matorrales tenían hojas amarillas y flores blancas sobre las que se posaba toda una gama de insectos y mariposas de todas clases.
La montaña tenía muchos precipicios y parecía imposible que pudiera subirse hasta la cima. Parecía tan alta e inasequible, que Nora se asustó y casi se echó a llorar.
El indígena temblaba de miedo; solamente le detenía allí la promesa de obtener el mágico espejo. Se deslizó por el árbol y bajó hasta el suelo, luego comenzó a hablar rápidamente agitando las manos delante de la cara de Ranni.
Ranni le dijo dónde podría encontrar el espejo y con una enorme sonrisa, enseñando sus blanquísimos dientes, se despidió de todos. Llamó a Mafumu y los dos desaparecieron entre la maleza.
—¡Eh! Mafumu, dime adiós por lo menos —gritó Jack.
Pero el tío del negrito lo tenía fuertemente agarrado por una oreja y Mafumu no pudo hacer nada.
—Podría haberse despedido —dijo Peggy—. Me gustaba Mafumu. ¡Ojalá hubiera venido con nosotros hasta el final de la aventura!
—¿Le ha dicho por dónde podemos ir para encontrar las cuevas? —preguntó Mike.
—Todo lo que ha dicho es que sigamos el camino rocoso.
—Esto parece el cuento de Alí-Babá y los cuarenta ladrones. ¿Os acordáis?… Cuando Alí-Babá decía: «¡Ábrete, Sésamo!» se deslizaba una gran roca y aparecía la entrada de la cueva.
Ni Pilescu ni Ranni conocían la historia, así que lo escucharon con mucho interés.
Más tarde se sentaron todos alrededor del gran árbol y comieron y descansaron, pues hacía mucho calor allí aun cuando estuviesen protegidos por la sombra de los árboles. Se oía el canto de muchos pájaros exóticos. Pilescu propuso que se quedaran a dormir allí, pero Ranni dijo que no le gustaba que los niños durmieran en el suelo, máxime cuando no podían encender fuego contra las fieras porque podían atraer la atención de los habitantes de la Montaña Secreta.
—Que duerman sobre este enorme árbol —propuso Pilescu.
—Pero ¿y si se caen mientras duermen?
—Ya lo tengo previsto todo. Los podemos atar con estas cuerdas.
Los dos hombres hablaban en su idioma y sólo los entendía Paul.
—¡Vamos a dormir encima de este árbol! —explicó a los demás.
—¡Fabuloso! —exclamó Mike—. Nunca me hubiera imaginado dormir en un árbol.
Pilescu arregló las ramas poniendo hierbas y enormes hojas para que estuvieran más cómodos los niños.
Éstos estaban muy excitados ante la aventura de dormir sobre un árbol. Cuando Pilescu los llamó se apresuraron a trepar hacia las «camas» que éste les había preparado.
—Ahora cubríos con las mantas, que yo os ataré —dijo Pilescu.
—Hace mucho calor… —protestó Paul.
—Por la madrugada hará frío, así que debes cubrirte con ella si no quieres helarte.
Pilescu y Ranni estuvieron muy ocupados acomodando a los niños en el árbol. Ahora estaban a salvo. Los dos hombres se deslizaron por el tronco.
Los niños pronto se durmieron arrullados por el croar de las ranas y el canto de los pájaros. Uno de ellos tenía un extraño canto: du du it, du du it, parecía decir.
Como siempre, Pilescu y Ranni se turnaron la guardia de la noche.
Pilescu, que ahora estaba vigilando, oyó de pronto un ruido entre la maleza. Se deslizaba suavemente, procurando no hacer ruido. Pilescu agarró firmemente el rifle. ¿Sería un habitante de la Montaña Secreta? ¿Algún animal salvaje?
Pilescu despertó a Ranni.
—Hay algo raro por ahí —dijo señalando hacia donde provenía el ruido—. Veo una sombra moviéndose.
—Iré por detrás del árbol para sorprenderle —susurró Ranni al oído de Pilescu—. No te muevas.
Ranni se deslizó hacia la sombra y esperó a que ésta se acercara a él. Entonces se echó sobre «algo». Un aullido desgarró el silencio de la noche.
—¡¡Yakka, longa, yakka, loriga!!
Era algo pequeño que se movía con la agilidad de un mono. Algo muy conocido por los dos hombres…
¡Mafumu!
Sí… «Era» Mafumu. Pobre Mafumu. Había regresado con sus amigos andando millas solo y a través de la espesa selva.
—¿Qué ha ocurrido, Mafumu? —le preguntó Ranni.
—Me fui con mi tío y estuvimos andando mucho rato. No me trata muy bien, ¿sabe?, y me dijo que me echaría a la boca del primer cocodrilo que encontráramos. Entonces me escapé para volver al lado de mi amo Jack.
El pobre chiquillo estaba muy asustado y casi no podía andar porque se había clavado una espina en un pie. Ranni lo cogió entre sus brazos y Pilescu le curó el pie, sacándole la espina. Comió y bebió todo lo que quiso. Ranni dijo que podía dormir entre sus brazos como si fuera un bebé, pero él prefirió estar al lado de Jack.
Pero Jack no se enteró que Mafumu dormía a su lado porque estaba profundamente dormido.
—Mafumu nos puede ser muy útil —dijo Pilescu a Ranni—. Conoce casi todas las lenguas que hablan las tribus de por aquí. Sabe dónde hay agua y también las frutas que son comestibles.
Por la mañana hubo gran revuelo entre las ramas del gran árbol cuando los chiquillos descubrieron a Mafumu.
—Mafumu, ¿cómo es que has vuelto?
—¿Te has herido el pie?
Mafumu se sentó sobre las rodillas de Jack y dijo simplemente:
—Yo volver —y luego dijo de carrerilla—: Hola-bue-nas-noches-callate-quepasa.
Todos se rieron mucho y Jack dijo:
—Me alegro mucho de que hayas vuelto; creo que nos servirás de gran ayuda.
Y Jack tenía mucha razón, como pronto podréis ver.