CAPÍTULO IX

LA MONTAÑA SECRETA

El día siguiente amaneció lluvioso. Había niebla y apenas podían ver lo que tenían delante.

A medida que iban subiendo la montaña el tiempo iba mejorando y comenzó a brillar el sol a través de las nubes.

—Es un espectáculo fabuloso —exclamó Mike mirando a su alrededor.

Peggy vio una hermosa flor de brillante color naranja y quiso ponérsela en el sombrero.

—Mafumu, por favor…

Mafumu corrió a coger la flor para ofrecérsela a Peggy. Pero en lugar de una sola flor trajo un enorme ramillete. Peggy se puso muy contenta, pero no sabía qué hacer con él y finalmente decidieron entre ella y Nora adornar profusamente sus sombreros.

—Debo parecer un jardín andante —dijo Nora—. Me parece que Mafumu es demasiado generoso.

—Pronto llegaremos a un sitio desde donde podremos ver la Montaña Secreta —anunció Ranni.

Esto hizo que todos continuaran la ascensión más animados. Durante tres horas siguieron andando por caminos rocosos. Algunas veces resultaba demasiado difícil la subida y entonces Ranni y su compañero los tenían que ayudar. De vez en cuando hallaban extraños arbustos en los que había pájaros exóticos.

Finalmente llegaron a un lugar desde donde podían ver el otro lado de las montañas. ¡Era un paraje maravilloso! Se podían ver millas y millas del territorio africano y enfrente de ellos otra cadena de montañas.

Todos permanecieron silenciosos contemplando aquel bellísimo panorama. Entonces Paul dijo ansiosamente:

—¿Cuál es la Montaña Secreta?… ¿Dónde está?… Por favor, díganoslo —exclamó dirigiéndose al indígena.

Ranni se lo preguntó y luego tradujo lo que le había contestado.

—¿Veis aquella montaña tan alta que está rodeada de nubes? Esperad que aclare un poco y veréis que tiene una planicie en su cima y toda ella tiene un color amarillento. Por lo menos eso es lo que dice nuestro guía, y asegura que está cubierta de unos arbustos de color amarillo, el cual, en cierta estación del año, se convierte en escarlata.

Todos quedaron asombrados con esta afirmación. Los niños deseaban ardientemente que desaparecieran las nubes que cubrían la montaña para poder ver este espectáculo sobrenatural. Éstas fueron alejándose lentamente y, ¡por fin!, pudieron contemplar la extraordinaria Montaña Secreta.

Destacaba de entre todas las demás montañas por su color, porque era la más alta y por su cima en forma achatada. El negro señaló un punto del horizonte con su lanza y dijo algo a Ranni, el cual lo tradujo en seguida a sus compañeros.

—Dice que él ha oído decir que los habitantes de la Montaña Secreta suben de vez en cuando hasta la cima y desde allí adoran al sol.

—¿No es extraño pensar que hay una raza desconocida por todo el mundo que vive apartada de todos? —dijo Jack pensativo.

—Esto sucede a menudo —dijo Pilescu—. Hay tribus que viven aisladas en medio de frondosas selvas, islas o desiertos, pero una montaña ciertamente parece un lugar extraño.

—Bueno —replicó Ranni—, de todos modos tenemos que ir allá, así que «si la montaña no viene a nosotros, nosotros iremos a la montaña».

El indígena habló rápidamente a Ranni moviendo mucho los brazos y haciendo expresivas muecas.

—Dice que tiene miedo de seguir adelante. Jura que desconoce el camino que lleva a las cuevas.

—Dijo que vendría con nosotros hasta el final. Nos puede indicar el camino una vez lleguemos a la Montaña Secreta. Dile que no le daremos el espejo si no nos ayuda.

—¿Dónde está el espejo? —preguntó Nora—. ¿No lo hemos traído?

—Claro —repuso Ranni.

—¿No lo puso en el avión y cerró con llave después?

—No. Cogí el espejo y lo escondí entre las ramas de un árbol que hay cerca del estanque.

—Es una buena idea —intervino Peggy.

Andaban por un camino lleno de piedras y el negro y su sobrino Mafumu los seguían detrás. De pronto llegaron a un río que se dirigía hacia la Montaña Secreta. El río quedaba casi completamente oculto por matorrales y hierbas que eran como un túnel verde.

—¡Qué río tan bonito! —exclamó Jack—. ¿Podremos vadearlo?

—Creo que sí —repuso Pilescu—. Me parece que el negro y su sobrino están construyendo una pequeña balsa.

—¡Qué divertido! —exclamó Paul, y fue corriendo hacia Mafumu para ver cómo trabajaba.

El negrito estaba muy ocupado ayudando a su tío en la construcción de la balsa.

En dos horas construyeron cuatro balsas, que flotaban a las mil maravillas. Los niños estaban encantados.

El piloto y Paul iban en una de las balsas, que se balanceaba peligrosamente. Ranni y Nora iban en otra, después los seguían Mike y Peggy y, ¡cómo no!, en otra de las balsas iban Jack y Mafumu.

—Tienes la cara de color verde —dijo Peggy a Mike cuando navegaban por aquel extraño túnel de vegetación.

—Tú también. Todos tenemos la piel verde ahora… Es la luz que se filtra a través de las hojas.

El túnel parecía no terminar nunca. Por fin, el hombre negro que los seguía por la orilla les dijo que estaban ya a punto de llegar a la Montaña Secreta. Habían atravesado el valle aprovechando el curso de aquel misterioso río.

Finalmente llegaron a una especie de laguna y el indígena dijo que se detuvieran allí.

Para detener el curso de las balsas se agarraban a las ramas que colgaban sobre el agua. Pilescu y Paul cayeron al agua; menos mal que no era profunda y sólo sufrieron un remojón.

—Ya hemos llegado —dijo Pilescu saliendo de la laguna—. ¿Dónde está la Montaña Secreta? Debemos de estar al pie de ella.

El negro, con el terror dibujado en su semblante, les dijo, por señas, que le siguieran. El hombre comenzó a trepar por un árbol y todos le siguieron, incluso las muchachas. Todos querían saber lo que se vería desde allá arriba.

El guía llegó casi hasta la copa y desde allí les señaló ¡la Montaña Secreta!