UNA LARGA CAMINATA
Durante dos días siguieron andando. Todos los niños resistían bien la caminata, excepto Paul, y Ranni tenía que llevarlo de vez en cuando sobre sus hombros.
Se dirigían a las montañas y comenzaban a subir empinados caminos. Los chiquillos pronto se acostumbraron a ello, sobre todo Mafumu, que era ágil y estaba habituado a caminar largas distancias. Había aprendido muchas palabras y las usaba sin cesar, causando el alborozo de los cinco pequeños.
—Ma-dre-mi-a-ca-lla-te-hola-mu-chas-gra-ci-as —decía contoneándose orgulloso—. A-pri-sa-ho-la.
Mafumu les hacía mucha gracia y a todos les caía enormemente simpático. Les traía cosas rarísimas para comer: setas, deliciosas hojas que sabían a menta, frutos de todas clases; algunos tenían sabor dulce; otros, amargo, pero todos eran excelentes al paladar.
Mafumu saltaba y brincaba feliz al lado de los niños, pero de pronto su pie chocó contra una piedra muy grande y ésta dio contra la pierna de su tío.
El negro agarró furiosamente a su sobrino y le pegó bárbaramente con el palo de una de sus lanzas. Mafumu aullaba de dolor.
De pronto Jack gritó exasperado:
—¡Basta!… ¡Basta! Mafumu no ha hecho nada malo. ¡Basta!…
Pero el negro no paraba de pegarle. Jack echó a correr hacia ellos, le arrebató la lanza de las manos al hombre y la echó montaña abajo.
La lanza saltó de piedra en piedra y se perdió. El negro se volvió hacia Jack, pero Ranni se interpuso entre ellos y le habló al hombre con voz airada. Al negro le brillaron los ojos, pero no dijo nada y volvió a su puesto para servirles de guía hasta la Montaña Secreta.
—¿Qué le has dicho? —preguntó Mike a Ranni.
—Le he dicho que no le daremos el espejo si vuelve a pegar a alguien. Iba a golpear también a Jack. No te metas más con él, Jack. Déjalo por mi cuenta.
A Mafumu se le veían los golpes que había recibido en la cara y los brazos a través de su negra piel. Corrió hacia Jack y se arrodilló frente a él hablando precipitadamente su dialecto.
—Levántate, por favor —rogó Jack—. ¡Oh! Mirad, viene detrás de mí, de rodillas. ¡Levántate, Mafumu!
—Dice que quiere ser tu esclavo para siempre —aclaró Ranni—. Dice que quiere abandonar a su tío y a su país y seguir al maravilloso muchacho blanco. Dice que eres el rey de los chiquillos.
—¡Cállese!
—Ca-lla-teca-lla-te… —decía Mafumu andando pegado a su héroe.
Después de lo ocurrido, Mafumu quería mucho más a Jack que antes y Jack tuvo que acostumbrarse a verle pegado a sus talones, como su sombra. Jack no decía nada, pero se sentía orgulloso de que Mafumu le hubiera escogido a él como amigo.
A medida que iban subiendo por la montaña hacía menos calor.
—No llegaremos nunca a la cumbre —dijo Peggy desanimada.
—No tenemos que subir hasta allí. Estamos buscando un camino entre dos montañas para pasar al otro lado. Desde allí podremos ver la Montaña Secreta.
—¿Estamos ya cerca?
—No mucho; pero, más tarde o más temprano, llegaremos.
Al cabo de un rato tuvieron que ponerse los jerséis, porque comenzaba a refrescar.
Se detuvieron y tomaron algo caliente para reconfortarse. Mafumu siempre sabía dónde podía encontrar agua y la trajo para hacer una sopa sobre una fogata que había encendido Ranni. También tomaron leche con cacao bien caliente y les sentó de primera.
Durmieron en una cueva cubiertos por las mantas. Sin embargo, Mafumu durmió sin taparse con nada. Parecía no sentir el frío. Era un muchacho extraordinario.
Ranni y Pilescu se turnaron la vigilancia. Estaban alerta para que no los sorprendiera la visita de algún leopardo y también para protegerse de los hombres que habitaban la Montaña Secreta.
Mafumu estaba echado a los pies de Jack, enroscado como una serpiente sobre el rocoso suelo. Jack le había ofrecido compartir su manta, pero el negrito no lo quiso aceptar. Prefirió arropar con cuidado a Jack.
—Parece su niñera —murmuró Mike.
—Parad de decir tonterías —dijo Jack, que lo había oído.
—Mañana veremos la Montaña Secreta —interrumpió Nora—. ¿Cómo será?
—Me gustaría saber si el antipático tío de Mafumu nos querrá conducir hasta allá —dijo Mike—. Viven dentro de cuevas y tenemos que descubrir dónde están.
Mafumu cogió los pies de Jack para calentarlos con sus manos. Por esta vez, Jack no protestó.
—Buenas noches, Mafumu —susurró Jack algo soñoliento.
—Ho-la, bue-nas-noches —contestó Mafumu, feliz de estar tan cerca de su admirado amiguito.
—Mañana veremos la Montaña Secreta —dijo Jack antes de dormirse.
—Mañana. Sí…, ¡mañana!