LA EXTRAORDINARIA HISTORIA QUE CUENTA RANNI
Ranni encendió su pipa y aspiró unas bocanadas de humo. Todos esperaban con emoción a que empezara su relato.
—Encontré un pequeño campamento —explicó Ranni—. Allí no había más de cuatro o cinco hombres. Eran cazadores. Cuando me vieron se quedaron paralizados de terror.
—¿Por qué tuvieron miedo? —preguntó Nora.
—Pronto lo descubrí —prosiguió Ranni—. Hablo un poco su lengua, porque yo había estado por aquí de caza en otros tiempos. Parece ser que ellos creyeron que yo era uno de los extraños pobladores de la Montaña Secreta.
—¿Qué es la Montaña Secreta? —quiso saber Mike.
—Ten paciencia y escucha —dijo Pilescu—. Sigue, Ranni.
—No lejos de aquí existe una montaña muy singular. La llaman la Montaña Secreta porque hace muchos años que la habitaba una extraña tribu. No son como los nativos de este territorio.
—¿Cómo son, pues?
—No tienen la piel negra, ni tampoco blanca. Su color es amarillento y tienen la barba y el pelo de color rojo, como el de Pilescu y el mío. Son altos y delgados y de ojos verdes. No permiten que nadie de otra tribu se mezcle con ellos y nunca los han encontrado fuera de la Montaña Secreta.
—¡Qué historia tan sorprendente! —exclamó Paul—. Tenemos que ir a esa montaña, ¡ahora mismo!
—No te precipites, Paul —dijo Mike—, y escucha a Ranni.
—Todas las tribus de por aquí temen a los hombres de la Montaña Secreta. Creen que pueden hacer magia y procuran no encontrarse con ellos. Así cuando vieron mi pelo rojo creyeron que era uno de ellos y se quedaron paralizados de terror.
—¿Le preguntó si sabían algo de nuestros padres? —inquirió Peggy.
—Claro que lo hice. No saben nada, pero mañana vendrá aquí un hombre que vio caer el avión y tal vez nos pueda dar alguna noticia. De todos modos, yo creo que el capitán y su esposa fueron capturados por los habitantes de la Montaña Secreta y estoy seguro que se encuentran allí.
—Entonces no podremos rescatarlos. Tendremos que regresar a Londres a buscar ayuda.
—¡No! ¡No! Por favor, Pilescu —gritaron todos.
—Nosotros hemos venido a buscar a nuestros padres —exclamó Mike—. Ésta es la tercera gran aventura que emprendemos y le diré que todos nosotros somos valientes. No queremos volver a Londres y dejar que otros prosigan la aventura.
Todos los niños estuvieron de acuerdo y los dos hombres se miraron por encima de las llamas de la fogata.
—Estos chicos son como cachorros de tigre —dijo Ranni a Pilescu en su idioma natal.
Paul se rió porque los había comprendido. Sabía que Ranni quería continuar la aventura y, por lo tanto, él también podría permanecer allí. Paul habló a sus compañeros.
—No volveremos a Londres. Ranni nos ayudará. Durante largo rato siguió hablando Ranni de su extraña historia. ¿Dónde estaba la Montaña Secreta?… ¿Quiénes eran los hombres de pelo rojo que vivían allí?… ¿Por qué habían capturado a los señores Arnold?… ¿Cómo podrían encontrar el camino si ni siquiera las tribus cercanas sabían dónde estaba la Montaña Secreta?
Pilescu miró su reloj:
—Es muy tarde. Niños, debéis ir a dormir. Esta noche haré yo la guardia porque Ranni debe estar muy cansado.
—De acuerdo. Quédate hasta medianoche y luego haré guardia yo —dijo Ranni—. No podemos hacer otra cosa que esperar a mañana y entonces vendrá el hombre que dice haber visto descender la «Golondrina Blanca».
Todos dormían en el campamento menos Pilescu, que estaba sentado con el rifle entre las rodillas escuchando los rugidos de los animales de la selva, que no se atrevían a acercarse por temor al fuego que seguía encendido en el campamento.
A Pilescu le encantaba la aventura y estaba interesado en conocer el secreto de los hombres de pelo rojo y piel amarillenta que vivían en la Montaña Secreta.
El forzudo y valiente baroniano no le tenía miedo a nada. Lo único que no le acababa de gustar era haber metido en el asunto a cinco chiquillos, pero como Ranni había dicho, los cinco eran como bravos cachorrillos de tigre.
Al día siguiente llegó al campamento el nativo que había visto descender del cielo la «Golondrina Blanca». Era un hombre negro con cara de pocos amigos. Con él venía un muchachito delgado que llevaba tres lanzas y tenía una expresión maliciosa y un brillo de picardía en los ojos. Nuestros cinco amiguitos en seguida lo encontraron simpático y les gustó mucho.
—¿Quién es este muchachito? —preguntó Jack señalándole.
—Es su sobrino —dijo Ranni, indicando con un movimiento de cabeza al hombre—. Es el chico más travieso de toda la familia y siempre anda solo explorando por la selva. A los niños de esta tribu no se les permite hacer esto, pero este rapaz es desobediente y salvaje y su tío, como podéis ver, lo lleva cogido fuertemente de la mano.
—Me gusta —aseguró Jack—. Pero su tío no me gusta nada. Pregúntale lo que sabe de la «Golondrina Blanca»; dile si sabe algo de mis padres.
Ranni hablaba con cierta dificultad el lenguaje de aquellos indígenas, pero se entendían bastante bien. El hombre negro hablaba mucho y agitaba los brazos sobre su cabeza y hacía tantos gestos expresivos, que los niños le entendían casi perfectamente.
Ranni les explicó:
—Dice que estaba cazando no lejos de aquí, cuando oyó en el cielo un extraño ruido. Miró hacia arriba y vio un gran pájaro blanco que hacía con su pico un estruendo tan grande como el trueno.
Los niños se rieron mucho de la descripción que hizo Ranni de un aeroplano. Ranni prosiguió traduciendo:
—También dice que el gran pájaro blanco comenzó a volar cada vez más bajo y se cayó por allí. Estaba tan asustado, que se escondió tras un árbol y no se movió. Tenía miedo de que el gran pájaro grande le viese y le devorase.
De nuevo todo el mundo se rió. El indígena sonrió enseñando unos dientes blanquísimos. El pequeño que le acompañaba también se reía, pero se detuvo en seco cuando su tío le dio un golpe en la cabeza.
—No haga eso —exclamó Jack sorprendido—. ¿Por qué no puede reírse?
—Los niños de esa tribu no pueden reírse cuando hay personas mayores delante —explicó Ranni—. Me parece que este pequeño debe recibir bastante leña. Mira cómo se ríe entre dientes…
El indígena continuó su relato.
Explicó que había visto salir de dentro del pájaro blanco a dos personas con las caras y las manos de color blanco. Entonces fue cuando vio algo que le horrorizó más aún que la caída del pájaro blanco. ¡Vio a los hombres que habitan la Montaña Secreta!
El pájaro blanco lo había dejado inmovilizado detrás de un árbol sin poder moverse presa de pánico, pero a la vista de aquellos hombres de pelo rojo y piel pálida, las piernas recuperaron el movimiento y echó a correr como una liebre.
—Así, ¿no vio lo que les ocurrió a los hombres que salieron del pájaro blanco? —le preguntó Ranni.
El hombre movió la cabeza y dijo que no había mirado atrás ni una sola vez mientras escapaba. El pequeño indígena imitaba los gestos que hacía su tío con tanta gracia que los niños se echaron a reír.
El indígena le vio y le dio un golpe que le derribó al suelo. El chiquillo dio un grito y se sentó, frotándose la cabeza.
—Este hombre es horrible —dijo Pilescu enojado—. Ranni, pregúntale si nos puede indicar el camino de la Montaña Secreta.
Ranni así lo hizo y al hombre se le descompuso el semblante de terror.
—Dice que sí, pero que ignora el lugar donde habita esa tribu.
—Dile si puede llevarnos hasta allá. Le daremos una importante recompensa si lo hace.
Cuando Ranni se lo preguntó, el hombre movió la cabeza de un lado para otro repetidas veces, pero cuando Pilescu cogió un espejo de la cabina del avión y se lo enseñó al hombre haciéndole señas de que se lo entregaba, éste comenzó a dudar.
—Dice que el espejo es mágico. Él está en el espejo y también fuera de él. Dice que es bueno tener estas cosas porque si le hieren no le importará, puesto que al hombre del espejo, que también es él, no le habrá pasado nada y podrá cambiar de lugar y salirse del espejo sano y salvo.
Todos rieron al oír este disparate. Sin embargo, el pobre indígena no había visto nunca un espejo, sólo había visto su imagen reflejada por el agua de los ríos. Él creía sinceramente que el espejo era mágico. Se miraba en él y hacía terribles muecas.
Ranni le preguntó de nuevo si quería llevarlos hasta la Montaña Secreta. El hombre inclinó la cabeza pensativo. El espejo era un objeto maravilloso; si lo poseía quizá llegase a ser jefe de su tribu…
—Dile que queremos marchar mañana al amanecer —dijo Pilescu—. Quiero estar seguro de que nos llevaremos todo lo necesario. También quiero dar un repaso a los motores de la «Golondrina Blanca» y de nuestro avión para ver si están listos para volar una vez hayamos encontrado al capitán y a su esposa.
Los niños estaban en un estado de gran excitación. No sabían cómo contener su impaciencia para comenzar la gran aventura de encontrar la Montaña Secreta.
—¡Qué bien! —exclamó Nora, contenta—. Ranni y Pilescu vendrán con nosotros. Me gustan las aventuras, pero no puedo evitar el sentir un poco de miedo al pensar en los habitantes de aquella extraña y misteriosa montaña.