ESPERANDO NOTICIAS
Ranni preparó una excelente cena y Pilescu encendió una hoguera.
—Los animales salvajes temen al fuego —explicó—. Tenemos que mantener el fuego encendido durante toda la noche.
Extendieron las mantas al lado del fuego y los cinco chiquillos se tendieron felices y excitados por las aventuras que habían corrido aquel memorable día. Estaban seguros de que pronto iban a encontrar al capitán y a su esposa…
—¡Me es imposible dormir con este ruido! —protestó Nora levantándose—. ¿Qué es este alboroto?
—Son monos. No se dejan ver nunca. No se acercarán a nosotros —explicó Ranni.
—Y ahora… ¿qué es «este» escándalo? —quiso saber Peggy.
—Es un pájaro. No dejará de cantar en toda la noche. Si no podéis dormir, es mejor que os metáis dentro del avión.
Las chicas se callaron porque querían permanecer fuera junto a los demás. La noche era maravillosa y a pesar de los ruidos que hacían las aves nocturnas, al fin los chiquillos se durmieron plácidamente.
—Ya se han dormido —dijo Ranni a Pilescu—. Me parece que lo mejor hubiera sido no emprender esta aventura. No sabemos lo que puede suceder. ¿Cómo podremos hallar al capitán y a la señora Arnold? Será como buscar una aguja en un pajar.
Pilescu no contestó. Estaba cansado y se durmió pronto. Ranni era ahora el encargado de hacer la guardia.
Todos dormían menos Ranni, pero, de pronto, Jack se despertó y comenzó a gritar asustado:
—¡Ranni!… ¡Ranni!…, Hay un animal resoplando muy cerca de nosotros…
Ranni se rió con ganas.
—Duerme, Jack, y no te preocupes. Es nuestro buen Pilescu, que está roncando. Posiblemente su ronquido mantendrá alejados a los animales salvajes. Hasta un león huiría asustado ante esta clase de ruido…
Jack volvió a tumbarse tranquilizado. ¡Caramba! Pilescu roncaba como el motor de un avión…
Ranni se mantuvo despierto casi toda la noche.
Un poco antes del amanecer, Ranni despertó a Pilescu. El enorme baroniano bostezó ruidosamente y abrió los ojos. Él y Ranni dieron una vuelta por los alrededores.
Entonces le tocó el turno de dormir a Ranni. Pilescu vio amanecer y observó cómo el campo iba volviéndose dorado a la luz del sol naciente. Cuando fuese ya completamente de día todo el mundo debería estar despierto, porque en aquel país tenía que empezarse el trabajo cuando aún duraba el frescor de la noche.
Los niños se mostraron muy sorprendidos cuando abrieron los ojos y vieron lo que les rodeaba. Recorrieron los alrededores mientras Ranni les preparaba el desayuno.
—¡Mirad! Hay una especie de lago —gritó Jack—. Vamos a bañarnos. ¡Ranni! ¡Pilescu! ¿Podemos bañarnos en este lago?
—No, a menos de que queráis ser comidos por los cocodrilos —dijo Ranni.
Nora dijo que sólo se trataba de un pequeño estanque y que no podía haber cocodrilos.
—De acuerdo. No hay, pero es lo mismo; no podéis bañaros ahí, porque hay unas sanguijuelas que os pueden herir las piernas. Recordad que tenéis que tener mucho cuidado. Estamos en un país lleno de animales salvajes.
Era una idea bastante alarmante, sobre todo para las dos chicas, así que solamente dieron unos cortos paseos alrededor del avión, esperando poder desayunarse.
—¿Qué haremos hoy? —preguntó Jack a Pilescu—. ¿Buscaremos a alguien que nos diga si han visto a la «Golondrina Blanca» y a sus pilotos?
—Ranni irá al poblado más cercano a preguntar a los nativos.
—¿Pero cómo sabrá dónde está el poblado? Yo no veo ninguno por aquí —dijo Mike.
—Porque no sabes mirar —se sonrió Ranni—. Mira hacia allí.
Todos miraron en la dirección donde señalaba Ranni y en seguida comprendieron lo que Ranni quería significar.
—¡Una espiral de humo! —exclamó Mike—. Esto significa que hay un fuego, y donde hay un fuego hay un pueblo. ¿Irás allá? Ten cuidado.
—No te preocupes, me llevaré el rifle. Estaré de regreso al anochecer.
Ranni acabó de desayunarse y se puso el sombrero para protegerse contra los rayos del sol.
—Me gustaría ir con él —suspiró Jack—. ¡Ojalá nos traiga buenas noticias cuando vuelva!
—Vamos, muchachas —llamó Pilescu—, id a lavar los platos del desayuno en aquel arroyuelo; dentro de un rato hará demasiado calor para hacer nada. Y vosotros, chicos, id a buscar leña para hacer fuego esta noche.
Pilescu mantuvo ocupados a los niños hasta que el sol estuvo alto. Entonces se tumbaron todos a la sombra del avión. Paul dijo que no quería echarse allí porque le gustaba el calor, pero Pilescu le ordenó que fuera con los otros niños.
—Pilescu, no tienes que darme órdenes —gritó Paul levantando la barbilla.
—Mi pequeño Paul, ahora mando yo. Usted es mi amo, pero yo soy su capitán en esta aventura. Haga lo que le he dicho.
—Paul, no hagas el tonto y ven a la sombra con nosotros —dijo Mike—. Si coges una insolación tendremos que regresar a Londres en seguida.
Paul corrió a la sombra y se echó junto a los demás. Pronto comenzaron a sentir los efectos del calor y a sentirse sedientos, y Pilescu no hacía más que entrar y salir del avión trayendo limonada.
Los chiquillos durmieron la siesta, pero Pilescu se mantuvo despierto y alerta. Cuando el sol descendió hacia el horizonte los niños se despertaron.
—En el avión hay alguna fruta en conserva. Vamos a buscarla —dijo Nora.
Abrieron algunas latas y comieron muy a gusto ahora que ya empezaba a disminuir el calor.
Ranni no volvía. Los niños le esperaban impacientes. El piloto no estaba preocupado porque sabía que Ranni no haría imprudencias. Encendió un fuego para los niños y se sentaron alrededor de él.
—Me gustaría saber si Ranni nos traerá buenas noticias. ¡Qué difícil se me hace esperar! —exclamó Nora.
De pronto Jack se levantó de un salto y gritó:
—¡Ahí viene! ¿No veis una sombra entre aquellas rocas?
—¡Viva! ¡Viva! Ranni ha regresado.
—¿Qué noticias hay?
—¡Habla, Ranni! ¡Aprisa!
El baroniano se acercó al fuego. Estaba cansado y sediento. Pilescu le ofreció un refresco y Ranni se lo bebió de un solo trago.
—¿Hay noticias?
—Las hay. Extrañas noticias, en verdad. Traedme algo de comer y os contaré una historia verdaderamente extraordinaria.
—Vamos, habla. ¿A qué extraña historia te refieres?