UN VIAJE APASIONANTE
El coche corrió suavemente por el campo hasta situarse al lado del avión. Pilescu ya estaba allí. Su gorra de color rojo brillaba a la luz de los focos. Con él había otro hombre.
—¡Hola, Ranni! —saludó Paul alegremente—. ¿También vienes con nosotros?… ¡Me alegro mucho de verte!
Ranni levantó al príncipe del suelo y lo abrazó. Su rostro brillaba de alegría.
—Mi pequeño amito —exclamó—. Voy con ustedes. Creo que no está muy bien lo que piensa hacer, pero los reyes de Baronia han sido siempre unos hombres valientes.
Paul se reía. Era fácil adivinar que quería mucho a Ranni y que estaba muy contento que fuera con ellos.
—¿Cabremos los siete en mi avión? —preguntó Paul observando el enorme aparato.
—Desde luego —afirmó Pilescu—. Vámonos rápidamente de aquí antes de que los mecánicos vengan a ver qué está sucediendo.
Los niños subieron por la escalerilla del avión a la cabina. El interior del avión era como una habitación grande y confortable. ¡Qué maravilla! Mike y los otros chicos estaban realmente asombrados.
—Es un avión fabuloso; mucho mejor que la «Golondrina Blanca» —dijo Mike.
—Baronia tiene los mejores aviones del mundo —explicó Pilescu con orgullo—. Es un pequeño país, pero nuestros inventores son los mejores.
Los niños se sentaron en los lujosos sillones. Paul, que estaba muy animado y se sentía orgulloso de poseer tal maravilla, enseñaba a sus amigos cómo se abatían los asientos sólo tocando un botón y se transformaban en cómodas y blandas camas.
—¡Oh! —exclamó lleno de sorpresa Jack, transformando en seguida su sillón en cama—. ¡Parece cosa de magia! Estaría haciendo esto toda la noche…
—Debes colocar bien tu asiento en seguida —ordenó Pilescu—. Tenemos que marcharnos ahora mismo. Hemos de recorrer muchos cientos de millas antes de que amanezca.
Los chiquillos colocaron sus asientos en posición recta. Paul hablaba por los codos. Nadie tenía sueño. Era todo demasiado fantástico para pensar en dormir.
La gran hélice empezó a dar vueltas y más vueltas y el aparato comenzó a trepidar y rugir. De pronto, con una sacudida, el avión comenzó a correr por la pista.
Se balanceó un momento y entonces, como si fuera un pájaro gigantesco, pasó rozando casi los hilos de telégrafo que atravesaban de parte a parte el campo de aviación.
Los niños apenas se dieron cuenta de que ya estaban volando.
—¿Todavía estamos corriendo por la pista? —preguntó Mike mirando por la ventanilla.
—Claro que no —repuso Ranni sonriendo—. Ya hace rato que estamos por los aires.
—¡Madre mía! —exclamó Peggy maravillada. Los niños tenían que hablar en voz alta porque el motor del aeroplano hacía bastante ruido.
Aquel vuelo en plena noche les resultaba algo realmente extraordinario a los chiquillos. Tan pronto el avión abandonó el suelo, sus ruedas se escondieron en el interior de la carlinga y desaparecieron. Cuando el avión aterrizase volverían a bajar. Volaban a través de la oscuridad, rectos como una flecha. Pilescu era un buen piloto, podían ir seguros.
—¿Por qué viene con nosotros Ranni? —preguntó Paul a Pilescu.
—Porque él también sabe pilotar un avión y… me ayudará a vigilar a una multitud de chiquillos…
—No necesitamos que nos vigilen —se indignó Mike—. Podemos cuidarnos solos. Una vez, cuando huimos a una isla secreta, estuvimos solos meses y meses.
—Sí, ya he oído esa extraña historia —dijo Pilescu—. Pero debo llevar alguien que me ayude y Ranni me pareció el mejor. Podemos estarle agradecidos que haya querido venir a ayudarnos.
Nadie sabía entonces cuánto iban a necesitar la ayuda del buen Ranni. Ahora atendía a los niños con gran cariño; les daba chocolate caliente, les hacía una riquísima sopa de tomate, les preparaba refrescos…
—Me gusta mucho todo lo que nos preparas, Ranni —dijo Peggy—. Estoy muy contenta de que estés con nosotros.
Ranni sonrió amablemente. Era muy gentil y adoraba al pequeño Paul.
El avión había volado, hasta entonces, sin ningún contratiempo —la verdad era que los niños ni se daban cuenta de que el aparato se movía—, pero, de pronto, sintieron una fuerte sacudida y el avión descendió bruscamente. Los baches se repitieron dos o tres veces y Paul comenzó a alarmarse.
—¿Qué ocurre? —preguntó Paul.
Mike se rió del susto de Paul. Él había subido anteriormente en avión y sabía lo que estaba ocurriendo en aquel momento.
—Estamos cruzando una bolsa de aire —le explicó a Paul—. Cuando estamos dentro de ella descendemos bruscamente. Espera y verás cómo descendemos de golpe cuando pasemos por una gran bolsa de aire… ¡Será divertido!
No tardó mucho tiempo en ocurrir lo que pronosticó Mike. De pronto el avión dio una violenta sacudida y bajó súbitamente, como si fuera a caer. Paul se agarró muy asustado a su asiento y su cara se volvió de un color verdoso.
—Me siento mal —dijo con débil voz.
Ranni trajo en seguida una bolsa de papel grueso.
—¿Para qué es esto? —preguntó Paul volviéndose más verde—. Esto no estaba en nuestro equipaje.
Sus amigos se rieron. Les sabía mal que Paul se sintiera mareado, pero estaba realmente cómico escudriñando dentro de la bolsa para ver si había algo.
—Esto es para cuando uno se marea —le explicó Jack—. ¿No sabes para qué sirve?
Pero, después de todo, no necesitó usarla porque el avión salió de las bolsas de aire y reanudó su vuelo normalmente y Paul en seguida se sintió mejor.
—No volveré a comer chocolate —dijo Paul.
—Apuesto a que sí —replicó Jack, que sabía que a Paul le gustaba mucho y siempre estaba comiendo esta golosina—. Estamos viviendo una magnífica aventura. Dentro de un rato veremos amanecer desde aquí arriba.
Pero no lograron disfrutar de este bello espectáculo porque al cabo de un momento… ¡todos se durmieron! Nora y Peggy habían comenzado a bostezar, y como eran ya más de las dos de la madrugada, Ranni les aconsejó que sería mejor que durmieran un rato.
—No queremos dormir —dijo Nora—; no cerraré los ojos. No quiero dormir…
Ranni puso unas mantas sobre las rodillas de los niños y regresó a su sitio al lado de Pilescu.
Al cabo de poco rato, Nora, Peggy y Paul no pudieron mantener por más tiempo los ojos abiertos y cayeron en un profundo sueño. Los otros dos muchachos no tardaron en imitarles. Ranni dio un codazo a Pilescu y éste miró sonriente a los niños dormidos.
Ranni y Pilescu empezaron a hablar en su idioma mientras el avión volaba en medio de la noche. Tenían que volar muchos cientos de millas antes de que empezara a amanecer. Era maravilloso contemplar la salida del sol desde un avión.
Al cabo de muchas horas el cielo comenzó a cambiar gradualmente de color. Ranni apagó las luces del aparato. Una luz dorada iluminaba el cielo y la tierra.
—Azul y oro —dijo Ranni a Pilescu—. Es una lástima que los niños estén durmiendo y no puedan verlo.
—¡No los despiertes, Ranni! Vamos a tener un viaje bastante pesado. Espero que volvamos pronto una vez que los niños se den cuenta de que es imposible encontrar a sus padres. No permaneceremos en África mucho tiempo, ya lo verás.
Los niños seguían durmiendo y cuando se despertaron eran ya más de las ocho de la mañana y el sol estaba ya alto en el horizonte. Abajo se veían grandes extensiones de nieve.
—¡Mirad!… ¡Nieve! —exclamó Paul frotándose los ojos—. Te dije que fuéramos a África, Pilescu, no al Polo Norte…
—No es nieve, son nubes —dijo Nora mirando con atención el magnífico panorama—. Mira, Peggy, parece como si pudiera andarse sobre ellas.
—Bueno, es mejor que no lo intentemos —dijo Mike—. Ranni, avísanos cuando vayamos a aterrizar. Ahora tengo hambre.
Ranni preparó el desayuno en una pequeña cocina que había en el avión. Cocinó jamón, huevos, tostadas y café. Los niños estaban hambrientos y aspiraban con deleite el aroma que procedía de la cocina, mientras contemplaban el panorama de impresionante belleza.
Entonces pasaron por entre un claro en las nubes y los niños dieron un grito de sorpresa.
—¡Mirad todos!… ¡Estamos volando sobre el desierto!
—¿Dónde estamos? —preguntó Mike excitado.
—Estamos volando sobre África —repuso Ranni mientras les servía el desayuno—. Ahora comed, que hace ya rato que pasó la hora del desayuno.
Fue una comida magnífica. Era maravilloso pensar que cenaron en Londres y estaban tomando el desayuno en África.
—¿Sabe en qué lugar aterrizaron nuestros padres, Pilescu? —preguntó Mike.
—Ranni os lo mostrará en el mapa. Tendremos que descender a repostar gasolina, pero vosotros permaneceréis escondidos en el avión, puesto que probablemente me buscaría complicaciones por volar con chiquillos.
—No temas, nos esconderemos bien —aseguró Paul—. ¿Dónde está el mapa, Ranni? Enséñanoslo. Me gustaría haber estudiado mejor Geografía, pues me parece que no sé nada sobre África.
Ranni desplegó el mapa y les mostró el lugar donde habían hallado el aparato de los señores Arnold y les enseñó dónde se encontraban ellos en aquel momento.
—No parece estar muy lejos el lugar donde se halló la «Golondrina Blanca».
—Mucho más lejos de lo que creéis —dijo Ranni riéndose—. Ahora estamos llegando al aeródromo; id hacia la parte trasera del avión y escondeos bajo aquellas mantas.
Mientras el avión daba vueltas sobre el campo preparándose a tomar tierra, los chiquillos se escondieron bajo las mantas y bolsas de viaje. Ojalá no los encontraran, pues sería una lástima que tuvieran que regresar a Londres después de haber llegado tan lejos.