El hombre de pelo blanco tuvo un extraño sueño en el que le caía algo en la cabeza y su padre le reprochaba por ser tan descuidado. En esa sensación de injusticia estaba, el dolor en la cabeza y encima los retos del padre, cuando terminó de despertarse por los ladridos de varios perros que se acercaban. Tardó un larguísimo segundo en entender dónde se encontraba y cuál era su situación. Primero se arrastró como diez metros lejos del mausoleo y cuando se puso en pie, detrás de una estatua, pudo ver que varios policías con perros recorrían las veredas internas del cementerio.
Se alejó todo lo que pudo y trató de orientarse, pero pronto entendió que le sería imposible dar con la salida trasera. ¿Y los chicos? ¿Habrían logrado salir? De pronto chocó la frente contra algo y casi se le escapa una maldición. Pero era su salvación: una escalera. Le dolía terriblemente la cabeza por los dos golpes, y al frotarse para encontrar un alivio al dolor notó que había perdido la peluca blanca. No podía perder tiempo en buscarla. Alzó la escalera y la llevó con todo cuidado en línea recta hasta dar con el muro perimetral.
—¿Nos volveremos a ver? —preguntó Peter antes de comenzar a dar las vueltas alrededor del baúl.
—No creo —dijo Matías.
—Podría ser —apuntó Irene—. Qué loco, ¿no? Tenemos la misma edad y a la vez nos llevamos un montón de años.
—Ustedes van a nacer cuando yo tenga… ¡cuarenta! No me entra en la cabeza que esto pueda estar sucediendo.
—Parece más una película o un libro que la vida.
—¿Quién sería el que nos ayudó?
—Yo tengo una hipótesis —dijo Matías. Se le notaba cierto disfrute en usar palabras como esa—. El que nos ayudó parecía saber de antemano lo que iba a pasar. Lo mismo los Pedraza, que volcaron nafta y parece que sabían que alguien iba a venir con un encendedor. Y también… —pero no tuvo tiempo de explayarse. Se escuchó una sirena.
—La policía. Tenemos que apurarnos.
Se abrazaron fuerte los tres y luego Peter comenzó su primera vuelta alrededor del baúl.