El hombre de pelo blanco esperó unos minutos afuera del cementerio, oculto detrás de un puesto de flores, extrañado de que los Pedraza no llegaran. En cierto momento sintió una voz proveniente de la oficina del cuidador del cementerio, una ventana que estaba apenas a unos metros de la entrada. Se acercó para escuchar. A los gritos, el cuidador hablaba por teléfono con la policía. Decía que lo había atacado un grupo de hombres muy extraños, todos iguales, los mismos que habían estado al mediodía en un cortejo fúnebre. Del otro lado debieron de pedirle más datos, pero él exigió que enviaran ya mismo un patrullero porque no sabía si sus atacantes estaban adentro del cementerio o si ya se habían ido. Debieron de recomendarle que se encerrara en la oficina, porque dijo:
—Sí, por supuesto que ahora estoy encerrado con llave, pero vengan ya.
El hombre de pelo blanco trotó un poco examinando la pared del cementerio buscando por dónde trepar. Finalmente arrastró un gran recipiente de basura hasta la pared y parándose sobre él pudo subirse al tapial y pasar al otro lado.
Era una noche sin luna, completamente oscura, y solo podía avanzar tanteando las paredes de los nichos y las bóvedas. Cuando creyó estar cerca del mausoleo de Pedraza, extrajo un encendedor del bolsillo y avanzó sigilosamente, alumbrándose con esa llamita. La puerta del mausoleo estaba entreabierta. Se detuvo unos segundos para detectar algún ruido y, como todo seguía en silencio, se aproximó hasta tocar la puerta con las yemas de los dedos. Sintió entonces un fuerte golpe en la cabeza y cayó al suelo, apagando el encendedor con su cuerpo.
—¿Quién era? —dijo Irene.
—Queseyó —dijo Peter—. ¿Qué esperabas? ¿Que antes de darle el palazo le preguntara el nombre?
—¡Vamos! —dijo Matías—. Tenemos que llevarnos el baúl.
—¡Está el tipo adentro!
—No, ya viajó.
—¿Cómo sabés?
—Porque el baúl está liviano. Acabo de patearlo sin querer.
—Igual abramos la tapa.
—¡Ni loco!
—¿Y con el palo que le pegaste al otro?
Desde la puerta, Irene iluminó con la linterna el baúl y vio cómo trabajosamente, tratando de mantenerse lejos, Peter levantaba la tapa del baúl y luego se acercaba.
—Está vacío —dijo por fin.
—Vamos, lo tenemos que llevar.
—¿Y por dónde lo sacamos?
—El hombre dijo que hay una salida por atrás que nadie usa. Es más lejos, pero es lo más seguro.
—¡Miren! ¡Luces! ¡Son hombres con linternas que vienen hacia acá!
—Vamos, rápido.