Estaba por llamar a otra puerta cuando vio que por la calle venían corriendo dos chicos. Su sorpresa fue muy grande al ver que eran Matías e Irene.
—¡Menos mal! —dijo, saliéndoles al encuentro—. ¿Cómo hicieron para escapar?
Matías se detuvo en seco y le preguntó extrañado:
—¿Y vos cómo sabés que tuvimos que escapar? ¿Quién sos?
—¿Qué? ¿Quién soy? ¡Peter! Bueno, ustedes me dicen Liborio, no sé por qué. ¿Cómo escaparon?
—¿Que nosotros te decimos, qué? Si yo no te conozco.
—Yo tampoco.
—¿Me están cargando?
—Vamos, Matías, es peligroso quedarnos acá… —dijo Irene, tirando del brazo de Matías.
—Esperá, Irene. ¿Me pueden decir qué pasó? —gritó Peter.
—¿Cómo sabés que me llamo Irene?
—¿Cómo no voy a saberlo? Nos encontramos en 1950 y viajamos al futuro, ustedes primero y yo…
—Está loco —susurró Matías.
—Sí, y mirá cómo está vestido. Parece mi abuelo en las fotos de cuando era joven. Me da miedo —insistió Irene.
—¿Piensan dejarme solo? —gritó Peter viendo que se alejaban—. ¿Qué les pasa, por qué fingen que no me conocen? ¡Ustedes me metieron en esto! ¡Tienen que ayudarme! ¿Qué pasó con el monstruo de la casa? —agregó, ya en voz baja, con la voz quebrada.
—Está re loco, pobre.
—¡Eh, esperen, no se vayan, tengo que volver a mi época!