[ C I N C O ]

Dejaron la autopista y atravesaron una serie de pueblos hundidos bajo un manto de nieve. Wil se quedó dormido sin pretenderlo y despertó acuciado por pesadillas llenas de armas, sangre y chicas muertas. Tenía la barbilla manchada de babas. Bajo la luz de los focos, la carretera brillaba un instante y volvía a desvanecerse, tragada por la noche espesa como una manta.

—¿Dónde estamos?

—A salvo —repuso Tom, escudriñando la carretera—. Casi.

Estaban frenando. Las luces de la camioneta iluminaron un sendero y Wil vio una valla de alambre y postes de madera, y un cartel en el que se leía: VENTA DE GANADO MCCORMACK E HIJOS. El vehículo se detuvo y el motor emitió un sonido similar a unas gárgaras.

—Hummm —murmuró Tom.

—¿Qué?

—¿Confías en mí?

—¿Que si confío en usted?

—He formulado mal la frase —dijo Tom—. Quiero decir, ¿si te digo que tu vida depende de que hagas exactamente lo que yo te diga, sin titubeos, puedo confiar en que lo harás?

—Claro —respondió Wil, e inmediatamente después, como aquello no había sonado muy convincente, añadió—: Tal vez.

—Eso no es suficiente. Un «tal vez» puede dejarte «tal vez» vivo.

—Tenía entendido que íbamos a reunirnos con sus amigos.

—Así es.

—Entonces, ¿dónde está el problema?

Tom miró fijamente el cartel.

—Nada. No hay ningún problema. —Movió con brusquedad la palanca de cambios y la camioneta se adentró en el sendero, que estaba cubierto de barro. Se percibía claramente el rastro oscuro de unas ruedas. Tom hizo avanzar el vehículo unos cien metros y luego se detuvo en una bifurcación. A la izquierda, el camino desaparecía en la oscuridad. A la derecha se veía una bombilla desnuda en un poste. Dentro del círculo iluminado no había nada más que barro. Tom giró hacia allí y las ruedas se deslizaron un momento hasta conseguir la tracción necesaria.

—¿Qué lugar es este?

Vieron una valla metálica al lado del sendero durante un rato, pero al poco desapareció y penetraron en un terreno extenso cubierto de barro. Daba la extraña impresión de que el suelo había sido masticado. Llegaron hasta el poste de la bombilla y se detuvieron. El motor permaneció al ralentí. Tom pulsó un botón y los cierres de las puertas bajaron automáticamente. Levantó la escopeta del suelo y la colocó sobre su regazo.

—¿Qué estamos haciendo?

—Silencio.

No había ningún ruido aparte del que producía el motor.

—¿Debería tener yo una pistola?

Tom le echó una mirada.

—Si estamos en peligro, y hago lo que usted diga, entonces ¿qué tal si me da un arma?

—Eso incrementaría el peligro —dijo Tom, mientras escudriñaba la oscuridad—. Para mí.

Wil detectó movimiento en la penumbra. Un hombre apareció corriendo hacia ellos y agitando los brazos. El viento le hinchaba la chaqueta. Tenía el pelo largo y despeinado. Llegó hasta la camioneta y dio una palmada en el capó con una amplia sonrisa. La ventanilla de Wil zumbó al bajar.

—¡Eh! ¡Dios mío! —exclamó—. ¿Es él? ¿De verdad este tipo es él?

—¿Dónde están los otros? —preguntó Tom.

—Dentro —contestó el tipo, sin apartar los ojos de Wil—. Dios santo, no puedo creer que lo hayas encontrado.

—¿Dentro… de qué?

—Hay una casa. —E hizo un gesto hacia la oscuridad, con los ojos aún fijos en Wil—. Bajad. Os llevaré adentro.

—¿Dónde puedo dejar la camioneta?

—No te preocupes por eso. Déjala aquí. Nos habremos ido dentro de diez minutos. —El tipo probó a abrir la puerta de Wil—. En marcha.

—¿Por qué venías corriendo así?

—¡Estoy excitado, Eliot! ¡Estoy de los nervios! —Volvió a tratar de abrir la puerta—. ¡Para esto es para lo que hemos estado trabajando! ¡Esto nos da una jodida oportunidad! —Mientras hablaba, sonreía ampliamente.

Tom giró su cabeza para inspeccionar la oscuridad. Wil no sabía qué estaba buscando.

—Tenemos el avión. Está lleno de combustible y esperándonos en una pista ahí detrás. Tenemos medicamentos, tenemos una jodida sonda gigantesca, en veinte minutos estaremos volando y abriéndole a este tío la cabeza. —Miró a Wil—: No es nada personal. Pero necesitamos lo que tienes ahí dentro más que tú. —Intentó darle unos golpecitos con los nudillos en la cabeza—. ¡Tío! ¡Podría darte un beso!

—¿Te das cuenta del exceso de emoción que estás mostrando? —le espetó Tom.

El tipo de pelo largo lo miró, y acto seguido se lanzó sobre Wil y le agarró la cabeza, arañándole la piel. Introdujo los hombros por la ventanilla y sus zapatos aporrearon la puerta. Tom pisó el acelerador y el vehículo avanzó dando tumbos. El otro soltó un grito y se resbaló, y por un segundo Wil creyó que iba a sacarlo a rastras de la camioneta. Pero entonces los dedos del tipo perdieron agarre en su cabeza y su cuello y su atacante desapareció.

—¡Joder! —exclamó—. ¿Qué está pasando?

—Algo malo —repuso Tom.

—¿Ese es amigo suyo?

—No. En este momento, no.

Algo metálico brilló delante de ellos. Era una valla, del mismo estilo que la que habían visto en el sendero por el que habían llegado hasta allí. Durante un segundo, Wil creyó que Tom iba a intentar atravesarla, pero lo que hizo fue girar y dar un semicírculo. La valla parecía no tener fin.

—Ah, ya entiendo —masculló Tom—. Estamos en un corral.

—¿Un corral?

—Para el ganado. —Giró la camioneta hasta que quedaron frente al poste con la bombilla. El tipo de pelo largo brotó del círculo de luz y avanzó arrastrando los pies hacia ellos. Tom cambió de marcha y las ruedas giraron sobre el barro.

—¡Oh! —chilló Wil—. ¡Eh, espera, no!

La figura del tipo aumentó de tamaño en el parabrisas. En el último momento, Tom viró a la izquierda y el cuerpo del hombre impactó contra el lateral del vehículo. Bajo el resplandor rojizo de las luces traseras, Wil pudo ver que se ponía en pie y volvía a avanzar hacia ellos entre el barro.

—Ha atropellado a su amigo —dijo. Tom dio un frenazo y Wil se agarró y lo miró—. ¿Qué está haciendo? —Tom no respondió—. Su amigo viene hacia aquí.

—Deja de llamarlo mi amigo.

—Bueno, ese cabrón se nos viene encima. Está a menos de diez metros.

Tom echó una mirada al espejo retrovisor.

—En serio. Es hora de largarse.

El otro dio un golpe en el cristal trasero. Corrió hacia la puerta de Wil y trató de abrirla con una mano. La otra colgaba en un ángulo antinatural. Soltó un alarido de frustración y sus dedos arañaron el cristal mientras sus ojos buscaban a Wil con una mirada de ansia.

—El sendero es un embudo —dijo Tom.

—Entonces… —El tipo de fuera arremetió con su cabeza contra el cristal—. Intentemos algo, ¿de acuerdo? —Tom no respondió y el otro golpeó de nuevo la ventanilla—. Por favor, Tom. No me haga estar aquí sentado mirando como este tío se mata a golpes contra la ventana.

Delante de ellos surgió una luz que hizo que Wil se cubriera los ojos con la mano. Algo pareció toser y gruñir.

—Ajá —murmuró Tom.

—¿Qué es eso?

—Un camión. —Tom puso la marcha atrás y apoyó un codo en el respaldo de su asiento—. Un camión grande. —Frente a ellos, la luz se estremeció, el rugido aumentó de volumen hasta convertirse en un estruendo. El hombre del pelo largo cayó al barro y se incorporó otra vez. Dieron media vuelta y Tom lanzó la camioneta hacia delante.

Mientras se alejaban del sendero dando botes, Wil distinguió cómo la oscuridad cobraba forma. Se trataba de un vehículo de transporte de animales, del tamaño de una casa y con una rejilla en el morro que parecía una sonrisa burlona. Escupía humo por dos tubos de escape colocados sobre la cabina. Al adentrarse en el corral, la luz iluminó unas letras brillantes y rojas en su parte frontal: FIEL BETHANY.

—¡Tenemos que salir de aquí! —Los faros alumbraban la valla de metal—. ¿Podemos atravesarla?

—No —dijo Tom, y dio un volantazo.

—¿Cómo lo sabe? Puede que consigamos romper…

—Si pudiéramos, habrían elegido otro sitio. —La silueta del camión ocupaba todo el parabrisas. Tom aceleró directamente hacia él.

—¿Qué está… qué está…? ¡Dios mío! —Wil trató de cubrirse con las manos.

Tom dio un nuevo volantazo y la camioneta dio un salto. El camión les cerró el paso y todo se inclinó y empezó a girar. Luego las ruedas recuperaron la tracción y Tom aceleró hacia el sendero y la libertad que había más allá, pero diez segundos más tarde pisó de nuevo el freno.

Wil, que estaba inclinado hacia delante, se golpeó contra el salpicadero y cayó hacia atrás. La camioneta se paró donde daba comienzo el sendero. Había lo que parecía terrones de tierra entre el barro. De gran tamaño. Vio que eran gente. Tres personas sentadas.

—¿Quiénes son? —Miró a Tom—. ¿Poetas?

—No.

—¿Por qué están ahí sentados, sin moverse?

Había una mujer con el pelo negro y cortado a lo garçon. Detrás de ella había un chico joven y un hombre mayor de pelo blanco. Miraban fijamente la camioneta, inmóviles, con los rostros iluminados por los faros.

De pronto aumentó la luz dentro de la cabina. Wil se volvió y vio que el camión había dado un giro completo y avanzaba ahora con estruendo hacia ellos.

—¡Zorra! —masculló Tom, apretando los dientes—. ¡Maldita zorra asesina!

—¡Tom! ¡El camión! —Tom pisó el acelerador, pero no tenía puesta ninguna marcha—. ¡El camión, Tom!

Tom giró el volante y aceleraron a lo largo de la valla, de vuelta hacia el interior del corral. Ganaron velocidad y pasaron junto a las ruedas del camión. El hombre de pelo largo surgió ante ellos y Tom dio otro volantazo, pero iban demasiado rápido y el tipo rebotó contra el capó y voló por encima del techo. Por delante apareció un nuevo tramo de valla. Daba la impresión de que Tom se disponía a intentar atravesarla, pero Wil sabía que no podía ser así, porque acababa de decir que era imposible, y justo entonces comprendió que sí pensaba hacerlo y cerró los ojos.

El mundo desapareció. Wil se transformó en objeto. Algo sin control sobre sus movimientos. El suelo giró y, sin previo aviso, le golpeó. Después todo quedó en silencio.

Tragó saliva. Parpadeó. Eso podía hacerlo. Intentó mover la cabeza, pero la gravedad parecía haber cambiado de dirección. Tiraba de él hacia un lado. Trató de frotarse los ojos y su mano no acertó a hacerlo. Había muchas cosas que parecían estar mal y Wil no estaba seguro de por dónde empezar.

—Peta —dijo Tom. Estaba inclinado sobre el volante. También él debía de tener problemas con la gravedad, porque estaba por encima de la cabeza de Wil. Tal vez por eso se aferraba al volante.

Una luz alumbró el salpicadero y Wil recordó que esa luz no era algo bueno. Luchó con el cierre de su cinturón de seguridad, logró abrirlo y cayó contra su puerta. La ventanilla estaba pintada de blanco. Tardó un momento en identificar aquella pintura con nieve. Nieve en el suelo. La camioneta estaba caída sobre un lado. Probó a abrir la puerta, por si acaso, pero el suelo no se movió.

—Tenemos que irnos. —Se dio cuenta de que Tom no estaba agarrándose al volante. Era el volante el que se había soltado de su sitio y había caído sobre él—. ¿Está bien? ¿Qué hago?

—Peta.

Puso un pie en el salpicadero y se estiró para pasar sobre el cuerpo de Tom y alcanzar la puerta del conductor. Al hacerlo, su hombro dio contra la cara del otro y su rodilla contra sus costillas, y Tom soltó un gruñido. Pero Wil consiguió sacar los brazos por la ventanilla y alzó su cuerpo a pulso hacia el aire nocturno y gélido. El camión estaba girando y sus faros dibujaban un arco en el suelo.

—Eh, Tom. Voy a tirar de usted.

Tom negó con la cabeza.

—¡Venga! Tiene que salir de ahí. —El foco de luz cayó sobre él y levantó la mirada. Una silueta se recortaba delante del camión de transporte. El hombre. Los brazos le colgaban a ambos lados y arrastraba una pierna. Llegó al boquete que habían hecho en la valla del corral y comenzó a escalar entre los hierros con dificultad—. ¡Ese tipo se está acercando!

—Peta. —Tom inclinó su cabeza hacia el suelo del coche y Wil vio la culata de la escopeta. Eso era lo que trataba de decir: escopeta.

—No voy a disparar a nadie. Deje que lo ayude.

—Peta.

El hombre superó el tramó de valla caída y empezó a avanzar lentamente entre la nieve. Wil se dio cuenta de que pronto avanzaría con mayor rapidez, porque la camioneta había apartado la nieve en su caída. En aquel punto la nieve era roja por efecto de las luces traseras del vehículo.

—Cóge… la —dijo Tom.

—¡No! —El hombre llegó a la parte trasera de la camioneta y trató de escalar. Wil oyó el roce de sus zapatos sobre el tubo de escape—. ¡No voy a matarlo!

Primero apareció una mano y luego la cabeza del tipo de pelo largo.

—Mierda —exclamó Wil. Cogió la escopeta y la levantó para apoyar la culata contra su hombro—. ¡Quieto, capullo!

—Dis… pa… ale —dijo Tom.

El torso del hombre subió por el borde del lateral. Alzó una pierna y Wil distinguió en sus pantalones vaqueros una mancha oscura de sangre y la tela rasgada aquí y allá. El hombre se estiró con esfuerzo. Su pierna resbaló y empezó de nuevo a tratar de subirla.

—¡Deja de escalar!

—Bo… tón —balbuceó Tom— de segur… dad en el lado.

—Soy australiano: ¡sé usar un arma! —Soltó una mano de la escopeta y la cerró en un puño para hacer circular la sangre—. ¡Quieto ahí, hijo de puta!

El tipo se alzó sobre una pierna y sostuvo el equilibrio con torpeza. Tenía el rostro cubierto de barro y sangre. Parecía absorto y concentrado, como si no le preocupase lo más mínimo el hecho de que Wil le estuviese apuntando con un arma. Empezó a desplazarse sobre el lateral de la camioneta.

—¡Joder! —exclamó Wil, y apretó el gatillo. La escopeta produjo un estallido. El hombre cayó al suelo y Wil soltó el arma sin pensar lo que hacía—. ¡Me cago en la puta!

—Bien —dijo Tom.

El motor del camión bramó y sus tubos de escape emitieron un siseo. Las ruedas comenzaron a girar.

—Ahora —pidió Tom—. Ayúdame, por favor.

Wil extendió los brazos hacia él y le agarró por la muñeca. Cuando consiguió sacarlo, el camión estaba ya muy cerca. Saltaron hacia las sombras que proyectaba la camioneta y empezaron a avanzar a grandes zancadas por la nieve. Cuando Wil salió de la sombra del vehículo, la suya propia se extendió ante él, alargada, delgada y afilada en los bordes, recortándose como algo vulnerable. El suelo tembló. Oyó un crujido metálico y pensó: «Ha pasado la valla, está a diez metros de nosotros». No le hacía falta darse la vuelta para verificarlo, pero lo hizo de todos modos. Dando botes, el camión arremetió contra la camioneta e impactó con ella, lanzándola hacia un lado. La simple idea de echar a correr se le antojó de repente estúpida, pues aquel vehículo era grande como una montaña. Iba a pasarle por encima, hiciera lo que hiciese.

Tom le agarró de una oreja. El camión chocó contra un banco de nieve y levantó una oleada. Wil no había tenido en cuenta el factor de la nieve: eso haría que el camión avanzase más despacio. Comprendió que podía sobrevivir, o que podría haberlo hecho si hubiera pensado en ello diez segundos antes. El vehículo siguió avanzando, levantando a su paso cortinas de nieve. Luego frenó y se paró. Las ruedas giraron sin moverse. Wil estiró el brazo y tocó el parachoques.

Tom escaló por la rejilla frontal y levantó su escopeta. Wil pudo ver que el conductor era una mujer. De unos cuarenta y pocos años. Con gafas y aspecto de empollona. Desde luego, no se parecía en nada al tipo de persona que habría imaginado que intentaría matarle con un camión de transporte de animales. La mujer miró a Tom con una expresión de estar moderadamente abstraída y trató de coger una pistola que había en el salpicadero.

Tom disparó a través del parabrisas. Wil apartó la mirada. Bajo la luz, la nieve parecía un manto de diamantes. Millones de diamantes diminutos.

Tom saltó a su lado.

—Muévete.

Avanzó a trompicones entre la nieve. Ninguno de los dos habló. Más allá de donde alcanzaban los faros del camión, la nieve les cubrió hasta la cintura. Al respirar, el aliento de Wil formaba nubecillas de vapor, y, al fin, murmuró:

—No puedo seguir.

Tom lo miró y Wil distinguió algo terrible en su cara. El otro desvió la mirada hacia el corral y, a continuación, se sentó con cierta brusquedad. Se puso a sacar balas de un bolsillo de su chaqueta y cargar la escopeta con ellas.

Wil se sentó a su lado, jadeando. El camión estaba a unos quinientos metros, con los faros encendidos. Podía distinguir el agujero en el parabrisas.

—¿Esa era Woolf?

Tom lo miró sin comprender.

—¿Qué?

—Esa mujer.

—No.

—Oh.

—Si hubiera sido Woolf, ahora mismo yo estaría llorando de alegría.

—Oh.

—Tu ciudad, Broken Hill, eso lo hizo Woolf. No fue un vertido químico. Fue Woolf. Me pondría a dar brincos de felicidad si esa hubiera sido Woolf.

—Lo pillo —dijo Wil.

—No era Woolf —murmuró Tom—. No era Woolf.

Quedaron en silencio, sin que nada se moviera excepto el viento.

—¿Conocía a la mujer del camión?

—Sí.

—¿Por qué intentó matarnos?

Tom no contestó.

Wil se estremeció.

—Tengo frío.

Tom dejó caer el arma y se abalanzó sobre él. Wil soltó un grito y cayó hacia atrás, y Tom le agarró de la camiseta y tiró de él para levantarlo y luego volvió a empujarlo al suelo.

—¿Qué? —balbuceó Wil.

Tom cogió un puñado de nieve y lo aplastó contra la boca de Wil.

—¿Tienes frío? ¿Tienes frío?

Le soltó, y para cuando Wil se incorporó y quedó sentado, Tom había recuperado su posición anterior y miraba hacia el camión. Wil se quitó la nieve de la cara.

—Lo siento.

—Tienes que ser mejor que eso —masculló Tom—. Tienes que merecer la pena.

Wil cruzó los brazos, se metió las manos en las axilas y levantó la mirada al cielo.

—Hasta ahora, no vales una mierda.

—De acuerdo, mire, yo no pedí que me secuestrasen.

—Que te salvasen. Es otra forma de decirlo.

—No pedí que me salvasen.

—Vete, entonces.

—No estoy diciendo que quiera irme.

—Lárgate. A ver cuánto duras.

—No estoy diciendo eso.

—Eres un jodido inútil —dijo Tom.

—Le he disparado a un tipo. Quiero decir, no es por exagerar mi contribución, pero acabo de pegarle un jodido tiro a un tío.

Tom resopló.

—Y le he sacado a usted de la camioneta. —Una profunda sensación de frío se instaló en su cuerpo. Abrió la boca para darle trabajo a los músculos de su mandíbula—. No atropelló a esa gente.

Tom lo miró.

—Podríamos haber escapado. Solo tenía que pasar por encima de ellos.

—Sí, claro —murmuró Tom.

—¿Por qué no lo hizo? —Tom no respondió—. A la mujer sí le disparó.

—Brontë.

—¿Qué?

—Su nombre era Brontë.

—¿Como… Charlotte Brontë? ¿Una poetisa? Creía que eran realmente poetas.

De nuevo, Tom no contestó.

—Vale —dijo Wil—. Ya lo pillo. Ese tío le llamó Eliot. Usted es Tom Eliot, ¿es eso? T. S. Eliot. Usted es un poeta.

Tom suspiró.

—Lo era.

—¿Era un poeta? ¿Qué es ahora?

—No estoy seguro —dijo Tom—. Un ex poeta, supongo.

—¿Por qué sus amigos se han vuelto malos?

—Estaban comprometidos.

—¿Qué significa eso?

—Woolf los había captado.

—¿Qué…?

—Significa que es muy persuasiva.

—¿Persuasiva? ¿Es persuasiva?

—Ya te lo dije, los poetas son buenos con las palabras. —Tom se puso en pie y la nieve se desprendió de su chaqueta—. Hora de irse.

—¿Me está diciendo que Woolf los persuadió para que nos matasen? O sea, como si les hubiera dicho: «Eh, ¿qué tal si atrapáis a vuestro colega, Tom Eliot, en un corral y lo atropelláis con un camión?». ¿Algo así? ¿Y ellos lo hicieron? ¿Porque es una persona persuasiva?

—He dicho muy persuasiva. Levántate.

En todas direcciones no se veía nada más que nieve.

—¿Adónde vamos?

—Se me ha ocurrido una idea —dijo Tom—. Puede que el avión esté aquí de verdad.

Atravesaron la negrura y la nieve con dificultad hasta que Wil ya no sentía nada. Sus terminaciones nerviosas se retiraron a algún lugar en lo profundo de su ser, un lugar donde todavía existía un poco de calor. Su nariz era un mero recuerdo. No solo nunca antes había tenido tanto frío, sino que ni siquiera había podido imaginar que un frío semejante fuese posible. Empezó a desear que los poetas dieran con ellos, porque cualquier cosa que ocurriese entonces sería al menos algo cálido.

Tropezó y estuvo a punto de caer.

—¡Ajá! —exclamó Tom, aunque Wil no podía verlo—. Una pista de despegue. Probemos… por aquí.

Unos minutos después las estrellas empezaron a desaparecer y oyó ruidos. Tom le cogió del brazo y descubrió unas escaleras. En lo alto de ellas notó que el aire era distinto. Más cálido. ¡Dios santo, más cálido!

—Siéntate —le dijo Tom—. Y no hagas nada.

Se derrumbó en el suelo, rodeó sus piernas con sus brazos y apretó el rostro contra ellos. Tom armaba jaleo unos metros por delante de donde él estaba, tocando botones y palancas. Después de un rato, Wil empezó a sentirse vivo y levantó la cabeza. Un resplandor amarillo surgía de lo que imaginó que era la cabina. Se masajeó los pies. ¿Podía uno congelarse con tanta rapidez? Porque le daba la impresión de que los tenía congelados. Decidió ponerse a caminar para salvar sus pies.

La cabina era un habitáculo estrecho y lleno de instrumentos, con un único asiento rodeado de paneles en negro. Tom estaba allí sentado y se había puesto el cinturón de seguridad.

—¿Puede hacer que esto vuele? —le preguntó Wil.

—No se trata de neurocirugía.

—Ni siquiera puede ver hacia dónde ir. Ahí fuera está oscuro como un agujero negro.

—Tendré que suponer que ya estamos enfilados en la dirección correcta —dijo Tom—, y conducir en línea recta.

—Oh —dijo Wil.

Tom pasó el pulgar por la esfera de un instrumento y terminó por posarlo sobre un botón negro y desgastado.

—Creo que estamos listos para irnos.

—¿Solo lo cree?

—Hace algún tiempo que no hago esto.

—Ha dicho que no era neurocirugía.

—Y no lo es. Pero el castigo por los errores es muy alto.

—Quizá deberíamos pensarlo.

Tom esperó un momento y Wil creyó que estaba reconsiderando la situación. Luego se dio cuenta de que lo que estaba haciendo era observar algo. Siguió la dirección de su mirada, pero no vio nada aparte del cielo nocturno. Una de las estrellas se estaba moviendo.

—¿Qué es eso? —preguntó antes de contestarse a sí mismo—: Un helicóptero.

—Sí. Ve y siéntate. —Tom pulsó el botón y sonó un clic—. Hummm.

—¿Se suponía que eso tenía que pasar? —Tom no le contestó, pero la respuesta era obvia—. ¿Han saboteado el avión? ¿Cree que han…?

—¿Te puedes callar de una puta vez?

Tom murmuró algo para sí mismo mientras escudriñaba los controles. Delante de ellos, la estrella aumentó de tamaño y el suelo debajo de ella comenzó a centellear. Un foco de luz recorrió la nieve.

—Se está acercando.

—¡Sal de aquí!

—Solo digo…

—¡Fuera de la cabina!

Avanzó a tientas entre la oscuridad hasta llegar a los asientos. Se dejó caer en uno de ellos y buscó el cinturón. Durante un rato no ocurrió nada. Giró la cabeza para mirar hacia atrás y distinguió varias formas en sombra. Había algo en los asientos. No podía aguantarse quieto, así que se levantó y avanzó hacia aquellas formas. Encontró una maleta de metal que emitía un tenue destello. Deslizó sus manos por su superficie y dio con los cierres.

No veía nada, por lo que se conformó con explorar el interior con los dedos. Tocó algo que tintineó. Sintió el tacto de la tela. Localizó algo con forma de tubo y trató de sacarlo, pero estaba sujeto y no pudo. Sacó la maleta del asiento y la llevó hacia la parte delantera del avión. Cuando el resplandor de la cabina le permitió ver, inspeccionó el contenido. Había piezas de algún equipo que no supo reconocer. Otras, en cambio, sí. Jeringuillas. Brocas de taladro. En el centro, con la hoja dentro de una funda de plástico, había un escalpelo.

Cuando entró en la cabina, Tom estaba tumbado en el suelo y con medio cuerpo oculto bajo el panel de instrumentos. Wil mostró el escalpelo.

—¿Qué es esto?

—Ahora no, Wil.

—Mire esto.

Tom asomó la cabeza. La expresión de su cara no cambió. Volvió a desaparecer otra vez bajo el panel.

—¿Qué iban a hacerme? —Tuvo que alzar la voz para hacerse oír por encima del estruendo del helicóptero—. Ese tipo dijo que iban a abrirme la cabeza. Eso es lo que dijo. Abrirme la cabeza. Y estoy empezando a preguntar, Tom, si eso era solo una forma de hablar.

—¿Puedes callarte de una vez?

—¿Iban a matarme?

—Te mataré ahora mismo si no te largas de aquí.

Wil dio un paso adelante con el escalpelo. No pensaba clavárselo a Tom, solo quería que le tomase en serio. Pero la mano de Tom salió disparada y le agarró de la muñeca, arrebatándole el escalpelo. Lo lanzó luego hacia el fondo, le dirigió a Wil una mirada condescendiente y se colocó de nuevo en el asiento del piloto.

—Me debe una respuesta —dijo Wil.

—Íbamos a hacer lo que fuese necesario —repuso Tom, mientras encendía una hilera de interruptores—. Si podíamos conseguir la palabra que destruyó Broken Hill sin necesidad de abrirte la cabeza, genial. Lo haríamos así. Si no, de otra manera. Eso es mejor que lo que los otros quieren hacerte.

—Pues no suena a que sea algo mejor que nada.

—Conozco a Woolf —dijo Tom—. La conozco desde que ella tenía dieciséis años. Créeme, esto es mejor. Ahora, siéntate de una vez.

El parabrisas se llenó de luz y Wil levantó el brazo para taparse la cara. El foco había localizado el avión. Bajo aquel resplandor, la pista parecía hecha de cristal negro. El estruendo de las aspas era como un trueno.

—Bueno, ahora puedo ver dónde vamos —dijo Tom, pulsando el botón que antes no había funcionado. Los motores emitieron un sonido seco y un leve zumbido comenzó a aumentar de potencia. Algo encima de la cabeza de Wil sonó tuac tuac tuac. El avión empezó a moverse pesadamente hacia delante.

—Nos están disparando. ¿Nos están disparando?

—Sí.

Ganaban velocidad.

—Sabe que ahí encima hay un helicóptero.

—Lo sé.

—Entonces, incluso si conseguimos despegar, ¿cómo vamos a escapar de ese helicóptero? —El ímpetu de la nave tiró de él y tuvo que aferrarse al respaldo del asiento de Tom. Iba a arrepentirse de no haberse sentado, pero no pensaba moverse de allí—. ¿Cómo escapamos del helicóptero, Tom?

—Los aviones van más rápido que los helicópteros. —Tom tiró de la palanca y comenzaron a ascender.