—Entonces la abandonaste —dijo Harry.
Eliot se frotó la frente. Le dolía la garganta, porque llevaba hablando un buen rato. Le estaba suponiendo un gran esfuerzo, porque se estaba recuperando de una experiencia cercana a la muerte y al otro lado de las ventanas se estaban agrupando fuerzas cuyo objetivo era matarlo.
—¿Eso es lo que extraes de la historia? ¿Que me fui? —Harry no le contestó—. Sí. Me fui. No había alternativa.
—Siempre hay una alternativa.
—Bueno —dijo Eliot, que se sentía muy cansado—, pues no parecía haberla.
—¿Qué sucedió después?
—Yeats la envió a por mí. Se me ocurrió la absurda idea de que me dejarían en paz si me iba lo suficientemente lejos. De que podría empezar una nueva vida. Pero ella vino tras mis pasos y mató sistemáticamente a todo el que se ponía en su camino.
—Puede que esté subyugada.
—¿Crees que eso cambia las cosas?
—Sí —dijo Harry—, porque yo puedo… ¿cómo se dice? Hacer que deje de estar subyugada, con la palabra desnuda.
—No puede hacerse.
—¿Por qué no?
—No puedes borrar una instrucción. Ni siquiera con eso. Solo crearás un conflicto de instrucciones.
—¿Qué coño significa eso?
—Es impredecible.
—Bueno, eso ya es algo.
—La instrucción original no desaparecerá. Podría imponerse en cualquier momento, a causa de factores situacionales, como en qué lugar se encuentre ella, o cómo se sienta en un momento dado. ¿Quieres correr ese riesgo cuando una de las instrucciones es que mate a todo el mundo?
—Sí.
—Bien, pues no puedes.
En el exterior comenzó a oírse un leve repiqueteo. Harry se asomó por la ventana y miró al cielo.
—La amo.
Eliot negó con la cabeza.
—Tus recuerdos no son correctos.
—Eso lo recuerdo.
—Escúchame con atención —dijo Eliot—, porque durante los últimos doce meses, me he preocupado mucho de averiguar con exactitud qué ocurrió en Broken Hill, y el resultado es que sé con toda certeza que tus movimientos se separaron de los de ella poco después de que me dejase tirado en una zanja. La conclusión que se saca de ahí es que cuando ella fue a ti y te pidió que te marchases con ella, le respondiste que no. Fue así como empecé a sospechar de tu existencia como inmune. Y también fue así como ahora sé que no la amabas.
—Dijo que la gente se define por lo que quiere. Que eso es lo más importante. ¿No?
—Sí.
—Entonces sé quién soy —sentenció, volviendo a mirar por la ventana.
—Genial. Estupendo. Eso es genial, Wil. Me alegro mucho de que hayas podido encontrar tu identidad emocional antes de que tu ex novia nos mate. Imagina lo que sucedería si volviera a poner sus manos sobre una palabra desnuda. Imagínatelo.
—No le dejaré hacerse con la palabra.
—De acuerdo —dijo Eliot—. Muy bien, ahora volvemos a adentrarnos en un lugar mágico y fantástico, porque, con todo el respeto a tus recién recuperadas energías, no tienes la más mínima esperanza de evitar que ella haga lo que quiera hacer. ¿Qué es ese ruido?
—Helicópteros.
—¿Más de uno? ¿Qué aspecto tienen?
—¿Por qué iba ella a hacer nada para ayudar a ese tipo, Yeats? Tiene que estar subyugada. Él la está obligando a darnos caza y usted dice que por eso tiene que morir.
—¿Crees que a mí me gusta la idea?
—Sí. Lo creo. Por lo de Charlotte.
Eliot clavó la mirada en el techo.
—Bueno. Tal vez tengas razón.
—¿Y entonces?
—Entonces nada cambia. ¿Es una elección de Woolf? Quizá no, pero ella es lo que es. Tú, en este mismo instante, estás disparando a gente cuyo crimen es estar subyugada. ¿Por qué Woolf ha de ser diferente? Además, si me permites añadirlo, ella no se transformó así como así. Yeats plantó la semilla en un terreno fértil.
Harry alzó la voz por encima del estruendo de los helicópteros:
—¿Qué quiere decir con eso?
—¡Quiero decir que ella arrasó Broken Hill!
—¡Tal vez estuviese subyugada ya entonces!
—¡Estás eligiendo lo que quieres creer! ¡Dios! Me encantaría poder creer que no permití que muriesen tres mil personas solo porque no supe verla como lo que realmente era. Pero no puedo. Lo cierto es que ella siempre fue así y yo me negué a verlo.
—Una cosa, ¿y si nosotros matamos a Yeats?
—Claro, le pediremos a Woolf que se eche a un lado un momento para dejarnos pasar. No me mires como si esa fuese una posibilidad realista. Ella le defenderá hasta la muerte. E incluso si pudiéramos burlarla de algún modo, el hecho de que Yeats esté vivo es lo que la mantiene bajo control. Si lo eliminamos a él, ella seguirá de todos modos con la instrucción de matar a todo el mundo.
Harry estaba mirando hacia el exterior. El ruido de los helicópteros parecía haberse suavizado.
—¿Quieres un escenario de pesadilla? Imagina que Yeats cae y Woolf se adueña de la palabra desnuda. Yeats no puede morir. No antes que Woolf. —Harry no reaccionó a lo que le decía—. ¿Qué está pasando ahí fuera?
—Unos tipos están saliendo de los helicópteros.
—¿Qué clase de tipos?
—Militares. Llevan cascos negros y enormes y gafas. No veo sus caras.
—Ah —dijo Eliot—. Entonces estamos completamente jodidos.
Harry lo miró.
—Personal Aislado al Entorno. Ven el mundo a través de unos filtros que los protegen de ser subyugados.
—¿Debería dispararles?
—Claro, ¿por qué no?
Harry levantó el rifle. Un fragmento del marco de la ventana, cerca de su cabeza, explotó por los aires y se agachó pegado a la pared.
—Mierda.
—Sí —asintió Eliot.
Harry se pasó a la otra ventana y comprobó el exterior.
—Nos están rodeando.
—Imagino que estarán también aterrizando en el techo —dijo Eliot—. Descolgándose desde los helicópteros.
—¿Qué le ocurrió a Charlotte?
—¿Qué?
—Cuando le conocí, usted tenía un compañero. Y un puñado de tipos en aquel rancho. Incluida Charlotte. ¿Cómo llegaron ellos allí?
—¿A quién le importa ya? Sinceramente, Harry. Llegados a este punto, ¿qué importa eso? ¿Crees que van a apresarnos vivos?
Harry se frotó la barbilla en un gesto que Eliot no le había visto hacer antes.
—Debajo del colchón.
—¿Qué?
—Le he cogido una pistola de la armería. Está debajo del colchón.
Eliot lo miró fijamente.
—Tal vez quiera sacarla de ahí.
—Tal vez quiera dispararte con ella, si eso sirviese para algo.
—Todo saldrá bien, Eliot.
—No —repuso Eliot—, esos tipos van a matarnos mientras Woolf lo observa todo desde lejos. Y algún tiempo después un número inimaginable de gente va a dedicar su vida a remover porquería y polvo, porque Yeats se ha empeñado en cavar un agujero enorme y profundo en un lugar y apilar lo que saque de él en otro. Eso es lo que va a ocurrir, estúpido gilipollas. ¿Los tipos del rancho? Eran a los que pude persuadir para que dejasen la organización. Creí que Charlotte era una de ellos, pero ha quedado muy claro que estaba subyugada por Woolf y que le pasaba información, como por ejemplo la de tu existencia, lo que estábamos planeando hacer y todo lo demás, todo el tiempo, y después Woolf puso a Charlotte contra mí y ¡tuve que dispararle! ¡Tuve que matarla, Wil!
—Limítese a coger la pistola.
—¿Para qué molestarme? —gritó—. Si el único propósito de Woolf es darnos unas chocolatinas y cubrirnos de besos.
Harry dio un par de vueltas por la habitación.
—Oh —dijo Eliot—. Vaya, vaya, ¿estás arrepintiéndote de algo?
—Cállese.
—Veinte años —siguió Eliot—. Toda mi vida adulta, he tenido cuidado con cada palabra que salía de mi boca. ¿Y sabes qué? Me he hartado de ello. He acabado jodidamente harto. Así que, ¡que te jodan, Wil Parke! ¡Harry Wilson! ¡Quienquiera que seas! ¡Que te jodan bien jodido! ¡Y que jodan también a Yeats! ¡Y a ti, Emily Woolf! ¡A ti más que a nadie! —Retiró las sábanas, deslizó una mano debajo del colchón y sintió el tacto del metal—. ¡Vamos allá! —Le dolía cada centímetro de su cuerpo, pero su mente había remontado el vuelo—. ¡Allá vamos, ehh, a por ellos!
Emily salió del helicóptero y corrió hacia el refugio que ofrecía un edificio en ruinas que, por lo que parecía, en otro tiempo había vendido vallas de alambre. Se había olvidado de tiendas como aquella. Tiendas en las que solo se vendía una cosa que ella no podía concebir que nadie fuese a querer. Podías vivir una vida entera en Washington y no ver nunca una tienda de vallas de alambre. Si querías una de esas vallas, ibas a un hipermercado de artículos de ese tipo y la encontrarías en una estantería del pasillo doce. Pero aquí había toda una tienda dedicada a ese artículo. Entrabas y pedías un trozo porque los canguros habían vuelto a romper una sección de tu valla, e incluso tendrías una conversación sobre el tema.
No había querido regresar a Broken Hill. Ya llevaba un tiempo operando como persona compartimentalizada, poniendo diferentes piezas de sí misma en distintos lugares, e ignoraba qué efecto tendría Broken Hill sobre eso. Pero ahora estaba allí, porque ya no tomaba decisiones como aquella y tenía que conformarse con hacerlo lo mejor posible. Una parte de ella, uno de los compartimentos, se alegraba. Pensaba que estaba volviendo a casa. Todas las demás partes en que se dividía ahora su mente estaban alucinadas.
—Nos estamos desplegando —dijo Plath. Corría de un lado a otro con unos cascos que no se le mantenían en su sitio, hablando con los agentes de seguridad. Emily no estaba muy contenta con ella. Se había cruzado en el camino de Plath en alguna que otra ocasión y el resultado era que Plath estaba cada vez más neurótica. Había en sus ojos algo salvaje y nervioso que a Emily no le daba confianza. Además, Plath se le había unido poco después del terrible fracaso en el intento de arrinconar a Eliot y a su inmune en el aeropuerto de Portland, operación durante la que había fallecido la poetisa Raine, y aunque Plath no había dicho nada, Emily sabía que veía el incidente como una vergonzosa cagada por su parte—. ¡Qué calor hace! —Plath comenzó a quitarse la chaqueta. Emily no llevaba, porque había sido obvio que en el desierto haría calor—. Esto parece un horno.
—Sí. —Observó cómo Plath metía su chaqueta hecha una bola dentro de su casco.
—Llamaré a Yeats para decirle que hemos aterrizado.
—No.
—Pidió que le mantuviésemos…
—No llames a Yeats —dijo Emily. Todavía era ella la que estaba al mando. Seguía siendo la mejor de la organización a la hora de cazar y matar.
—Necesitamos un centro de mando —dijo un hombre. Su voz, al salir de su casco, sonaba como modulada por una máquina. Se llamaba Masters. Estaba a cargo de los soldados. Actualmente, Masters tenía PAEs desplegándose por Broken Hill como un vertido tóxico, estableciendo perímetros, tomando posiciones y todo lo que fuera que se suponía que tenían que hacer. Era para ayudarla a neutralizar a Eliot, pero a ella no le gustaba estar rodeada de gente a la que no podía subyugar.
Le vino a la memoria una hamburguesería. Estaba bastante apartada del hospital, cerca como para coordinar la acción pero no lo suficiente como para que Eliot fuese capaz de presentarse allí y dispararle. Ella había comido allí, algunas veces sola, otras no. Pero no estaba pensando en eso. Harry estaba intentando asomarse a la superficie de su mente, pero no pensaba permitírselo. La cuestión era que la hamburguesería era un lugar idóneo.
—Sé dónde.
Un pequeño escuadrón comprobó el local mientras ella y Plath esperaban fuera, cubriéndose la cara del sol. Un helicóptero pasó por encima de sus cabezas arrojándoles una oleada de calor y arena.
—¡Aggh! —murmuró Plath—. ¡Qué asco de sitio!
Un soldado abrió la puerta de atrás y les hizo un gesto. Emily atravesó una pequeña cocina donde vio una sartén cubierta por una capa de polvo. Varios utensilios colgaban de barras colocadas en lo alto, sorprendentemente brillantes. Luego pasó al área pública, donde había varias mesas que le resultaban familiares. No había cadáveres. Quizá los soldados se habían encargado de retirarlos. Plath se quedó atrás por alguna razón, pero Emily fue a la parte delantera del local. En el exterior se veían formas oscuras que eran difíciles de identificar a causa de la suciedad que impregnaba los cristales, así que se acercó con cierta inquietud. Mesas al aire libre. En una de ellas había una sombrilla deshilachada. Unos cuantos coches. Si pegaba la cara al cristal, podía ver calle abajo. No se fijó en los detalles, pero pudo distinguir la silueta del hospital. En alguna parte del interior de ese edificio estaba Eliot con su inmune.
Su teléfono sonó y lo sacó del bolsillo.
—He oído que estás en Broken Hill —dijo Yeats.
—Sí. —Emily miró a Plath, la chivata.
—No puedo evitar preguntarme por qué Eliot iría allí, precisamente allí.
—Bueno, supongo que quería hacerse con la palabra —contestó—. El inmune puede cogerla sin problemas. —Se produjo un silencio—. ¿Hola?
—Lo siento. Me he quedado un momento sin habla.
—La palabra desnuda —dijo ella— está en el pabellón de Urgencias.
—Yo tengo la palabra desnuda.
—Usted tiene la copia que yo hice. El original sigue estando aquí.
—Me hubiera resultado muy útil tener esa información mucho antes.
—Oh, lo siento. —Emily lo había sabido, en uno de sus compartimentos.
—Matarás a Eliot —dijo Yeats—, y al inmune, y ya de paso a todo el que Eliot haya podido conjurar y que no trabaje directamente para mí. Después acordonarás el hospital hasta que yo llegue. ¿Está claro?
—Sí. —En el interior de su cabeza, añadió: «capullo». Lo hacía de vez en cuando. Era una especie de juego.
—Estoy realmente perplejo por el asunto del inmune. Me siento muy incómodo sabiendo que existe alguien inmune. Supone una distracción muy desagradable para mi trabajo.
—Puedo imaginarlo. —Capullo.
—Llámame cuando Eliot esté muerto —dijo Yeats—. No pondré un pie en Broken Hill hasta entonces. Ah, y otra cosa, Emily. En algún momento me tendrás que explicar con todo detalle cómo te las ingeniaste para copiar un objeto al que no puedes mirar.
—Lo haré —confirmó ella. La comunicación terminó. Notó que la mandíbula se le movía y por un momento pensó que iba a decirlo en voz alta. Pero solo emitió un pequeño gruñido. Miró a Plath, pero nadie parecía haberlo notado, así que lo dejó estar.
Al principio ni siquiera había sido capaz de pensarlo. Tal vez con el tiempo podría decírselo a la cara. ¡Eh, Yeats! ¡Eres un capullo! Era una idea divertida. Pero inverosímil. Lo más probable es que no pasase de allí, de ser un juego mental. Ya se vería. Por ahora, lo importante era que una parte de ella seguía siendo ella.
Eliot avanzó hasta la puerta, la abrió y desapareció al otro lado. Eso ocurrió con mayor rapidez de lo que Harry esperaba, porque hasta hacía un momento Eliot había tenido el aspecto de quien se estaba recuperando de una herida de bala casi mortal. No sabía qué era lo que de repente le había revivido.
—Espere —le dijo. Pero Eliot corría ya pasillo abajo y lo único que Harry pudo oír fueron sus pisadas.
Levantó su rifle, aunque iba a resultarle del todo inútil para un combate cuerpo a cuerpo. No había tenido intención de salir de la habitación. Su plan era quedarse allí e ir eliminando a todo el que se acercase hasta que Emily pillase el mensaje y fuese a verle. Expulsó el aire entre los dientes.
—Mierda —dijo, y echó a correr detrás de Eliot. Recorrió el pasillo, dejando atrás dos salas de maternidad que en el pasado habían estado dirigidas por una mujer llamada Helen que siempre tenía donuts de color rosa, a cualquier hora del día o de la noche. Harry nunca la había visto comerse uno. Solo los tenía. Él solía visitar aquella zona con frecuencia, por los donuts.
Llegó a la esquina y asomó la cabeza. No había rastro de Eliot. Había desaparecido. Harry dudó si abrir la boca para emitir el tipo de sonido que podría atraer hacia allí a hombres armados, pero entonces se produjo un rápido intercambio de disparos no muy lejos de donde estaba y eso le hizo decidirse.
Alcanzó la escalera y se asomó por encima de la barandilla para ver a Eliot más abajo. A los pies de Eliot había un hombre uniformado de negro pero sin casco. El tipo parecía mareado. Su arma, una semiautomática, estaba a menos de un metro de distancia.
—Dispárales a la cara —dijo Eliot—. Llevan protección, pero no es más que una distracción.
—¿Qué ha hecho? —Harry vio cómo el hombre uniformado se movía para recoger su arma—. ¡Se está moviendo! —Le apuntó con el rifle.
—¡No dispares! —gritó Eliot—. Ahora está en el bando de los ángeles.
El tipo recuperó su arma y se incorporó. Luego levantó la mirada hacia Harry, interrogante.
—Es de los nuestros —le dijo Eliot al tipo—. No os disparéis el uno al otro. —Empezó a bajar las escaleras.
—¿Cómo ha…? —Pero Eliot había vuelto a desaparecer. Harry corrió tras él saltando los peldaños de tres en tres. Le dio alcance en la segunda planta, que era el ala de cirugía del hospital—. ¿Puede esperarme de una puta vez? —Intentó sujetar a Eliot, pero el otro hombre se colocó la culata del arma en el hombro y apuntó el cañón contra Harry.
—No asustes a mi nuevo compañero —dijo Eliot—. Quiere protegerme.
—¿Qué cree que está haciendo?
—Buscando a Woolf.
—Podría estar en cualquier parte.
—Sí. Pero es una opción mejor que la de quedarse sentado en esa habitación. —Eliot echó un vistazo a su alrededor. Tenía las pupilas dilatadas—. Tú solías trabajar aquí. ¿Cuál es la forma más inteligente de salir de aquí?
—No lo sé. ¿Puede decirle a este tipo que deje de apuntarme con su arma?
—Tu actitud le resulta amenazante. Y a mí también, la verdad.
—Y usted parece estar drogado.
—Estoy soltando un montón de dopamina —repuso Eliot—. Es un colocón natural. ¡Joel! Baja el arma.
El soldado hizo lo que se le decía, pero mantuvo los ojos clavados en Harry, con una mirada de acritud.
—¿Qué tal el vertedero de la lavandería?
—¿Qué?
—Un vertedero —explicó Eliot—. ¿Qué tal si nos deslizamos a un sótano o algo parecido?
—No. Aquí no funcionan así. Esto es un hospital, se correría el riesgo de perder a algún niño en uno de esos vertederos.
—Entonces, ¿qué?
—No lo sé.
—Piensa —le instó Eliot—. Debes de haber perdido a algún paciente. Gente que salió de alguna manera. Esto no es Fort Knox.
—A nadie… De acuerdo, una vez un tipo se coló en un almacén escalando al techo del edificio de al lado. Podríamos…
—Sí. Eso. —Eliot miró al soldado—. Ve y provoca una distracción. Dispara a la nada. Informa de algo falso. Cosas así. —El tipo asintió y comenzó a correr escaleras abajo—. Vamos a ese almacén.
—¿Cómo ha subyugado a ese tío?
—Lo conozco. Estuve trabajando para la organización, ya lo sabes. Al almacén.
Harry guio a Eliot a través de unas puertas de doble hoja. Nunca le había gustado ir a esa zona. Allí era donde trabajaban los cirujanos. Nunca había estado del todo seguro de si a ellos les importaba lo que hacían. Parecía que disfrutaban más por el desafío en sí que por el hecho de salvar al paciente.
—Entonces, ¿qué hizo? ¿Le disparó a la cara, le quitó el casco y utilizó unas cuantas palabras?
—Correcto —asintió Eliot.
Llegaron al almacén y probó el pomo. Nadie había pasado por allí durante un año para abrirlo, por lo que parecía. Pero Harry sabía dónde se guardaba la llave. Corrió pasillo abajo, abrió el segundo cajón del puesto de enfermeras y la encontró entre varias hojas de papel y gomas elásticas. Cuando volvió, Eliot estaba tirando de la puerta.
—Rápido —le dijo.
—Estoy siendo rápido.
—Más rápido.
Abrió la puerta. El nuevo Eliot le estaba resultando inquietante. De algún lugar, a lo lejos, llegó el martilleo de un tiroteo. Esperaron, pero no se repitió.
—Joel —dijo Eliot, con cariño.
Entraron en el almacén. En la ventana se habían colocado nuevos cerrojos después del episodio del intruso, pero desde dentro no supondrían más que un pequeño impedimento. Harry echó un vistazo a través del cristal. Había una pequeña bajada hasta una zona apartada del tejado, después habría que correr y saltar al tejado de la farmacia que había al lado. No vio a ningún soldado.
—El auténtico problema es encontrar a Woolf —murmuró Eliot junto a su oído.
Harry se estremeció. No le había oído acercarse. Eliot lo miró.
—¿Dónde crees que está?
—¿Puede echarse un poco hacia atrás?
—Creo que tú lo sabes —insistió Eliot, dándole unos toquecitos en la frente.
—No me toque la cabeza, joder. —Comenzó a arrancar la ventana de su marco.
—Este lugar te hizo volver a ser quien eres. Tal vez tenga un efecto similar en ella. Y tú la conoces. Así que dime, ¿dónde está?
—Ese plan del que habló antes, el de salir de Broken Hill. Está empezando a convencerme.
—¿Dónde? —repitió Eliot.
Harry tiró el marco de la ventana al suelo y trepó por las estanterías. El hueco era estrecho, pero se las ingenió para pasar el rifle y dejarse caer a la azotea que había a metro y medio por debajo. Se agachó contra la pared hasta que Eliot se reunió con él.
Eliot miró a su alrededor.
—Esto ha sido una buena idea. —Se levantó y corrió hacia el borde, saltó por encima del vacío y aterrizó en el tejado de hojalata de la farmacia. Harry le vio mover la cabeza a izquierda y derecha. Luego dejó de moverse. Harry se quedó inmóvil. Eliot se arrastró de vuelta hacia el borde, se asomó y se dejó caer, quedando fuera de la vista.
Harry corrió tras él. A mitad de camino, oyó a Eliot gritando unas palabras en una lengua extraña y gutural. Cuando alcanzó el borde, lo vio en el callejón, encima de otro soldado sin casco. Este era calvo.
Lanzó el rifle hacia abajo y se descolgó por el borde.
—Estoy empezando a sentir que ni siquiera me necesita.
—Oh, desde luego que te necesito —dijo Eliot—. No sé dónde está Woolf. —Miró hacia la farmacia.
—No está ahí dentro. No recuerdo que entrase ni una sola vez en esa farmacia. Eliot. ¿Eliot?
—¿Qué?
—Está mirando al vacío.
—Oh, estaba pensando en tapones para los oídos.
—¿Eso…? Eso suena genial.
—Es genial para evitar la subyugación verbal. No tanto para poder oír que alguien se te acerca por la espalda con un arma. Así que tiene su parte negativa.
—Entiendo.
—Prefiero que me disparen a que me subyuguen, de todos modos. —Eliot miró a Harry—. Dispárame si ella consigue subyugarme. ¿Te lo había dicho ya?
—No.
—Bien, pues hazlo. Lo digo en serio.
—Estamos en la tercera planta —dijo el tipo calvo—. Sabemos que no estáis ahí.
—Gracias, Max —respondió Eliot—. Harry. ¿Dónde está ella?
—¿Cómo coño voy a saberlo?
—Piensa.
Harry miró a su alrededor. Si él fuese Emily, ¿adónde iría? A algún lugar cerca del hospital. Había una cafetería al otro lado de la manzana, pero a Emily nunca le había gustado, decía que olía igual que los hombres. Solían ir a la hamburguesería que había más abajo. En realidad allí era donde se habían encontrado por primera vez. Sin contar la ocasión en la que ella había sido su paciente. Ella había estado comiendo y Harry había pasado por delante del local con una chica con la que salía en aquella época, y ella le había llamado. Recordó haber pensado entonces que era una chalada. ¿Por qué lo había pensado? Por la tarjeta. Ella le había enviado una tarjeta con una estupidez escrita en ella, A MI HÉROE, o ME SALVASTE LA VIDA, algo parecido. Pero entonces habían hablado y había dejado de parecerle una loca. Había habido algo en ella. Algo brillante a lo que él había respondido.
—Has pensado algo —dijo Eliot—. Lo veo en tu cara.
Harry negó con la cabeza.
—No me lo ocultes —insistió Eliot, inclinándose hacia él—. Venga, dímelo, Harry.
—Ahora mismo me está dando miedo.
—Mi estado es temporal. Necesito sacar el mayor partido posible, porque la bajada va a ser muy dura.
—Le ofrezco un trato.
—Sí.
—Podría saber dónde está. Pero si se lo digo, yo entraré primero. Hablaré con ella. Si no da resultado, bien. Usted hace lo que tenga que hacer. Pero antes me concede cinco minutos.
—Trato hecho —dijo Eliot, tendiéndole la mano.
Harry vaciló, receloso.
—No lo dice de verdad.
—¿Qué quieres que diga? —gritó entonces Eliot—. ¡Te estás enfrentando a la futilidad de tu propia propuesta! ¡Dispárale a ese! —Esa última frase iba dirigida al soldado calvo, que hincó una rodilla en el suelo y levantó su semiautomática. Harry se volvió a tiempo para ver a un par de figuras uniformadas de negro al fondo del callejón. Eliot le agarró del brazo y los dos echaron a correr.
—Es la hamburguesería —jadeó Harry—. Derecha, derecha, y rodeando la manzana. —Doblaron la esquina—. Cinco minutos. Prométamelo.
—De acuerdo, vale —dijo Eliot—. Bien. —Se detuvo y sus ojos parecieron aumentar de tamaño al fijarse en algo que había en el arma de Harry—. Uauh, mierda, joder.
—¿Qué? —preguntó Harry. No veía cuál era el problema, así que miró a Eliot, y la culata de la pistola de este avanzaba con rapidez hacia su rostro. Eso fue todo lo que supo.
Los soldados entraron y entonces se produjo un problema. Emily se dio cuenta porque al principio Masters emitía nuevos informes a intervalos de quince segundos: quién estaba dónde, haciendo qué, y durante cuánto tiempo se esperaba que lo hiciera; un catálogo sin fin de hechos físicos del que Masters parecía disfrutar a un nivel profundo, sexual incluso. Pero entonces, sin ningún motivo, pasó un minuto entero sin que oyesen nuevos informes. Aquello se manifestó en el hecho de que Plath corrigiese la posición de su peinado con gestos cada vez más dramáticos, y, finalmente, formulase una pregunta. Masters giró sus gafas hacia ella y contestó con su voz maquinal:
—Estamos tratando de fijar la localización del objetivo.
—Creía que ya tenía esa localización —dijo Plath. Masters no respondió—. ¿No habíamos empezado con la localización del objetivo?
—Eliot es muy resbaladizo —intervino Emily.
—No vamos a tener otro caso Portland. —Plath dirigió aquel comentario a Masters, pero lo que Masters pensó de ello no podía saberse.
Emily casi deseó que Masters se enfadase hasta tal punto con Plath que cogiese una de las muchas armas que llevaba sujetas a diferentes partes de su cuerpo e hiciera algo indescriptible con ella. «Yeats, Yeats —pensó, como hacía en ocasiones como aquella—, eres un capullo».
Se levantó de la mesa. La cristalera estaba muy sucia, pero podía ver a través de ella. Un helicóptero estaba sobrevolando el hospital, pero aparte de eso, no parecía estar ocurriendo nada.
—Estamos reagrupándonos —informó Masters—. Puede que tengamos una nueva posición.
—Consigue una nueva posición —dijo Plath—. Consigue una maldita posición ahora mismo o lo lamentarás durante el resto de tu vida. —Se había sonrojado. En la línea donde le nacía el pelo se le habían formado glóbulos de sudor. Para ser una poetisa, estaba mostrando demasiadas emociones, lo que a Emily le hizo pensar que Plath tenía razones para creer que las consecuencias del fracaso serían particularmente terribles.
Continuó contemplando la calle. Necesitaba pensar como Eliot. Lo conocía bastante mejor que la mayoría. Podía imaginarse a Eliot escondiéndose allí, olfateándola para dar con ella. Eso era lo que él estaría pensando. No en escapar. Vendría a por ella.
Un soldado uniformado de negro emergió del cruce y corrió hacia la hamburguesería.
—¿Quién es ese tío? —quiso saber. Nadie le respondió, así que lo volvió a preguntar—: ¿Quién coño es ese capullo de ahí?
Plath se colocó a su lado.
—Personalmente, no me importa añadir un poco de mano de obra a este lugar.
—Estamos redibujando nuestras zonas —informó Masters.
Aquello a Emily le sonó a tontería, porque si su posición actual había pasado a ser parte de la zona operativa de Masters, él debería haberlo mencionado. Soldados cambiando de posición: de eso era de lo que él estaba hablando. Observó al que se acercaba.
—Oh —masculló—. Es Eliot.
—Ese… Eso es imposible —repuso Plath. Pero su voz dejó traslucir su inseguridad. Estaba empezando a comprender lo que Emily llevaba ya un tiempo sabiendo: que no se podía infravalorar a Eliot. Siempre que creías haberlo cogido, te equivocabas—. Vamos a… Necesitamos seguridad aquí, ¿eh? —Alargó el brazo por detrás de Emily para atraer la atención de Masters, que podría haber estado ladrando órdenes por su radio o podría simplemente estar allí, resultaba imposible decirlo—. ¡Masters, Masters!
—Esa unidad no responde —dijo Masters, al tiempo que desenfundaba una pistola enorme—. Puede que sea hostil. Aconsejo la retirada.
Plath desapareció. Emily vaciló. Realmente quería enfrentarse a Eliot y acabar con él. Pero aquella no era la forma de hacerlo: con Eliot enfundado en una armadura dotada de filtros contra la subyugación. Una cosa era correr riesgos y otra era suicidarse. Se volvió para seguir a Plath, pero entonces se le ocurrió otra idea. Siempre existía la posibilidad de que aquello fuese una estrategia. Eliot podría haber enviado deliberadamente a alguien hacia la parte delantera de la hamburguesería para que fuese detectado (al inmune, quizás, o a cualquier soldado que hubiese conseguido subyugar) y de ese modo ella saldría por la parte de atrás. Era el tipo de cosas que Eliot podría hacer. Meditó un instante. Había una puerta lateral que daba al contenedor de basura. Decidió ser prudente.
Se abrió paso al exterior y se encontró de frente con la pared de ladrillo de la tienda de al lado. Ese era el tipo de cosas que a Emily le gustaba: una ruta de escape oculta. Aquel era su elemento. Entonces se detuvo, porque se le ocurrió que tal vez aquello fuese un problema. Quizá lo último que debiera hacer en aquella situación fuese seguir sus instintos, pues alguien que la conociera bien podría preverlos. Eliot apareció doblando la esquina.
—Mierda —dijo Emily.
De las orejas de Eliot sobresalían pequeños tapones amarillos. Sostenía una pistola. Tenía los ojos muy abiertos y había un brillo de sudor en su cara que le indicó a Emily que Eliot se hallaba en un estado mental intensificado. Los poetas podían hacerlo, si lo querían de verdad. Ella les había visto hacerlo. Hablaban y se movían muy rápido durante alrededor de una hora, y luego dormían durante varios días seguidos.
—Te pillé —dijo Eliot.
Emily levantó las manos. Quería hablar, pero le dio la impresión de que si abría la boca, él le dispararía. Le dispararía de todos modos, por supuesto. Para eso estaba allí.
Se miraron el uno al otro durante un momento. Tal vez apareciesen unos cuantos soldados por la puerta y se hiciesen cargo de Eliot. Eso le vendría muy bien.
Eliot se quitó los tapones con la mano libre.
—He tenido que dejar al inmune inconsciente. No podía confiar en él.
—Bien —dijo ella.
—Me culpo por lo que ocurrió. Debería haberlo evitado. —Emily no supo qué responder a eso—. Tengo que matarte.
Ella asintió. Hacía tiempo que lo sabía.
Eliot flexionó sus dedos sobre la pistola.
—Siento no haberte enseñado mejor —dijo. La expresión de su cara era muy extraña.
—Eliot.
—Tienes que parar.
—Eliot.
Había soldados aproximándose. Podía sentirlos. La idea se le antojó angustiosa de un modo que no lo había sido unos meses atrás.
—Cometí errores —continuó Eliot.
Alrededor de Emily, los soldados emergían del aire como hormigas. Había una gran cantidad de ruido y Eliot podría haberle disparado, pero no lo hizo, sino que cayó al suelo y murió.
Después de eso, Emily se sintió extraña. La gente iba y venía, soldados y poetas, y de vez en cuando se detenían para hablar con ella, pero no les escuchaba. Cuando empezaron a empaquetar a Eliot, fue a la parte delantera de la hamburguesería y se sentó a una mesa. Alguien pasó a su lado un par de veces, pero la mayor parte del tiempo estuvo sola. Empezó a llorar. No comprendía por qué, porque había deseado que Eliot muriese. Lo había querido con intensidad. Pero la pena emanaba de ella de todas maneras, vertiéndose desde sus compartimentos, y recordó que no todos sus deseos eran realmente suyos.
Una sombra se proyectó a su lado. Levantó la vista para ver quién era lo bastante idiota para molestarla en aquel momento, y vio a Yeats.
Yeats recogió una silla caída y se sentó en ella. Llevaba puesto un hermoso traje gris y su pelo parecía fresco y brillante. Tenía gafas de sol, pero se las quitó y las dejó sobre la mesa, y sin ellas sus ojos carecían de expresión alguna.
—Oh —dijo Emily. Se sintió estúpida. Por supuesto que Yeats estaba allí. Debería haberlo entendido.
—Felicidades. —Yeats contempló la hilera de edificios cubiertos de polvo que había al otro lado de la calle—. Ahora entiendes por qué te quería a ti específicamente para que te encargases de Eliot. —Emily no contestó—. La persuasión se deriva del entendimiento. Subyugamos a otros aprendiendo quiénes son y volviéndolo contra ellos. Todo esto, la persecución, las armas… —Hizo un gesto vago—. Esto son solo detalles. Lo que Eliot no podía evitar era el hecho de que yo lo comprendía mejor de lo que él se comprendía a sí mismo. —Plath apareció en algún lugar al borde de los sentidos de Emily. Yeats dijo—: Un vaso de agua, por favor. Que sean dos.
Una vez que Plath se hubo ido, Yeats se quitó la chaqueta y se la pasó a Masters, que estaba allí como si lo hubiesen plantado.
—He estado visitando a algunos delegados. No todos ellos están de acuerdo con la nueva dirección que le estoy dando a la organización. Algunos intentaron hacer movimientos contra mí. Movimientos esperados, por supuesto. Inútiles, puesto que los entiendo. Intentamos ocultar nuestra personalidad, Emily, pero la verdad es que no queremos quedar ocultos, no del todo al menos. Queremos ser encontrados. Todo poeta, tarde o temprano, descubre que dentro de unos muros perfectos no hay nada que merezca ser protegido. De hecho, no hay nada. Así que cambiamos privacidad por intimidad. Nos la jugamos, esperando que al mostrarnos, alguien encuentra el modo de entrar. Por eso es por lo que el animal humano siempre será vulnerable: porque quiere serlo. —Plath se presentó con dos vasos de un estilo que Emily reconoció de años atrás, y los puso en la mesa.
—Me siento mal por Eliot.
—Sí, bueno —dijo Yeats—. Algún tipo de derrame de emociones reprimidas, imagino.
—Y estoy recordando cosas.
—¿Oh? ¿Como cuáles?
—Salí de Urgencias. Por esa puerta —dijo, señalándola—. Fui hacia allí. La gente se estaba matando entre sí. Por culpa de la palabra. Harry vino detrás de mí. Él sabía lo que había hecho. Pero, de todos modos, me salvó.
—No estoy seguro de por qué me estás contando esto —dijo Yeats—. Es irrelevante.
—No estoy hablando con usted.
Una figura caminaba hacia ellos desde el hospital. En la calina que provocaba el calor, podría ser cualquiera. Pero Emily tuvo un presentimiento.
—Harry —dijo.
Harry se asomó por el murete de la azotea a la calle. Le dolía la cabeza. Eliot le había golpeado. Había fruncido el ceño ante algo que había visto en el rifle de Harry, y Harry había seguido la dirección de su mirada, y luego se había despertado tirado en un soportal. Ahora Eliot había desaparecido y Harry estaba en el tejado de una tienda de muebles, intentando ver qué era lo que estaba ocurriendo.
Hacía unos minutos un soldado había ido hacia la hamburguesería y otro había salido por la puerta principal del local y se le había acercado empuñando su pistola. Dio la impresión de que iban a enfrentarse entre ambos, pero se detuvieron dejando un metro de separación y se quedaron allí como si estuvieran comunicándose telepáticamente. Luego los dos corrieron hacia la hamburguesería y aparecieron nuevos soldados, tras lo cual se produjo un tiroteo. Un rato más tarde, una joven salió del local y se sentó a una mesa. Harry se le quedó mirando fijamente, porque la joven era Emily.
Había empezado a dudar si ella seguiría siendo la misma, a causa de lo que le había dicho Eliot. Pero ahora todo estaba claro. Se escabulló del tejado. Siempre sucedía lo mismo: cuanto más hablaba una persona, más borrosa se volvía. No era necesario discutir para hallar la verdad. Podías verla. Había estado a punto de olvidarlo. Aferró el rifle y fue en busca de Emily.
Yeats se dio la vuelta para mirar a la figura que se les acercaba envuelta en la calina.
—¿Quién?
—El inmune, podría ser —dijo Plath, mirando con la mano a modo de visera. El inmune tenía los brazos extendidos a los lados. Llevaba unos vaqueros y una camiseta—. Wil Parke. Parece desarmado.
—Bueno, ¿qué tal si le disparamos?
—Estoy en ello —dijo Masters. Hizo una señal y dos soldados salieron a la calle.
—Conocemos a Parke —dijo Plath—. Es una persona indecisa. No posee entrenamiento con armas. Es carpintero.
—Emily, pareces ansiosa —comentó Yeats—. ¿Hay algo que yo debería saber?
—Sí.
—Cuéntame.
—Creí que Harry había muerto. Pero no fue así. Solo me obligué a mí misma a creerlo.
—¿Quién es Harry? —preguntó Plath.
—Su amante —dijo Yeats—, hace algún tiempo. ¿Es él el inmune?
Emily asintió y Yeats tamborileó con los dedos sobre la mesa.
—Esto no cambia nada.
Observaron cómo se desplegaban los soldados. Harry comenzó a reducir el ritmo de sus pasos. Emily ya podía distinguir su rostro.
—Espera —dijo Yeats—. Me estoy perdiendo algo, ¿no es cierto?
Emily tuvo que responderle:
—Sí.
—¿Qué me estoy perdiendo? —Chasqueó los dedos hacia alguien que estaba detrás de ella—. Tú también. —Un poeta, Rosenberg, un chico joven con el pelo largo, salió a la calle y siguió a los soldados—. ¿Emily?
—Dos cosas.
—Dímelas. Te estoy ordenando que me las digas.
—No creo que usted haya estado enamorado. No recientemente, al menos. No estoy segura de que recuerde cómo es estar enamorado. La sensación te subyuga. Se apodera de tu cuerpo. Como una palabra desnuda. Creo que «amor» es una palabra desnuda. Esa es la primera de las dos cosas. —Yeats no reaccionó. Si acaso, parecía desconcertado—. La segunda es que yo no definiría a Harry como indeciso y carente de entrenamiento con las armas.
—Tal vez deberíamos ir adentro —sugirió Plath.
—Sí —dijo Yeats—. Correcto. —Se alisó los pantalones y comenzó a incorporarse. Pero entonces se detuvo, porque Emily le había sujetado por la corbata.
—Además —dijo ella—, eres un capullo.
Avanzó hacia la hamburguesería hasta que un grupo de soldados se echó a la calle para interceptarlo. Entonces giró y se dirigió hacia la inmobiliaria. Entró a través de un hueco en el que antes había habido una ventana, recogió el rifle de donde lo había dejado, en el mostrador, y corrió hacia los despachos del fondo. Había estado allí alguna vez cuando salía con Melissa, la agente inmobiliaria. Las suficientes como para conocer la distribución del local. Tomó posición en el despacho de Melissa y esperó.
Unos pocos minutos más tarde, un soldado entró arrastrándose. Harry aguardó hasta que apareció el segundo y entonces introdujo una bala en su cargador. Los dos hombres se desvanecieron como el humo. Harry abrió el cargador y puso otra bala mientras corría hacia el pasillo. Fue a la derecha en lugar de a la izquierda, abrió la puerta trasera y salió a la luz del sol. Corrió por el lateral del edificio hasta las rejillas de ventilación y atisbó a través de ellas. El segundo soldado se alejaba de él, agachado. Harry levantó el rifle y le disparó en la parte de atrás de la cabeza.
Cuando volvió a entrar en el edificio, le sorprendió encontrar a los dos tipos aún con vida. No hubiera creído que un casco podría detener una bala del calibre 28. Pero supuso que el impulso de la bala tenía que ir a alguna parte. Uno de los soldados se había quitado el casco y estaba vomitando. El otro se arrastraba con dificultad hacia la puerta principal.
Levantó el rifle. El soldado que se había despojado del casco alzó una mano, pero Harry le disparó igualmente. Caminó hacia el otro mientras recargaba el rifle. Un hombre apareció inesperadamente en la ventana, un tipo joven con traje barato y corbata, profiriendo palabras sin sentido, y Harry le disparó. Miró al otro soldado, que había dejado de arrastrarse.
Recargó su arma otra vez. Oyó el ruido de un helicóptero acercándose. Supuso que habría soldados viniendo por ambos lados. Estarían corriendo sin prisas, como habían hecho aquellos dos tipos, puesto que estaban envueltos en armaduras de veinte kilos de peso que eran como hornos andantes. Llevaban alrededor de una hora moviéndose bajo el sol del mediodía. Ni siquiera podía imaginarse cómo sería eso. Había visto a gente cayendo muerta por un golpe de calor al intentar hacer demasiadas cosas. Muchos creían que lo peor que el sol podía causarles era una sensación de incomodidad. Se ponían crema de protección solar y sombreros y salían bajo el sol hasta que se desplomaban al suelo.
Entró en el aseo y abrió la ventana. Había una pequeña valla que le ofrecía un poco de refugio hasta el edificio de al lado, y desde allí pensó que podría ir sin que le viesen hasta prácticamente donde quisiera. Se descolgó por la ventana y empezó a arrastrarse.
Los ojos de Yeats se abrieron como platos. Emily no le había visto nunca antes aquella expresión de sorpresa. En realidad, nunca le había visto una expresión de ningún tipo.
—Suéltame —dijo Yeats.
—Suélteme usted a mí —repuso ella, aunque no era más que para ganar tiempo. Solo había una forma de que pudiera quedar libre de Yeats, e iba a tener que hacer que ocurriese por sí misma. Yeats tiró hacia atrás al tiempo que se llevaba la mano al bolsillo de la chaqueta para coger el objeto que le permitiría adueñarse otra vez de la mente de Emily. Lo cual le indicó a ella que Yeats de verdad no lo pillaba. Él pensaba que la influencia de la palabra se había borrado de algún modo, que ella ya no se sentía obligada a obedecerle.
Se incorporó para seguir el movimiento de retirada de Yeats, pero se encontró con los brazos de Plath, que la sujetaba por detrás. Plath era delgada y enjuta, es decir, no era el tipo de persona que podría retener a Emily durante demasiado tiempo, pero ella no había esperado siquiera que lo intentase, y eso le dio a Yeats tiempo para sacar la palabra.
—Siéntate y deja de moverte —le ordenó.
—No.
La incredulidad se extendió por su rostro. Los brazos de Plath ya estaban flaqueando, pues había supuesto que Emily quedaría de inmediato subyugada. Pero la mano de Yeats estaba saliendo de su chaqueta y ella no quería ver lo que iba a sacar, así que echó su cabeza hacia atrás. Se produjo una conexión satisfactoria. Emily se echó hacia delante, cogió un vaso de la mesa y lanzó el agua sobre los zapatos de Yeats.
Yeats soltó un grito agudo de temor. Aquel sonido resultó hermoso a oídos de Emily, pero la cuestión era que Yeats no estaba emitiendo ningún otro sonido, sonidos que ordenasen a alguien que la matase, así que mientras él estaba ocupado con el horror de ver cómo se estropeaba el cuero de sus zapatos, ella rompió el vaso contra el borde de la mesa y le rebanó la garganta.
Yeats trató de hablar. Pequeñas burbujas rojas le salpicaron los labios. Emily le arrebató la palabra desnuda de los dedos con total suavidad. Yeats cayó de rodillas, y ella debería estar en aquel instante volviéndose para hacer frente a Plath y a Masters y a quien fuera que estuviera a su espalda, pero en lugar de eso, se quedó allí viéndole morir.
Harry corrió hacia la hamburguesería. Imaginó que debía haber soldados por allí, pero no podía verlos. Los helicópteros se habían retirado, y no podía entender por qué. Rodeó el edificio sin ver a nadie, así que se dirigió hacia la parte delantera. Emily estaba allí. Varios cuerpos yacían en el suelo. Había un soldado con uniforme negro, pero se había quitado el casco y tenía las piernas separadas, sin empuñar ningún arma, mirando la ciudad como si estuviera allí de vacaciones.
Harry mantuvo el rifle preparado y empezó a cruzar la calle. Emily se volvió hacia él. Tenía algo en su mano y la expresión de su cara era extraña.
—Eh —dijo Harry—. Emi, soy yo.
Avanzó hacia ella y por un momento Emily no supo quién era. Acababa de matar a un puñado de gente y de subyugar a Masters, y sentía un avispero dentro de su cabeza.
Pero reconoció la expresión de su cara. Era como la última vez que ella había estado también rodeada de muerte y él había ido en su busca. Vio que Harry iba a salvarla de nuevo. Por supuesto que iba a hacerlo. Iba a perdonarla por todo lo que había hecho, otra vez.
—Oh, Harry —dijo Emily—. ¡Me alegro tanto de verte!
Él sonrió. Ella había creído que no volvería a ver nunca aquello, su sonrisa, y eso la mató, porque sabía que no podía durar. Nada de aquello podía durar.
—Te quiero —dijo—, pero lo siento, necesito que hagas algo.
—Claro. —Harry se colgó el rifle al hombro y caminó hacia ella con las manos extendidas para coger las de ella—. ¿Qué necesitas?
—Kikkhf fkattkx hfkixu zttkcu —explicó Emily—. Dispárame.