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Cuando Dwayne Hoover vio a su jefe de ventas, Harry LeSabre, con aquellos leotardos verdes y la falda de paja y todo lo demás, no podía creérselo. Así que hizo como que no lo había visto y fue hacia su despacho, que también estaba atestado de ukeleles y piñas.

Su secretaria, Francine Pefko, parecía normal, a excepción de que llevaba una guirnalda de flores colgada al cuello y una flor en la oreja. Sonrió. Francine era viuda de guerra y tenía unos labios como almohadones de sofá y un cabello pelirrojo brillante. Adoraba a Dwayne y también adoraba la Semana Hawaiana.

Aloha —dijo.

Mientras tanto, Harry LeSabre se sentía aniquilado por Dwayne.

En el momento en que se había presentado ante él vestido de una forma tan ridícula, cada una de las moléculas del cuerpo de Harry había aguardado la reacción de Dwayne. Todas las moléculas dejaron de funcionar durante unos instantes, se apartaron un poco de sus vecinas y esperaron hasta saber si la galaxia, llamada Harry LeSabre, sería desintegrada o no.

Cuando Dwayne trató a Harry como si fuese invisible, éste creyó que había quedado en evidencia como un asqueroso travesti y que había sido despedido por ello.

Harry cerró los ojos. No quería volver a abrirlos nunca más. El corazón le mandó el siguiente mensaje a sus moléculas: «Por razones obvias para todos nosotros esta galaxia será ¡desintegrada!».

Dwayne no sabía nada de todo aquello. Se inclinó sobre el escritorio de Francine Pefko. Estuvo a punto de confesarle lo mal que se sentía pero, en vez de eso, lo que hizo fue advertirle:

—Por varias razones, éste es un día difícil. Así que no quiero bromas ni sorpresas. Quiero las cosas fáciles. Mantén alejada de mí a cualquier persona que muestre el menor signo de locura. No me pases llamadas.

Francine le dijo a Dwayne que los gemelos le estaban esperando en su despacho:

—Creo que hay un problema en la cueva —le dijo.

Dwayne se sintió agradecido por aquel mensaje tan sencillo y claro. Los gemelos eran unos medio hermanos suyos, más jóvenes: Lyle y Kyle Hoover. La cueva era la Cueva del Sagrado Milagro, una atracción turística justo al sur de Shepherdstown de la cual Dwayne era propietario en sociedad con Lyle y Kyle. Constituía la única fuente de ingresos de Lyle y Kyle, que vivían en dos ranchos idénticos de color amarillo, situados uno a cada lado de la tienda de recuerdos que conducía a la entrada de la cueva.

Por todo el estado había carteles con forma de flecha clavados en los árboles y en los postes de las alambradas que indicaban la dirección para llegar a la cueva y la distancia a la que se encontraba. Por ejemplo:

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Antes de entrar en su despacho, Dwayne leyó uno de los muchos letreros que Francine había puesto en la pared para divertir a las personas y para recordarles lo que olvidaban con tanta facilidad: que la gente no tenía que estar seria todo el tiempo.

He aquí el texto del letrero que leyó Dwayne:

¡NO HAY QUE ESTAR LOCO PARA TRABAJAR AQUÍ,

PERO AYUDA!

El texto iba acompañado por el dibujo de un loco. He aquí el dibujo:

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Francine llevaba una insignia sobre el pecho que mostraba a una criatura con una expresión tan saludable que despertaba envidia. He aquí la insignia:

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Lyle y Kyle estaban sentados uno junto al otro en el sofá de cuero negro que había en el despacho de Dwayne. Eran tan parecidos que Dwayne siempre había sido incapaz de decir quién era quién hasta 1954, año en que Lyle se peleó con alguien en la carrera de patinaje sobre ruedas por culpa de una mujer. Después de aquello Lyle era el de la nariz rota. Dwayne recordaba que cuando eran bebés y estaban en la cuna, uno solía chupar el pulgar del otro.

He aquí cómo Dwayne llegó a tener medio hermanos a pesar de haber sido adoptado por un matrimonio que no podía tener hijos. Resulta que el hecho de adoptarle a él desencadenó algo en los cuerpos de sus padres que les permitió concebir hijos cuando ya habían perdido las esperanzas. Parece que era un fenómeno bastante común y que muchas parejas estaban programadas de ese modo.

A Dwayne le dio mucha alegría verlos en aquel momento: dos hombrecillos con mono de trabajo y zapatillas deportivas, tocados con boina. Eran rostros conocidos, eran reales. Dwayne cerró la puerta, dejando el caos fuera.

—Vamos a ver —dijo—, ¿qué le ha pasado a la cueva?

Desde que le rompieron la nariz a Lyle, los gemelos habían acordado que fuese éste el que hablara en nombre de los dos. Kyle no había dicho ni mil palabras desde 1954.

—Es que las pompas esas llegan hasta casi la mitad de la Catedral —dijo Lyle—. Y si siguen así en una o dos semanas ya habrán llegado a Moby Dick.

Dwayne le entendió perfectamente. La corriente subterránea que atravesaba las entrañas de la Cueva del Sagrado Milagro estaba contaminada por algún tipo de vertido industrial que formaba unas pompas de espuma tan duras como las pelotas de ping-pong. Esas pompas se estaban amontonando y avanzaban por un pasaje que conducía hasta una enorme roca que había sido pintada de blanco para que se pareciese a Moby Dick, la Ballena Blanca. Pronto las pompas de espuma rodearían a Moby Dick y continuarían avanzando hasta invadir la Catedral de los Susurros, que era la atracción principal de la cueva. Miles de personas se habían casado en la Catedral de los Susurros, entre ellos Dwayne y Lyle y Kyle. Y también Harry LeSabre.

Lyle le habló a Dwayne de un experimento que Kyle y él habían hecho la noche anterior. Habían entrado en la cueva con sus pistolas Browning automáticas idénticas y habían disparado sobre aquella muralla de pompas, que continuaba avanzando.

—Soltaron una peste que no te puedes ni imaginar —dijo Lyle. También dijo que el olor era como el que produce el pie de atleta—. Tuvimos que salir de allí. Pusimos el sistema de ventilación durante una hora y después volvimos a entrar. La pintura de Moby Dick estaba toda levantada. Ya ni siquiera tiene ojos.

Moby Dick tenía unos ojos azules grandes como platos, rodeados de largas pestañas.

—El órgano se puso todo negro y el techo, de un color amarillento sucio —dijo Lyle—. Ya casi no se puede ver el Sagrado Milagro.

El órgano era el Órgano de los Dioses, que consistía en un bosque de estalactitas y estalagmitas que se habían formado, apiñadas, en un rincón de la Catedral. Detrás había un altavoz por el que se emitía la música para bodas y funerales. El órgano estaba iluminado con luces eléctricas que cambiaban constantemente de color.

El Sagrado Milagro era una cruz en el techo de la Catedral formada por la intersección de dos grietas.

—Aunque en realidad nunca fue fácil verla —dijo Lyle, refiriéndose a la cruz—. Ahora ya ni siquiera estoy seguro de que siga estando allí.

Le pidió permiso a Dwayne para llevar una carga de cemento. Quería cerrar el pasaje que conectaba la corriente subterránea con la Catedral.

—Olvídate de Moby Dick, de Jesse James, de los esclavos y de todo eso —dijo Lyle— y salvemos la Catedral.

Jesse James era un esqueleto que el padre adoptivo de Dwayne le había comprado a un médico durante la Gran Depresión. Los huesos de la mano derecha se entrelazaban con los pedazos oxidados de un revólver de calibre 45. A los turistas se les contaba que había sido encontrado así y que era probable que se tratase de un ladrón de trenes que había quedado atrapado en la cueva por culpa de un desprendimiento.

En cuanto a los esclavos, éstos eran estatuas de hombres negros hechas de escayola que estaban en una cámara separada de Jesse James por un corredor de unos quince metros. Las estatuas representaban a esclavos quitándose las cadenas unos a otros con martillos y sierras para metales. A los turistas se les contaba que, muchísimos años atrás, esclavos de verdad habían utilizado aquella cueva como refugio después de escapar, cruzando a nado el río Ohio, en busca de la libertad.

La historia de los esclavos era falsa, al igual que la de Jesse James. La cueva no había sido descubierta hasta 1937, cuando un pequeño terremoto abrió en ella una grieta. Fue el propio Dwayne Hoover quien descubrió la grieta y después él y su padre adoptivo la abrieron usando palancas y dinamita. Antes de eso no habían entrado allí ni siquiera animalitos.

La única relación que tenía aquella cueva con la esclavitud es la siguiente: La granja donde fue descubierta había sido construida por un antiguo esclavo, Josephus Hoobler, al que su amo le había concedido la libertad y que se había trasladado al norte y construido aquella granja. Tiempo después había regresado al sur para comprar a su madre y a una mujer a la que convirtió en su esposa.

Sus descendientes continuaron trabajando en la granja hasta la Gran Depresión, época en la que el Banco Mercantil del Condado de Midland les canceló el derecho de redimir la hipoteca. Y justo entonces el padre adoptivo de Dwayne fue atropellado por un coche conducido por un blanco que había comprado la granja. Para no ir a juicio el padre de Dwayne obtuvo en compensación por los daños causados aquella propiedad a la que él llamaba, con desprecio, «esa maldita granja de negros».

Dwayne recordaba el primer viaje que hizo la familia para conocer el lugar. Su padre arrancó el cartel escrito por negros del buzón hecho por negros y lo tiró a la cuneta. He aquí lo que ponía:

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