Mientras Kilgore Trout envenenaba sin darse cuenta el inconsciente colectivo de la ciudad de Nueva York, Dwayne Hoover, el vendedor de Pontiacs loco, bajaba de la azotea de su Holiday Inn del Medio Oeste.
Dwayne entró en el enmoquetado vestíbulo poco antes de la salida del sol para pedir una habitación. A pesar de ser una hora bastante extraña, tuvo que esperar, ya que estaban atendiendo a un hombre negro y había otro esperando su turno delante de él. El negro era Cyprian Ukwende, el indaro, el médico de Nigeria que se alojaba en el hotel mientras buscaba un apartamento apropiado.
Dwayne esperó su turno humildemente. Se había olvidado de que era uno de los copropietarios del hotel. En cuanto a lo de alojarse en un lugar en el que admitían negros, Dwayne se lo tomaba con filosofía. Experimentaba una especie de felicidad agridulce mientras se decía a sí mismo: «Los tiempos cambian. Los tiempos cambian».
El recepcionista del turno de noche era nuevo y no conocía a Dwayne, así que le hizo rellenar un formulario completo. Dwayne, por su parte, se disculpó por no saber cuál era el número de la matrícula de su coche. Se sentía culpable por ello, aunque sabía que no había hecho nada de lo que tuviera que sentirse culpable.
Pero se sintió feliz cuando el recepcionista le entregó la llave de una habitación. Había pasado la prueba. Y además le encantó su habitación. Era tan nueva y estaba tan limpia y tan fresca… ¡Era tan neutra! Era una copia de las miles y miles de habitaciones de los Holiday Inn que había a lo largo y a lo ancho del mundo.
Puede que Dwayne Hoover, respecto al sentido de su vida o a lo que debía hacer en el futuro, estuviese confuso. Pero aquel asunto lo había resuelto correctamente: se había instalado en un contenedor para seres humanos al que no se le podía poner ninguna objeción.
Un lugar preparado para cualquier persona. Preparado para Dwayne.
Alrededor del retrete había una banda de papel como ésta, que tendría que quitar antes de usarlo:
Aquella banda de papel le garantizaba a Dwayne que no tenía por qué temer que ningún bichito con forma de sacacorchos fuera a metérsele por el culo y a comerle sus cables, lo cual significaba una preocupación menos para Dwayne.
Del pomo de la puerta, por dentro, colgaba un cartel que Dwayne colgó por fuera. Tenía el siguiente aspecto:
Dwayne descorrió un momento las largas cortinas que iban del techo al suelo y vio el cartel que anunciaba la existencia del hotel a los fatigados viajeros que recorrían la autopista Interestatal. El cartel era así:
Cerró las cortinas. Graduó la calefacción y el sistema de ventilación y se durmió como un corderito.
Un corderito era un animalito joven, famoso en el planeta Tierra por dormir profundamente. Su aspecto era el siguiente: