Ésta es la historia del encuentro entre dos hombres blancos delgaduchos, solitarios y bastante viejos en un planeta que estaba agonizando.
Uno de ellos era un escritor de ciencia ficción que se llamaba Kilgore Trout. En aquel momento era un don nadie y suponía que su vida ya se había acabado. Se consideraba un fracasado. Pero, gracias a ese encuentro, se convirtió en uno de los seres humanos más queridos y respetados de la historia.
El hombre con el que se encontró era un vendedor de coches, de Pontiacs, y se llamaba Dwayne Hoover. Dwayne Hoover estaba a punto de volverse loco.
Presten atención:
Trout y Hoover eran ciudadanos de los Estados Unidos de América, país al que se llamaba simplemente América para abreviar.
Su himno nacional, que era una absoluta memez, igual que muchas otras cosas que se supone que deberían tomarse en serio, decía así:
Oh, dime, ¿ves a la luz de la aurora
la que con tanto orgullo saludamos
en la última luz crepuscular,
cuyas anchas barras y brillantes estrellas
ondeaban con tal valor
en medio de la peligrosa lucha
y sobre las murallas que vigilábamos?
El rojo resplandor de los cohetes y las bombas
que estallaban en el aire
demostraban durante la noche que nuestra
bandera continuaba allí.
Oh, dime, ¿siguen nuestras barras y estrellas
ondeando aún
sobre la tierra de los libres y el hogar
de los valientes?
Había miles de millones de naciones en el universo, pero aquella a la que pertenecían Dwayne Hoover y Kilgore Trout era la única con un himno nacional que era una sandez salpicada de signos de interrogación.
Éste era el aspecto de la bandera:
En esa nación había una ley sobre la bandera, que no existía en ninguna otra nación del planeta, y que decía: «La bandera no se inclinará ante ninguna persona ni ninguna cosa».
Inclinar la bandera es un tipo de saludo en señal de respeto y cortesía que consiste en bajar la bandera a lo largo del mástil y luego volverla a subir.
El lema de la nación de Dwayne Hoover y Kilgore Trout era el siguiente: «E pluribus unum», cosa que, en un idioma que ya nadie hablaba, quería decir: «Entre muchas, una».
La bandera que no se inclinaba jamás era preciosa y lo del himno y el lema vacuo no tendrían tanta importancia si no fuera por lo siguiente: había tantos ciudadanos a los que se ignoraba, estafaba e insultaba, que eso les hacía pensar que debían de haberse equivocado de país e incluso de planeta, que allí debía de haber un terrible error. Les hubiera consolado un poco el hecho de que su himno y su lema hablasen de la justicia o la fraternidad o la esperanza o la felicidad. Eso les habría hecho sentirse acogidos en el seno de la sociedad y de las propiedades inmobiliarias de ésta.
Si se ponían a analizar su papel moneda en busca de alguna clave que les desvelara lo que significaba su país, entre un montón de basura estrafalaria, se encontraban con un dibujo de una pirámide truncada con un ojo radiante encima, como ésta:
Ni siquiera el presidente de los Estados Unidos sabía a qué venía todo aquello. Era como si el país les dijera a sus ciudadanos: «En el absurdo radica la fuerza».
Una gran parte de aquel absurdo era el inocente resultado de la ridiculez de los padres fundadores de la nación de Dwayne Hoover y Kilgore Trout. Los fundadores fueron aristócratas que deseaban alardear de una inútil formación académica que consistía en haber estudiado unos galimatías de épocas remotas. Y, además, eran malos poetas.
Pero otra parte del absurdo era malintencionada ya que ocultaba grandes delitos. Por ejemplo, en los Estados Unidos los maestros escribían una y otra vez en las pizarras esta fecha y hacían que los niños la aprendieran de memoria con orgullo y alegría:
Los maestros les decían a los niños que ésa era la fecha en que su continente había sido descubierto por el hombre. En realidad, en ese continente, en el año 1492 ya había millones de seres humanos que llevaban una vida plena e inteligente. Ese año fue, simplemente, el año en que los piratas que llegaron por mar empezaron a engañarles, a robarles y a matarles.
He aquí otro ejemplo de ese absurdo malintencionado que se les enseñaba a los niños: que, en un momento dado, los piratas que llegaron por mar crearon un gobierno que se había convertido en un modelo de libertad para todos los hombres del mundo. Se les enseñaba a los niños dibujos y estatuas de ese supuesto modelo imaginario. Era una especie de cucurucho de helado que lanzaba fuego y tenía este aspecto:
De hecho, los piratas que llegaron por mar y que eran los principales responsables de la creación del nuevo gobierno tenían a otros seres humanos como esclavos. Utilizaban a seres humanos como maquinaria e, incluso después de haberse abolido la esclavitud, porque resultaba un asunto muy embarazoso, tanto ellos como sus descendientes continuaron considerando simples máquinas a los hombres comunes y corrientes.
Los piratas que llegaron por mar eran blancos. La gente que ya poblaba el continente cuando llegaron los piratas tenía un color cobrizo. Y cuando se introdujo la esclavitud en el continente, los esclavos eran negros.
O sea que el color lo era todo.
He aquí cómo lograron los piratas hacerse con todo lo que querían quitándoselo a los demás: tenían los mejores barcos del mundo y eran más malos que nadie y tenían pólvora, que es una mezcla de nitrato potásico, carbón y sulfuro. Prendían fuego a ese polvo, aparentemente inofensivo, y súbitamente se convertía en gas. Ese gas lanzaba unos proyectiles a través de unos tubos de metal a una velocidad tremenda. Los proyectiles perforaban tanto la carne como los huesos con facilidad, de modo que los piratas podían destrozar los cables internos o los fuelles o las tuberías de cualquier ser humano tozudo, aunque estuviese lejos, muy lejos.
Sin embargo, el arma principal de los piratas que llegaron por mar era su capacidad de sorprender. Nadie pudo creer, hasta que fue demasiado tarde, lo desalmados y rapaces que eran.
Cuando Dwayne Hoover y Kilgore Trout se encontraron, su país era con mucho el más rico y poderoso de todo el planeta. Poseía la mayor parte de los alimentos y de los minerales y de las máquinas, y controlaba a otros países amenazándoles con lanzarles misiles enormes o tirarles cosas desde aviones.
La mayoría de los demás países no tenían nada de nada. Muchos ni siquiera eran ya habitables. Tenían demasiada gente y no había suficiente espacio. Habían vendido todo lo que tenía algún valor y ya no quedaba nada que comer, pero la gente seguía follando sin parar.
Follando es como se hacen los niños.
En ese planeta destrozado había un montón de gente que era comunista. Sostenían la teoría de que había que compartir todo aquello que aún quedaba en el mundo entre toda la gente que había y que, para empezar, no había pedido venir a este planeta destrozado. Mientras tanto seguían llegando al mundo niños y niños sin parar, pataleando y chillando y pidiendo leche a gritos.
En algunos lugares, mientras la gente intentaba alimentarse con barro y chupando piedras, a pocos pasos seguían naciendo niños.
Y cosas por el estilo.
El país de Dwayne Hoover y Kilgore Trout, un país en el que había de todo, se oponía al comunismo. No creía que los terrícolas que tenían un montón de cosas debieran repartirlas con otros, a no ser que les apeteciera de verdad, y a la mayoría no les apetecía.
Así que no tenían que hacerlo.
En América se suponía que cualquiera podía coger lo que quisiera y quedarse con ello. A algunos americanos se les daba muy bien eso de coger cosas y quedarse con ellas. Eran fabulosamente ricos. Otros no llegaban a tener nada de nada.
Cuando Dwayne Hoover conoció a Kilgore Trout era fabulosamente rico. Exactamente esas palabras, «fabulosamente rico», fueron las que susurró un hombre a un amigo suyo una mañana en que pasaron junto a Dwayne.
Y he aquí lo que Kilgore Trout poseía en aquel planeta durante aquella época: nada de nada.
Kilgore Trout y Dwayne Hoover se conocieron en Midland City, que era la ciudad natal de Dwayne, durante un festival de arte que se celebró allí en otoño de 1972.
Como ya se ha dicho, Dwayne era un vendedor de Pontiacs a punto de volverse loco.
La incipiente locura de Dwayne era, por supuesto y sobre todo, un problema de sustancias químicas. El cuerpo de Dwayne Hoover estaba fabricando algunas sustancias químicas que desequilibraban su mente. Pero Dwayne, como todos los lunáticos novatos, también necesitaba algunas ideas nocivas para poder dar forma y sentido a su locura.
Las sustancias químicas nocivas y las ideas nocivas conformaban el Yin y el Yang de la locura. Yin y Yang son los símbolos chinos de la armonía. Tienen este aspecto:
A Dwayne las ideas nocivas se las proporcionó Kilgore Trout. Trout se consideraba no sólo inofensivo, sino también invisible. El mundo le había prestado tan poca atención que él se consideraba muerto.
Deseaba estar muerto.
Pero, tras su encuentro con Dwayne, comprendió que estaba lo suficientemente vivo como para proporcionarle a otro ser humano las ideas necesarias para convertirlo en un monstruo.
He aquí la esencia de las ideas nocivas que Trout proporcionó a Dwayne: Todas las personas que hay en la Tierra son robots, a excepción de uno, Dwayne Hoover.
De todas las criaturas del universo, Dwayne era el único que pensaba y sentía y se preocupaba y planificaba, y eso. Nadie más comprendía lo que era el dolor. Nadie más podía elegir. Todos los demás eran máquinas automáticas, cuyo propósito era estimular a Dwayne. Dwayne era un nuevo tipo de criatura que el Creador del Universo estaba probando.
Sólo Dwayne Hoover tenía libre albedrío.
Trout no esperaba que nadie le creyese. Introdujo esas ideas nocivas en una novela de ciencia ficción y allí fue donde las encontró Dwayne. El libro no iba dirigido únicamente a Dwayne. Trout jamás había oído hablar de él cuando lo escribió. Iba dirigido a cualquiera que lo abriese por casualidad. De hecho decía, dirigido a nadie en particular: «Eh, ¿sabes una cosa? Eres la única criatura del mundo con libre albedrío. ¿Cómo te sientes al saberlo?». Y cosas por el estilo.
Era un tour de forcé. Era un jeu d’esprit.
Pero para Dwayne fue como un veneno mental.
A Trout le impresionó el hecho de que él pudiese causar daño en el mundo con sus ideas nocivas. Y, después de que Dwayne fuese encerrado en un manicomio con una camisa de fuerza, Trout se convirtió en un fanático defensor de la importancia de las ideas como causa y cura de las enfermedades.
Pero nadie le prestaba atención. Era un viejo indecente en medio del desierto, gritando entre árboles y arbustos: «¡Las ideas, o la falta de ideas, pueden causar enfermedades!».
Kilgore Trout se convirtió en un pionero en el campo de la salud mental. Presentaba sus teorías como si fueran ciencia ficción. Murió en 1981, casi veinte años después de haber sido la causa de la terrible enfermedad de Dwayne Hoover.
Para entonces ya se le reconocía como un gran artista y científico. La Academia Americana de Artes y Ciencias erigió un monumento sobre sus cenizas. En la parte frontal se grabó una cita de su última novela, que era la número doscientos nueve y que dejó inconclusa a su muerte. El monumento tenía este aspecto: