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El árbitro pita el comienzo de la segunda parte. Los Cebolletas pierden enseguida la pelota, y los Tiburones se lanzan de nuevo al ataque como han hecho durante todo el primer tiempo. No parece que haya cambiado nada. El número 10 de los Tiburones se zafa fácilmente de Nico, no cede ante la entrada de Lara y pasa la pelota a Pedro, que está solo delante de Fidu. Por fin tiene una ocasión de marcar. En las gradas todos dan por descontado el sexto gol del equipo de casa.

Pedro levanta la vista, apunta y se da cuenta de que el portero tiene una extraña sonrisa en la cara.

Fidu ha comprendido que quizá haya una forma de evitar un gol que parece inevitable. Suelta un alarido tremendo y, de un gran salto, aterriza sobre el charco que la tormenta ha creado delante de su puerta. Del suelo se levanta una ola de agua sucia que da al delantero de lleno en la cara.

De repente Pedro deja de ver y, mientras se restriega los ojos con las manos para sacarse el barro de encima, Fidu da un segundo salto y se abalanza sobre el balón, que luego lanza muy lejos. Los hinchas de los Cebolletas se ponen en pie y empiezan a aplaudir. Los brasileños golpean sus tambores con renovado entusiasmo.

—¡Eres un genio, Fidu! —le grita Lara.

Detrás de la portería, Augusto aprieta los puños de alegría, como si hubiera sido él quien hubiera hecho una parada, mientras Pedro, con la cara llena de barro, se va a buscar al árbitro para pedirle que pite penalti.

—¿Penalti? ¡Si ni siquiera te ha tocado! —responde el árbitro.

Los saltos de Fidu han sido un revulsivo para los Cebolletas, que finalmente se ponen a luchar con entusiasmo y dan la réplica a los Tiburones Azules. El partido está equilibrado y es un espectáculo precioso. Las jugadas de los dos equipos se alternan. Las piernas de Nico se han vuelto ligeras, el nerviosismo ha desaparecido y, gracias a sus centros, Becan y João pueden aprovechar su gran velocidad, correr hasta el extremo del campo y dar pases a Tomi. Como ocurre en el minuto 5 de la segunda parte.

Atención…

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¡Es el gol más espectacular que se ha visto jamás en ese campo! Tomi y Becan corren a abrazarse y son arrollados por el entusiasmo de João, Nico, Lara y Sara. Hasta Fidu abandona la portería y, después de una larga carrera, se lanza sobre el grupo. Los chavales están ahora unidos en un solo abrazo, como una única flor con siete pétalos. Es un gol especial: ¡el primero en la historia de los Cebolletas! Es justo que lo celebren con tanta alegría.

La señora Sofía alza los brazos del esqueleto y lo hace bailar al ritmo de los tambores brasileños. La madre de Tomi agita una de las escobas que sostienen la pancarta con el lema: «¡Tomi, genio, acabarás en la Selección!». La otra la sujeta Eva. Gaston ha abrazado a Dani, que está sentado en el banquillo, y agita el cucharón de madera como si fuera una bandera.

Charli, el entrenador de los Tiburones, está más sombrío que los nubarrones de la tormenta. Sin duda no esperaba encajar un gol de los Cebolletas. Sus chicos quieren vengarse marcando otro gol cuanto antes.

Los Tiburones atacan con rabia, pero Lara y Sara se han convertido en dos centinelas insuperables. Se tiran a todos los charcos y salen siempre con el balón pegado al pie. Si tienen problemas, se lanzan deslizándose entre las piernas de los adversarios y los hacen rodar por tierra. El árbitro pita la falta, ellas se excusan, pero mientras tanto la portería está a salvo… Son como dos auténticas tigresas de combate. Ya no se distingue el color de su pelo, parecen dos figuras de barro.

Por delante de ellas, Becan, Nico y João también defienden bien. Hablan entre ellos continuamente, cada uno avisa al otro de los peligros o le aconseja el lugar más apropiado: «¡Cuidado con el 7, João!», «¡Ven más al centro, Becan, que estoy solo!», «¡Aguanta, Nico, que ya llego!».

Y es eso lo que hace feliz a Champignon, todavía más que el espléndido gol que ha marcado Tomi: ver que sus Cebolletas por fin juegan y se mueven como un equipo de verdad. Los siete pétalos se han cerrado al fin, formando un hermoso capullo que está muchas veces a punto de abrirse en forma de un segundo gol.

Por la banda derecha, nadie logra parar a Becan, mientras por la izquierda las fintas y los regates de João son una pesadilla para los defensas, lo que provoca una gran alegría entre la mancha amarilla de las gradas, que no ha dejado un solo segundo de bailar y tocar.

Por si fuera poco, Tomi está imparable. El balón parece pegado a sus pies, César y los demás le persiguen para robárselo, pero él danza escurridizo entre las camisetas azules. Animado por el gol y por la pancarta sujeta con escobas, crea un peligro detrás de otro. Ya le ha dado una vez al larguero y ha chutado por lo menos tres veces contra Edu, el portero de los Tiburones, quien rechaza todos los balones como si fuera una pared.

Tomi está a punto de rendirse cuando oye el silbido de Champignon, que le enseña el cucharón desde el banquillo. El capitán comprende qué debe hacer.

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Los Cebolletas vuelven a abrazarse en el centro del campo. La madre de Tomi y Eva agitan frenéticamente las escobas, el esqueleto Socorro baila con los brasileños. El gato Cazo duerme en el banquillo.

—¡Uno más, chicos! —exclama Fidu.

—¡Uno y ganamos la apuesta! —grita Nico exultante.

Los Cebolletas aún tienen cinco minutos para marcar el tercero, que obligaría a los Tiburones a fregar los platos. Tomi recoge el balón y lo lleva al centro del campo.

Pero antes de que el árbitro pite para que prosiga el partido, llega la sorpresa: Champignon saca precisamente a Tomi y lo sustituye por Dani.

En el palco se eleva un rumor, y los tambores dejan de sonar. Pero ¿cómo es posible? Tomás ha metido dos goles, ha sido el mejor jugador, ha provocado él solo enormes dificultades a la defensa contraria. Si alguien puede meter el tercer gol, es Tomi, que en lugar de eso se sienta en el banquillo con los codos en las rodillas y la barbilla entre las manos, abatido.

Y las dudas sobre la decisión del cocinero se acentúan en la siguiente jugada, cuando Dani, un poco por la emoción que siente y un poco por los años que ha pasado jugando al baloncesto, coge con las manos la pelota cuando cae en el área grande de su equipo.

Naturalmente, el árbitro señala penalti.

Dani, abochornado, se excusa. Fidu lo consuela:

—No te preocupes; pienso parar este penalti.

Pedro coloca el balón sobre el círculo blanco. Tiene unas ganas tremendas de meter su primer gol y de vengarse por la broma del agua sucia. Pero Fidu le tiene preparada otra broma: se coloca en la línea de meta a esperar el disparo, pero de espaldas al delantero.

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Fidu lanza el balón hacia João, que sale corriendo como una bala hacia la portería de los Tiburones.

Con un par de fintas, el brasileño hace caer al número 6, pero un segundo antes de poder tirar a puerta, su balón es interceptado: saque de esquina. Lo va a lanzar Becan, que tratará de llegar a la cabeza de Dani, que, altísima como está, despunta como un campanario entre las casas.

Ninguno de los Tiburones puede llegar tan alto como Dani, que de hecho salta sin oposición y con la frente empuja el balón a la red. ¡Es el tercer gol de los Cebolletas! ¡El que les hace ganar la apuesta y obliga a los chicos de los Tiburones a lavar los platos del Pétalos a la Cazuela!

Tomi se olvida por un segundo de la desilusión de haber sido sustituido. Abraza a Champignon y luego se lanza al campo para celebrarlo con sus compañeros de equipo, mientras Charli se agita como un loco delante del banquillo y chilla a sus jugadores:

—¡Gallinas! ¡Gallinas! ¡Sois unos gallinas!

Y todavía no lo ha visto todo… En el último minuto del partido, el árbitro pita una falta al borde del área a favor de los Cebolletas por una zancadilla a João. Nico pide permiso para lanzarla.

Coloca el balón en el suelo con el mismo cuidado con el que guarda los libros en la mochila antes de ir a la escuela. Luego se mete en la boca la punta del dedo índice y levanta el dedo.

—¿Se puede saber qué estás haciendo? —le pregunta Lara.

—Estoy estudiando la dirección del viento para calcular la potencia del tiro —responde Nico con total seriedad. Luego coge un poco de carrerilla y golpea la pelota con el interior del pie derecho.

Gracias al efecto que le ha dado Nico, la pelota salva la barrera y acaba chocando lentamente contra la red, como una estrella fugaz. Charli se tapa los ojos con la mano. El árbitro pita el final del partido: 5-4.

Lara y Sara saltan encima de Nico y le dan un beso en cada mejilla: una por chica, dos besos simultáneos. Nico, petrificado de alegría, se siente de nuevo como un semáforo, pero esta vez un semáforo en rojo…

Los Tiburones Azules han ganado el partido, pero los Cebolletas han ganado de sobra la apuesta. Agotados y sucios, pero inmensamente felices, los ocho pétalos se abrazan en medio del campo y vuelven a ser una sola flor. Una flor de barro. Luego lo celebran en las gradas con los padres y los amigos. Hasta Socorro sonríe.

Gaston va a estrechar la mano a su adversario.

—Ya te había dicho que mi especialidad son los segundos platos…

Charli sonríe con amargura.

—En cualquier caso, el partido lo hemos ganado nosotros…

—Es verdad —responde el cocinero—. Ya nos ocuparemos de ganaros durante el campeonato. De momento, nos basta con haber ganado la apuesta. Nos vemos esta tarde en mi restaurante. Tendré guantes y lavavajillas para todos…

Después de la ducha, todos quedan para cenar en el Pétalos a la Cazuela y vuelven a sus casas, todos menos Eva, que está invitada a casa de su maestra de baile, la señora Sofía.

El sol ha vuelto a brillar y Tomi propone a Eva dar un paseo en bici hasta el parque del Retiro.

Le presenta a los peces del estanque y les tiran migas de pan. Tomi le explica que esos peces dan buenas respuestas a las preguntas que se les hace.

—¿Cómo hay que hacerlo?

—Basta con aprender a escucharlos.

Eva se inclina, y Tomi ve en el agua el reflejo de la sonrisa que había visto en la sala de baile.

Compran dos cucuruchos en el carrito de los helados y se sientan en un banco.

—Tú ya me has visto jugar, así que ahora soy yo el que te tiene que ver bailar.

—Te avisaré cuando hagamos un ensayo.

—¿No puedes bailar un poco ahora?

—¿Aquí? ¿Sin música? —contesta Eva sonriendo.

Tomi se levanta del banco, va junto a una pareja tendida sobre el césped y les pide que le presten su radio cinco minutos. Vuelve y la deja sobre el banco.

—Aquí está la música.

Eva vuelve a sonreír, se levanta y se pone a danzar, girando sobre sí misma, moviendo con gracia una mano y sosteniendo el helado con la otra. Tomi tiene la impresión de que los peces no suben a la superficie para comer pan, sino para disfrutar del ballet, y está convencido de que si tuvieran manos también aplaudirían, como hace él cuando Eva se para.

—En casa tengo una bailarina que se parece a ti —le dice.

Vuelven a coger las bicis y regresan a casa de Tomás. Su padre está en casa y trabaja en su nuevo velero.

Saluda a Eva y le pregunta:

—¿Sabes por qué las bailarinas están siempre morenas?

Eva no sabe qué responder.

—Porque al danzar sobre la punta de los pies están más cerca del sol…

Tomi le enseña a Eva el carillón de su madre y añade:

—A mi padre le encantan los veleros y las ocurrencias tontas…

—Pero si tu padre no ha dicho ninguna tontería: cuando bailo me siento realmente cerca de las nubes.

Poco antes de que anochezca, Eva va a clase de baile a casa de la señora Sofía. Tomi se encuentra con Gaston en la cocina del Pétalos a la Cazuela. Lo acompaña mientras prepara unos pétalos de rosa y le dice:

—Es extraño, míster. Hoy he perdido y he acabado en el banquillo, pero nunca me he sentido más feliz desde que juego al fútbol…

—¿Y por qué, según tú? —pregunta el cocinero.

—Porque me ha encantado ver a mis amigos Fidu y Nico tan entusiasmados: uno ha parado un penalti y otro ha metido un gol…

—Por eso te he reemplazado. De lo contrario, los goles los habrías metido tú, porque eres el mejor. Te habrías sentido feliz, pero más egoísta. La alegría más hermosa es la que se comparte con los demás: la alegría propia de una flor, no de los pétalos.

—¿Qué comeremos esta noche, míster?

—Guiso de arroz a las rosas.

—¿El plato que preparó cuando conoció a su mujer?

—Exacto. Les gusta a las bailarinas. Le gustará también a Eva.

Esa noche, en el salón del Pétalos a la Cazuela, los Cebolletas y los chicos de los Tiburones Azules cenan juntos en la misma mesa, inmensa. Nico está sentado entre las dos gemelas: no podía soñar con nada mejor. Fidu explica a Edu, el portero de los Tiburones, los secretos de sus estiradas de luchador. Tomi está al lado de Eva. João y Becan hablan de fútbol con Mirko, el estupendo número 10 de los Tiburones. Dani ha llevado su guitarra y habla de música con los brasileños.

En cambio, César y Pedro no ponen cara precisamente de fiesta. Murmuran entre sí, apartados. Es posible que se les hayan atragantado los cuatro goles que han encajado o la promesa que han hecho al mismo tiempo que la apuesta: no podrán dejarse caer por los jardines hasta el próximo campeonato.

En otra mesa están sentados los padres de los chicos y el esqueleto Socorro, al que el padre de Tomi saluda dándole un golpecito en la calavera.

—Tienes que comer, que estás demasiado delgado…

Al llegar al postre, los padres de los Cebolletas se reúnen en torno a Champignon y charlan un buen rato. Al final, el cocinero les da una gran sorpresa:

—En julio, como todos los veranos, João vuelve a Brasil con sus parientes a pasar las vacaciones. Brasil es un país precioso. Sería maravilloso poder acompañarlo, ir a la playa y a lo mejor echar algún partido contra equipos de chicos brasileños. Allí se juega el mejor fútbol del mundo y podríamos aprender un montón. Sería maravilloso… ¡y de hecho lo será! Vuestros padres están de acuerdo: ¡en julio los Cebolletas desembarcarán en Brasil! ¡Mar, balón y amistad! ¿Qué os parece?

Tomi y los demás se miran, convencidos de que es una broma. En cuanto comprenden que es verdad, estallan en gritos de alegría. El padre de João y Gaston abrazan sus guitarras y se ponen a tocar canciones. Mientras las primeras parejas se ponen en pie para bailar, Charli guía a los chicos de los Tiburones hacia los platos que tienen que lavar.

—¡Espero que se te dé mejor fregar platos que lanzar penaltis! —dice Fidu a Pedro.

—Nos vemos el próximo campeonato —responde este gruñendo.

—Si para entonces has acabado de fregar los platos —comenta Sara.

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¡Ah, se me olvidaba: también tú estás invitado a ir a Brasil! No puedes perderte el espectáculo de los Cebolletas en las playas de Río.

¡Hasta pronto! O más bien, ¡hasta prontísimo!