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¿Te has fijado en cómo limpian los cristales del coche de Augusto sin bromear ni echarse agua encima como hacían días antes? Los chicos quieren acabar lo antes posible para volver a entrenarse en el terreno de juego.

¿Sabes qué significa eso? Pues que falta poco para la gran apuesta contra los Tiburones Azules y que la tensión aumenta.

Champignon se da cuenta de ello porque los chavales, entrenamiento tras entrenamiento, están cada vez más concentrados y atentos, como los estudiantes en los últimos días de clase, cuando se aproximan las fechas de los controles y los exámenes.

Hoy es martes, y el cocinero hace especial hincapié en las tácticas defensivas.

—Aprendamos a anticiparnos, chicas —dice—. Lara, ponte detrás de tu hermana. Cuando le lance la pelota a Sara, tú aparecerás por su espalda y con el pie derecho me la devolverás. ¿Está claro?

Lara practica el ejercicio.

—Perfecto. Ahora con el pie izquierdo —ordena el cocinero lanzando el balón con las manos.

Lara sale por detrás de Sara, golpea la pelota al vuelo y la lanza hacia el entrenador.

—¡Muy bien, Lara! —la alaba el cocinero—. Ahora intercambiad las posiciones. Te toca a ti, Sara. El mismo ejercicio: primero con el pie derecho y luego con el izquierdo. Es importante anticiparse. Los Tiburones tienen delanteros muy veloces, así que tendréis que conseguir llegar a la pelota antes que ellos. Ánimo…

La madre de Tomi pasa en bici con la saca de correos. Toca el timbre y todos la saludan con la mano.

Augusto explica a Fidu cómo parar los tiros rasos.

—Tienes que apoyar siempre una rodilla en tierra antes de recoger el balón, así no te arriesgas a que se te cuele entre las piernas.

Ahora está trabajando con él los reflejos.

—Un portero debe estar listo para saltar como un resorte. Un segundo de duda puede costarte un gol.

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Al finalizar el entrenamiento, Champignon quiere que echen un partidito, pero a los chicos les falta uno para hacer un número par.

—¿Por qué no le preguntas a ese chico si quiere jugar? —le pregunta a Tomi.

—Es que Dani solo juega al baloncesto —dice Tomi—. ¡Es tan alto que le llaman Jirafa!

—Pero todas las tardes se para a mirarnos… —insiste el cocinero, que va a invitarlo a jugar.

Dani acepta entusiasmado.

—Yo he nacido en Nápoles, donde jugaba el gran Maradona. El fútbol es mi deporte favorito. Pero en mi familia todos somos altos y jugamos al baloncesto. Yo empecé también sin haberlo escogido… El fútbol no se me da bien, pero me divierto más con los pies que con las manos.

—¡Pues entonces usa los pies! —le dice Champignon—. Si solo hiciéramos todos lo que sabemos hacer mejor, la vida sería aburridísima… A mí se me da muy bien hacer pastelitos, pero cocino también carne y pescado. No puedo servir solo bocaditos de nata y canutillos de crema…

Dani deja en el suelo su pelota de baloncesto y se pone a perseguir la de fútbol. Cuatro contra cuatro: ahora el partido está equilibrado.

De hecho, con sus enormes pies y sus larguísimas piernas, Dani es mucho menos ágil que sus compañeros, pero es insuperable en los cabezazos. Y, sobre todo, se divierte como no lo hacía en mucho tiempo, tanto que al final pregunta a Champignon:

—¿Puedo volver mañana?

—Puedes volver cuando quieras. Y, si te apetece, puedes venir también el sábado: hemos retado a un partido a los Tiburones Azules.

—¿Un partido de verdad? —Dani no se lo acaba de creer—. ¿Puedo? ¿En serio?

—Claro que puedes. Es posible que te quedes en el banquillo y salgas en la segunda parte. Con nosotros, los reservas siempre juegan. Y, como sabes coger bien la pelota con las manos, si hace falta podrás sustituir a Fidu en la portería.

Hoy es jueves, y el cocinero quiere repasar la lección con sus centrocampistas.

Ha traído una olla vieja del restaurante, una de las preferidas de Cazo para sus cabezaditas. La coloca a una decena de metros de Nico y le pide que intente darle con el balón. Es un ejercicio de precisión.

Nico ya sabe de memoria cómo se dispara el balón: se apoya el pie izquierdo junto a la pelota y se golpea con el derecho, usando el empeine y no la puntera. Sabe que tiene que doblar las rodillas y que no debe inclinar el cuerpo hacia atrás, porque de lo contrario el balón saldría volando. Sus tiros ya describen parábolas precisas que llegan casi siempre a su destino. De hecho, en los dos primeros intentos roza la olla, en el tercero la golpea por la parte de fuera y al cuarto la acierta de lleno: ¡canasta!

Tomi se ha quedado boquiabierto:

—Empiezo a creer que su cucharón de madera es una varita mágica —le dice al cocinero—. Nunca habría esperado un tiro semejante de Nico…

Champignon sonríe.

—Ya te había dicho que sé reconocer los buenos ingredientes… Pero sin tus consejos y la confianza que le has infundido al aceptarlo en el equipo, Nico no habría acertado a la olla en la vida. Eres tú quien ha usado la varita mágica, Tomi.

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DANI

Lara felicita a Nico:

—¡Tienes los pies de un auténtico número 10!

—Gracias, Sara —responde Nico.

—Yo soy Lara —le corrige—. Y no hace falta que te pongas rojo como nuestro pelo…

Nico enrojece todavía más y se rasca la cabeza, como hace siempre que está turbado y no tiene bolsillos donde esconder las manos.

Junto al cochazo de Augusto se ha parado una moto amarilla. Charli, el entrenador de la Academia, se quita el casco y avanza hacia Champignon.

—Ya veo que el sábado echaremos un partido de cacharros, visto que os entrenáis con ollas…

—No te equivocas. Lo que haremos es escacharrar a tus campeoncitos —replica el cocinero, estrechándole la mano.

—¿De verdad creéis que nos podéis meter tres goles? Me han dicho que solo lleváis dos semanas entrenándoos. ¿Estáis todos aquí?

—Sí, aquí estamos todos —le responde Champignon—. Y vamos a intentar meteros tres goles. Esa es la apuesta.

—Tenéis a dos chicas en el equipo… Para equilibrar un poco el partido, los Tiburones Azules podríamos jugar con un jugador menos: seis contra siete. ¿Qué te parece, señor Champignon?

Champignon no tiene tiempo de responder. Después de tanto entrenarse para anticiparse al contrario, las gemelas le roban la respuesta:

—Nosotros solo jugamos siete contra siete —exclama Lara.

—Y al final del partido ya veremos cuántos goles le dejan meter estas dos chicas a su hijo Pedro —añade Sara.

—Estoy de acuerdo: la apuesta será en igualdad de condiciones, siete contra siete. Y el sábado por la tarde tú y tus chicos estáis invitados a mi restaurante. Pase lo que pase, lo celebraremos juntos —concluye Champignon.

—Será un verdadero placer —responde el entrenador de los Tiburones.

—Con una sola condición —añade el cocinero—: si marcamos los tres goles, serán los Tiburones los que frieguen los platos.

—Entonces, creo que tendrás que apañártelas con tu lavaplatos… —contesta Charli sonriendo.

—Nos vemos el sábado a las tres en vuestro campo —contesta Champignon tendiéndole la mano.

—Os esperamos —concluye Charli al tiempo que se la estrecha.

Los chicos lo miran mientras vuelve a su moto.

—Ya sabemos de qué palo sale la astilla de su simpático hijo Pedro… —dice Sara.

—Bien dicho, Lara —comenta Nico.

—Soy Sara —le corrige Sara.

El viernes, durante el último entrenamiento, Champignon alecciona a los delanteros.

Becan, desde la derecha, y João, desde la izquierda, repiten sin cesar pases cruzados a Tomás, que los recibe y dispara a puerta: con la derecha, la izquierda y la cabeza. El cocinero recuerda a Becan y a João que cuando los adversarios tengan el balón deberán volver rápidamente al centro del campo para ayudar a Nico a proteger la defensa.

Por último, le pide a Tomi que practique la «vaselina». La vaselina es un tiro muy especial y difícil: hay que golpear la pelota desde abajo con la punta del pie, como si se quisiera excavar la tierra, como una cuchara que se hundiera en la mantequilla. Así, si se toca bien, la pelota dibuja una especie de arco iris en el aire, se eleva y luego cae por encima del portero y va a parar dentro de la red.

—Durante la final me di cuenta de que Edu tiene un defecto —explica Champignon—. El portero de los Tiburones es muy bueno, pero siempre está un paso por delante de la línea de meta. Acuérdate de eso mañana: en lugar de disparar solamente con fuerza, cuando llegues al área y veas a Edu alejado de la portería, intenta meterle una vaselina. Ahora me pondré entre el balón y el portero, haciendo de barrera: tú trata de superarme con una vaselina.

Tomi prueba cinco, diez, veinte, treinta veces, hasta que el arco iris le sale a la perfección y el balón, golpeado por la parte de abajo, supera suavemente el sombrero de cocinero de Champignon y acaba entre los brazos de Fidu.

El cocinero pita para indicar el fin del último entrenamiento y pide a los chicos que se sienten a la sombra de los árboles.

—Chicos, estamos a punto de disputar nuestro primer partido. Ante todo quiero deciros que os habéis comportado fenomenalmente: todos y cada uno de vosotros os lo habéis tomado en serio y habéis hecho grandes progresos. Estas dos semanas hemos sudado y bromeado, nos hemos divertido y hemos aprendido a conocernos mejor. Así es como se hace un equipo de verdad. Érais pétalos sueltos y os estáis convirtiendo en una sola flor. El único consejo que os quiero dar para el partido de mañana es este: demostrad que sois un equipo. Ellos son mejores, están más entrenados y sin duda vencerán. Da lo mismo. Y tampoco importa que no logremos meter tres goles. Eso no es lo que está en juego. La verdadera apuesta consiste en demostrar que somos un equipo. Nos meterán un gol, dos, tres… tanto da. Nosotros correremos, pondremos en práctica lo que hemos aprendido y lucharemos hasta el final. Todos ayudaréis a los compañeros que tengan problemas, correréis por ellos, porque no sois pétalos sueltos, sino una sola flor. No lo olvidéis nunca. El segundo consejo os lo sabéis de memoria a estas alturas: ¡divertíos, chicos! Porque, si los Tiburones nos meten diez goles pero nosotros nos divertimos más, al final los que habremos vencido seremos nosotros. Y ahora, esperad un momento…

Champignon va hasta su coche de flores y vuelve con una gran bolsa azul. La abre y saca siete conjuntos blancos y azules y uno oscuro para el portero, y los reparte: camiseta, calzones y medias. Fidu lleva el número 1, Lara el 2, Sara el 3, Becan el 7, Tomi el 9, Nico el 10, João el 11, Dani el 6.

—¡Mi número favorito! —exclama Nico, que ha sacado muchos dieces en el colegio, pero nunca ha tenido ninguno tan emocionante. Un 10 entero para él impreso sobre la ropa de un verdadero equipo de fútbol. Cree estar soñando…

Champignon sonríe al ver la sorpresa de sus pequeños jugadores. Tomi escruta con curiosidad la manchita amarilla que hay dentro del escudo estampado sobre el pecho.

—¿Qué es? —pregunta.

—Una cebolla —responde Champignon.

—¡¿Una cebolla?!

—Sí —responde tranquilamente el cocinero—. Porque he decidido que nuestro equipo se llamará «los Cebolletas».

Tomi y Fidu se miran y vuelven los ojos hacia el entrenador, con la esperanza de que se trate de una broma.

—¿Los Cebolletas?

—Exacto, ¿no os parece simpático?

—¡Pero si es un nombre de chicas! —salta Fidu, con cara de asco, como si hubiera apoyado la mano sobre una babosa.

Sara le lanza una mirada torva.

—Nosotras somos chicas.

—Fidu tiene razón: ¡un equipo de fútbol no puede tener un nombre femenino! —dice Tomi apoyando a su amigo.

—¿Cómo que no? —pregunta Lara—. ¡La Juventus es un nombre femenino y en Italia es el equipo que tiene más títulos de liga!

—¡Pero una cosa es la Juventus —exclama Tomi— y otra muy distinta «los Cebolletas»! Nos tomarán el pelo…

—Recuerda que, cuando se corta una cebolla, los ojos se llenan de lágrimas. ¡Los Cebolletas harán llorar a los que se burlen de ellos! —rebate Sara.

—¡Bien dicho, Lara! —aprueba Nico.

—Soy Sara —le corrige Sara.

—Además —añade Dani—, también Maradona, el mejor jugador de todos los tiempos, de pequeño jugaba en un equipo que se llamaba Cebollitas, y nadie se burló jamás de él. Todo lo contrario: era el equipo más apreciado de Argentina. Será como un homenaje.

—Bueno —interviene finalmente Champignon—, tenemos que votar. Que levante la mano el que esté de acuerdo con el nombre de Cebolletas.

Todos levantan la mano menos Fidu y Tomás, que se miran unos segundos, encogen los hombros en señal de que se rinden y acaban por levantar también ellos la mano.

El cocinero alza el cucharón de madera y apunta al cielo con él.

—Entonces, está decidido: ¡seremos los Cebolletas!