«Leonel Torres, de veintiséis años, sin antecedentes penales, casado, con un hijo de nueve años, natural de Braga, residente en Oporto, amigo de Damasceno Monteiro. Estaban juntos la noche del homicidio; ha declarado ya ante los magistrados encargados de la instrucción. Ha aceptado conceder una entrevista en exclusiva a nuestro periódico. Sus afirmaciones abren un nuevo capítulo en la historia de este turbio caso y proyectan sombras inquietantes sobre la actuación de nuestra policía. De nuestro enviado especial en Oporto.
—¿Cómo conoció a Damasceno Monteiro?
—Lo conocí cuando mi familia se trasladó a Oporto. Tenía yo doce años, sus padres vivían por aquel entonces en la Ribeira. Pero no en la casa donde viven ahora, su padre trabajaba de cestero y se ganaba bien la vida.
—Sabemos que en los últimos meses estuvieron ustedes muy unidos.
—Se encontraba en dificultades y venía a menudo a comer y a cenar a mi casa; tenía poco dinero.
—Y sin embargo había encontrado un trabajo poco tiempo antes.
—Lo habían contratado como mozo en la Stones of Portugal, una empresa de importación y exportación de Gaia, se ocupaba sobre todo de los contenedores.
—Y ¿qué es lo que el señor Monteiro había descubierto de anormal, llamémosle así, en su trabajo?
—Bueno, pues que dentro de los contenedores, donde había material electrónico, llegaban también paquetes de droga, embalados en plástico y protegidos con glicerina.
—¿Piensa por tanto que Damasceno Monteiro sabía demasiado?
—No lo pienso, estoy seguro.
—¿Podría explicarse mejor?
—Damasceno se había dado cuenta de que la base era el vigilante nocturno, ese viejecito que murió hace unos días. Naturalmente, la empresa no sabía nada del tráfico, pero el vigilante estaba compinchado con traficantes de Hong Kong, de donde procedían los contenedores. Él recibía los paquetes y los distribuía por Oporto.
—¿De qué droga se trataba?
—Heroína en estado puro.
—¿Y dónde iba a parar?
—Los paquetes los pasaba a recoger el Grillo Verde.
—Perdone, ¿quién es el Grillo Verde?
—Es un sargento de la comisaría local de la Guardia Nacional.
—¿Y su nombre?
—Titanio Silva, alias el Grillo Verde.
—¿Por qué le llaman Grillo Verde?
—Porque cuando se cabrea tartamudea y salta como un grillo, y tiene un color verduzco. —¿Y qué sucedió posteriormente?
—Damasceno, unos meses atrás, había trabajado de electricista en la Borboleta Nocturna, un local que pertenece al Grillo Verde, pero que él ha hecho pasar como propiedad de su cuñada. Es ahí donde se distribuye toda la droga de Oporto. Los traficantes van a comprarla allí y luego la despachan entre los camellos.
—¿Los camellos?
—Los pequeños traficantes, los que trajinan en las calles con los drogadictos.
—¿Y el señor Monteiro qué había llegado a saber?
—Nada, había comprendido que el Grillo Verde recibía la heroína desde Hong Kong a través de una empresa de importación y exportación. Quizás hubiera encontrado ya la pista, quién sabe, el hecho es que poco después se hizo contratar como aprendiz en la Stones of Portugal, en cuyos contenedores llegaba la droga desde Asia, y comprendió que la base era el vigilante nocturno.
—El cual, por lo que parece, murió de un infarto.
—Sí, el viejecito sufrió de repente una apoplejía y estiró la pata. La ocasión no podía ser más favorable: el propietario de la empresa estaba en el extranjero, la secretaria, de vacaciones, y el contable es idiota.
—¿Y entonces?
—Entonces, esa noche, es decir, la noche en que el vigilante nocturno tuvo un ataque, Damasceno vino a mi casa y me dijo que había llegado la conjunción astral, es decir, que iba a ser el golpe de nuestra vida, después del cual podríamos marcharnos a Río de Janeiro.
—¿En qué sentido?
—En el sentido de que habían llegado los contenedores de Hong Kong cargados de mercancía, como Damasceno Monteiro sabía, y dado que el Grillo Verde y su banda no pasarían hasta el día siguiente, que era el día establecido con el vigilante nocturno, nosotros los dejábamos con un palmo de narices y nos llevábamos todo el cargamento.
—¿Y usted cómo reaccionó?
—Yo le dije que estaba loco, que si le hacíamos una jugarreta al Grillo Verde nos liquidaría. Y, además, ¿dónde demonios íbamos a colocar toda esa mercancía?
—¿Y qué respondió Monteiro?
—Dijo que de la venta se encargaría él, que conocía una buena base en el Algarve desde donde pasar la mercancía a España y a Francia, y que eran millones a espuertas.
—¿Y después?
—Yo le dije que no iría con él aquella noche, que tenía mujer y un hijo pequeño y que me bastaba con el sueldo del taller; pero me contestó que él estaba de mierda hasta el cuello, que su padre tomaba Antabús y que vomitaba toda la noche y que él ya no soportaba aquella vida y quería irse a vivir a Copacabana, y que, como yo tenía coche y él no, tenía que acompañarlo.
—Y así que usted lo acompañó.
—Sí, lo acompañé, y a decir verdad entré por el patio con él, lo hice por propia voluntad, sin que él me obligara en modo alguno, porque me disgustaba quedarme tras la verja mientras él iba solo a realizar aquel trabajo peligroso.
—Perdone, dicho de ese modo parece una gran generosidad por su parte. Pero ¿no será que en aquel momento estaba pensando en los millones que podía ganar con ese robo?
—Es posible, le soy sincero. ¿Sabe?, yo trabajo todo el día como mecánico electricista y gano una miseria, mi casa es un sótano que mi mujer ha intentado adecentar con cortinas de flores, pero en invierno es muy húmedo y las paredes exudan, es un ambiente insano. Y yo tengo un niño de pocos meses.
—¿Y cómo se desarrollaron los hechos con su amigo Monteiro?
—Encendió las luces de la oficina como si fuera el jefe y me dijo que no me moviera, que él se ocupaba del resto. Así que no me moví y no colaboré en el robo. Buscó en los cajones el código de apertura de los contenedores y salió al patio. Me senté en el escritorio, estaba esperándolo y no sabía qué hacer, así que pensé en realizar una llamada gratis a Glasgow.
—Perdone, ¿se puso usted a telefonear a Glasgow desde las oficinas de la Stones of Portugal?
—Sí, porque tengo una hermana que emigró a Glasgow y no sé nada de ella desde hace cinco meses. ¿Sabe?, telefonear a Glasgow es un buen pico, y mi hermana tiene una niña mongólica que le da muchos problemas.
—Continúe, por favor.
—Mientras estaba telefoneando, oí el ruido de un coche, así que colgué y me metí rápidamente en un cuartucho con puerta corredera donde guardan la aspiradora. En ese momento, por la puerta del patio entró Damasceno y por la puerta principal entró el Grillo Verde con su banda.
—¿Qué quiere decir con «su banda»?
—Eran dos agentes de la Guardia Nacional que lo acompañan siempre.
—¿Los reconoció?
—A uno sí, se llama Costa, tiene una barriga desmesurada porque tiene cirrosis. Al otro no lo conozco, era un chico joven, un recluta quizás.
—¿Y qué sucedió?
—Damasceno llevaba en la mano cuatro paquetes de droga envueltos en plástico. Se dio cuenta de que yo había desaparecido y se encaró con el Grillo Verde.
—Y el sargento ¿qué hizo?
—El sargento empezó a saltar sobre una y otra pierna como cuando tiene un ataque de nervios, después empezó a tartamudear, porque, como ya le he dicho, cuando está nervioso tartamudea, no logra decir una palabra en cristiano.
—¿Y entonces?
—Empezó a tartamudear y dijo: «Hijo de puta, esa mierda es mía». Yo les espiaba por la rendija de la habitación. El Grillo Verde cogió los paquetes de droga e hizo algo inconcebible.
—¿Qué hizo?
—Abrió uno con su navaja automática, lo abrió en canal, y esparció su contenido sobre la cabeza de Damasceno. Dijo: «Hijo de puta, ahora te bautizo», ¿se da cuenta? Aquello valía millones, valía millones.
—¿Y luego?
—Damasceno estaba cubierto de polvo, como si le hubiera nevado encima, y el Grillo estaba verdaderamente nervioso, saltaba de un lado a otro como un diablo, en mi opinión estaba colocado.
—¿Qué quiere decir?
—Que estaba colocado. El Grillo vende droga, pero de vez en cuando también toma, y le da mal rollo, de la misma manera que hay gente que tiene un mal beber, y quería cargarse a Damasceno allí mismo.
—Explíquese mejor: ¿en qué sentido quería cargarse a Damasceno Monteiro?
—El Grillo había desenfundado la pistola. Estaba histérico, apuntaba con ella en la sien de Damasceno y después se la apoyaba en la barriga y gritaba: «Te mato, hijo de puta».
—¿Y disparó?
—Disparó, pero el tiro fue al aire, acabó en el techo, si usted va a ver a las oficinas de la Stones of Portugal seguro que encuentra un agujero en el techo, no lo mató porque sus compañeros intervinieron y desviaron el tiro, y él metió de nuevo la pistola en la funda.
—¿Y qué sucedió después?
—El Grillo se convenció de que no podía matarlo allí mismo, pero estaba claro que no se había calmado. Le dio a Damasceno una patada en los cojones que lo hizo doblarse en dos, y después le dio un rodillazo en la cara, igual que en las películas, y empezó a darle patadas. Después les dijo a los de su banda que se lo llevaran al coche, que arreglarían cuentas en comisaría.
—¿Y los paquetes de droga?
—Se los metieron en las cazadoras, subieron a Damasceno al coche y partieron hacia Oporto. Estaban todos enfurecidos, como animales que hubieran olfateado el olor de la sangre.
—¿Quiere decir algo más?
—El resto imagíneselo usted. A la mañana siguiente el cadáver de Damasceno fue encontrado por un gitano en un terreno lleno de basura, estaba decapitado, como ya sabemos. Ahora me toca a mí hacerle una pregunta: ¿Qué conclusiones saca usted?
Ésta es la pregunta que este enviado formula ahora a todos sus lectores».