Un taco de venganza

—Ésa debe ser. Corresponde con las indicaciones —dijo el Señor a sus matones—. ¿No hay otra casa roja que dé al zócalo, Alvarito?

—Ninguna junto a las nieves de Chepo, patrón.

Una casa como cualquier otra. Sin nada que la distinguiera más que un jeep destartalado y una picop roja en la entrada.

El Señor suspiró. Luego dijo:

—Los franceses o los chinos, sepa el diablo quiénes, dicen que la venganza es un plato que se come frío. Ustedes saben que Chimino es como un hermano para mí. La muerte de su hijo es como la muerte de un hijo mío.

La voz se le quebró.

—Si el Chino no nos mintió, adentro de esa casa está el malnacido que traicionó al Picochulito. Estoy seguro de que si su padre no estuviera conectado a un respirador artificial en Falfurrias, estaría aquí, con nosotros, para comerse calientito un taco de venganza.

El Señor quiso decir algo glorioso, memorable, para indicar la avanzada hacia la casa roja; sólo alcanzó a ordenar un «vamos a partirles su madre». Todos obedecieron.