La ciudad estaba llena de lobos

Como suele suceder, los primeros en inquietarse fueron los animales. Algo en el aire delataba la presencia de criaturas sedientas de dolor, de venganza.

Caballos y perros de la región se mostraron nerviosos durante todo el día a medida que los depredadores se concentraban en la ciudad, cerrando su cerco alrededor de una casita roja, que daba al zócalo, a un lado de las nieves de Chepo.

Uno a uno, los asesinos fueron llegando a ese territorio del absurdo que en los mapas está señalado por la palabra Torreón, que los locales conocen como la comarca lagunera a pesar de su absoluta ausencia lacustre y en donde se juntan tres ciudades divididas por el lecho de un río seco.

Los primeros fueron los policías, en una Windstar blindada de la procuraduría. Un equipo especial ensamblado con la élite de las catorce coordinaciones zonales de la División Antiasaltos de la región noroeste.

Seis hombres, dos mujeres, todos entrenados en la academia de policía promediando los mejores resultados en tiro y prácticas especiales. Ocho feroces perros de guerra aguardando el momento en que su líder, el capitán Tapia, diera la orden para saltar sobre el objetivo y llenarlo de plomo.

Los narcos llegaron después, surcando el cielo como aves de rapiña en un avión privado que aterrizó en una pista clandestina del rancho de San Pascual, propiedad de un primo del Señor.

De la avioneta Cessna Stationair de seis plazas descendieron el capo acompañado de su inseparable Pancho, los gemelos Treviño, el Tiroloco Augusto y el Picos López, piloto de cabecera del Señor que no le hacía el feo a echar algunos tiros con su inseparable Walther PPK de edición especial por el XL aniversario de Doctor No, la película de James Bond.

Les esperaba una camioneta Toyota Siena blindada, manejada por Alvarito, chofer y escolta del Zanahorio Zubiaga, primo hermano del Señor, dueño del rancho.

Finalmente, tras horas de manejar su picop roja, Tamés y el gordo cruzaron el puente que divide Torreón de Gómez Palacio, la tercera ciudad siamesa, camino a Lerdo, Durango. Tierra de alacranes venenosos.

Los perros aullaron toda la noche. La ciudad estaba llena de lobos. Nadie estaba a salvo.