Pensaron que eran de los nuestros

El capitán Luis Sergio Tapia, director de la División Antiasaltos para la región noroeste de la procuraduría entró a su despacho echando chispas.

Le esperaban temerosos los catorce coordinadores zonales a su cargo, convocados a junta urgente.

Tapia, veterano policía judicial, exjugador de fútbol americano, lanzó contra su escritorio un periódico señalado y resaltado por los asesores de la procu.

—¿Ya leyeron la columna del Negro Aguilar?

Silencio.

—¡¿Ya la leyeron?!

Lo habían hecho. De eso se trataba la junta. Todos asintieron. Pocas cosas dan más miedo que el temor instalado en los rostros de un grupo de policías judiciales.

—Como pueden ver, no sólo somos unos pendejos aunque hayamos atrapado al Señor. Además de eso, ahora los narcos le tiran a las escopetas.

Festejó en silencio su juego de palabras y continuó.

—¿Qué hacen estos tres pendejos asaltando bancos en la frontera?

Silencio de nuevo. Ortega, el responsable de la zona, levantó la mano.

—¿Qué?

—Los que los dejaron ir fueron los de la municipal, Capitán.

—Claro, porque pensaron que eran de los nuestros. ¿Desde cuándo nos han importado los rehenes civiles?

—Pero entonces —intervino Armengol, vecino de zona de Ortega—, ¿por qué le dispararon al Picochulito?

—Porque el idiota salió del banco, donde lo habían dejado adrede, dispuesto a disparar. Con el pequeño detalle de que no le quitó el seguro a la pistola. Una Heckler and Koch nuevecita que por cierto me quedé yo —dijo Tapia.

—¿Y qué vamos a hacer? ¿Se sabe quiénes son los que huyeron? —preguntó por no dejar López, que coordinaba la zona más alejada de la de Ortega y al que el asalto francamente le valía madre.

—Sí, tenemos identificado a uno —dijo Tapia mientras abría histriónicamente un fólder—; un tal Ramírez Montelongo, alias el Güero. Matón a sueldo, de entre toda la gente posible, de varios de los peces gordos del cártel del Picochulo. Sospechamos que los otros dos, una pareja de morritos, son gringos.

Guardó un silencio calculado mientras levantaba la vista hacia los presentes como personaje de serie televisiva.

—A mí, todo esto me huele muy mal, pero el asunto de los narcos me tiene sin cuidado, que se encargue de ellos Monta —dijo, refiriéndose al director de narcóticos y delitos contra la salud—, a mí me importan los asaltos. Y estos cabrones exgatilleros se están queriendo meter al negocio.

Tomó aire para asestar su golpe final:

—Así, caballeros, que tienen cuarenta y ocho horas para traerme aquí a esos malandros que nos quieren comer el mandado. Porque en este país, en el noroeste por lo menos, los que asaltan los bancos somos nosotros.