Lydda y su manada cazaban con los humanos. Comían bien y se restablecieron. No había otra manada que capturase más presas ni con cachorros tan sanos y rollizos. Incluso el viejo Olaan, el mayor de la manada, con la barriga a reventar de carne, tuvo que admitir que cazar con los humanos tenía sus ventajas.
Entonces los lobos y los humanos capturaron un mamut. Y todo cambió.
Fue el mayor éxito conseguido hasta ese momento en una cacería. Entre quejas por la fusión de la nieve y la desaparición de los hielos, los mamuts estaban desplazándose hacia lugares más fríos. Si un mamut estaba débil o herido, aunque fuese poco, todos los cazadores que estaban suficientemente próximos para oírlo u olerlo se enteraban. La manada de Lydda se había acercado a la carrera desde su lugar de reunión al olor de la bestia herida. Corrían historias de manadas de lobos que habían matado mamuts, pero Lydda no sabía si creérselas. Incluso herido, un mamut era una presa inteligente y peligrosa, en especial porque sus compañeros de manada solían ayudarlos.
Aquel mamut estaba solo. Ya lo estaban rondando tres colmillos largos y una manada de cuones, y un oso solitario observaba y esperaba. La manada de Lydda podría haberse enfrentado a un colmillos largos o a una manada pequeña de cuones, pero no podrían vencer a tantos rivales sin arriesgarse a resultar heridos. Desalentados, Lydda y su manada se disponían a marcharse de la llanura.
Entonces Lydda oyó un grito familiar y al volverse vio la figura alta y delgada del chico humano.
«Ha debido de venir toda la manada de los humanos», pensó Lydda sorprendida. Aún no había visto sus crías, de muchos tamaños diferentes. Los pequeños humanos lanzaron piedras con fiereza y con aterradora precisión y asustaron a los cazadores rivales. Luego los humanos mayores pusieron en fuga a los colmillos largos y los cuones con sus palos afilados.
La mirada de Lydda se encontró con la de su chico. Él levantó un brazo hacia ella y ella le devolvió una inclinación de cabeza. Lydda corrió hacia el mamut y su manada la siguió. La cacería comenzó. El mamut ya estaba debilitado gracias a los colmillos largos y los cuones. Aun así, Lydda no creía que una manada de lobos hubiera podido matarlo sola. Corrieron junto a la manada de humanos para rodear al mamut. Cada vez que se volvía para correr en otra dirección era detenido por un humano con su palo afilado o por un lobo con sus colmillos. Pasó mucho, mucho tiempo hasta que por fin atravesaron su gruesa piel y comenzó a sangrar por las ancas. Cayó con un ruido como de trueno y Lydda se quedó mirando sorprendida lo que habían hecho. Con la ayuda de los humanos, pensó, serían capaces de cazar cualquier cosa.
Lo común es que un lobo comience a despedazar su presa en cuanto cae, o incluso antes; pero la manada de Lydda se paró y lo celebró con sus humanos saltando de alegría por la captura de aquella presa que tanto alimento les proporcionaría.
Cuando unos humanos de aspecto fuerte se inclinaron con piedras afiladas para abrir el mamut, el viejo Olaan se adelantó un poco irritado.
—Espera —le ordenó Takiim.
Olaan obedeció al jefe con algunos gruñidos. Los humanos trabajaron mucho cortando la piel del mamut. Parecía que nunca fuesen a acabar de sacar los nutritivos órganos y de cortar tiras de la sabrosa panza.
—¡Ahora! —ladró Takiim, y los compañeros de Lydda se abalanzaron sobre los mejores trozos y se hicieron con ellos.
Hicieron falta tres solo para arrastrar el hígado. Los humanos gritaron furiosos, pero los cuervos comenzaron a descender sobre ellos y los lobos, entre risas, se marcharon llevándose la mejor carne. Lydda estaba un poco avergonzada por el comportamiento descortés de su manada, pero no pudo contener una sonrisa. Levantó la vista para compartir la diversión con su chico. Él no reía, y dejó caer la cabeza cuando un macho de mayor edad, que Lydda pensó que debía de ser el jefe de la manada, le gritó agitando los brazos y señalándola a ella y a su manada. Por primera vez en muchas lunas Lydda sintió frío. Pero esa vez el frío no estaba en el aire sino en su corazón.
—¡No deberíais haberos llevado tanta carne! —dijo el joven, preocupado, cuando se sentaron junto a su roca al día siguiente—. Mi padre dice que los lobos dais más problemas que ayuda.
—Sin nosotros no habría habido mamut —dijo Lydda enfadada—. Podríamos haberos dejado para que pelearais por él con los colmillos largos.
El humano, confundido, frunció el ceño. Antes, cuando empezaron a cazar juntos, ella había sido capaz de hablar con él como con un miembro de su manada. Pero después él comenzó a tener problemas para entenderla.
—Está bien —dijo él por fin—. Les diré que no volveréis a hacerlo.
Cuatro noches más tarde Kinnin, uno de los lobos jóvenes de la manada, llegó al lugar de reunión con un gran golpe en la cabeza y una expresión dolorida en los ojos.
—Estaba cogiendo mi parte del ciervo que AraNa y yo habíamos cazado juntos —dijo refiriéndose a la mujer humana con quien cazaba—, y su compañero me la quitó. Toda. Cuando intenté recuperarla me dio un golpe con su palo. Estuve a punto de morderlo, pero eso habría disgustado a AraNa. No sé si volveré a cazar con ella.
—Creo que no deberíamos cazar más con los humanos —dijo el viejo Olaan.
Kinnin asintió.
—De ahora en adelante, el lobo que cace con humanos será un traidor.
—Ellos nos proporcionan más carne de la que nunca hemos conseguido —protestó Takiim—. Con su ayuda viviremos bien. Solo tenemos que enseñarles que no vamos a ser sumisos con ellos. La próxima vez que compartamos una cacería les enseñaremos que no estamos a su servicio —dijo el jefe.
—Será mejor que no intenten quitarme carne —dijo Olaan—, o les enseñaré lo que es un lobo.
La siguiente vez que los humanos intentaron quedarse con toda la presa los lobos se quejaron. Había un reno gordo en el suelo. Mucho para compartir. Los humanos intentaron ahuyentar a los lobos.
—Os daremos algo cuando hayamos terminado —dijo uno de ellos.
—Es nuestro reno —gruñó otro—, y os quedaréis con lo que nos sobre.
—Haréis lo que digamos —dijo un tercero—, y si nos parece bien os daremos de comer.
Se inclinaron con sus piedras afiladas para despedazar el reno.
No fue Olaan el primero en atacar, ni Kinnin. Fue Nolla, compañera de camada de Kinnin. Lo que hizo no fue algo raro en un lobo. Todos saben que si un compañero de manada intenta apartarte de tu presa tienes que defender tu sitio. Si no lo haces, siempre serás el último en comer. Nolla era joven y aún tenía mucho que demostrar. Saltó contra uno de los humanos. No lo mordió; ni siquiera lo empujó fuerte. Solo lo apartó y se agachó para arrancar un trozo del reno.
El humano levantó su palo afilado y lo clavó profundamente en el lomo de Nolla. La joven loba jadeó, se ahogó y luego murió.
Lobos y humanos se quedaron mirando en silencio durante un momento. Luego los demás humanos levantaron sus palos y Kinnin enseñó los dientes y saltó contra el hombre que había matado a Nolla. Le abrió la garganta. Luego los lobos huyeron.
Durante un cuarto de luna hubo paz entre los humanos y los lobos. Luego, los tres supervivientes de la manada de Colina Polvorienta aparecieron muertos; los habían matado con palos afilados. La noche siguiente cuatro humanos fueron muertos por lobos mientras dormían. Ningún lobo admitió haberlos matado, pero Olaan y Kinnin volvieron con el morro manchado de sangre y sin presa. Y así empezó la guerra.
Los humanos asesinaban lobos y los lobos asesinaban humanos por todo el valle. Los humanos que habían estado con los lobos habían aprendido mucho sobre cómo cazar y matar. Eran especialmente buenos matando lobos. Luego la guerra se extendió como un fuego cuando los lobos comenzaron a luchar con lobos y los humanos comenzaron a luchar con humanos.
—Los míos luchan entre sí —dijo el chico a Lydda, llorando, cuando ella salió sigilosamente para encontrarse con él en su roca soleada—. Los que quieren acabar con los lobos y con todos los demás cazadores están intentando hacerse con el poder en mi tribu. Matan a los humanos que hablan en favor de los lobos. Mi padre y mi hermano están entre ellos. Tengo miedo de que acaben desintegrando mi tribu.
—También la mía —dijo Lydda, aunque sabía que el chico ya no la entendía.
Esa misma mañana Olaan había desafiado a Takiim para decidir si la manada debía masacrar a una tribu de humanos o no.
El chico sostenía con fuerza su palo afilado y se golpeaba el muslo con él. Durante un momento horrible Lydda temió que fuese a usarla contra ella y por su cabeza pasó fugazmente la idea de atacarlo. Sacudió la cabeza atrás y adelante para apartar la imagen. El chico le tendió una mano.
—Tenemos que hacer algo —dijo con el llanto asomando en su voz.
Lydda se apretó contra él. Oyó muy por encima de su cabeza los estridentes graznidos de un cuervo. Entonces levantó la vista. Y vio, corriendo por la hierba, los dos lobos más grandes que había visto en su vida.