Los lobos de Río Rápido no esperaron a que los humanos que llegaban corriendo los alcanzaran, porque los humanos ansiosos son impredecibles. Werrna e Ylinn se alejaron rápidamente al trote. Ázzuen se apretó contra la cadera de BreLan y Marra rozó suavemente con la nariz la mano de MikLan, y luego los dos salieron disparados tras los lobos mayores. Durante un momento pensé que los humanos iban a perseguirlos a pesar de que los lobos habían rescatado a sus pequeños, pero se limitaron a observar con aire cansino cómo se alejaban los lobos con paso relajado.
De todos modos la lucha no había terminado. Ruuqo y Minn me habían alcanzado y los demás se reunieron alrededor de nosotros. Yo miré por encima del hombro y vi a Rissa caminando despacio en nuestra dirección con TaLi, Trevegg y Unnan. Los ojos de Ylinn no se apartaban del humano con el que había estado. Werrna se estiró despreocupadamente y bostezó; parecía satisfecha de sí misma. Yo no podía creer el semblante tan tranquilo que tenía.
—Es una pena que no podamos seguir a Ranor y enseñarle a no intentar cazar lobos de Río Rápido —dijo mirando las siluetas de los cervallones que se alejaban. Tlituu seguía a los cervallones bajando en picado para tirarles de la cola—. Pero creo que Torell tiene algo que decirnos.
Fue una manera bastante discreta de decirlo. Torell y seis lobos de Pico Rocoso corrían hacia nosotros irradiando furia. Los de Arboleda los seguían más despacio. Yo no apartaba un ojo intranquilo de los humanos por si veían un grupo tan grande de lobos como una amenaza y decidían atacar.
Torell y Siila llegaron hasta nosotros a la vez, con el resto de su manada detrás. Me sentí extrañamente desilusionada al ver que Pell no estaba entre ellos.
—Esto no ha terminado —gruñó Torell—. Tus lobatos nos han arruinado la cacería, pero tendremos otra. Y no volveréis a detenernos, o te juro, Ruuqo, que acabaré con todos los lobos de tu manada.
—Sí que ha terminado —dijo Ruuqo—. Nunca debería haber empezado. Vais a marcharos de este campo y no vais a causar más trastornos. O tendréis que pelear con Río Rápido.
Torell se quedó pasmado. No creo que esperase que Ruuqo le aceptara el desafío.
—Por tu culpa uno de mis mejores cazadores está herido. No sé si podrá volver a correr.
Miré detrás de él y vi a Pell tumbado en el suelo. Me dio un vuelco el corazón. Estaba consciente y tenía la cabeza levantada, pero no se levantaba.
—Han sido tu soberbia y tu estupidez los que te han costado un cazador —dijo Ruuqo—. Y a mí casi me cuestan mi compañera. No te permitiré poner en peligro mi manada. Vete de este campo mientras puedes, Torell. Hoy no tengo paciencia para ti.
A mi alrededor fue elevándose un rumor de gruñidos a medida que todos los lobos apoyaban la orden de Ruuqo.
—Si no os vais —dijo Werrna—, tendréis que pelear.
—Y también pelearéis con Arboleda.
Sonnen, el jefe de Arboleda, avanzó un paso.
—No deberíamos haberte hecho caso, Torell. Nos has metido en problemas y has puesto en peligro las vidas de mi manada. Si peleas con Río Rápido pelearás con nosotros. Tal vez el valle sea un lugar mejor sin la manada de Pico Rocoso.
Torell gruñó con frustración. Siila se adelantó y Werrna resopló y avanzó para encararse con ella. Todos la seguimos para hacer recular a los de Pico Rocoso. Los lobos de Arboleda les cerraron el paso por detrás. Durante un instante creí que Torell y Siila estaban suficientemente locos para lanzarse a una pelea perdida de antemano. Pero debía de quedarles un poco de sentido común. Los lobos de Pico Rocoso se abrieron paso y huyeron. Mi aversión por ellos aumentó cuando vi que habían abandonado a Pell. Sonnen saludó a Ruuqo con un movimiento de cabeza y se fue con su manada para asegurarse de que Torell no volviera al llano.
En cuanto hubieron desaparecido los de Pico Rocoso la abuela de TaLi, que por fin había llegado a Hierbas Altas, se acercó a Pell sin dudarlo. Hizo una seña a TaLi, que fue rápidamente hasta ella. Ambas se inclinaron y empezaron a trabajar con sus plantas para ayudar al lobo herido. Cuando levanté la vista vi a los Grandes, que estaban agazapados alrededor de todo el llano, levantarse de sus posiciones de caza y volver en silencio al bosque. Sentí un gran alivio en el pecho. El cuello y el lomo se me estaban poniendo tan rígidos que no me creí capaz de aguantar levantada mucho más. Me quejé moderadamente.
Ruuqo me colocó con mucha suavidad la cabeza sobre un hombro. No me dio las gracias ni admitió haberse equivocado al no escucharme; solo apoyó la cabeza en mi hombro durante un momento. Desconcertada, bajé la cabeza y luego le lamí el morro en agradecimiento y me quedé mirándolo mientras volvía al lado de Rissa. Entonces, intentando ignorar cuánto me dolían todas las partes de mi cuerpo, me fui hacia el límite del llano con el bosque. Aún me quedaba una cosa por hacer.
Había visto a Zorindru observándonos mientras echábamos a los de Pico Rocoso. Salió del bosque antes de que yo pudiese llegar hasta él. Frandra y Yandru lo acompañaban. Nos encontramos en una zona llana de tierra más allá de los árboles y los tres se quedaron mirándome en silencio esperando que hablase. Yo sabía que a pesar de todo, a pesar de que habíamos evitado el combate y habíamos echado a los lobos de pico Rocoso, los Grandes aún podrían decidir acabar con nosotros. Tlituu se posó delante de mí, entre los Grandes y yo, y apretó por un instante su cabeza contra mi pecho. Yo respiré hondo sintiendo las quejas de todas las costillas. Bajé la cabeza en señal de respeto.
—No han luchado —dije a Zorindru.
—¿Y entonces? —El tono del anciano Grande era impenetrable.
—No han luchado —repetí—. Dijiste que si luchaban, los Grandes los matarían. Que nos matarían a todos. Pero no han luchado. —Levanté la vista para mirarlo a los ojos—. No han luchado, así que no tenéis por qué matar a lobos ni a humanos.
—No han luchado porque has provocado una estampida —dijo Frandra con un bufido—. ¿Cómo podemos saber que no van a pelearse en cuanto tengan ocasión?
Tlituu cogió una araña y se la tiró a la Grande.
Yo miré hacia atrás, a los humanos y lobos desperdigados por el llano. La vieja krianan ya no estaba al lado de Pell y venía hacia nosotros. TaLi seguía allí haciendo algo complicado con la pata herida del lobo. Un chico pequeño estaba agachado a su lado ayudándola. Sonnen miraba con respeto a TaLi y una hembra de Arboleda lamió la coronilla del chico y lo hizo reír. Por todo el llano los lobos inspeccionaban a sus compañeros de manada en busca de heridas mientras los humanos se reunían y se ocupaban de sus crías y sus ancianos con tanto amor y preocupación como habría mostrado un lobo.
—Nunca nos habéis dado una oportunidad —dije—. Dijiste que los Grandes expulsaron a Lydda. Nunca tuvo una oportunidad de impedir la guerra. Así que no sabéis si lo habría conseguido o no. —Levanté la barbilla y también un poco la cola—. Deberíais darnos al menos una oportunidad.
Los tres Grandes me miraron en silencio. La mujer anciana llegó hasta donde estábamos y apoyó la mano en mi lomo.
—¿Y ahora, Zorindru? —dijo.
—La decisión no es solo mía, NiaLi —dijo—. Tú lo sabes. El Consejo opina que aún va a haber una guerra, que es solo cuestión de tiempo. Pero han accedido a darme un año. —Suspiró—. Creen que vas a fracasar, Kaala, pero te dejarán intentar, durante un año, mantener la paz en el valle. —Me dirigió una mirada dura, y tan prolongada que comencé a encogerme—. Mi oferta sigue en pie, jovencita. Te llevaré con tu madre. Y tus compañeros de manada y vuestros tres humanos también pueden venir. Creo que es muy importante que vivas.
—Siempre se pelean, Kaala —dijo Yandru con suavidad—. Es igual lo que hagas; cuando los lobos se acercan demasiado a los humanos se pelean con ellos. Debes venir con nosotros. Tus hijos serán vigilantes y podrán salvar a los lobos.
—No —dijo de repente la anciana humana—. Te equivocas.
—¿Qué has dicho? —respondió Frandra poco amigablemente.
—Ha dicho que os equivocáis —dijo Tlituu servicialmente mientras buscaba algo para tirarle.
—Mira a tu alrededor —dijo la mujer. Hizo un gesto abarcando todo el campo que teníamos detrás—. Creo que os equivocasteis al manteneros alejados de los humanos, al mirarnos igual que miraríais una criatura que queréis cazar. No podéis ser guardianes si os mantenéis escondidos. —Se inclinó para hablarme—. Escúchame, Miluna —dijo muy seriamente—. Creo que tú siempre has sabido algo que los lobos krianan nunca han entendido. Que para que los lobos puedan vigilar de verdad a los humanos no deben hacerlo de lejos, encontrándose con nosotros en las Charlas una vez por luna. Tenéis que manteneros muy cerca de nosotros, como tú con TaLi. Las dos manadas deben convertirse en una.
—¡Entonces habrá una guerra! —explotó Frandra—. Los humanos volverán a aprender demasiado de los lobos. Serán aún mejores matando. ¡Mejores controlando las cosas! ¡Como sucedió en tiempos de Lydda!
—Entonces los lobos tendrán que ser cada vez mejores en estar con los humanos —dijo lentamente Zorindru mirando pensativo a la mujer—. Merece la pena intentarlo. Pero si haces esto, Kaala; si escoges mantenerte tan cerca de tus humanos, debes encontrar la manera de quedarte con ellos para siempre. Aprenderán tanto de ti que si los abandonas acabarán destruyendo el mundo entero. No importa lo que tengáis que sacrificar tú y los que decidan seguirte, no podréis renunciar una vez que hayáis comenzado. Y tendrás que convencer a los otros para que te sigan. El destino de tu manada quedará ligado para siempre al de esos humanos.
Comencé a temblar. ¿Cómo podía pedirme eso? Ni siquiera había cumplido un año. ¿Cómo iba a tomar una decisión que afectaría a tantos lobos? ¿Cómo iba a renunciar a encontrar a mi madre, tal vez para siempre?
—Bueno, joven —me dijo—; ¿qué harás?
Miré el llano. Vi a TaLi curando las heridas de Pell con BreLan y Ázzuen a su lado. Vi a MikLan agachado junto a Marra acariciándola e inspeccionándola una vez y otra en busca de heridas. Mientras los miraba, Ylinn fue decididamente hasta el joven humano que la había ayudado a echar a Ranor y apretó la cabeza contra su vientre, y casi lo tiró. Trevegg se acercó con mucha más discreción a una mujer anciana, que metió la mano en una bolsa que llevaba a la cintura y le dio carne del fuego. Dos humanos pequeños comenzaron a pelear en broma con un lobato de Arboleda mientras Sonnen los miraba riendo. Tenían el aspecto de cualquier manada relajándose después de una cacería o un combate. Y las manadas se mantienen unidas incluso cuando las cosas se ponen difíciles.
TaLi se levantó y ayudó a levantarse a Pell, y luego miró hacia donde estábamos nosotros observándolos. La mujer anciana volvió a apoyarme la mano en el lomo.
—Me quedo —dije—. Me quedaré con los humanos.
—Muy bien —dijo Zorindru—. Daremos otra oportunidad a los lobos del Gran Valle.
Lo lamí para darle las gracias y me incliné ante los demás Grandes y luego ante la anciana. Me sacudí y fui hacia el llano, donde los lobos y los humanos de mi manada me esperaban.