Casi había anochecido cuando llegamos al llano de Hierbas Altas y nos agazapamos en la pendiente oculta por los árboles desde donde habíamos observado cómo nuestra manada peleaba con la osa hacía muchas lunas. La hierba que daba nombre al campo estaba empezando a secarse pero seguía alta después de las copiosas lluvias del otoño. Los gruesos árboles del bosque nos escondían de lo que sucedía abajo. A nuestra izquierda, en el llano, estaba nuestra manada. Ruuqo, siempre precavido, esperaba y observaba. A nuestra derecha y más lejos sobre el llano, en una zona desnuda de hierba, hembras humanas y niños —TaLi entre ellos— cantaban y golpeaban troncos huecos con palos siguiendo un ritmo complejo y cautivador. Justo delante de nosotros, en medio del llano, cerca de veinte machos humanos formaban círculos alrededor de un grupo de cervallonas. Seis jóvenes, incluido MikLan, formaban el círculo interior, que quedaba escasamente a seis cuerpos de las cervallonas. El círculo exterior estaba formado por adultos. BreLan estaba entre ellos, y también el hijo del jefe de la tribu de TaLi, con quien ella supuestamente tenía que formar pareja.
—Llegamos demasiado tarde —susurró Marra.
Detrás de los humanos, escondidos en la hierba, estaban los lobos de Pico Rocoso y una manada que, por su intenso olor a pino, tenía que ser Arboleda. Estaban acercándose a los humanos como si fueran presas.
Los humanos no parecían haberse enterado de la presencia de los lobos. Era una ceremonia, como Torell había dicho. Ocho de los hombres tenían en las manos calabazas huecas. Las sacudían atrás y adelante y algo en su interior hacía mucho ruido, que se sumaba al ritmo de los palos sobre los troncos. El ruido de los golpes y las calabazas parecía provocar un éxtasis a las cervallonas que las mantenía en su sitio. Me descubrí perdida en el sonido y tuve que sacudirme para volver a la realidad.
—Es su prueba de madurez —dijo Ázzuen—. Trevegg nos lo contó antes de marcharnos.
—¿Preguntasteis a Trevegg? —dije, alarmada por si se habían hecho desterrar. Suspiré. Era tarde para preocupaciones como esas—. ¿Qué tienen que ver los cervallones con esto? —Vi que dentro del círculo solo había hembras y me pregunté dónde andarían los machos.
—Los jóvenes humanos tienen que demostrar su fuerza —respondió Ázzuen—. Es como nuestra primera cacería. Los jóvenes tienen que matar un cervallón solos para demostrar que están preparados para ser adultos. Ninguno se va del llano hasta que todos han matado un cervallón. Por eso Torell escogió esta ceremonia. Estarán atentos a la presa.
—Estarán todos muy atentos —dijo Marra—. ¿Cómo no van a ver a los de Pico Rocoso? ¿O a nuestra manada?
Yo estaba preguntándome lo mismo. La alta hierba del campo proporcionaba un montón de escondites, pero si los humanos estaban prestando atención habrían advertido los movimientos de la hierba a medida que los lobos comenzaban a desplegarse para formar un semicírculo detrás de ellos. Pero no se habían dado cuenta.
El sonido de las calabazas y el golpeteo de los troncos se hicieron más fuertes y volví a descubrirme perdida en ellos.
—Creo que es por el ritmo de las calabazas y los palos —dije, con la esperanza de que pudiésemos llegar hasta Ruuqo para que él detuviese a Torell—. Los deja tan absortos como a las cervallonas. —Busqué a TaLi—. ¿Por qué no están cazando las hembras?
—Trevegg dice que los humanos ya no quieren que sus mujeres cacen —dijo Marra en tono de burla—. No entiendo por qué pueden querer reducir a la mitad su fuerza de caza, pero él dice que es así. Está viniendo hacia aquí. —Levantó la nariz hacia nuestra manada—. Creo que sabía que pensábamos marcharnos pero no lo dijo.
Aparté mi atención del círculo de humanos y cervallonas. Distinguía a duras penas la silueta de Trevegg en la hierba viniendo hacia nosotros con cautela. No había manera de saber si había dicho a Ruuqo y los demás que estábamos allí. Teníamos que actuar deprisa.
—Lo primero que tenemos que hacer —dije— es alejar a los humanos. Luego podremos intentar que Ruuqo detenga el ataque de los de Pico Rocoso.
—No sé cómo podemos llevar a lugar seguro a BreLan y MikLan. —La voz de Marra era de tensión—. Están demasiado cerca de los de Pico Rocoso. Podrías coger a tu chica e irte —dijo mirándome por el rabillo del ojo—. Está más cerca de nosotros.
—No —dije—. Los salvamos a todos.
Desde donde estábamos teníamos buena vista de la mayor parte del llano. Pero no lo bastante buena. No podía afirmar con certeza cuántos lobos estaban acechando a los machos humanos. Necesitaba un puesto de observación mejor.
—Voy a subir a aquella roca —dije señalando una roca que dominaba el llano desde una parte del bosque más alta.
—Ten cuidado —dijo Ázzuen—. Los de Pico Rocoso podrán verte si no te mantienes a cubierto. Y corre. No creo que tengamos mucho tiempo.
—Tendré cuidado. —Puse cara de resignación.
Ázzuen era especialista en preocuparse.
La roca no estaba lejos, pero tuve que arrastrarme sobre el vientre entre arbustos bajos para llegar hasta ella. Tenía intención de trepar hasta la cresta y quedarme allí haciendo el menor bulto posible. No creí que nadie en el llano estuviera mirando hacia allí con demasiada atención. La parte superior de la roca era plana y sería capaz de observar fácilmente desde ella.
Casi había llegado a la cúspide de la roca cuando el cielo se oscureció sobre mí y algo me sujetó fuerte por el cogote. Fui levantada en volandas, apartada de la roca y luego tirada en un montón de tierra y cortezas. Estaba tan sorprendida que ni siquiera chillé.
Una gran zarpa bajó sobre mi morro.
—Estate callada —susurró Frandra—. Levanta y ven conmigo.
Me quedé donde estaba. Frandra volvió a cogerme por el cogote y comenzó a arrastrarme por tierra, hojas y piedras. Yo pateé intentando liberarme, pero había caído torpemente de costado y la Grande era demasiado fuerte para que yo pudiese soltarme. Se detuvo a unos cuerpos de distancia, donde esperaba Yandru, y me soltó. Yo tosí polvo y hojas y me levanté. Los miré con indignación. No podía evitar que mis orejas y cola bajaran, pero eso no quería decir que tuviese que ser amable.
—Lobata idiota —susurró Yandru enfadado—. Tendrías que haber venido con nosotros. Puedes haberlo estropeado todo. Síguenos. Y no hagas ruido.
—Ya os dije que no voy a ir con vosotros —le contesté con un susurro sacudiendo el cuello—. Zorindru dijo que intentaría hablar con los demás Grandes.
—Eso está haciendo —dijo ásperamente Yandru—, pero no sabe si estarán de acuerdo en salvar la vida de los lobos del valle aunque puedas evitar la pelea. ¡Y no importa! La lucha está a punto de comenzar y no puedes pararla.
—El Consejo de Grandes está aquí —gruñó Frandra—. Incluso los de fuera del valle. Hay medio centenar de ellos rodeando el llano, y en el momento en que comience el combate acabarán con la vida de todos los lobos y humanos que hay aquí. Luego buscarán a todos los lobos y humanos del valle. No hay tiempo que perder.
—Aún no se han peleado —dije tercamente—. No puedes saber que van a hacerlo.
—¡Es obvio que lo harán! —dijo Yandru sin siquiera molestarse en hablar bajo—. Vendrás con nosotros por ti misma o te arrastraremos. A mí me da igual.
Sentí que los ojos se me entornaban y los labios se me estiraban. Mis orejas se levantaron tensándome la piel de la cara y el pelo del lomo se me erizó por completo. Gruñí a los grandes.
Ellos me miraron estupefactos. Luego Yandru se rió de mí.
—Voy a asegurarme de que el camino está despejado —dijo a Frandra—. Tú tráela. Quiera o no quiera.
Se giró y se alejó rápido y en silencio. Yo miré indignada a Frandra y volví a gruñir.
—Limítate a venir —dijo con cansancio—. Preferiría no tener que arrastrarte.
Unas alas negras y unas garras afiladas cayeron sobre su cabeza. Tlituu agarró la piel blanda entre las orejas de la Grande. Frandra roncó de dolor y sacudió violentamente la cabeza. Un rayo gris salió disparado de los arbustos y Ázzuen saltó sobre el costado izquierdo de Frandra. Yo salté al mismo tiempo y de alguna manera conseguimos derribar a la Grande. No era tan diferente de cazar presas grandes.
—Te dije que tuvieses cuidado —jadeó Ázzuen sonriéndome mientras se levantaba de un salto.
Yo no sabía si gruñirle o darle las gracias.
—¡Moveos, lobos! —gritó Tlituu—. Yo mantendré entretenida a esta inútil.
Entonces oímos la llamada de Marra.
—¡Kaala! —Su voz era frenética—. ¡Los de Pico Rocoso están atacando!
Ázzuen y yo nos deslizamos por la parte más baja del sotobosque de manera que a Frandra le resultase difícil seguirnos. Oí gruñidos de frustración y graznidos triunfantes detrás de nosotros. Respirando con esfuerzo nos tiramos encogidos al lado de Marra. Trevegg estaba coronando la colina.
—Los de Pico Rocoso y Arboleda están a punto de atacar —dijo rápidamente Marra—. Tenemos que sacar a nuestros humanos.
—No —dijo Trevegg tumbándose a nuestro lado—. No podéis. Es demasiado peligroso. Sé lo que planeáis, y tenéis que manteneros alejados del combate. Ruuqo aún no se ha decidido —añadió—. Lo que dijiste, Kaala, le hizo pensar, aunque no quiso admitirlo cuando desafiaste su autoridad. Hablé con él después de tu marcha. Rissa no quiere la guerra y Ruuqo no irá en contra de Rissa si no es imprescindible. He venido para deciros que Río Rápido no peleará hoy. Ruuqo incluso está dispuesto a dejarte volver a la manada.
—Eso no importa —dijo Ázzuen.
—¿Por qué? —preguntó el viejo.
—Cuéntaselo, lobita —dijo Tlituu posándose a mi lado.
No pude evitar fijarme en los mechones de pelo que aún llevaba enganchados en el pico y las garras.
—¿Contarme qué?
—Da igual si Río Rápido lucha o no —dijo Tlituu antes de que yo pudiese hablar—. Un lobo pelea, todos los lobos mueren. Los humanos, también —dijo después de pensárselo.
—Cuervo, estás diciendo tonterías —dijo el viejo, espantado—. Y no tenemos tiempo para eso.
—No son tonterías —dije antes de que Tlituu pudiese ofenderse y montar una escena—. Es verdad.
—Tu cerebro es como barro congelado, lobo temblón —le espetó Tlituu, y salió volando.
—¿Es cierto lo que dice el pájaro? —dijo Trevegg.
—Sí —dije.
Le hablé del Consejo de Grandes, de las decisiones que habían tomado. Le expliqué que los Grandes del valle y de más allá estaban ahí, vigilándonos. Podía verlos rodeando el llano, intentando confundirse con los árboles. Estaban observando y esperando, dispuestos como para una cacería. Hablé deprisa echando ojeadas al llano de abajo, donde Torell y su manada se movían despacio hacia sus presas. Trevegg escuchó y su cara se fue poniendo cada vez más sombría cuando él también vio a los Grandes que rodeaban el llano, preparados para el ataque.
—Todos los lobos y humanos del valle —dijo, entornando los ojos para contar los Grandes—. ¿Incluidos los que no luchen?
Asentí con la cabeza.
Trevegg murmuró algo con preocupación.
—Voy a decírselo a Ruuqo. Encontraremos la manera de parar a Torell. —Antes de que pudiera responderle, Trevegg comenzó a bajar despacio la colina, agachado para no ser visto.
—¿Y ahora? —preguntó Marra—. Voy a por MikLan, me da igual qué más suceda. Y no podemos ir hasta ellos sin más. No tendremos suficiente cobertura.
—No sé —dije, mirando cómo Trevegg se acercaba furtivamente a Ruuqo.
Los de Pico Rocoso estaban acercándose con sigilo; no querían renunciar a la ventaja de la sorpresa. Yo seguía esperando que Frandra y Yandru apareciesen de repente por detrás de mí y me cogiesen otra vez. Sabía que solo disponíamos de unos instantes.
—Tal vez tu chica pueda hablar con los otros humanos —dijo Marra—. Quizá podrías intentar hablarle en la Lengua Antigua y ella podría alejar a BreLan y MikLan.
Yo no creí que eso pudiese funcionar. Incluso aunque los humanos estuvieran avisados, simplemente se darían la vuelta y pelearían.
—La he traído —dijo Tlituu.
No había prestado atención adónde iba mientras estábamos hablando con Trevegg. Había volado hasta las hembras humanas y había vuelto seguido por una TaLi sin aliento y estupefacta.
—¡Loba! —dijo tirándose sobre mí. Yo solté un bufido cuando casi me aplasta las costillas—. El cuervo no ha querido dejarme en paz hasta que he venido con él. He subido toda la colina corriendo.
El pelo habitualmente ordenado y brillante de TaLi estaba desordenado como si le hubieran estado dando tirones. Me hice una idea bastante clara de cómo había conseguido Tlituu que viniese.
—Mira, humana —dijo Tlituu señalando el campo con la cabeza. TaLi, que no lo entendía, se sentó en la tierra a mi lado.
—¿Qué pasa, Miluna?
Tlituu lanzó un graznido impaciente y tiró del pelo de TaLi para volverle la cabeza hacia el campo.
—¡Para! —gruñí—. ¡Déjala en paz!
—No le estoy haciendo daño, loba. No mucho. Y ella debe ver eso. Quizá pueda hablar con su gente.
TaLi dio un respingo. Había visto los lobos que acechaban a los humanos. La luna era brillante y podía distinguir con facilidad las formas oscuras de Torell y su manada desde nuestra colina.
—¡Tengo que ir a avisar a HuLin! —dijo.
—No puedes —dije, intentando comunicarme con ella en la Lengua Antigua, con la esperanza de que TaLi la entendiese—. Es demasiado peligroso.
—Tenemos que llegar hasta BreLan y MikLan —añadió Ázzuen sin preocuparse por hablar en Lengua Antigua. Daba igual, TaLi se estaba levantando.
—¡No puede ir! —dijo Marra—. ¿Y si alerta a los humanos y eso provoca el ataque de los lobos? Ha sido una estupidez traerla.
Lanzó la acusación mirando a Tlituu, pero olvidó que ella había propuesto la misma solución.
Los lobos de Pico Rocoso y Arboleda habían acabado de rodear a los humanos. Los lobos se acercaban silenciosamente a los humanos igual que lo harían con un grupo de presas. Aunque los humanos no hubieran advertido su presencia las cervallonas sí, y estaban poniéndose nerviosas. El pánico empezó a apoderarse de mí. Solo faltaban unos instantes para el ataque. Derribé a TaLi y me senté sobre ella para evitar que corriese hasta sus compañeros de tribu.
—Tenemos que llegar hasta Ruuqo —dijo Ázzuen—. Hay que ayudar a Trevegg a evitar la lucha.
—Tenemos que llegar hasta nuestros humanos —ladró Marra bruscamente—. Tenemos que correr hasta ellos, separarlos como haríamos con unas presas y apartarlos del combate. Podemos hacerlo. Cuando ataquen los lobos iremos a buscar a nuestros humanos. Tu chica nos esperará, Kaala, y tú puedes ayudarnos a traer a BreLan y MikLan. —La temeridad que se traslucía en su voz me puso nerviosa.
—¿Y si no quieren venir? —preguntó Ázzuen—. ¿Y si hay una estampida de cervallones? —Se estremeció, sin duda recordando la locura de los caballos que casi nos había costado la vida—. Entonces sí que tendríamos problemas. Tenemos que conseguir la ayuda de la manada.
—Voy a bajar para estar más cerca de MikLan —dijo Marra—. Y lo obligaré a marcharse del valle conmigo. Vosotros dos podéis hacer lo que queráis. —Vi un destello de locura en su mirada—. Espera —le dije.
Marra y Ázzuen me miraron. Ázzuen me había dado una idea.
—No dejaré a MikLan y BreLan —afirmé—. Hemos cazado con ellos y por eso son de nuestra manada. Pero tampoco dejaré a los lobos de Río Rápido. Ellos nos han criado y nos han enseñado a ser lobos. No merece la pena salvarnos nosotros y a nuestros humanos si eso nos cuesta las vidas de nuestra manada y de la tribu de humanos. —Respiré hondo.
—Los cervallones ya están medio enloquecidos —dije—. ¿Y qué pasa si hay una estampida? Los lobos no podrán atacar a los humanos. No habrá lucha y los Grandes no tendrán motivo para matar.
—No puedes jugar con una estampida de cervallones —dijo Ázzuen con el espanto reflejado en la voz.
Marra se iluminó.
—Eso podría darnos más tiempo.
—Más vale que os decidáis ya —añadió Tlituu.
Como era de esperar, en ese momento Torell dio la orden de ataque. TaLi me dio un empujón y me apartó de encima de ella. Se levantó y comenzó a correr colina abajo para avisar a su tribu.
No esperé más. Aullé. Ázzuen y Marra se unieron a mí. La cabeza de Torell se volvió hacia arriba, y a pesar de la distancia pude ver la expresión de odio en su cara. Los humanos del círculo se sobresaltaron y miraron alrededor. Uno de ellos gritó y señaló los lobos. Los del círculo exterior se volvieron apuntando sus palos afilados hacia los lobos que tenían más cerca. Tenía la esperanza de que el aviso fuera suficiente y los lobos se retirasen. No lo hicieron. Los movimientos de los humanos parecieron enfurecerlos y comenzaron el ataque.
—¡Ahora! —grité. Ázzuen, Marra y yo nos lanzamos colina abajo hacia las cervallonas.
—Sabes que estás loca, ¿no? —dijo Ázzuen sin aliento.
Le sonreí. Era un sentimiento agradable el de entrar en acción, incluso aunque fuera a terminar con nuestra muerte. Cuando más nos acercábamos más grandes parecían las cervallonas. Sentí cómo comenzaba a nacer el miedo en mi interior y me lo tragué. Aunque hubiésemos querido renunciar ya era tarde. Marra, lanzada e impávida, irrumpió en el centro del grupo de cervallonas. Ázzuen y yo la seguimos pasando junto a una estupefacta pareja de lobos jóvenes de Arboleda y bajo las piernas de un viejo macho humano. Fuimos derechos al centro del rebaño de cervallonas.
Las cervallonas se dispersaron. Los humanos también se dispersaron, y los lobos. Durante un momento me quedé congelada por el terror recordando la locura de los caballos y la muerte de Riil. Me sacudí enérgicamente. Desde aquel día había cazado con los humanos y atrapado un ciervo. Había perseguido cervallones con mi manada. Podía conseguir esto.
—¡Funciona! —gritó Marra al pasar a mi lado; me pregunté si sería capaz de tener miedo de algo—. ¡Por aquí!
Marra y Ázzuen vieron una abertura entre las cervallonas que corrían y se lanzaron por ella. Yo esquivé una pezuña y corrí para unirme a ellos. El impulso que llevábamos nos llevó fuera de las cervallonas que corrían. Nos detuvimos jadeantes para mirar lo que habíamos hecho. Corrían cervallonas por todas partes, y lobos y humanos estaban demasiado ocupados esquivándolas para atacarse. No me podía creer que de verdad hubiese funcionado.
—Vamos a por BreLan y MikLan —dijo Marra—. Si los de Pico Rocoso insisten en luchar nos veremos en el Paso del Árbol para marcharnos del valle.
Marra no esperó a oír mi respuesta; fue hacia donde había visto por última vez a MikLan. Ázzuen la siguió. Pude ver a TaLi bajando a trompicones la colina donde la había dejado y corrí hacia ella mirando por encima del hombro hacia las cervallonas. Había algo en su manera de actuar que me ponía nerviosa. Estaban siendo perseguidas por lobos que gruñían y humanos con palos afilados. Ya tendrían que haber huido, pero no lo habían hecho. Aún estaban agrupadas.
Entonces oí unos crujidos del sotobosque que llegaban desde el otro lado del campo. Algo estaba saliendo del bosque casi detrás de donde habían estado esperando los de Río Rápido. Levanté la cabeza esperando ver a los Grandes acercándose para atacar. Pero no eran ellos.
«No es posible —pensé—. Esto no puede suceder. Los machos de cervallón no se mueven juntos. Los cervallones no cazan.»
Pero eso era precisamente lo que estaban haciendo. Siete de ellos, con Ranor y su hermano Yonor al frente, salieron de entre los árboles corriendo como cazadores, con las cabezas bajas y miradas furiosas. Oí sus berridos y vi la ira en su manera de correr. Debían de haber estado escondidos allí, acechando, esperando la oportunidad para atacar a quienes amenazaban a sus parejas. Los miré horrorizada y miré hacia atrás, a las cervallonas, y me di cuenta de que había calculado mal el efecto de la estampida. Había pensado que sería como la locura de los caballos, que terminaría nada más empezar. Pero las cervallonas seguían corriendo, y cuando vieron a los machos cargando hacia ellas se volvieron para pelear.
—¡No están respondiendo como lo hicieron los caballos! —dije—. ¿Por qué hacen eso?
—Son cervallones —dijo Tlituu revoloteando encima de mí—. Nunca actúan como presas normales. —Se posó en el suelo y ladeó la cabeza a izquierda y derecha—. Parece como si hubieran aprendido a cazar.
Oí un frenético ladrido de advertencia de Rissa. Trevegg estaba a punto de ser arrollado por dos de los cervallones. Los lobos de Río Rápido se habían dispersado cuando los machos habían cargado contra ellos. Ruuqo ladró una furiosa orden y él, Ylinn y Minn salieron tras Ranor y los cuatro cervallones que guiaba hacia la estampida. Werrna y Rissa se quedaron atrás para esperar a Trevegg, que estaba volviendo de hablar con nosotros y quedaba exactamente en la trayectoria de otros dos cervallones que habían hecho un quiebro brusco como intentando arrollarlo.
Al oír la advertencia de Rissa, Trevegg comenzó a correr. Entonces se cayó y se levantó cojeando. Casi tenía encima los dos cervallones.
Werrna saltó sobre uno de ellos. Era un cervallón joven, más pequeño que los demás, y cuando se vio atacado por una loba tan grande salió huyendo. Pero el otro era Yonor, y no tenía intención de ir a otro sitio. Bajó la cabeza y cargó contra Trevegg. El viejo no tenía forma de apartarse a tiempo. Yo eché a correr.
Rissa gruñó enseñando los dientes y saltó directamente contra Yonor. Para una loba sola era una maniobra peligrosa saltar a la cabeza de un cervallón, pero era la única posibilidad que tenía de distraerlo de Trevegg. Yonor lanzó un bramido triunfal mientras Rissa saltaba y giró bruscamente la cabeza; la atrapó en el aire con sus enormes defensas y la lanzó contra el suelo. Rissa chilló de dolor.
Yo corría tan deprisa como me lo permitían mis patas. De algún lugar detrás de mí me llegó una mezcla de frenético ladrido y aullido de Ruuqo. Vi a Werrna volviendo hacia nosotros a toda velocidad y sabía que el resto de la manada vendría inmediatamente detrás. Iban a llegar demasiado tarde. Yo era la que estaba más cerca. Yonor me miró mientras corría hacia él y resopló burlón, como si yo fuera algo insignificante y no representase la menor amenaza. Podría jurar que lo vi sonreír cuando se encabritó para patear a Rissa. El miedo me cerró la garganta al pensar con cuánta facilidad la había lanzado contra el suelo. Lo ignoré e intenté recordar cómo había cazado con TaLi: la sincronización del salto, el ángulo de ataque. Con un contrincante tan grande como Yonor tenía que recurrir al engaño y la estrategia, no servía la fuerza bruta. No creía que pudiera frenarlo lo bastante sujetándolo por un costado. Tragué saliva. Solo tenía una oportunidad. Me forcé a respirar hondo, tensé los músculos de las ancas, salté y atrapé la nariz de Yonor entre mis dientes. Él comenzó a cabecear y patear intentando deshacerse de mí. Yo seguía colgada. Me sacudió atrás y adelante como si yo no fuese más pesada que una hoja, y yo sentí que el cuello se me iba a partir por la mitad y las patas se me iban a desgajar del cuerpo. Nunca algo me había dolido tanto.
—¡Miluna! —El grito de TaLi cruzó el llano.
Con el miedo por Trevegg y Rissa la había olvidado. Incluso con mi cabeza sacudiéndose a un lado y otro pude oír el golpeteo de sus pies sobre el suelo. «Debe de llevar sus fundas para los pies», pensé. Me alegré de que quisiera ayudarme, pero no tenía posibilidad alguna de llegar hasta mí a tiempo.
Por el rabillo del ojo vi a Werrna, que estaba más cerca, saltar sobre el costado de Yonor. Vi a Ylinn llegando hasta nosotros como un rayo con Ruuqo detrás. Yo estaba perdiendo presa y sabía que no podría aguantar colgada mucho más. Unas alas negras golpeaban la cabeza de Yonor. Tlituu intentaba ayudar confundiendo a Yonor, pero con ello también me hacía más difícil mantenerme colgada de él.
De repente Yonor se ahogó y trastabilló. Eso era todo lo que necesitaba mi manada. Werrna, Ruuqo e Ylinn lo derribaron. Casi cae encima de mí, pero me las arreglé para apartarme rodando en el momento en que tocó el suelo. La manada lo mató rápidamente.
Yo me aparté arrastrándome y vi a TaLi jadeante parada a unos diez cuerpos de distancia. Su palo afilado estaba hundido en la garganta de Yonor. Debía de haberlo lanzado, y muy fuerte. No había matado a la bestia gigante, pero lo había debilitado lo suficiente para permitir que la manada lo derribase. Tenía un palo de lanzar muy apretado en la mano y la mirada del cazador en los ojos.
Trevegg se había levantado, pero Rissa no. Ruuqo se acercó a nosotros y comenzó a lamerla. Ella levantó la cabeza hacia él. Estaba boqueando, como si le faltase el aire, y manaba sangre de un tajo que le había hecho un cuerno de Yonor. Titubeando, TaLi avanzó y se arrodilló junto a Rissa. El pelo de Ruuqo se erizó.
—Quiero ayudarla, lobo —dijo TaLi con voz un poco temblorosa—. Si no puede respirar morirá. Ese es el ruido que hacía mi primo cuando se le rompieron las costillas, y yo lo ayudé a respirar hasta que vino mi abuela y le arregló los huesos.
—Déjala —dijo Trevegg.
Ruuqo dudó. Rissa se esforzaba por respirar entre silbidos. Por fin Ruuqo bajó la cabeza y se apartó.
TaLi cogió uno de sus zurrones que llevaba a la espalda y otro que llevaba al cuello. Sacó plantas de los dos y las mezcló en una mano. Cogió la bolsa de agua que llevaba colgada e hizo una pasta con las hierbas y la ofreció a Rissa.
—Tienes que comerte esto —dijo TaLi—. Ayudará a abrirte los caminos para el aire.
—Está bien —dije a Rissa empujando hacia ella la mano de TaLi—. Es de la manada.
TaLi introdujo con delicadeza la mezcla en la boca de Rissa y se estremeció ligeramente cuando la rozaron sus afilados dientes. Yo me apreté contra ella. Rissa lamió la manos de TaLi hasta dejarla limpia. Después de unos momentos su respiración se normalizó y dejó de toser.
—Sus costillas están magulladas o rotas —dijo TaLi—. Podré hacer más por ella cuando vuelva a casa, pero tendrá que ir con cuidado. —La chica hablaba con autoridad sin apartar los ojos de Rissa.
TaLi levantó la vista y sus ojos se encontraron con los de Ruuqo. Se miraron fijamente. No creo que TaLi fuera consciente del peligro que corría. Ruuqo comenzó a estirar los labios para enseñar los dientes, luego bajó la cabeza y fue a ayudar a Rissa a levantarse.
—Dile que se lo agradezco —dijo Ruuqo.
—¿Por qué iniciaste la estampida, Kaala? —dijo Rissa, levantada pero temblorosa—. Te vi correr entre las cervallonas.
—Tenía que impedir el combate —dije.
Le expliqué rápidamente la resolución de los Grandes. La ira ensombreció la mirada de Ruuqo.
—¿Entonces los Grandes nos han estado mintiendo? ¿Y querían matarnos a todos?
—Debemos impedir que Torell luche —dijo Trevegg lamiéndose una pata herida—. Volverá a intentarlo en cuanto los cervallones se tranquilicen. —El viejo me miró y se las arregló para reír—. ¿Has iniciado la estampida a propósito? Es una solución que no se me hubiera pasado por la cabeza, pero nos ha dado un poco de tiempo.
—Pero eso es todo —dijo Rissa débilmente—. Torell no renunciará a su combate. —Miró hacia el centro del campo y dio un respingo—. Y Ranor tampoco.
Levanté la vista. Aunque los cervallones habían atacado juntos no tenían la disciplina de una manada de lobos. Su tendencia a competir entre sí parecía superar su odio hacia lobos y humanos, y fuera cual fuese el plan con que habían comenzado ya lo habían olvidado. Corrían de un sitio a otro intentando recuperar sus compañeras. Algunos incluso estaban peleando entre sí. Otros ya estaban abandonando el llano con sus hembras. Lobos y humanos pasaron revista a los miembros de sus manadas para ver si había heridos, y parecían haber olvidado que iban a luchar. Al parecer habíamos conseguido evitar el combate, al menos por el momento.
Pero al seguir la mirada de Rissa vi que me equivocaba.
Ranor estaba parado mirando a su hermano caído, en especial el palo afilado de TaLi que asomaba del cuello de Yonor. Sus ojos se desplazaron de Yonor a TaLi y se quedó mirándola mientras ella palpaba las costillas de Rissa y ponía más plantas sobre el tajo que aún sangraba. La gran bestia bajó sus enormes defensas y un bramido profundo y resonante emergió de su garganta, como si estuviese retando a otro macho. Llamaba a los otros cervallones.
—¡Venid a mí! —ordenó.
Solo dos de los machos levantaron la vista. Uno era el que Werrna había puesto en fuga y los dos eran cervallones pequeños de bajo rango.
—La niña humana ha asesinado a mi hermano —gritó Ranor—. Incluso a medio crecer son asesinos. Mataremos a los jóvenes antes de que se hagan lo bastante fuertes para matarnos. —Silbó entre los dientes y corrió hacia un grupo de pequeños humanos.
Habían quedado separados de los demás y se escondían en una zona de hierba particularmente alta. Los dos cervallones jóvenes lo siguieron sacudiendo la cabeza atrás y adelante y bramando.
TaLi dio un respingo al ver hacia dónde se dirigían Ranor y los otros. Avanzó unos pasos y luego se volvió a mirar a Rissa, que caminaba despacio y respiraba con dificultad.
—No puedo dejarla —murmuró.
Yo rocé el dorso de su mano con la nariz y empecé a correr hacia los pequeños humanos. O lo intenté. El lomo y el cuello me dolían tanto que solo podía ir a medio trote. Los cervallones llegarían a los pequeños humanos antes que yo. Miré alrededor intentando idear algo. Entonces vi a Ázzuen y Marra parados con BreLan y MikLan. Estaban lo bastante cerca para llegar hasta los pequeños humanos, pero mirando en dirección contraria a los cervallones que atacaban, con la vista fija en Torell y su manada, que estaban moviéndose nerviosos y discutiendo.
—¡Ayudadlos! —grité.
Pero mi voz no era suficientemente fuerte porque me faltaba aliento. Estaba más tocada por la pelea con Yonor de lo que había creído. Mi manada no me escuchó con los bramidos de los cervallones y las llamadas de humanos y lobos. Busqué a Tlituu para que llevara el mensaje pero no pude encontrarlo.
—¡Cachorros en peligro! —La sonora voz de Werrna me sobresaltó tanto que di un traspié. Ella echó a correr. La cabeza de Ázzuen se volvió de inmediato y vio a Ranor y los otros cervallones cargando contra ellos. Empujó con la cabeza la cadera de BreLan y él vio también por dónde iban los cervallones. Gritó algo y varios humanos comenzaron a correr desde todo el campo para proteger a sus pequeños. Ellos tampoco iban a llegar a tiempo.
—Podemos con ellos —gritó Ranor—. Ya es hora de que dejemos de temer a los cazadores, es hora de recuperar las llanuras. —Los otros dos cervallones aumentaron su velocidad. Oí pasos rápidos de zarpas e Ylinn se puso a mi altura.
—Dime qué hay que hacer —dijo—. Dime cómo se caza con los humanos.
—Abríos a ellos —ladré—. Encuentra uno con quien puedas comunicarte y caza con él como lo harías con un compañero de manada. No pienses en él como un Extraño.
Ylinn asintió y corrió. Sus patas se convirtieron en un torbellino de pelo y polvo.
También Werrna estaba llegando hasta mí.
—Voy a cazar cervallones como siempre lo he hecho —se burló—, con dientes y habilidad; pero no permitiré que hagan daño a cachorros. Ni siquiera a cachorros humanos.
Y salió como una exhalación pegada a la cola de Ylinn.
Yo no podía correr más. Me dolía demasiado. Seguí cojeando. Ya solo podía mirar y no perder la esperanza.
Marra y Ázzuen aceleraron para atacar a los cervallones jóvenes que apoyaban a Ranor. MikLan y BreLan los seguían de cerca. Yo estaba demasiado cansada para gritar, para decirles lo que tenían que hacer, pero ellos no necesitaban mi ayuda. Los cuatro se movían como una manada de lobos que ha estado junta durante años, como el agua fluyendo sobre las rocas del río. Ázzuen y Marra fueron contra los costados de los dos cervallones y los llevaron hacia BreLan y MikLan, que gritaban y hacían girar sus palos. Los cervallones resoplaron y viraron bruscamente hacia un lado. Cuando atacaron otra vez volvieron a repelerlos entre los lobos y los humanos. Los cervallones se acobardaron y huyeron cruzando el campo, con Ázzuen y Marra persiguiéndolos para asegurarse de que se mantenían a distancia.
Eso dejó solo a Ranor. El enorme cervallón bramó furioso y aceleró en dirección a los cachorros humanos. Cuando solo le faltaba un salto para alcanzarlos, Werrna e Ylinn lo embistieron. Werrna aulló triunfante. Al mismo tiempo un macho humano, uno que debía de haber corrido con la velocidad de un lobo para llegar allí tan rápidamente, lanzó su palo afilado. Pasó arañando el costado de Ranor. El doble ataque lo sorprendió y se tambaleó de lado. Luego bajó la cabeza y volvió a la carga.
Werrna e Ylinn estaban encaradas con el joven humano. Werrna lo miró durante un momento, luego se sacudió y se volvió. Pero Ylinn adelantó la cabeza y abrió la boca para aspirar el olor del humano. Le lamió la mano. Fue todo tan rápido que me pregunté si lo había imaginado. Luego los dos corrieron juntos hacia Ranor.
Yo casi había llegado adonde estaban cuando Ranor cambió bruscamente de trayectoria y esquivó a Ylinn y Werrna. Se quedó parado un momento y luego miró por encima del hombro.
—Venid aquí —volvió a gritar a los dos cervallones jóvenes—. ¿Es que sois unos cobardes? Nunca conseguiréis compañeras si corréis con esa tranquilidad. Volved a pelear y compartiré mis hembras con vosotros. —Ambos resoplaron y volvieron hacia él. Los tres comenzaron a avanzar lentamente hacia los pequeños humanos. Ylinn y su humano se les enfrentaban solos. Werrna salió disparada para unirse a ellos. Un instante después Ázzuen, Marra, BreLan y MikLan estaban a su lado. Los humanos alzaron sus palos afilados y cogieron grandes piedras. Los lobos enseñaban los dientes y gruñían. Tlituu y otros tres cuervos los sobrevolaban. Los cervallones jóvenes se desinflaron y huyeron.
Ranor dudó un momento y luego vio el gran grupo de humanos que corría cruzando el llano para salvar a sus pequeños. Sacudió la cabeza con fuerza.
—No olvidaré esto —masculló entre dientes—. No olvidaré lo que habéis hecho los lobos.
Volvió a sacudir la cabeza y se marchó del campo siguiendo a los demás cervallones.