XVIII

No vi que Ázzuen y Marra intentaron seguirme y solo se detuvieron cuando Ylinn y Minn los sujetaron contra el suelo. No oí la discusión de Trevegg con Ruuqo ni a Ylinn hablando en voz baja con Rissa. Me sentía como si tuviese la cabeza rellena de tierra y hojas secas, tenía la lengua pastosa y me costaba respirar. El sonido de un millar de moscas llenaba mis oídos y no sentía la tierra bajo mis pies ni los espesos arbustos apretados contra mi piel cuando abandoné el sendero. Sabía que debería estar pensando en alguna manera de ayudar a TaLi, alguna manera de llevarla a lugar seguro. Y también a Ázzuen y Marra si Ruuqo decidía luchar. Pero todo lo que podía hacer era seguir caminando. Estaba tan cansada por la pelea que solo conseguí llegar hasta el río; mis patas se rindieron y me desplomé en el barro.

No sé cuánto tiempo pasé allí, escuchando el río, sintiendo el aire fresco y húmedo infiltrarse en mi pelo hasta la piel. Sabía que si Ruuqo me encontraba parada en el territorio probablemente me mataría. Pero no me importaba. Creo que si no hubiese venido nadie tal vez nunca me habría levantado; me habría quedado tirada hasta que el Equilibrio me acogiese en la dulce tierra.

Hasta que oí los pesados pasos de los Grandes y noté su olor a tierra no levanté la cabeza.

—Vamos pues —dijo Yandru.

Yo seguía sin ser capaz de levantarme. Estaba tirada en el barro parpadeando y mirándolos.

—Te rindes con facilidad. —Yo esperaba algo de compasión, pero la voz de Frandra era de desprecio—. Una pelea y estás aquí tirada como una presa muerta. Creía que tenías más arrestos.

No tenía qué decir, así que guardé silencio con la cabeza apoyada sobre las zarpas.

—¿Qué esperabas que sucediese cuando desafiaste a vuestro jefe? —preguntó Yandru en un tono no más amable que el de Frandra—. ¿Qué creías que iba a pasar?

—Amenazó a TaLi. —Mi voz me sonó como si llegase desde muy lejos—. Dijo que la mataría. Tenía que hacer algo.

—Así que hiciste algo. —Yandru estiró sus grandes hombros—. Acepta las consecuencias. Ya no perteneces a la manada de Río Rápido. Entonces, ¿qué eres? ¿Para qué luchaste por tu vida cuando eras una cachorra? ¿Por qué te has tomado la molestia de correr cuando Ruuqo te habría matado?

—No sé qué soy si no soy de Río Rápido —dije comenzando a irritarme—. ¿Cómo voy a saberlo?

Frandra resopló por la nariz.

—Bueno, la manera más segura de no saberlo es sentarte y dedicarte a la autocompasión. Avísame cuando termines.

Picada, me levanté para mirarla. Ella y Yandru se volvieron y se adentraron rápidamente en el bosque. Mis patas parecían moverse por cuenta propia y los seguí.

—¿Adónde vamos? —pregunté.

No me respondieron. Sus patas eran mucho más largas que las mías; tanto, que tuve que correr para mantener su paso y estaba demasiado extenuada para volver a preguntar. Había sido una noche larga, muy larga, y mi cuerpo estaba agotado. No me funcionaba bien la cabeza. Era como si mis pensamientos se movieran a través de barro denso. Frandra y Yandru no parecían advertir mis esfuerzos, pero por fin aflojaron un poco el paso y eso me permitió andar en lugar de correr tras ellos. Entonces se detuvieron al lado de una madriguera de zorro abandonada junto a varias rocas grandes. Me di cuenta de que no estábamos lejos del círculo de rocas donde se habían reunido con los humanos para la Charla.

—Descansaremos aquí hasta que caiga la noche —dijo Yandru, recorriéndome con la mirada mientras yo temblaba por el cansancio.

—Tengo que ir a ver a TaLi —dije débilmente—. Tengo que volver. —Estaba tan cansada que eso fue todo lo que pude hacer por hablar, pero me sentí como si estuviera dejando atrás una parte de mi ser.

—Tenemos que salir del valle —dijo Yandru—. Lo antes posible.

Eso era sensato. Ruuqo había dicho que me mataría. Las preguntas y la preocupación zumbaban dentro de mi cabeza. Quería volver por TaLi. Quería saber adónde estaban llevándome los Grandes. Pero había huido de los de Pico Rocoso y peleado con Ruuqo y me habían desterrado de mi manada. La extenuación y la desesperanza superaron mi voluntad y me había quedado dormida antes de llegar a tumbarme en el suelo.

Cuando abrí los ojos, Frandra y Yandru estaban mirándome con ansiedad.

—Bien —dijo escuetamente Frandra—. Levántate y ponte en marcha. Nos vamos.

—Y mantente callada —añadió Yandru—. Hay otros Grandes por aquí y si nos encuentran estaremos todos en peligro.

Hice un esfuerzo por acabar de despertarme. Ya hacía rato que había anochecido. Había dormido durante todo el día sin enterarme de que pasaba el tiempo.

Me levanté. Los músculos de mis ancas y hombros protestaron cuando intenté estirarme. Me dolían hasta los huecos entre las almohadillas de las patas. Pero mi largo sueño y el aire fresco de la noche reavivaron mi sentido común y la preocupación por mis amigos había hecho desaparecer la confusión. Me sentía yo misma otra vez. Era como si la loba que había sido el día anterior fuese una lenta y estupefacta sombra de mí misma. Algo menos que yo. Estaba enfadada conmigo por haber dejado que se me llevaran los Grandes. Por haber dejado pasar todo un día sin volver por TaLi, o sin averiguar si Ruuqo iba a luchar. Me asustó ser capaz de perderme con tanta facilidad. Haber traicionado casi todo y a todos los que me importaban solo porque estaba asustada y cansada. Me sacudí enérgicamente.

Frandra y Yandru ya se habían puesto en camino. Cuando se dieron cuenta de que no los seguía se pararon y miraron atrás.

—Date prisa —ordenó Yandru.

—No voy a ir —dije—. Voy a buscar a TaLi.

Los dos Grandes me miraron fijamente durante un momento, como si no pudiesen creer que quisiera desafiarlos.

—No —dijo Frandra, y comenzó a caminar otra vez.

Yo me quedé donde estaba. Yandru gruñó y volvió hasta mí. Me empujó con el morro. Yo clavé las zarpas en el suelo. Sabía que podían arrastrarme si querían. «Bueno, que lo hagan», pensé con determinación, porque era la única manera de moverme que tendrían. Entonces advertí que los Grandes se habían mantenido muy callados, como si estuvieran escondiéndose. Y Yandru había dicho que les preocupaba que pudiesen oírnos otros Grandes. Me mantuve en mi sitio.

—No me iré sin mi humana. O sin Ázzuen y Marra. —Pensé que si Ruuqo se unía a la lucha ellos también tendrían que abandonar el valle.

Yandru resopló con disgusto.

—No hay tiempo para discutir contigo —me espetó—. Es demasiado tarde para ellos. Ya están prácticamente muertos.

Sentí como si alguien me absorbiera el aire de los pulmones.

—¿Qué quieres decir? —pregunté olvidando que debía estar callada. Los Grandes me enseñaron los dientes. Yo bajé las orejas para pedir perdón, pero aguanté la mirada de Yandru.

—¿Qué quieres decir con que están prácticamente muertos?

—¡Ahora no tenemos tiempo para hablar de eso! —dijo Frandra con irritación—. Tenemos que salir del valle de una vez. Si nos descubren los otros Grandes ya no podremos ayudarte.

—¿Pero por qué? —pregunté.

Yandru gruñó con impaciencia y avanzó otro paso hacia mí enseñando los dientes en una amenaza terrorífica. Estaba segura de que pensaba cogerme con los dientes para arrastrarme. Retrocedí un paso.

¡¡Lobita!!

Todos saltamos al oírlo. Tlituu venía volando desde la dirección de Árbol Caído, a duras penas visible entre las copas de los árboles, batiendo enérgicamente las alas. Bajó en picado directo hasta nosotros desde las alturas con tal velocidad que pensé que se estrellaría contra el suelo. Frenó en el último momento y aterrizó junto a mí con un golpe sordo.

—No deberías haberte marchado, lobita —dijo con la respiración agitada—. Me ha costado encontrarte.

—¿Dónde has estado?

—Lejos —dijo jadeante—. Buscando respuestas.

Estaba tan contenta de verlo que casi aullé. Sabía que él no era una verdadera protección frente a los Grandes, pero no me importaba. Había venido a buscarme. No estaba sola. Me volví hacia Frandra y Yandru.

—¿Por qué están prácticamente muertos?

Fue Tlituu quien contestó.

—Todos los lobos y los humanos del valle serán eliminados si hay alguna lucha. Cualquiera que sea —dijo. Dirigió una mirada inquisitiva a los Grandes—. No habéis contado todo —los acusó agitando las alas. Vi que además de cansado por el vuelo a toda velocidad estaba nervioso—. No habéis contado todo a los lobos pequeños ni a los krianan humanos. No os importan los lobos de aquí. Os da igual si mueren. —Se volvió hacia mí—. Hay otros sitios, loba.

—¿A qué te refieres? —dije, confusa—. Por supuesto que hay otros sitios.

—¡Otros sitios como este! —graznó con impaciencia—. Con otros lobos y otros Grandes además de los de aquí. He volado fuera del valle y más allá de las praderas que hay fuera. La vieja humana me dijo que lo hiciese. A los Grandes no les importa si vivís o morís, lobita. Tienes que escucharme. Tienen otros lobos en otros valles —repitió.

Aquello parecía ser algo importante pero no acertaba a entender a qué se refería.

—Matarán a tu familia y a tus humanos como si no fueran más que presas y los reemplazarán con otros. —Levantó las alas encarándose atrevidamente con los Grandes—. Es cierto. Lo he visto. Y he hablado con mis hermanos y hermanas cuervos de muy lejos y me lo han confirmado.

Yo aún estaba intentando aclararme con lo que me había dicho Tlituu cuando me sobresaltó la voz de Yandru.

—Es verdad —reconoció mirando a Tlituu con frialdad—. Lo que se ha hecho aquí es un experimento para comprobar si los humanos y los lobos de este valle pueden vivir juntos. Y no es el único lugar donde lo hemos intentado. Supera lo que podría entender cualquiera de vosotros. Se da una gran paradoja entre lobos y humanos, y si no la entendéis no podréis entender lo que estamos haciendo.

—La paradoja consiste en que los humanos y los lobos tienen que estar juntos pero no pueden estar juntos —lo interrumpí, molesta por su arrogancia. ¿Por qué me creía demasiado idiota para entender?—. Los humanos nos necesitan junto a ellos para mantenerlos cerca de la Naturaleza y evitar que destruyan todo. Pero nos temen demasiado para tenernos cerca y acabamos peleando con ellos. Esa es la paradoja. Por eso os reunís con los humanos cada luna. Para poder estar cerca de algunos sin provocar una guerra. La krianan humana nos lo dijo. Y yo te vi. —No hablé del espíritu. Pensé que si los Grandes tenían secretos yo también podía tenerlos.

Frandra entornó los ojos.

—Hiciste mal en espiar la Charla —me dijo—. Hay buenas razones para que mantengamos los secretos de las leyendas. —Durante un breve y terrorífico momento pensé que podría atacarme. Entonces suspiró.

—No entiendes tantas cosas como tú crees. Ni tampoco la vieja humana. Lo que sucede con la paradoja es que si no estamos con los humanos los Antiguos nos matarán, y si estamos con los humanos y nos peleamos con ellos los Antiguos nos matarán. La única manera de evitarlo que hemos encontrado son las Charlas. Los Grandes hemos estado esforzándonos con las Charlas, los humanos y la paradoja durante más tiempo del que puede imaginar tu tierno cerebro de cachorra.

Tlituu le levantó las alas.

—Pero vuestras Charlas ya no funcionan —graznó—. Ahora los Grandes están muriendo.

—Tal vez nosotros estemos —dijo bruscamente Yandru— o tal vez no; pero necesitamos encontrar lobos que nos sucedan si ya no estamos aquí. Por eso tienes que abandonar el valle, Kaala. Desde tu nacimiento hemos pensado que tú eras la destinada a continuar la estirpe. El Consejo de Grandes no está de acuerdo. Si te hubieran aceptado en la manada, como te dijimos que debía ser, el Consejo habría dado el visto bueno. Ahora no quieren. Prefieren a otra.

Recordé lo que me había dicho la anciana humana la primera vez que la vi.

—Queréis que me reúna con los humanos, como vosotros —dije con un hilo de voz—, con TaLi como mi krianan. —Miré a mi alrededor en parte esperando que tuviesen a la chica escondida en algún lugar.

Frandra y Yandru intercambiaron miradas incómodas. Tlituu fue hasta ellos y emitió un extraño silbido que yo nunca había oído a un cuervo.

—No —dijo Yandru—. Es demasiado tarde para eso. La sangre de la chica está contaminada por la violencia de su tribu. No podemos recuperarla. Supuestamente ni siquiera podemos rescatarte a ti. El Consejo de Grandes ha decidido que los lobos y los humanos del Gran Valle han fracasado. Si hay alguna pelea entre lobos y humanos, y está claro que la habrá, morirán todos los del valle. El Consejo acabará con todos. De otro modo la guerra se extendería y sería el fin de los lobos. Kaala, estás demasiado próxima a los humanos para poder ser vigilante, pero los hijos de tus hijos podrían ser quienes nos sustituyan si es necesario. Tienes que venir con nosotros ahora o morirás en cuanto algún lobo ataque a un humano.

—¿Y qué pasa con mi manada? —pregunté—. ¿Y con TaLi y su tribu?

—¿Qué pasa con ellos? —respondió Frandra con indiferencia—. El futuro de los lobos es más importante que cualquier lobo, que cualquier manada o tribu humana. Comenzaremos otra vez en algún otro sitio.

Me dejó impresionada la falta de sensibilidad de los Grandes.

—Ya te lo dije, lobita —dijo Tlituu.

—No lo haré —dije—. No pienso ir con vosotros.

—Entonces te arrastraremos por la cola —dijo ásperamente Yandru, agotada su paciencia.

Vino hacia mí. Yo retrocedí, segura de que no podía correr más que él pero dispuesta a intentarlo. Tlituu batió las alas preparado para volar o para pelear, no me quedó claro.

—¡No es justo! —grité sin preocuparme de no hacer ruido—. Me habéis mentido. Nos habéis mentido a todos. Nos dijisteis que debíamos mantenernos apartados de los humanos sin explicarnos por qué. Y sin decirnos que en realidad estamos destinados a estar con ellos. —Los Grandes me miraban furiosos. No me importaba—. Las leyendas no hablan de la paradoja y es lo más importante de todo. ¡Ahora vais a matar a todos los lobos y los humanos del valle cuando todo lo que hemos hecho es respetar las leyendas! ¡Todo porque las leyendas mienten!

—Tiene razón —dijo una voz muy vieja, una voz de ramas secas y polvo arrastrado por el viento.

Frandra y Yandru volvieron la cabeza. Zorindru, el jefe de los Grandes que había presidido la Charla, estaba sentado junto a una gran roca. No sé cuánto tiempo hacía que estaba allí. A su lado, con la mano apoyada en su lomo, estaba la abuela de TaLi.

—¿De verdad creíais —dijo el anciano lobo a Frandra y Yandru— que iba a marcharse con vosotros sin más? ¿Y de verdad creíais que yo no me enteraría de lo que estabais haciendo? Hablaba suavemente y el pelo de su lomo se levantó solo la mínima expresión, pero fue suficiente para que Frandra y Yandru bajaran las orejas. Tenían tal aspecto de cachorros amonestados que me descubrí a punto de reír.

Quería ir a saludar a la anciana, pero estaba demasiado atemorizada por el anciano Grande para moverme. Tlituu no lo dudó tanto. Voló hasta la mujer y se posó en su hombro, y luego saltó al lomo del anciano Grande. Desde allí volvió a silbar y miró inquisitivamente a Yandru y Frandra.

—NiaLi y yo hemos estado hablando —dijo Zorindru haciendo un gesto con la cabeza hacia la anciana—. Creo que quizá haya llegado el momento de explicar un poco a los lobos pequeños del valle, y a los humanos, por qué hacemos lo que hacemos.

Separó sus enormes mandíbulas en una sonrisa y se sacudió de encima a Tlituu. El cuervo se posó en una roca cercana sin dejar de mirar fijamente a Frandra y Yandru.

—¡Son los secretos de los Grandes! —protestó Frandra.

—¡Y ya es hora de que los compartáis! —le espetó la mujer, que no temía a los lobos gigantes. Entonces recordé que ella podía entender nuestro lenguaje normal además de la Lengua Antigua—. Nos habéis ocultado cosas durante demasiado tiempo —dijo—. Zorindru me ha contado vuestro plan de matarnos a todos y exijo saber por qué.

—Eso es algo que ni los humanos ni los lobos normales pueden entender —dijo Frandra con desdén—. Hemos asumido la carga del pacto porque vosotros sois demasiado débiles para hacerlo. No tenemos nada que deciros.

—Discrepo —dijo Zorindru con moderación.

Frandra abrió la boca para protestar. Zorindru la hizo callar solo empezando a enseñar los dientes.

—Aún presido el Consejo de Grandes —dijo—, y si Kaala va a marcharse del valle tiene derecho a saber el motivo real. No te diré todo, joven, aún hay secretos que los Grandes deben guardar, pero te diré todo lo que pueda.

Bajé las orejas y la cola ante el anciano Grande. La mujer me tendió la mano y fui hasta ella para que pudiese apoyarse en mí y sentarse en una roca plana. Me senté a su lado en la tierra fresca. Zorindru descansó su viejo cuerpo en el suelo cerca de nosotras y comenzó a hablar con su voz de ramas quebradas.

—Tu leyenda cuenta en parte la verdad —dijo—, pero en parte no. Es cierto que Indru y su manada cambiaron a los humanos. También es cierto que los Antiguos casi acabaron con lobos y humanos y que, para salvarlos, Indru hizo una promesa. Pero no prometió mantenerse alejado de los humanos. Prometió que él y sus descendientes vigilarían a los humanos y que lo harían para siempre.

Lo miré en silencio durante un momento. Creí al viejísimo lobo. Algo en su comportamiento hacía que confiase en él, y me pareció que tenía sentido que Indru quisiese vigilar a los humanos, que hacer eso fuera el destino de los lobos. Y si fuera cierto también lo sería todo lo que habían dicho Frandra y Yandru.

—Pero ¿no funcionó? —pregunté por fin.

—No. Los lobos y los humanos se pelearon y los lobos olvidaron su promesa. —El dolor inundó los ojos del anciano lobo. Se sacudió enérgicamente y continuó—. Cuando los lobos rompieron su promesa los Antiguos enviaron un invierno que duró tres años para acabar con las vidas de lobos y humanos. Entonces una joven loba llamada Lydda volvió a unir a lobos y humanos y el largo invierno terminó.

Entonces yo ya sabía que Lydda, la joven loba de quien hablaba, era el espíritu que se me aparecía.

—Nuestras leyendas dicen que fue ella quien provocó el invierno por ir con los humanos —dije al anciano Grande.

—No fue así. Ella acabó con el largo invierno cuando volvió a reunir a los lobos con los humanos. Eso fue lo que convenció a los Antiguos de que debían darnos otra oportunidad, la última, de estar con los humanos sin provocar una guerra.

—Pero hubo una guerra —dije, recordando lo que me había contado el espíritu.

—La habría habido —dijo el anciano— si no la hubiésemos detenido. Los lobos y los humanos empezaron a pelear, y entonces se creó el Consejo de Grandes. Sabíamos que si dejábamos que la lucha continuara los Antiguos volverían a enviar el largo invierno. Entonces nos dimos cuenta de que si debíamos vigilar a los humanos tendríamos que hacerlo a distancia. Así que establecimos las Charlas, para cumplir la promesa de Indru sin arriesgarnos a una guerra.

—¿Qué pasó con Lydda? —pregunté con una sensación de malestar en el estómago. Me preguntaba si Zorindru iba a mentirme.

—Tuvimos que expulsarla —dijo el anciano, confirmando lo que me había contado el espíritu—. Si se hubiera quedado habría causado más problemas. No tenía la fuerza necesaria para lo que había que hacer.

Tlituu graznó algo que sin duda fue un insulto. Zorindru debió de captar la sorpresa y la reprobación en mi expresión, porque bajó la nariz hasta tocar la mía.

—Lydda solo pensaba en su humano y en lo mejor para él —dijo—. Se trataba de una decisión para lobos más sabios. No tuvimos otra opción que enviarla lejos. Fue lo mejor para todos los lobos.

—Y ahora los Grandes se mueren —insistió Tlituu. Zorindru bajó la cabeza.

—Generación tras generación hemos estado intentando encontrar lobos para ocupar nuestro lugar controlando quién podía tener crías y quién no. Lo hemos hecho en muchos sitios: valles, islas y montañas. Y hemos fracasado una vez tras otra en esos sitios. Aquí, en el Gran Valle, nos hemos acercado más al éxito. Tú fuiste una sorpresa, Kaala. Lo común cuando nace una cría sin permiso es que se la mate, como a tus compañeros de camada. Pero cuando Frandra y Yandru nos hablaron de tu nacimiento y vimos la marca de la Luna creciente en tu pecho algunos de nosotros pensamos que tú podrías ser quien engendrara los lobos que habrían de ser los nuevos guardianes. Por eso te salvamos, y por eso queremos sacarte del valle.

—Tú sabes quién es mi padre. —Entonces lo supe, con la misma certeza con que sé que la Luna saldrá cada noche.

—Eso no te lo diré —dijo Zorindru, y no había signos de flexibilidad en su voz—. Te diré que creemos que en ti hemos encontrado lo que buscábamos desde los tiempos de Lydda. El Consejo de Grandes no está de acuerdo. Ellos piensan que gustándote tanto los humanos, a tu hijos también les gustarán.

Cuando Tlituu habló su voz era la más dulce que yo le había oído.

—Aún mientes. Hay más cosas. Los Grandes guardan más secretos. ¿Qué va a pasar ahora?

Yo creía que Zorindru se pondría furioso. Frandra y Yandru sin duda lo estaban. Pero la mirada que el anciano Grande dirigió al cuervo era pensativa y estaba llena de dolor.

—Y secretos seguirán siendo, cuervo. No habría en el mundo un refugio hasta donde pudieses volar para protegerte si te contase los secretos del Consejo.

—Kaala —dijo Frandra esforzándose por parecer conciliadora—, tienes que creernos cuando te decimos que es mejor para todos que abandones el valle con nosotros ahora mismo. Salvamos tu vida cuando eras una cachorra. Solo intentamos hacer lo mejor para ti.

No la miré. Lydda se había ido del valle. Lydda hizo lo que se le dijo. Levanté la vista hacia la cara del anciano Grande.

—No iré con vosotros —dije con calma—. Si me obligáis a ir dejaré de comer y moriré. Quizá —dije con la esperanza de que sonara como si supiera de qué estaba hablando— pueda evitar la lucha.

Creí haber visto una sonrisa en los ojos del Grande. Fue demasiado rápido para estar segura.

—Entonces explicaré esto al Consejo —dijo para mi sorpresa.

Lo miré parpadeando. Yandru soltó un pequeño ronquido de sorpresa.

—¿Les pedirás que impidan la lucha? —pregunté—. ¿Para ayudar a mi manada?

—Eso no puedo hacerlo —dijo el Grande—. Cuando los colmillos toquen carne no habrá nada que yo pueda hacer. Pero quizá dejarán vivir a los lobos y los humanos del Gran Valle si no hay lucha.

—¡Entonces será demasiado tarde! —protestó Frandra—. ¡Tiene que venirse con nosotros ya o todo aquello por lo que hemos trabajado será inútil!

—Tiene derecho a elegir por sí misma —dijo bruscamente la abuela de TaLi—. No podéis privarla de eso.

Frandra y Yandru gruñeron y avanzaron hacia ella. Ella los miró impertérrita.

—No —dijo Zorindru—. No podemos privarla de eso. —Miró con severidad a los otros Grandes, que bajaron las orejas y retrocedieron alejándose de la anciana.

Zorindru bajó la cabeza para mirarme a los ojos.

—Pero escucha, joven —dijo con amabilidad—. No puedo asegurar nada. Soy el jefe de los Grandes, pero no puedo obligar al Consejo a hacer todo lo que yo diga. Ellos aún podrían matar a todos los lobos del Gran Valle aunque no haya lucha. Lo que puedo hacer es sacaros de este valle. Llevaré también a tus amigos, Ázzuen y Marra, para que no estés sola. Y te llevaré con tu madre —dijo mirándome atentamente—. Puedo enterarme de dónde está y te llevaré con ella.

Lo miré asombrada y mi corazón echó a correr. Mi madre. No había transcurrido un día de mi vida sin que me hubiera preguntado por su paradero, si es que no había pensado en buscarla. Le había prometido que lo haría. Si Zorindru podía llevarme hasta ella no tendría que preocuparme por Ruuqo ni por los de Pico Rocoso. No tendría que preocuparme por conseguir la romma o evitar la lucha. Estaría con mi madre y quizá también con mi padre, y nunca tendría que volver a preocuparme por estar sola.

Y mis compañeros morirían incluso si no habían luchado. Y TaLi moriría. Y BreLan y MikLan.

—No —dije—. No dejaré que maten a mi manada ni a nuestros humanos. Conseguiré que Ruuqo evite la lucha.

—Muy bien —dijo él—. Ahora voy a hablar con el Consejo —dijo, y comenzó a caminar con rigidez hacia el círculo de rocas. Se paró frente a Frandra y Yandru—. Vosotros vendréis conmigo —ordenó. Pareció como si fueran a discutir y Frandra murmuró algo entre dientes, pero bajaron las orejas y siguieron lanzándome miradas fulminantes por encima del hombro.

Miré cómo se iban. Antes de que sus colas hubiesen terminado de desaparecer Tlituu lanzó un estruendoso graznido.

—¿A qué esperas, lobita? ¡Estás demasiado gorda para que te lleve!

Me quedé parada un momento preguntándome si debía dejar a la anciana humana sola en el bosque.

—Ve, jovencita —dijo ella—. Empecé a cuidar de mí misma en estos bosques mucho antes de que naciera la bisabuela de tu bisabuela. Iré a reunirme contigo cuando pueda.

Dejé que se apoyara otra vez en mí para ayudarla a levantarse de la roca. Luego inicié el largo camino de retorno a nuestro territorio.

Solo había corrido unos minutos cuando el sonido de pisadas sobre las hojas secas hizo que me detuviera. Ázzuen y Marra aparecieron en el camino.

—¿No pensarías que íbamos a dejar que te marchases sola, no? —dijo Ázzuen.

Al principio intenté conseguir que se marchasen, que escaparan del valle para esperarnos a mí y a nuestros humanos. Les conté lo de Lydda y los planes de los Grandes. No querían irse.

—También es nuestro futuro —insistió Marra—. Tenemos derecho a quedarnos para intentar evitar la lucha.

—Y no dejaremos a BreLan y MikLan para que los maten —añadió Ázzuen.

—Ya lo tenemos decidido —dijo Marra—, así que no pierdas el tiempo en discusiones.

Respiré hondo para intentar razonar con ellos. Entonces me di cuenta de que no quería discutir. Apoyé la cabeza en el lomo de Ázzuen y puse una zarpa sobre el hombro de Marra. Las últimas dudas abandonaron mi corazón.

—Por aquí —dijo Ázzuen.