¡No me quedaré quieta dejando que cualquier otra criatura mate lobos! —explotó Werrna en cuanto no pudieron oírla los de Pico Rocoso—. Con pacto o sin él.
—Calla —ordenó Ruuqo. Luego suspiró—. No quiero comprometerme delante de Torell, pero es verdad, no podemos dejar que los humanos maten lobos y no dejaré que los de Pico Rocoso peleen por nosotros.
Chillé. No podía creer que la manada considerara la posibilidad de luchar. Ruuqo ni siquiera quería robar comida a los humanos. Trevegg se adelantó un paso.
—Esta lucha es un error —dijo—. Tú lo sabes, Ruuqo. Ruuqo no estaba enfadado con él.
—Es un error —convino—. Todas las opciones que tenemos son malas. Pero si es la mejor entre muchas opciones malas debemos aceptarla. No esperaré a que vengan por nosotros.
—A Torell le encanta oírse cuando habla —se burló Rissa—. No saldré corriendo tras él solo porque él quiere que lo hagamos. Hablaremos con los jefes de Arboleda y Lago del Viento y veremos qué saben. Luego decidiremos.
—Si hay otro camino lo seguiremos —dijo Ruuqo—. Pero el pacto no habla de sentarse y dejarse masacrar. No estoy convencido de que los Grandes se preocupen mucho por nuestros intereses. Ni siquiera estoy seguro de que sigan vigilándonos ni de que vayan de verdad a matarnos si nos defendemos. Si tenemos que luchar, lucharemos.
Ruuqo miró a Trevegg y Rissa.
—En esto necesito el apoyo de la manada —dijo.
Trevegg y Rissa asintieron a regañadientes.
—Si existe ese otro camino debemos elegirlo —dijo Trevegg—. Si ese es el acuerdo, estoy contigo.
—Evitaremos la lucha si podemos —añadió Rissa—. Pero lucharemos si tenemos que hacerlo.
—¡No podemos! —dije sin poder evitarlo—. No podemos pelear con ellos.
Todas las caras se volvieron, y cuando todos estaban mirándome fijamente me quedé sin palabras durante un momento. Miré a Ázzuen en busca de ayuda. Él se apretó contra mí.
—¿Y por qué no podemos? —preguntó Ruuqo.
Una voz sensata me dijo desde el interior de mi cabeza que me callara. Que encontrara la manera de influir en la manada sin meterme en problemas. Pero solo faltaba una noche para la ceremonia de la caza de los humanos y Torell estaba decidido a luchar. Tenía que detenerlo. La tribu de TaLi sería atacada. TaLi era pequeña, y aunque fuese muy diestra con el palo afilado, no sería rival para un lobo. Seguro que moriría. Y mi manada moriría. Los Grandes lo habían dicho.
—Oí hablar a los Grandes —dije—. Se reúnen lejos de aquí, en un círculo de rocas. Con humanos. Ellos saben lo que está pasando, que lobos y humanos podrían enfrentarse. Y acabarán con cualquier manada que lo haga.
—¿Cuándo has oído eso? —preguntó Rissa.
—Durante la luna llena.
—¿La noche en que faltaste a la cacería de antílopes? —dijo Ruuqo con la voz peligrosamente calmada—. ¿Cómo llegaste a oír lo que decían los Grandes? Y, para empezar, ¿cómo es que estabas allí?
Hice una pausa mientras intentaba idear una buena mentira. Ázzuen era mejor que yo inventando historias ingeniosas, así que lo miré. Pero, antes de que pudiese hablar, Unnan dio un paso al frente.
—Porque ha estado yendo con los humanos —dijo—. Desde la locura de los caballos, cuando mató a Riil. Los visita constantemente y caza y juega con una chica humana. Se lleva con ella a Ázzuen y Marra.
La boca de Ruuqo se abrió y sus ojos se entornaron. Rissa soltó un gemido de ansiedad.
—Unnan, será mejor que no me mientas.
—No miento —dijo Unnan—. La he visto ir una vez tras otra. No quería decírtelo porque no quería que Kaala me hiciese daño.
Bajó las orejas y la cola para parecer débil e indefenso.
«Estúpido cobarde», pensé.
—Intentó ir con los humanos la primera vez que llevamos a los cachorros a mirarlos —dijo Werrna—. Tendría que habértelo dicho entonces, pero Rissa nos lo prohibió.
—Tú tenías manía a la pequeña, Ruuqo —dijo Rissa fulminando a Werrna con la mirada—, y pensé que sería mejor que no lo supieras. Pero ahora —se volvió hacia mí—, tienes que decirnos la verdad, Kaala. ¿Has estado con los humanos?
Pensé deprisa. Si contestaba afirmativamente podrían desterrarme. Pero si lo negaba nunca creerían lo que les contase de los Grandes y lo que habían dicho. Torell lideraría una guerra contra los humanos y TaLi moriría. Y si Ruuqo se unía a él también morirían mis compañeros. Miré a Ázzuen y Marra, a Trevegg e Ylinn. No quería que muriesen. No quería que TaLi, BreLan o su hermano muriesen en el combate. Y el espíritu había dicho que no debíamos pelear. Oí un suave gemido de Ázzuen a mi lado. Él y Marra me observaban de cerca. Tenía que hablar. Todas las miradas estaban sobre mí, todas las narices atentas a la verdad de mis palabras. Yo estaba aterrorizada. Pero la verdad era lo único que podía evitar que luchasen.
Respiré hondo.
—Sí —admití tragando saliva—. Rescaté a una chica humana que se ahogaba en el río y he pasado ratos con ella. —No hablé de Ázzuen y Marra—. Por eso sé que hay muchos humanos que no nos odian, que se preocupan por nosotros. Podemos cazar con ellos —dije, creyendo que si demostraba que los humanos podían sernos útiles mi manada les tendría más aprecio—. No son diferentes de los lobos.
Hubo un largo silencio. Cuando Ruuqo habló su ira era tranquila y controlada.
—He visto una chica humana en nuestro territorio —dijo—. Cada vez con más frecuencia en los últimos tiempos.
—Recolectando plantas —añadió Rissa en voz baja—. Y llevaba presas pequeñas.
—¿Y llevaste contigo a tus compañeros? —preguntó Ruuqo.
Guardé silencio. No quería mezclar a Ázzuen y Marra en mi problema.
—Nosotros también fuimos —dijo Ázzuen—. Hemos cazado juntos. Así es como hemos conseguido atrapar tantos conejos y tejones. Cazamos un ciervo —dijo con orgullo— y lo hemos escondido en la colina de Matalobos. Allí fue donde oímos a los de Pico Rocoso.
Marra se iba encogiendo a medida que Ázzuen hablaba y le dio un golpe con la cadera. Él la miró con sorpresa.
—Así que no solo incumples las reglas del valle sino que induces a otros a hacerlo —dijo Ruuqo. Levantó el morro—. Puedo notar en ti el olor a humano. —Se sacudió enérgicamente—. Sabía que tenía que haberte matado cuando eras una cachorra. No habría debido dejarme detener por los Grandes. Es tal como lo anuncian las leyendas. Llevas sangre de amante de los humanos y te dejé vivir. Esta lucha, este conflicto, es consecuencia de aquello.
—Solo hemos cazado con ellos.
—¿Solo habéis cazado con ellos? Has incumplido la ley de este valle y trastornado el equilibrio de las criaturas de aquí. Si no lo hubieras hecho los humanos no se habrían vuelto tan osados y no habríamos llegado a esta guerra.
Me volví hacia Rissa en busca de ayuda.
—Solo cazábamos —repetí—. Y solo con sus jóvenes. No son peligrosos. No pretendíamos hacer daño.
—Lo siento, Kaala —dijo Rissa sacudiendo la cabeza—. Las reglas del valle son claras. —Se volvió hacia Ruuqo—. ¿Es necesario que perdamos los tres lobatos? Los otros fueron siguiéndola. Ella influyó en ellos.
Ázzuen abrió la boca para protestar. Yo lo miré muy seria.
—Es posible —dijo Ruuqo. Se volvió despacio hacia mí. En sus ojos vi no solo ira; también algo parecido al triunfo—. Ya no perteneces a esta manada —dijo—. Tu familiaridad con los humanos nos ha traído la desgracia. Vete de Confín del Bosque y del valle y no vuelvas más a nuestras tierras. Es posible que tengamos que luchar con los humanos ahora que los has hecho acercarse tanto a nosotros.
—¡No lo haré! —dije para mi propia sorpresa—. No dejaré que luchéis con ellos. Diré a los Grandes que estás matando humanos y ellos te detendrán. —Estaba sorprendida por mis propias palabras.
Ruuqo me enseñó los dientes. Se lanzó contra mí y me aplastó contra el suelo, y no me soltó hasta que empecé a llorar.
—Yo soy el jefe de esta manada. Los Grandes no saben lo que está pasando. Quizá su tiempo haya acabado. —Rissa y Trevegg se pusieron un poco nerviosos por la blasfemia de Ruuqo—. Si me entero de que has ido a verlos encontraré a tu humana y la mataré. Iré hasta ella mientras duerme y le arrancaré la vida de la garganta.
Mi cuerpo reaccionó antes de que mi cerebro pudiese ser consciente de ello y salté contra Ruuqo. Oí los chillidos de sorpresa de Marra y Ázzuen y el gruñido de ansiedad de Rissa. Si hubiera estado en mis cabales nunca habría desafiado a Ruuqo. Era más fuerte, más experimentado y estaba furioso. Pero estaba sorprendido y mi primer ataque lo hizo rodar patas arriba.
Gruñendo y enseñándonos los colmillos, rodamos una vez y otra por el suelo. No se parecía en nada a las peleas que había tenido con Unnan y Borrla. En esta pelea había un encono y una desesperación que yo no había conocido antes. Y nadie iba a intervenir en mi ayuda. Había retado al jefe legítimo de la manada. Ahora tenía que pelear sola con él. Aún no había terminado de crecer y luché a la desesperada, lanzando mordiscos y zarpazos a Ruuqo con las cuatro patas, utilizando toda mi fuerza solo para evitar que me aplastase. Intenté ordenar a mis patas que se movieran más deprisa, a mi cabeza que girara en redondo. Pero, cada vez que intentaba morder, Ruuqo me esquivaba y golpeaba su cabeza contra la mía. Cuando intenté inmovilizarlo me encontré tumbada panza arriba. Los músculos no respondían con suficiente rapidez a los que mi cerebro quería hacer. Creía que me había puesto fuerte, pero mi fuerza era despreciable comparada con la de Ruuqo. Cada vez que tenía ganas de rendirme pensaba en su amenaza contra TaLi y seguía luchando. Pero terminó pronto. Ruuqo era muchísimo más fuerte que yo y llegué al agotamiento mientras él aún estaba fuerte y lleno de energía. Sus afilados dientes me abrieron un hombro y yo grité y me alejé dando tumbos. Él no me dejó correr y me detuvo otra vez. Me inmovilizó y sus mandíbulas se cerraron sobre mi garganta.
—Podría matarte —dijo en voz baja— y nadie me culparía.
Me puse a temblar intentando hacer salir mi voz, pero todo lo que pude hacer fue seguir allí tumbada mirando a Ruuqo, recordando la última vez que sus mandíbulas habían estado en disposición de matarme.
—Vete —dijo apartándose de mí—. No vuelvas al territorio de Río Rápido o morirás. Ya no eres de Río Rápido. Ya no eres de la manada.
Lo que acababa de hacer me golpeó con toda su magnitud y comencé a temblar violentamente. Bajé las orejas y la cola, agaché la cabeza y me arrastré hasta Ruuqo. Él gruñó y me enseñó los dientes. Reculé recordando sus mordiscos. Me reduje aún más y volví a avanzar. No hacía tanto que había dejado de ser una cachorra. Seguro que me dejaría quedarme. Otra vez me echó.
—Ya no eres de la manada —volvió a decir.
Me volví hacia Rissa pero ella apartó la vista. Miré a Werrna, que gruñía con ira, y a Unnan, que sonreía aviesamente. Miré a Ázzuen y Marra, que lloriqueaban ansiosos, y a la cara muy, muy triste, de Trevegg. Ninguno de ellos quería, o podía, ayudarme. Ylinn parecía dispuesta a intervenir, pero Ruuqo le lanzó una mirada furiosa y ella retrocedió.
Me quedé allí, con la cabeza gacha, hasta que Ruuqo volvió a echarme.
—¡Vete! —gruñó y me persiguió por el sendero. Yo no me atreví a volver. Corrí al interior del bosque.