XVI

Ázzuen, Marra y yo llevábamos cada uno un trozo de carne de ciervo mientras ascendíamos la colina de Matalobos. Era verdad que nuestro primer ciervo era viejo y estaba herido, pero su carne estaba tan buena como cualquier otra que yo hubiese probado. Me había equivocado con MikLan. Era fuerte para su tamaño y fue el que dio el primer golpe. Los humanos tenían unos palos especiales que los ayudaban a lanzar sus palos afilados más lejos, y MikLan los utilizaba especialmente bien. Entre los seis derribamos el ciervo con tanta facilidad que me vinieron ganas de reír. Y justo a tiempo. La mayor parte de los cervallones se habían marchado de la gran llanura y solo quedaban unos pocos en Hierbas Altas. Hacía dos días que Ruuqo nos había dicho que si en las noches siguientes no teníamos éxito con la caza tendríamos que comenzar nuestros viajes de invierno. Pasé mucho tiempo preguntándome cómo me las arreglaría para ver a Chica durante el invierno. Entonces sería más difícil cazar con los humanos, así que estaba contenta de haber tenido por fin éxito cazando juntos presas grandes. Y estaba contenta de que cazar con los humanos me permitiese olvidar en la medida de lo posible lo sucedido en la Charla. Ni siquiera Ázzuen tenía idea de lo que deberíamos hacer en relación con lo que yo había averiguado, y yo me aferraba a la esperanza de que cualquier problema esperase a que se nos hubiese ocurrido algo.

Ázzuen, Marra y yo habíamos discutido qué teníamos que hacer con nuestra parte del ciervo. Habíamos enterrado una parte, pero aún teníamos que dar alguna explicación a la manada.

—Lo notarán en nuestro aliento —dijo Marra—. Una cosa es oler a conejo o incluso a puercoespín, que podemos cazar solos, y otra cosa es un ciervo. Si se enteran de que hemos cazado un ciervo querrán saber todos los detalles.

De los tres, Marra era la que mejor entendía la forma de funcionar de la manada. Era sensato escucharla.

—Podríamos decir que lo hemos encontrado ya muerto —propuse.

—Está demasiado fresco —dijo Ázzuen— y olemos a cacería. Sabrán que mentimos.

A diferencia del olor de los humanos, que solo estaba en la superficie de nuestro pelo y nuestra piel, el olor de la caza de presas grandes quedaba en nuestro interior y no era posible hacerlo desaparecer ni disimularlo con facilidad.

—Bueno, ¿qué se supone que tenemos que decirles? ¿Tenemos que dejarlo? —pregunté, frustrada.

—No podemos hacer eso —respondió Marra lentamente—. Sabrán que hemos cazado una presa grande y se preguntarán por qué no hemos llevado nada para la manada.

—Solo tenemos que inventar algo.

Ázzuen parecía convencido de que iba a encontrar una solución. Envidié su ingenio. Casi podía oír cómo trabajaba su cerebro. Marra y yo esperamos mientras sus orejas se movían y él permanecía con los ojos entornados. Sus ojos no tardaron mucho en iluminarse.

Una hora más tarde terminamos de subir Matalobos con mucho cuidado. Era una colina relativamente pequeña pero muy empinada que se alzaba de manera extraña justo en medio del bosque, a veinte minutos de carrera de Árbol Caído. Algunos decían que hacía mucho tiempo Matalobos había sido un gran volcán y que la pequeña y abrupta colina era cuanto quedaba de él. Otros decían que había sido levantada por los humanos o por los Grandes en un pasado muy remoto. Su nombre se debía a que los lobos que no tenían cuidado y corrían por ella podían acabar cayendo de uno de sus altos escarpes hasta las puntiagudas rocas que había debajo. La idea de Ázzuen era sencilla: diríamos que habíamos seguido un ciervo hasta la colina y lo habíamos hecho caer, y solo habíamos podido recuperar una parte de la carne antes de que cayese por un acantilado. Todo lo que teníamos que hacer era restregarnos por la corteza de alguno de los antiquísimos tejos que solo crecían en la cima de Matalobos. No habría razón alguna para dudar de nosotros. Eso esperábamos.

—¿No podemos sencillamente dejar aquí la carne? —murmuré hacia la mitad de la ascensión.

La cuesta era empinada y costaba trepar sosteniendo la carne.

—Necesitamos el olor de la cima —dijo Ázzuen jadeando—. Ya no falta mucho.

—Vosotros dos tenéis que correr más —dijo Marra sonriendo alrededor de su carne—. Os estáis poniendo fofos.

Me paré para coger resuello y buscar una respuesta adecuada. Entonces noté el olor de los lobos de Pico Rocoso. Ázzuen y Marra notaron el olor casi al mismo tiempo. Oíamos un murmullo de voces, pero no podíamos distinguir las palabras.

—¿Qué hacen en nuestro territorio? —preguntó Ázzuen soltando la carne.

—Y, aún más importante, ¿dónde están? —Marra miró a su alrededor.

—Deben de estar al otro lado de la colina —dijo Ázzuen—. De alguna manera sus voces se transmiten por encima de ella.

—Son al menos cuatro —dijo Marra levantando la nariz al viento y luego bajándola hasta el suelo—. Creo que Torell está entre ellos. No estoy segura de quiénes son los otros.

Yo también había notado el característico y enfermizo olor de Torell. La indignación se me mezcló con el miedo cuando me di cuenta de que los lobos de Pico Rocoso debían de llevar al menos dos días en nuestro territorio. La colina detenía el viento y por eso nuestra manada no los había olido.

—Tenemos que avisar a Ruuqo y Rissa —dijo Ázzuen dubitativo.

—No podemos —dijo Marra—, la manada vendrá aquí a buscarlos y desde aquí seguirán nuestro rastro hasta los humanos. No tendremos tiempo de ocultar el rastro.

Marra tenía razón. Pero nuestra obligación con la manada exigía que dijéramos a los jefes lo de los lobos de Pico Rocoso.

—Podemos averiguar qué están haciendo los de Pico Rocoso —sugerí—. Si están marchándose del territorio y no van a causar problemas tal vez no tengamos que decir nada. Si no es así tendremos algo más concreto que contar a Ruuqo y Rissa y podremos tener tiempo para ocultar nuestro rastro.

—En ese caso llevaríamos información valiosa para la manada —dijo Marra, pensativa.

—Y podríamos decir a Ruuqo y Rissa que hemos oído a los de Pico Rocoso cuando volvíamos de Matalobos —añadió Ázzuen—. En algún lugar desde donde no puedan seguir nuestro rastro hasta los humanos.

Ázzuen y Marra me estaban mirando como si yo tuviese que tomar la decisión. Extrañamente, me descubrí deseando que Tlituu estuviera por allí. Hacía más de media luna que había visto por última vez al pájaro en el exterior del refugio de la vieja. Nunca esperé echar de menos sus irritantes comentarios, pero al menos él nunca me miraba como si pensara que yo debería saber qué hacer.

—No nos interesa que Ruuqo descubra que mentimos —dije tras tomar una decisión. Yo había metido a Ázzuen y Marra en aquello. Tenía la obligación de asegurarme de que no los echaran de la manada por mi culpa—. Vamos a enterarnos de qué están haciendo los de Pico Rocoso.

Ázzuen y Marra asintieron con la cabeza. Enterramos la carne a poca profundidad para que nos resultara fácil encontrarla al volver.

—Marra, guíanos hasta allí; Ázzuen, mantente a la escucha por si hay problemas —dije.

Marra tenía la mejor nariz entre nosotros y Ázzuen los mejores oídos. Entre los dos podían rastrear cualquier cosa. Quería estar segura de que fuésemos todo lo cuidadosos que fuera posible.

Encontramos a los lobos de Pico Rocoso escondidos bajo un saliente de la pared de roca justo al otro lado de la colina. El saliente formaba un buen lugar para descansar y seguramente ayudaba a impedir que se extendiese su olor. Si el viento no hubiera cambiado mientras subíamos la colina nunca los habríamos olido. Marra nos guió de manera que el viento nos llegase desde donde estaban los de Pico Rocoso para que no pudiesen olernos, y tuvimos que tumbarnos en un agudo saliente sobre fragmentos desprendidos de la roca, justo encima y a la derecha de su escondite. Las historias de lobos que caen de Matalobos volvieron a pasar por mi cabeza y clavé las zarpas en la roca. Mi corazón iba tan deprisa que estaba segura de que los de Pico Rocoso lo oirían. Torcí un poco el cuello para ver mejor su escondite.

Torell, el fiero y terriblemente señalado lobo que nos había desafiado en el cruce de Árbol Caído, estaba allí con otros tres, dos machos y una hembra. La hembra era Siila, la pareja de Torell. No conocía a los otros dos.

—Ahora o nunca —estaba diciendo un macho joven, delgado pero de aspecto fuerte—. Nuestro territorio ya no nos sirve. No nos queda caza aceptable ni hay lugares de descanso seguros. Si no acabamos con ellos nuestra estirpe desaparecerá.

—Tenemos que ir con cuidado —dijo Torell con una expresión siniestra en su cara llena de cicatrices—. Debemos ser hábiles, esto no es como robar tierras a los Ratoneros. Nos superan en número. Tienen una fuerza de la que nosotros carecemos.

—¿Hablan de nosotros? —susurró Ázzuen.

Le dirigí una mirada severa estirando los labios para indicarle que debía estar callado. No me atreví a hablar. Él bajó las orejas para pedir perdón.

—No me asustan los débiles —dijo la hembra grande.

—No seas idiota, Siila —dijo Torell—. Si no vamos con cuidado perderemos todo. Solo tendremos una oportunidad. Además, los Grandes nos matarán si no obramos con astucia; no podemos contar con que los distraigan sus propios problemas. Tenemos que buscar apoyo de las manadas de Arboleda y Lago del Viento. Sin ellos no tendremos nada que hacer.

Escucharlos no me ayudó a entender qué estaba pasando. ¿A qué se referían con lo de los problemas de los Grandes? ¿Y para qué querían ayuda de Arboleda y Lago del Viento? Yo sabía que los de Pico Rocoso querían nuestro territorio. Teníamos que ser nosotros a quienes querían atacar. Me incliné hacia delante para oír mejor sin darme cuenta de que había piedras sueltas junto a mis pies. Varias de ellas cayeron por la ladera y los de Pico Rocoso miraron hacia arriba.

Precisamente en ese momento cambió el viento y llevó nuestro olor hasta ellos. Torell levantó la nariz. Vino hacia nuestro escondite con sorprendente rapidez. Marra era la más próxima a él y estaba tumbada investigando las marcas de olor que habían dejado, así que fue la última en levantarse. Antes de que lo consiguiera Torell la tenía sujeta contra el suelo. Ella se revolvió con fiereza pero se quedó quieta cuando Torell descargó sobre ella todo su peso.

—La manada de Río Rápido debe de preocuparse poco por sus crías cuando las deja andar por territorios como este —dijo.

Ázzuen y yo habíamos empezado a correr colina abajo pero oímos que los otros lobos de Pico Rocoso iban en ayuda de Torell. Di la vuelta y comencé a subir otra vez con Ázzuen tras de mí. Saltamos sobre Torell y conseguimos quitarlo de encima de Marra justo cuando los otros irrumpían en la cima de la colina. Salimos corriendo.

Resbalamos colina abajo intentando controlar el descenso como mejor podíamos. Durante un instante pensé en parar para recuperar nuestra carne de ciervo, pero me lo pensé mejor. Llegamos a la base de la colina sin daños y salimos disparados hacia Confín del Bosque, donde habían estado los caballos. Sabíamos que nuestra manada estaba allí en ese momento intentando la última cacería antes del invierno. Fue un alivio correr por suelo llano. Yo pensaba que los de Pico Rocoso dejarían de perseguirnos después de un rato; a fin de cuentas estaban en nuestro territorio. Pero insistían.

—¿Por qué no paran? —pregunté jadeando.

—Porque no quieren que expliquemos a Ruuqo lo que hemos oído —respondió Marra con semblante sombrío.

Sentí frío en mi interior. Si Marra tenía razón, los de Pico Rocoso nos matarían si nos alcanzaban. Corrimos como nunca lo habíamos hecho, más deprisa de lo que nunca habíamos corrido para rodear un ciervo. Marra iba en cabeza, varios cuerpos por delante.

Los de Pico Rocoso eran grandes y fuertes. Sus pesados huesos les hacían más fácil la captura de grandes presas, pero no eran tan rápidos como los lobos de Río Rápido e incluso los lobatos a medio desarrollar como nosotros podíamos superarlos en distancias cortas. Y era nuestro territorio. Conocíamos todos los arbustos y zarzas. Pero uno de los de Pico Rocoso no se quedaba atrás. Era el macho delgado que había estado presionando a Torell para actuar. Podía oler que era joven, probablemente de no más de dos años. Yo seguía con Ázzuen delante; había llegado a ser un buen corredor, pero no tan rápido como Marra y yo y no quería dejarlo atrás. El bosque se hizo más denso y el sendero de ciervos por donde corríamos desapareció. Era difícil correr deprisa sin el sendero, y Ázzuen, Marra y yo nos separábamos por las rocas, árboles y arbustos. Oí al joven macho aproximarse a mí saltando fácilmente sobre las rocas y las ramas bajas.

Instantes después lo oí saltar y aterrizó sobre mí, me atrapó las patas traseras y me derribó. Pesaba como la mitad más que yo pero no me lo pensé dos veces. Le mordí con fuerza en la unión de la pata delantera con el pecho, en un lugar donde hay piel y carne blanda y poco músculo. Chilló por la sorpresa y el dolor. Me levanté. Oí ruido de pisadas a mi alrededor pero no acertaba a saber dónde estaban los de Pico Rocoso ni adónde habían ido Ázzuen y Marra. Me encaré con el joven, con la furia hirviendo en mi interior. Era agradable recuperar mi ira.

—¡Este es nuestro territorio! —gruñí—. No es vuestro lugar.

El joven me miró sorprendido y luego rompió a reír.

—¿Por qué no te unes a nosotros, lobita? En Río Rápido no te valoran. Ruuqo no te quiere. Tu amigo cuervo me lo ha contado. Y me gustaría tener como compañera una hembra fuerte. Yo soy Pell. ¿Lo recordarás?

Confusa, me quedé plantada mirándolo aunque oía crujidos de los otros lobos moviéndose a nuestro alrededor. De repente Ázzuen salió disparado de uno de los arbustos y chocó contra Pell con los colmillos desnudos. Había vuelto a buscarme. El ataque cogió desprevenido a Pell y Ázzuen consiguió derribarlo.

—¡Vamos, Kaala! —gritó Ázzuen mientras se volvía para gruñir a Pell.

Me impactó bastante la ferocidad de Ázzuen. Podía oler la proximidad de Siila a la cola de Ázzuen y me volví para correr. Encontramos el rastro de Marra, Iba por delante de Torell y del otro lobo de Pico Rocoso en una persecución frenética. Encontramos un atajo entre los árboles y la alcanzamos. Había dejado muy atrás a los dos lobos mayores. Corrimos los tres juntos hasta la llanura de Hierbas Altas para reunimos con nuestra manada.

Dediqué toda mi energía a correr. Estábamos empezando a cansarnos y, aunque eran más lentos que nosotros, los de Pico Rocoso tenían más fondo. Afortunadamente no nos quedaba mucho de correr. Pude oler que la manada estaba dispersa por los límites del bosque. Cuando llegamos al borde del llano casi atropellamos a Unnan. Nos estaba esperando. Abrió la boca para hablar, pero cuando vio que nos perseguían los de pico Rocoso se dio la vuelta y echó a correr. Yo estaba demasiado cansada para dar la alarma a la manada. Incluso Marra estaba jadeando y le faltaba el aire, pero consiguió dar un ladrido de aviso casi sin fuerza.

Los primeros en llegar a nosotros fueron Ylinn y Minn, justo cuando salíamos de entre los árboles. Habían estado rodeando a unos cervallones que habían llegado hasta allí desde la gran llanura. Quizá Torell y los otros no se molestaron en olfatear al resto de la manada o quizá no les importase, pero se rieron cuando vieron a los dos delgados jóvenes correr hacia ellos. Torell sonreía con desprecio cuando él y Pell embistieron a Ylinn y Minn. Los jóvenes estaban en inferioridad y nos lanzamos en su ayuda. Dos alientos más tarde Ruuqo, Rissa, Werrna y Trevegg llegaron hasta nosotros. Silla y el cuarto lobo de Pico Rocoso llegaron al llano en el mismo momento. Tras una breve escaramuza las dos manadas se separaron. Los cuatro de Pico Rocoso defendían el terreno pero estaban preparados para huir, superados por seis adultos de Río Rápido.

Ázzuen, Marra y yo estábamos cubiertos de polvo, ramas y hojas y con el pelo revuelto por nuestro encuentro con los de Pico Rocoso, pero yo había estado demasiado ocupada con la huida para darme cuenta. Ruuqo miró nuestro aspecto desaseado y estiró los labios en un gesto de disgusto. Parecía como si la última luz de la tarde verdaderamente saliera de su pelo. Rissa estaba a su lado con el lomo erizado y gruñendo con furia.

—¿Qué estáis haciendo en el territorio de Río Rápido amenazando a los cachorros de Río Rápido? —preguntó ella.

—Si tanto os importan, ¿por qué los dejáis ir por ahí solos? —dijo Siila enseñando los colmillos.

Ruuqo y Rissa la ignoraron en espera de la respuesta de Torell. Durante unos instantes los tres se quedaron mirándose en silencio. Siila, Pell y el cuarto lobo de Pico Rocoso estaban detrás de Torell, tensos en espera de la pelea. Por fin Torell bajó un poco el pelo de su lomo. Los otros tres siguieron en guardia.

—No les habríamos hecho daño —dijo—. Tenemos cosas importantes que discutir con vosotros. Veníamos hacia aquí cuando los descubrimos espiándonos.

—Miente —susurró Ázzuen, pero demasiado bajo para que lo oyese alguien que no fuese yo. Marra me miró. Yo también estaba aterrorizada por los de Pico Rocoso, pero tenía que hablar.

—Está mintiendo —dije en voz alta, y bajé las orejas cuando todas las caras se volvieron hacia mí—. Estaban planeando atacarnos. Y estaban en nuestro territorio. Quieren que los de Arboleda y Lago del Viento se unan a ellos contra nosotros. Oímos cómo lo decían.

Me agité incómoda cuando todos me miraron fijamente.

—Es cierto —dijo Ázzuen como atontado detrás de mí—. Todos los oímos.

Marra gruñó su confirmación y Ruuqo devolvió una mirada gélida a Torell. Vi que Pell intentaba interceptar mi mirada.

—Esa es razón suficiente para mataros, Torell. ¿Por qué íbamos a dejaros vivir para que nos ataquéis mientras dormimos? Deberíamos acabar con vosotros aquí mismo.

—Puedes intentarlo, canijo —dijo el mayor de los de Pico Rocoso con todo el pelo marrón erizado. Pensé que era bastante idiota. Que era probablemente la causa de que un lobo de su tamaño no fuese el jefe de una manada.

—Cállate, Arrun —dijo Torell—. Vuestros lobatos han malinterpretado lo que oyeron, Ruuqo. No es a vosotros a quienes planeamos matar. Es a los humanos.

En la manada se hizo tal silencio que podía oír cómo rumiaban los cervallones en el llano a veinte cuerpos de distancia. Fue como si Torell hubiese dicho que pensaba bajar del cielo la estrella del lobo para matarla como a una presa. No podía creer lo estúpida que había sido. Incluso después de haber oído lo que los Grandes y el espíritu habían dicho en la Charla. Nunca se me había pasado por la cabeza que de verdad los lobos fueran a atacar a los humanos. Era como pensar que a las presas les iban a crecer colmillos e iban a cazar.

Rissa fue la primera en recuperar el habla.

—¿Te has vuelto loco, Torell? —preguntó con mucha suavidad—. Ya sabes cuál es el castigo por matar humanos. Los Grandes aniquilarán toda tu manada y a cualquier lobo que lleve tu sangre. Harán desaparecer toda tu estirpe. Pico Rocoso dejará de existir.

—Los Grandes se han vuelto débiles y blandos —dijo Torell—. Si supieran de verdad lo que está pasando en el valle no les importaría. ¿No sabes que los humanos han declarado la guerra a todos los lobos, Ruuqo?

Ruuqo guardó silencio y cruzó su mirada con la de Rissa.

—Ya lo suponía. Ni siquiera sabes lo que pasa en tu propio territorio. Los humanos de nuestro lado del río están matando a cualquier lobo que encuentren. Matan todos los colmillos largos, todos los osos, todos los zorros y cuones. Cualquier criatura que crean que puede competir con ellos por la caza. Si no los matamos nos matarán.

—Ya lo había oído —dijo Werrna hablando por primera vez—. Pero no creí que pudiera ser cierto. ¿Estás seguro de que tus exploradores no exageran, Torell? —Parecía respetar al jefe de Pico Rocoso.

—Es cierto —dijo asintiendo con la cabeza—. Lo he visto yo mismo. Los humanos nos odian. Todos ellos.

Vi que Ázzuen intentaba captar mi atención. Quería que yo hablase a la manada de nuestros humanos, que sin duda no nos querían muertos. Pero yo no podía. Habría significado admitir que habíamos incumplido las normas de la manada. El corazón se me aceleró de tal modo que creí que se me iba a salir del pecho.

—Arboleda y Lago del Viento se unirán a nosotros —dijo Torell—. Los Ratoneros quizá no, pero no son suficientemente fuertes para que eso importe. Vosotros sí lo sois, Ruuqo. Os necesitamos como aliados. Tenéis que uniros a nosotros.

—No puedo romper el pacto con tanta ligereza —dijo Ruuqo—. Y tú estás loco si lo haces. —Se movía de un lado a otro sin parar—. Pero si lo que dices es cierto tendremos que hacer algo. Consultaré con Arboleda y Lago del Viento —dijo—. Y con mis lobos. Y te haré saber lo que decida.

—Ya no tienes elección, Ruuqo —dijo Silla—. Todas las manadas del valle estarán de acuerdo cuando sepan lo que está sucediendo. Os unís a nosotros en esta guerra o seréis nuestros enemigos. No hay término medio.

—Tú no puedes tomar decisiones por todo el valle, Siila —dijo Rissa—. Y no deberías amenazarnos tan alegremente. Torell tiene razón: somos buenos aliados; pero no os conviene tener a los lobos de Río Rápido como enemigos.

Ruuqo respiró hondo.

—No romperé el pacto si no estoy seguro de que no hay otro camino —repitió—. Salid en paz de nuestras tierras, Torell. Pero no volváis a molestar a mi manada.

La cola de Torell seguía erguida y estoy segura de que estaba reprimiendo un gruñido.

—Tienes una noche para decidirlo, Ruuqo. —La cara marcada de Torell tenía una expresión siniestra—. Mañana por la noche comienza el cuarto menguante, la noche en que los humanos de las dos tribus más próximas se reúnen aquí, en el llano de Hierbas Altas. Celebrarán la ceremonia de la caza en la que sus jóvenes demuestran su valor desafiando cervallones. Estarán preocupados y por lo tanto serán presas fáciles. Entonces atacaremos. Si no estáis con nosotros —repitió— lo tomaremos como que estáis con ellos.

Tras eso, Torell hizo una seña con la cabeza a sus compañeros y los grandes lobos se internaron en el bosque. Pell se quedó rezagado un momento intentando captar mi atención. Yo tenía la vista baja; no quería mirarlo. Ázzuen gruñó en tono bajo. Pell lanzó un medio gruñido medio ladrido de ansiedad y siguió a sus compañeros.