La manada dormía bajo el sol de la tarde. Ázzuen y Marra estaban tumbados juntos al lado de Trevegg y Rissa, los que tenían el sueño más ligero, y estaban preparados para avisarme si alguno se despertaba. Era la última hora de la tarde y había quedado en encontrarme con TaLi y su abuela esa noche para la Charla. Por fin iba a averiguar algo más de los Grandes y de sus contactos con los humanos. Lo normal habría sido que no tuviera problemas para escabullirme, pero un rebaño de antílopes estaba cruzando nuestro territorio y Rissa quería enseñarnos a seguir su rastro. Nos había ordenado quedarnos en el lugar de reunión hasta que llegase el momento de salir todos juntos.
Haciendo como si estuviera buscando un buen lugar para dormir, me acerqué a los robles de vigilancia. Eché un último vistazo por encima del hombro y salí del lugar de reunión.
—¿Adónde crees que vas?
Unnan me cerraba el paso. Había simulado estar dormido y se las había arreglado para ir sigilosamente hasta el bosque para esperarme.
—Quítate de en medio —gruñí. No tenía tiempo para ser cortés.
Unnan se limitó a lanzarme una mirada aviesa con una torva sonrisa a boca cerrada.
—Sabes que puedo contigo —dije. Había ganado con facilidad nuestra última pelea y sabía que podía ganar otra.
—Tal vez puedas —dijo Unnan en tono arrogante—, pero eso haría mucho ruido. No podrías ir a ver a tu streck. —Una streck es la más tonta de las presas; una tan fácil de matar que ni te cansas para cazarla.
Lo miré espantada. No quería negarlo. No quería saber cuánto sabía Unnan.
—Y Ázzuen y Marra tampoco podrán ir a ver a los suyos. ¿Os creíais muy listos? Vais a ver a los humanos en cuanto tenéis ocasión y luego mentís a los jefes. Cazáis y no traéis las presas a la manada.
—Si sabes tanto, ¿por qué no se lo has dicho a Ruuqo y Rissa? —Tenía un nudo en el estómago pero intenté aparentar que no me importaba gran cosa.
—Tal vez lo haga, o tal vez no —dijo—. Pero tú no vas a salir ahora.
Antes de que pudiese detenerlo, Unnan ladró. Todos los lobos del lugar de reunión se despertaron y nos miraron.
—¡Chicos! —dijo Rissa muy seria—. Sabéis que hoy no podéis salir del lugar de reunión. ¿Qué estáis haciendo?
—Vi que Kaala se marchaba —dijo Unnan con una sonrisa de superioridad—, y como sabía que hoy no podemos la he parado.
—Muy bien. —Rissa parecía más disgustada por el tono rastrero de Unnan que por mi desobediencia—. Kaala, no es momento de andar por ahí. Vete a dormir junto a Trevegg y Ázzuen hasta la hora de la cacería.
—Sí, jefa —dije.
Saludé a Trevegg algo ausente intentando imaginar una manera de irme. No me había dado cuenta de con cuánta atención me vigilaba el viejo. Comenzó a hablar, pero cuando advirtió que Rissa nos miraba recostó la cabeza.
—Duerme, jovencita —dijo—. Luego tenemos que hablar de algunas cosas.
Apoyé la cabeza en las zarpas. Estaba tan tensa que tenía la seguridad de mantenerme completamente despierta, pero debía de estar más cansada de lo que pensaba. En cuanto cerré los ojos me quedé dormida.
Me despertó una mano en mi lomo. Abrí los ojos de golpe y me encontré mirando la cara de TaLi. Parpadeé varias veces. Y me quedé congelada por el horror. Estábamos a solo unos pocos cuerpos de los otros miembros de la manada, y pronto se despertarían para la cacería.
No se me había ocurrido que TaLi fuera a entrar en nuestro lugar de reunión, pero debería haberlo previsto. Y había venido. Tenía miedo de lo que pudiese hacer mi manada si se encontraban con ella. Quería decirle que corriese, pero el menor gemido podría alertar de su presencia a los demás. Abrió la boca para hablar y yo apreté rápidamente mi nariz contra su mejilla y me levanté. Vi que la oreja de Trevegg se giraba en sueños. Al otro lado del claro, Minn roncó y cambió de postura. Restregué la cabeza contra TaLi y ella se agarró con fuerza a mi pelo. La dejé llevarme en la dirección que ella quería tomar, solo hasta que estuviéramos lejos. Esperaba oír en cualquier momento el sonido de mi manada siguiéndome. El olor de los humanos es tan fuerte y tan especial que cualquier lobo podría notarlo desde lejos. No podía creer que nadie hubiese percibido su olor.
Entonces me di cuenta de que ni siquiera yo lo había notado aunque estaba a mi lado. Olfateé y volví a olfatear. Olía a bosque, en especial a savia dulce y a muchas de las plantas que recordaba haber olido en la construcción donde la saludé la primera vez. Quería preguntar a TaLi cómo disimulaba tan bien su olor, pero aún estábamos demasiado cerca de Árbol Caído. Tiraba suavemente de mi pelo y dejé que me guiase por el bosque. Cuando nos habíamos alejado lo suficiente de la manada me paré en espera de una explicación. Mientras tanto volví a olfatear su piel.
—Es uiyin, Miluna —susurró—. Mi abuela lo hace con la savia del árbol de las ramas altas, bayas de aronia y unas doce hierbas diferentes. Aún no me ha enseñado a hacerlo, se tarda mucho en aprenderlo, pero dice que puede hacer que los lobos no consigan olerme. —TaLi se frotó los brazos y arrugó la nariz—. Es pegajoso.
Le lamí el brazo para probar el uiyin. Quería saber más de él. Si incluso podía ocultarme su olor a mí podría ser útil para la caza. Podríamos aproximarnos a las presas y no nos olerían hasta que estuviésemos sobre ellas. Pero en la mezcla había muchas plantas y también tierra. Incluso noté que había insectos machacados. No creía que yo pudiese reproducirlo revolcándome por varias cosas. Aun así no podía dejar de probar su sabor.
—Para, Loba —dijo TaLi, un poco malhumorada, apartándome la cara—. Aún necesito mantener oculto mi olor. Es la noche de la Charla y la abuela me ha enviado a buscarte. Ha dicho que es importante.
Me di cuenta de que lamiéndolo había dejado una parte del brazo de TaLi casi limpia y la toqué con la nariz para pedir perdón.
Miré a Chica con admiración. Era el doble de valiente que yo. Yo ni siquiera había sido capaz de escapar de mi manada para ir a verla y ella había encontrado la manera de entrar en nuestro lugar de reunión y se había atrevido a caminar por en medio de una manada de lobos para llegar hasta mí.
—No sé gran cosa de las Charlas, Miluna —dijo TaLi poniéndose otra vez en marcha—. La verdad es que aún no tengo edad suficiente para ir porque aún no soy una mujer, pero la abuela dijo que teníamos que estar allí las dos. Me alegré cuando me dijo que te llevara.
Me dio la impresión de que estaba sola. Rocé el dorso de su mano con la nariz.
Las piernas de TaLi habían crecido en las dos lunas transcurridas desde que la saqué del río y se desplazaba sin esfuerzo. No tan deprisa como un lobo, por supuesto, pero aun así me sorprendió lo rápido que era capaz de moverse por el bosque. Caminamos en silencio hasta que el cielo se oscureció y entonces TaLi comenzó a ir más lenta. La manada ya debía de estar despertando preguntándose dónde me habría metido, pero nada podía hacer yo por evitarlo. Mi humana me había pedido ayuda y yo iba a ayudarla.
—Casi hemos llegado —dijo TaLi parando en seco—. Casi me olvido.
Sacó una calabaza pequeña del zurrón que llevaba y le quitó el tapón. De la calabaza salió olor a uiyin. TaLi vertió en su mano un poco de la pegajosa sustancia parecida a savia y frotó mi pelo con ella. Cuando acabó me di cuenta de que no me la había puesto en las patas. Probablemente ella no sabía que las glándulas de olor de nuestras patas dejan un rastro especialmente fuerte. Me froté las zarpas con el hocico, donde me había dejado un pegote de uiyin, y las patas traseras con un poco que había caído al suelo. Estornudé un par de veces y miré a TaLi. Ella soltó una risa ahogada, volvió a tapar la calabaza y la devolvió al zurrón. Nos pusimos en marcha otra vez.
Después de algo menos de una hora TaLi se paró en una zona de aspecto poco destacable, con tierra y hierba y muchas rocas grandes y redondeadas. Una abertura entre los árboles dejaba ver las altas montañas del este reluciendo fantasmalmente a la luz de la Luna. Pensé que habría sido un buen lugar de reunión. TaLi se sentó y esperó, así que yo también me senté a esperar.
Entonces los olí. A pesar de lo que me había dicho la anciana casi no podía dar crédito a mi nariz. Los Grandes venían hacia nosotros; eran muchos. Entre ellos estaban Frandra y Yandru, con muchos más que no reconocí. No me había dado cuenta de que había tantos Grandes en el valle. Avisé a TaLi con unos gemidos y comencé a alejarme. Como no me seguía la cogí por una muñeca y tiré con suavidad.
—¿Ya vienen, Miluna? —preguntó—. Se supone que tenemos que escondernos antes de que lleguen.
La chica miró alrededor, eligió una gran roca e intentó llevarme tras ella. Pero el viento soplaba hacia el lugar de donde venían los Grandes. No quería arriesgarme a que pudieran olemos a nosotras en lugar del uiyin. Tiré de TaLi hasta la parte del grupo de rocas donde el viento nos venía de cara para buscar un escondite mejor. Vi dos grandes rocas juntas. Una tenía rota la mitad superior y terminaba en una pequeña superficie plana; en el lugar donde se tocaban las dos rocas había una abertura donde cabíamos las dos. Llevé a TaLi hasta allí y subí a la roca plana. Ella me siguió trepando con sus fuertes manos. Nos apretamos en el interior de la abertura. Estaba un poco incómoda encajada entre las dos rocas con TaLi apretada contra mí, pero me mantuve inmóvil respirando despacio para llevar suficiente aire a mis pulmones.
Los Grandes entraron en el campo de rocas sin preocuparse de no hacer ruido. En la zona de hierba iluminada por la luz de la Luna se reunieron seis parejas, incluidos Frandra y Yandru, y un macho solitario muy viejo. Hablaron entre sí demasiado bajo para poder oírlos, y luego cada pareja fue a una roca. Yandru y Frandra se pararon junto a la suya y TaLi me cogió del pelo con mucha fuerza.
—A veces los he visto observándome —dijo con un susurro—. Esos son lobos krianan. Los reconozco. Son los que pasan ratos con mi abuela.
Aún no había tenido tiempo de asombrarme por lo que había dicho la chica cuando noté el olor de humanos. Entraron en el campo caminando solemnemente solos o en parejas. Tuve que esforzarme para no manifestar ruidosamente mi indignación. ¿Cómo podían estar allí reunidos humanos y Grandes? No podía creerlo a pesar de que la anciana me lo había dicho. Los Grandes eran quienes se suponía que debían hacer respetar las normas que nos prohibían juntarnos con los humanos. ¡Frandra y Yandru me habían amenazado al descubrir que había rescatado a TaLi! No lo habría creído si no lo hubiese visto con mis propios ojos.
Los humanos saludaron a los Grandes igual que un lobo saluda a otro. La abuela de TaLi era la humana de mayor edad allí, aunque todos los humanos tenían el mismo porte, el mismo olor de fuerza y sabiduría que la anciana. Moviéndose en silencio entre los humanos estaba la joven loba fantasmal.
Luego cada humano fue a colocarse junto a una pareja de Grandes y la abuela de TaLi se detuvo al lado de Frandra y Yandru. Entonces advertí que las rocas no estaban distribuidas al azar sobre la hierba como había creído, sino organizadas en un gran círculo, así que Grandes y humanos quedaron formando un anillo mirando hacia el centro del círculo de rocas.
La joven loba fantasmal tocó la mano de la anciana con la nariz y trotó hasta el centro del círculo. Ni los lobos ni los humanos parecían verla. Vino decididamente hasta nuestra roca y saltó sobre ella. Después de darme un rápido lametón en lo alto de la cabeza se instaló por encima de nosotras, sobre la roca partida. No me atreví a hablarle por miedo de que me oyeran. Volví la cabeza para mirarla y ella me sonrió.
—Observa y estate quieta, Kaala Dientecillos —dijo.
Tampoco me atreví a contestar a eso y volví a mirar hacia la zona de hierba rodeada de rocas.
Todos los ojos, los de los lobos y los de los humanos, estaban fijos en la vieja krianan. Llevaba puesta la piel de alguna criatura que yo no conocía, una piel gruesa y con el pelo muy espeso. Sacó de entre sus pliegues una punta que no estaba hecha de piedra como la del palo afilado de TaLi, sino de algo más claro y curvado. Reprimí un resoplido; era un diente de un colmillos largos. Me estremecí. No me gustaría estar tan cerca de un colmillos largos como para hacerme con sus dientes. El colmillo estaba sujeto al extremo de un trozo de madera. La vieja krianan lo alzó, fue hasta el centro del círculo de rocas y se situó de cara al este. Era como si resplandeciera a la luz de la Luna y el diente del colmillos largos parecía enviar un rayo de luz hacia el cielo.
La voz de la anciana era limpia y clara como la de un lobo en su mejor edad llamando a su manada a la caza. Habló con un ritmo fluido que yo nunca había oído utilizar a los humanos, y el tono de su voz subió hasta sonar casi como nuestros aullidos cuando nos reunimos para una cacería o una ceremonia. En cierto modo se parecía al murmullo que TaLi emitía algunas veces mientras caminábamos, pero más alto, más potente.
—Llamo al Sol —dijo—;
invoco tu color dador de vida,
el espíritu de la llama,
el fuego y la firmeza,
la luz y el calor
que dan a plantas y criaturas
la fuerza para llegar
al Cielo.
Tardé un poco en entender a la mujer. Hablaba en la Lengua Antigua, el lenguaje más elemental y antiguo de la Tierra. Todos nuestros lenguajes nacieron de él y Ruuqo y Rissa habían insistido en que comenzáramos a aprenderlo para que fuésemos capaces de comunicarnos con el mayor número posible de criaturas. Yo no sabía que los humanos lo conocían. Me pregunté si me serviría para comunicarme con TaLi.
El más viejo de los Grandes avanzó y se reunió con la anciana en el centro del círculo. Se movía despacio, como si le doliera al hacerlo, y se situó de cara al oeste. Cuando habló su voz sonó como ramas secas que se rompen al pisarlas.
—Llamo a la Luna;
amiga de la noche,
compañera de las estrellas,
suavidad que oculta auténtico poder,
que cede para ganar fuerza;
luz fría, visión que nos guía
al Cielo.
—Para esto es la Charla, Miluna —dijo TaLi acomodándose contra mí—. Todavía no puedo entenderla bien —dijo en tono de deseo—, pero no tardaré.
La anciana habló otra vez. Habló de la Tierra y la invocó como dadora de refugio y de vida. Comencé a entender. La Charla era un rito, como nuestra bienvenida a los cachorros o la ceremonia de la caza. Me sorprendió que fueran tan importantes para los humanos como lo eran para nosotros. TaLi se apoyó en mí descansando su peso sobre mi lomo cuando la mujer dirigió el colmillo hacia el norte.
Entonces volvió a ser el turno del Grande.
—Cielo, tú que soplas el viento,
señor de todo cuanto existe.
Padre primero, primera madre.
Todo cuanto hay es tuyo,
tú traes la luz y la oscuridad,
la vida y la muerte,
a la Tierra, al Sol y a la Luna.
La anciana humana bajó el colmillo y se apoyó sobre el ancho lomo del anciano Grande. Él se recostó contra ella y durante un momento parecieron una sola criatura.
—Lobos guardianes —gritó la anciana—. Renovamos nuestra promesa, la que os hicieron los ancestros de nuestros ancestros. La promesa de evitar que los nuestros caigan en la arrogancia, de evitar que se entreguen a la destrucción, de evitar que se apropien de las cosas sin medida y maten con demasiada frecuencia. Llevaremos lo que esta noche aprendamos de vosotros para compartirlo con los nuestros.
El viejo Grande asintió con la cabeza y habló.
—Y nosotros respondemos a vuestra promesa con la nuestra, recordando la promesa que hizo nuestro primer padre, Indru. Prometemos evitar que nuestra gente haga daño a la vuestra. Nos comprometemos a ser maestros de vuestra gente y a ayudaros a respetar el Equilibrio. Lo prometemos en el nombre de Indru.
Entonces cada humano se tumbó con una pareja de Grandes. El aire estaba cargado de la energía de la Charla y la Luna brillaba con una intensidad poco común. Una débil luminosidad parecía irradiar desde la anciana humana y el anciano Grande, el que había hablado. La luz creció hasta englobar a todos, Grandes y humanos. Casi podía oír cómo el aire se cuajaba y vibraba con la energía.
—Ven. Tengo que irme ya.
Apoyé firmemente una zarpa sobre el pecho de TaLi para que supiera que debía quedarse quieta. Luego salí de la hendidura arrastrándome y, con cuidado de que ninguno de los Grandes pudiese verme, reculé y bajé por el lado exterior de la roca. La pendiente era mayor por el lado exterior que por el interior y resbalé y aterricé bruscamente de espaldas.
Intentando recuperar la dignidad toqué con mi nariz la del espíritu.
—Tengo que irme —dijo—, o me echarán en falta. Pero las cosas avanzan más deprisa de lo que yo esperaba. Yo pensaba que ya tendrías al menos un año cuando sucediese esto. Que tendrías edad suficiente para mantenerte sola.
—¿Qué se supone que va a suceder?
—Calla —ordenó—. No pueden oírme pero pueden oírte a ti. ¿Sabes que los lobos deben estar con los humanos, y que si no es así los humanos se volverán demasiado destructivos?
—Eso es lo que nos ha dicho la anciana humana —susurré—. Nos ha dicho que debemos estar con los humanos pero es imposible, porque cada vez que nos juntamos peleamos. ¡Pero eso no es lo que dicen las leyendas!
—Vuestras leyendas mienten —dijo el espíritu—. La krianan humana dice la verdad.
Mi respiración se detuvo en algún lugar entre mi garganta y mis pulmones. Por mucho que desease que fuera correcto que yo estuviese con TaLi, no acababa de creerlo. No entendía cómo podía ser falso todo cuanto me habían enseñado, cómo Ruuqo, Rissa y el sabio Trevegg podían estar tan equivocados. Aunque, incluso desde donde yo estaba con el espíritu, seguía oyendo a los Grandes hablar con los humanos. No podía negar lo que yo misma estaba oyendo.
—Yo no lo sabía cuando mi manada iba con los humanos. Yo era como tú; encontré un humano y cazaba con él. Mi manada se hizo fuerte con la carne que cazábamos con los humanos. Pero hubo una guerra, una guerra entre los humanos y los lobos. Los lobos guardianes dijeron que había sido por mi culpa, que yo me había lanzado a relacionarme con los humanos sin saber lo que estaba haciendo y que los Antiguos nos castigarían por la guerra. Dijeron que sabían cómo tratar con los humanos y que la única manera en que podría salvar a mi manada sería marchándome. Me echaron de mi lugar. —En su voz apareció un matiz amargo—. Durante muchos años su sistema ha funcionado, y pensé que tenían razón en que yo era la causante de la ruptura, que yo estaba en falta por la guerra entre lobos y humanos. Pero ahora han fracasado y creo que no hice bien al escuchar a los lobos guardianes. Y así llegué hasta ti.
Me limité a mirarla. No podía imaginar qué esperaba de mí.
—Pronto los humanos y los lobos volverán a pelear, y esta vez no habrá una segunda oportunidad.
—¿Por qué habrían de luchar los lobos? —susurré—. Va contra nuestras normas.
—Se puede faltar a las normas. Es posible olvidar las leyendas. Y la paz siempre ha sido frágil en el valle. Los lobos guardianes han ocultado demasiadas cosas a los nuestros y los secretos son el origen del conflicto.
Repentinamente enfadada, levanté la barbilla mirando al espíritu. ¿Quién era ella para hablar de secretos? Yo había estado todo el tiempo preocupada porque creía que mis sentimientos hacia TaLi eran antinaturales y peligrosos. Y el espíritu había venido a visitarme una y otra vez. Sabía que todo eran mentiras y no me lo había dicho.
—¿Por qué no me has hablado de esto antes? —reclamé—. ¿Por qué te limitabas a aparecer y desaparecer? ¿Por qué no me lo contaste?
Estiró los labios en un gesto de amargura.
—No tienes idea de lo que me cuesta «limitarme a aparecer» como tú dices. No te puedo transmitir lo que se aprende en el mundo de los espíritus. Todo lo que puedo hacer es enseñarte la manera de aprenderlo por ti misma. Sabes más de lo que yo sabía. ¡Yo lo ignoraba todo!
El espíritu volvió a mirar hacia atrás por encima del hombro.
—Ya he estado aquí demasiado tiempo, y te he contado demasiado. Tienes que atender a lo que digan esta noche los Grandes. Tienes que descubrir si humanos y lobos están muy cerca de la guerra y encontrar una manera de evitarla.
—¿Y cómo se supone que voy a hacer eso?
—Tenéis que arreglarlo entre tú y tu chica humana. Debes encontrar la solución que yo no encontré. Antes de que los humanos y los lobos se peleen. Si comienza la batalla entre lobos y humanos todo estará perdido.
No podía creer que ella esperase de mí que tuviera una respuesta.
—¿Pero cómo? —pregunté—. ¿Cómo se supone que voy a saber qué hacer?
—Tengo que irme. Sabes lo que yo no sabía. ¡Haz buen uso de ese conocimiento!
Antes de que pudiese hacer al espíritu alguna de las preguntas que bullían en mi mente se había ido y había desaparecido silenciosamente en el bosque. En aquel momento yo tenía ganas de enroscarme allí mismo y dormir, y olvidar todo lo que había visto y oído. Pero había dejado a TaLi esperándome y, si el espíritu tenía razón y se avecinaba una guerra en el valle, tenía que oír cualquier cosa que fueran a decir los Grandes.
Temblando, volví a trepar a la hendidura de la roca y me apreté contra TaLi. Deseaba más que nunca poder comunicarme con ella. Quería contarle lo que me había dicho el espíritu. En lugar de eso me apreté más contra ella y ella me abrazó contra su pecho.
Los humanos y los lobos se habían levantado. Observamos cómo dos de los humanos ayudaban a la anciana a subir a una roca alta. Firme a pesar de su edad, se volvió hacia los Grandes. Levantó los brazos y se quedó en silencio hasta que todos los lobos y los humanos del círculo estuvieron mirándola.
—Casi todos sabéis —dijo— que nuestra Charla ya no es suficiente. La discordia ha caído sobre el valle. Debemos saber lo que habéis oído.
El anciano Grande se adelantó un paso. No subió a una roca, pero todos los ojos convergieron igualmente sobre él.
—Nosotros también lo hemos oído —dijo con su voz de ramas secas—; en cada Charla parece haber empeorado. Sabemos que algunos lobos ya no creen las leyendas. Y que muchos humanos quieren acabar con todos los lobos. Entendemos, NiaLi —dijo dirigiéndose a la anciana—, que tu pueblo ya no respeta a los krianan como debería. Que ya no tienes poder para influir en ellos.
—Es cierto, Zorindru —apareció un matiz áspero en su voz cuando se dirigió al viejísimo Grande—. Estamos perdiendo influencia, pero también es cierto que tú ya no tienes control sobre tus lobos.
Una mujer se adelantó un paso. Era mucho más joven que la abuela de TaLi pero considerablemente más vieja que TaLi. Si hubiera sido una loba habría tenido la edad perfecta para ser la jefa de una manada: lo bastante joven para ser fuerte pero lo bastante vieja para estar segura de sí misma. Si hubiera tenido pelo en el lomo habría estado erizado. Cuando habló lo hizo con ira.
—NiaLi tiene razón. Me han dicho que los lobos han matado dos humanos. Un joven de la tribu de Lin y un niño de la de Aln. Los de Aln me ven como su krianan y me exigen que les lleve el cuerpo del lobo. Quieren vengarse y matar a todos los lobos. Hasta ahora he podido disuadirlos. Pero si tú no eres capaz de controlar a tus lobos yo no puedo responder por lo que haga mi pueblo.
—Estoy de acuerdo —dijo Zorindru—. Si es verdad que fue un lobo quien mató a los humanos y no algún oso o un colmillos largos, y si fueron atacados sin provocación, descubriremos quién es ese lobo y acabaremos con él y con su manada.
Me dio un vuelco el corazón. Era espantoso oír que era posible que un lobo hubiese matado humanos, y que se aplicaría el terrible castigo por hacer eso. TaLi se agarró con fuerza a mi pelo. Me pregunté hasta qué punto sería capaz de entender la Lengua Antigua.
—Y hay más. —El macho humano que habló era joven, no mucho mayor que TaLi, y habló con poca soltura, como si no estuviese habituado a la Lengua Antigua—. HaWen es el nuevo jefe de la tribu Wen y ha jurado acabar con todos los lobos del valle. Su compañera perdió el último niño que llevaba en el vientre y él dice que fue porque vio un lobo cuando estaba recolectando semillas. La abuela de TaLi asintió.
—YiLin también asegura que su hijo menor se rompió una pierna porque pisó un sendero usado por los lobos —dijo—. Dice que hacemos mal en tomar en consideración las necesidades de la Tierra y el Cielo. Dice que la comida que hay en el valle, en toda la Tierra, es para los humanos, y que las criaturas que la cogen deberían morir. ¿Alguien más ha oído cosas así?
—Sí —dijo rápidamente el joven humano, y luego bajó la vista cuando todos los viejos krianan lo miraron. Tragó varias veces, pero siguió hablando—. HaWen dijo que la única manera de conseguir que nuestras tribus prosperen es matar a todos los lobos y a todos los leones de dientes de cuchillo.
—Lo mismo que sucede en mi tribu —dijo otra hembra con voz suave pero clara. Apoyó una mano sobre el hombro del joven—. He hecho cuanto estaba en mi mano por disuadir a los demás, pero sin éxito.
—Todos hemos estado haciendo cuanto podíamos por evitar que nuestra gente creyese tales tonterías —dijo la abuela de TaLi—. Pero si se vuelve a hablar de ataques de lobos contra humanos me temo que no seremos capaces de evitar que mi gente mate a todos los lobos que encuentre.
Hubo unos instantes de silencio. Yo notaba en mi costado el corazón de TaLi latiendo rápidamente. Mi corazón también iba acelerado. El espíritu tenía razón. Se avecinaba una guerra. Y yo no tenía ni idea de qué hacer al respecto.
—Te escuchamos —dijo Zorindru—, y te entendemos. Acabaremos con toda la estirpe de cualquier lobo que ataque a humanos sin provocación. Y recordaremos sus responsabilidades a todos los que nos siguen. Id en paz —dijo, haciendo un gesto con la cabeza hacia los humanos.
Yo creía que la anciana iba a decir algo más. Sin duda parecía esperar más del Grande, y en sus hombros se veía el enfado. Pero se limitó a extender los brazos para que la ayudasen a bajar de la roca.
—Id en paz, lobos guardianes.
La vieja krianan salió del círculo de rocas seguida por los demás humanos.
—Tengo que acompañar a la abuela a su casa —susurró TaLi.
Antes de que pudiese pararla bajó de la roca y se internó en el bosque. Comencé a seguirla, pero vi que Frandra y Yandru estaban mirando hacia mí. No podía arriesgarme a que me viesen allí. Me deslicé por la parte exterior de la roca y me puse en camino hacia mi lugar, pensando en lo que había averiguado y preguntándome qué diantres se suponía que tenía que hacer.
Trevegg estaba esperándome cuando llegué al lugar de reunión.
—Te has perdido la caza del antílope —dijo—. Ruuqo está disgustado.
—Estaba cazando presas pequeñas —dije sin mirarlo a los ojos—. ¿Habéis capturado algo?
Ázzuen se acercó y se quedó a mi lado.
—No —dijo Trevegg. Me miró durante mucho rato. Cuando por fin habló lo hizo en voz baja.
—No les he hablado del tiempo que pasas con los humanos.
Di un salto y lo miré. Ázzuen soltó un grito de sorpresa.
—Cuando te vi ir hacia ellos con tus amigos quizá habría debido detenerte. Pero algo no va bien, hay algo que los Grandes no nos han dicho. Tenía la esperanza de que tú pudieses averiguarlo. Supe que serías diferente desde el momento en que te vi hacer cara a Ruuqo dispuesta a pelear cuando no tenías más de una luna.
—No soy tan diferente —dije—. Y no quiero cambiar las cosas. Solo quiero estar cerca de los humanos.
—Eso es cambiar las cosas —dijo Trevegg con amabilidad—. Ya conoces las leyendas. ¿Sabías que al hermano de Ruuqo lo desterraron por ir con los humanos?
—Sí —admití.
—Bien. Entonces mi hermano era el jefe de Río Rápido. Hiiln iba a ser su sucesor. Él y Rissa se habían escogido y a mí no se me podía ocurrir mejor pareja para continuar la línea sucesoria de Río Rápido. —Su voz tomó un deje triste—. Pero cuando Hiiln se negó a dejar de ir con los humanos supe que debía cumplir con mi obligación por el bien del valle. Recomendé a mi hermano que lo desterrase y lo hizo, aunque con el corazón roto. Recordándolo, me pregunto si hice bien. Así que disimulé cuando vi que habías ido con los humanos.
—Hay una leyenda que solo se cuenta a los jefes —dijo lentamente—. Me la contaron cuando se pensaba que yo podría ser el jefe de Río Rápido. Es la causa de que Ruuqo te tema tanto, Kaala. Debería habértela contado cuando no quiso dejarte cazar. Se dice que nacerá un lobo que pondrá fin al pacto. Ese lobo acabará con la vida de los lobos tal como la conocemos. Se dice que ese lobo llevará la marca de una Luna creciente y causará un gran trastorno que salvará a su manada o la destruirá. Tu madre no quiso decir a nadie quién es tu padre, pero si es alguien atraído por los humanos tú podrías ser ese lobo.
—No soy una leyenda —dije, casi incapaz de hacer salir las palabras.
Trevegg me miró durante mucho rato.
—Quizá no —dijo con amabilidad—. Otros lobos tienen esa marca. Pero ahora Ruuqo está cada vez más suspicaz y ya no hay tranquilidad en el valle. Tienes que andar con cuidado, Kaala.
Solté un débil gemido. Era demasiado para pensar en ello.
—No hace falta arreglar esto hoy —dijo de repente—. Quizá no tenga importancia y tú solo seas otro cachorro que no acata debidamente las órdenes. —Me lamió la cabeza—. Ahora ve a arreglar las cosas con Ruuqo —dijo—. Y no te pierdas más cacerías.
Lamí el morro del anciano en agradecimiento y fui al lugar de reunión para presentar mis disculpas a Ruuqo.