XIV

Dominamos rápidamente la técnica de la caza del conejo. Nuestra nueva manera de cazar juntos funcionaba con los pavos y los puercoespines, y probablemente también funcionaría con un castor si encontrábamos un lugar estable donde Chica pudiese esperar en el río. Y si funcionaba con presas pequeñas algún día funcionaría con presas grandes. Estaba segura. Chica era demasiado pequeña, pensaba yo, para derribar sola una presa grande, pero con la ayuda de BreLan y la nuestra tendríamos éxito. Tenía que ser así, porque Trevegg tenía razón: había pasado media luna y Ruuqo seguía sin dejarme participar en la caza. Yo no creía que fuese a darme la oportunidad de demostrar mi valía antes de los viajes de invierno. Y cada vez que me hacía parar me importaba menos. Estaba aprendiendo a cazar por mi cuenta.

Dejé de intentar evitar que Ázzuen y Marra me acompañasen a visitar a los humanos. Era más fácil marcharme con ellos porque la manada estaba acostumbrada a vernos juntos. Era de esperar que los lobos de nuestra edad se dedicasen a explorar y a nadie le extrañaba que empezásemos a ir cada vez más lejos de nuestro lugar de reunión. Los caballos se habían ido y los renos y cervallones se habían diseminado por el territorio, lo cual indicaba que nuestros viajes de invierno empezarían pronto. Ruuqo y Rissa querían que nos acostumbrásemos a los viajes largos. Unnan estaba siempre intentando espiarnos, pero para nosotros tres era bastante fácil desanimarlo. Cada vez que lo veía parecía estar más irritado, pero éramos tres contra uno y nos tenía miedo.

Faltaba poco para el invierno y con él vinieron las nieves. La primera vez que nevó los lobatos nos excitamos tanto que los adultos no podían conseguir que hiciésemos algo útil. Saltábamos intentando coger los copos que caían y nos revolcábamos hasta en los montones más pequeños de nieve. A los adultos de la manada les encantaba el tiempo que hacía tanto como a nosotros. Incluso Ruuqo y Werrna terminaron uniéndose a nosotros para jugar bajo las rachas de viento helado. Varias tormentas más tarde aún me resultaba difícil concentrarme en lo que estaba haciendo cuando caía la nieve.

Nevaba el día que encontré a Chica en nuestro lado del río. Ázzuen, Marra y yo íbamos camino del lugar de los humanos pero nos distrajimos con la nieve, intentando atrapar con la boca los copos al vuelo y revolcándonos en todos los amontonamientos que encontrábamos. Habíamos quedado en cruzar el río mucho más abajo de donde estaba descansando la manada, con la esperanza de encontrar el rastro de un ciervo que Werrna había olido antes. Pero yo me frené confundida al acercarnos al río. Había algo extraño en el rastro. El olor de Chica estaba en nuestro lado del agua, y era reciente. Olfateé los alrededores del paso y por la zona del bosque que acabábamos de cruzar. Entonces perdí el rastro. Ázzuen y Marra, tan confusos como yo, buscaron en el barro de las riberas, haciendo círculos y volviendo atrás para encontrar el rastro de Chica.

—Está visitando a la anciana de la que te habló.

La voz de Tlituu llegó desde un pino aún lleno de agujas. A diferencia de los abedules y los robles, los pinos habían conservado sus hojas cuando comenzamos a entrar en el invierno y eran buenos escondites para los cuervos. Bajó y ladeó la cabeza a izquierda y derecha, visiblemente encantado consigo mismo.

—La seguí cuando estabais con vuestra manada jugando con los cervallones. Puedo enseñaros dónde está en menos tiempo del que tardaríais con vuestras narices mojadas. ¡Vamos, lobitos!

Con un engreído gorjeo, Tlituu voló por encima de nosotros y desapareció entre las copas de los árboles.

—¡No podemos seguirte si no te vemos! —grité con frustración, pero Tlituu ya estaba lejos.

Yo te guiaré, hermana.

Sobresaltada, me volví y me encontré tocando con la nariz el morro de mi joven loba espectral. Ázzuen y Marra seguían buscando a Tlituu en las copas; ellos no podían ver, oír ni oler el espíritu.

—¿Quién eres? —pregunté estornudando cuando el olor acre de enebro se hizo más intenso a mi alrededor. Lo dije en voz baja porque no quería que Ázzuen y Marra pensaran que estaba loca—. ¿Por qué vienes a verme?

Sígueme —dijo ella—. Hay algunas cosas que quiero enseñarte hoy. —Sus ojos se iluminaron con un destello de travesura—. Se supone que no debo estar aquí ahora, pero dispongo de unos instantes antes de que me echen en falta. Tener un rango bajo en el mundo de los espíritus tiene sus ventajas.

El espíritu se puso en marcha con un trote ligero y yo la seguí.

A veces mis jefes me permiten venir a tu mundo y otras veces no. Hoy me he escapado. —Su tono se volvió desafiante—. Pueden intentar pararme, pero te ayudaré si me da la gana.

El espíritu avanzaba deprisa y sin esfuerzo, sin tocar la nieve ni las hojas, y yo tenía que estirar las patas para mantener su paso. Oí un movimiento frenético detrás de mí cuando Ázzuen y Marra me siguieron.

—¿Sabes adónde estás yendo? —preguntó Ázzuen—. No huelo nada.

Yo estaba jadeando demasiado para contestar, pero pronto apareció claramente el olor de Chica. Cuando comencé a trotar decididamente en la dirección del olor el espíritu se detuvo.

Te dejaré aquí. Estaré cerca siempre que pueda. —Bajó la cabeza—. Mi mayor error —dijo— fue acatar las órdenes con demasiada frecuencia. A veces los que mandan no tienen razón, hermana. —Me paré, sorprendida.

—¿Qué quieres decir? —susurré.

—Ahora he vuelto a notar el olor —dijo Marra junto a mi oreja, con el consiguiente sobresalto—; ¿cómo has conseguido localizarlo?

El espíritu saludó con la cabeza y desapareció entre los arbustos.

Marra y Ázzuen me miraban con impaciencia. Los guié a partir de allí. Chica nos estaba esperando donde el río tocaba el bosque, una carrera de media hora desde la Gran Llanura.

—Tenía la esperanza de que vinierais —fue todo cuanto dijo a modo de saludo—. Mi abuela me dijo que os trajera a verla.

Tlituu se posó a los pies de Chica.

—Te dije que te la encontraría —dijo con autosuficiencia.

Estaba cubierto de nieve como si hubiera estado revolcándose.

Marra le lanzó un mordisco a la cola que lo obligó a levantar el vuelo. Yo no respondí, pero intenté adivinar qué problema tenía Chica. Estaba nerviosa. Sostenía un pájaro corredor por las patas y las retorcía de tal manera que parecía que fuese a arrancarlas. Ázzuen olfateó el pájaro con interés. Marra lo miró y luego miró a Chica.

—Si lo llevo a mi tribu —dijo ella a la defensiva, malinterpretando la mirada de Marra—, me lo quitarán. Y abuela no come lo suficiente. Necesita la carne.

Me di cuenta, sintiéndome un poco culpable, de que podría haber traído para Chica un poco de la carne que guardábamos. La próxima vez lo haría. Chica nos llevó más lejos río abajo, hasta el mismo límite de nuestro territorio. Se detuvo junto a una espeso arbusto aromático y pasó la mano por sus fragantes hojas.

—Así es como sé dónde tengo que torcer para coger el camino de la casa de mi abuela —dijo.

El ancho sendero por donde nos llevó Chica era tan amplio y estaba tan pisoteado como un paso de ciervos, pero no percibí olor de ciervo, solo de presas pequeñas, de vez en cuando de zorro, y de humanos, mucho olor de humanos. El olor particular de Chica estaba por todas partes y capté una intensa vaharada de BreLan. El otro olor humano era el más fuerte y olía un poco como Chica. Pero otro olor intenso me sorprendió.

—¡Grandes! —exclamó Ázzuen.

—Su olor está por todas partes —dijo Marra, nerviosa—. Y no son solo Frandra y Yandru; también hay otros Grandes. No sabía que vinieran otros a nuestro territorio.

—Yo tampoco —dije.

—Hay más Grandes de lo habitual en el valle —nos informó Tlituu—. Los he visto.

Yo no tenía ni idea de qué podía significar la presencia de los Grandes, pero no me pareció que fuera bueno. No había estado tan confusa por los olores desde la primera vez que salimos del lugar de reunión de Árbol Caído. Estaba tan concentrada en los olores que no me di cuenta cuando Chica frenó su paso.

—Aquí vive mi abuela —dijo, algo cohibida.

Tardé un poco en distinguir qué era el refugio humano y qué pertenecía al bosque. El refugio ni siquiera estaba en un claro, como el otro lugar de los humanos que había visto, sino que parecía creado por el propio bosque, como un auténtico cubil. Tenía la misma base de piedra y barro que los del lugar de Chica, y sobre la cubierta había más barro y piedras más pequeñas. En su centro había un gran agujero del cual salía humo. Parecía ser un buen refugio, no tan grande como los que había donde vivía Chica pero lo bastante grande para varios lobos adultos.

Chica entró agachándose. Al principio nosotros tres nos quedamos en la zona donde los arbustos eran más espesos y ningún humano podía vernos, pero luego algo me empujó a salir.

—Esperad aquí —dije a Ázzuen y Marra mientras comenzaba a ir hacia el refugio.

—Pero BreLan está ahí —protestó Ázzuen.

Tenía razón. Además del olor de Chica y del humano desconocido estaba el olor de BreLan, tan intenso que estuve segura de que aún estaba dentro.

—Espera de todos modos —dije con firmeza—. Tenemos que ir con cuidado. Te avisaré cuando sea seguro entrar.

—Ázzuen y Marra refunfuñaron un poco, pero hicieron lo que dije y yo fui hacia el refugio. Tlituu caminó adelante y atrás a mi lado y luego voló hasta la cubierta de la casa y volvió. Yo no quería entrar en un refugio donde esperaba un humano desconocido, así que me senté y esperé a que volviera Chica. Una voz que salió del interior me hizo levantar.

—Trae a tu amiga, TaLi. Ya es tiempo de que nos presentes.

La voz era profunda y melodiosa y muy, muy vieja.

Chica asomó la cabeza por la entrada. Estaba graciosa con solo la cabeza fuera, pero su gesto era serio. Me hizo una seña. Yo dudé.

Una cosa era llevar a Ázzuen y Marra a pasar un rato con Chica y BreLan, pero por alguna razón el refugio de la vieja humana parecía una transgresión mucho más importante. Era como un lugar de otro mundo. Yo sabía que entrar allí violaría todas las leyes de los lobos.

Mi mayor error fue acatar las órdenes con demasiada frecuencia.

Respiré hondo y fui despacio hasta Chica. Al principio solo asomé la punta de la nariz al interior del refugio para explorar los olores: Chica, BreLan, la vieja humana y un olor de plantas secas parecido al de aquella estructura del lugar de Chica. Olor de fuego y humo. Pieles de oso. Carne. Luego introduje el resto de la cabeza y vi que el humo del fuego salía de la construcción por el agujero que había en su cubierta. Los humanos no debían de tener mejor olfato que un árbol, pero eran hábiles haciendo cosas.

—Entra, loba de la Luna —dijo la viejísima voz—. Bienvenida a mi casa.

Entré muy despacio en el refugio. La mujer vieja estaba sentada en el extremo opuesto. Olía a articulaciones rígidas y huesos cansados. Pensé que si fuera un ciervo o un cervallón sería una presa y luego me avergoncé de pensar algo así de un miembro de la familia de Chica. La vieja no me tenía miedo y sentí que la bienvenida salía del fondo de su corazón. Parecía incluso más pequeña que Chica y estaba sentada en medio de un montón de pieles de oso, de modo que de caderas para abajo parecía más osa que humana. En su presencia me sentía muy joven, tonta y patosa.

Miré a BreLan. Habría sido grosero acercarme a él antes de saludar a la anciana, que evidentemente era la de mayor rango en la habitación, pero quería saludarlo. Para mi sorpresa se mantuvo erguido sujetando su palo afilado, como si no hubiésemos cazado juntos. Eso me puso nerviosa.

Chica puso suavemente su mano sobre el hombro de la anciana.

—Esta es Loba, abuela. La vieja rió.

—Deberías llamarla de otra manera. Lleva la marca de la loba de la Luna, como la loba de mis sueños.

—Cuando pienso en ella la llamo Miluna —dijo tímidamente Chica.

—Muy bien. No tengas miedo, Miluna —dijo la anciana mujer con amabilidad—. Ven a decirme hola. Me gustaría conocer a la amiga de TaLi.

Por nerviosa que estuviese no podía rechazar una acogida tan formal. Avancé, me incliné ante la mujer y la saludé lamiéndole el morro para reconocer su rango como anciana. Vi que BreLan se ponía tenso cuando me acerqué a ella. Chica le dirigió una mirada de reprobación.

—Es como si no conocieses de nada a Loba —le susurró—. ¿Qué te pasa?

—No me gusta que haya un cazador, ningún cazador, tan cerca cuando la krianan no puede huir. Soy su guardián. —Yo no conocía la palabra krianan, pero BreLan la pronunció con reverencia, igual que nosotros hablamos de los Grandes, y empecé a preguntarme qué representaba para los humanos aquella mujer viejísima.

La anciana me devolvió el saludo apoyando suavemente la mano sobre mi cabeza. Yo le di las gracias con un lametón y retrocedí. Luego me volví hacia BreLan. Con aquella suspicacia no íbamos bien. Podía oír a Ázzuen olfateando fuera del refugio, intentando llegar hasta BreLan. Lo que menos necesitaba era que irrumpiera de repente. Y podía oler que Marra estaba allí con él.

—Me supera tener que ponerme dominante con ellos —murmuré sin dirigirme a alguien concreto.

Hice por ser tan pequeña e inofensiva como podía y miré a BreLan con toda la amabilidad que pude reunir, pero él seguía rígido y enfadado. Entonces me incliné sobre las patas delanteras para invitarlo a jugar pero él levantó su palo afilado.

—BreLan, ¿qué te pasa? —preguntó Chica.

—Es una amiga, muchacho, y yo le pedí que viniese —dijo la anciana sin mucha amabilidad—. Cuando necesite tu protección te la pediré.

BreLan bajó su palo pero siguió rígido y ansioso. Al fin, exasperada, avancé, me levanté sobre las patas traseras y le planté las zarpas en el estómago. Él cayó sentado. Chica y la anciana se rieron.

—Eso te enseñará, chico —dijo la anciana.

—Tienes que confiar en mí, BreLan —dijo Chica—. Esto es una parte de lo que soy.

Fuera del cubil de la vieja el olfateo de Ázzuen se hacía más insistente. Yo esperaba que nadie se diera cuenta. Oí otro ruido que venía de arriba. Tlituu estaba casi cabeza abajo en el agujero del techo del refugio, agarrado al borde. Suspiré. Por una vez me habría gustado que nadie vigilase todo lo que yo hacía.

—Ven conmigo, joven loba elegida —dijo la anciana.

Fui otra vez despacio hasta el montón de pieles y me tumbé sobre mi vientre para quedar a su altura.

—Supongo que habrás estado preguntándote —me dijo la vieja krianan— por qué eres distinta, por qué te sientes atraída por nosotros. También mi nieta se siente atraída por vosotros, ¿sabes?

Miré a Chica. Ella estaba mirando sus pies sin pelo, que había cubierto con pieles de presas por el frío. «TaLi», pensé, no simplemente Chica. Si ella pudiese intentar emplear mi nombre yo podría emplear el suyo.

—Te he llamado por una razón. ¿No vas a pedir a tus amigos que nos acompañen?

Marra y Ázzuen no esperaron a mi invitación. Debían de estar sentados junto a la entrada. A la llamada de la anciana entraron rápidamente en el refugio. Ázzuen me dirigió una mirada desafiante. Saludaron respetuosamente a la mujer. Marra se tumbó junto al fuego y apoyó la cabeza en sus zarpas. Ázzuen saludó a BreLan, que por fin bajó la guardia y dejó el palo para poder acariciarle el lomo. Sonrió con la sonrisa humana de dientes descubiertos y se sentó con Ázzuen como si nunca hubiese estado enfadado o amenazador. Ázzuen se sentó a su lado y apoyó la cabeza en los pies del chico.

—Creo que tú eres el amigo de BreLan —dijo la anciana a Ázzuen—. Y tú eres amiga de estos dos —dijo a Marra—. Sed bienvenidos a mi casa.

Los dos miraron embelesados a la abuela de TaLi. Marra se levantó, fue ceremoniosamente hasta la anciana y se sentó a sus pies. TaLi y yo nos sentamos a un cuerpo de distancia para permitir a Marra respirar el olor de la mujer. Tlituu bajó de su posición en el techo y voló hasta colocarse junto a la anciana sobre el montón de pieles de oso. Ella sacó semillas de una bolsa de piel y le dio unas cuantas.

La anciana nos miró a todos durante un rato tan largo que comencé a sentirme incómoda.

—Quizá sea demasiado pronto para deciros esto —dijo por fin con algunos titubeos—, pero creo que no tengo elección. No viviré eternamente y hay que hacer algo, y hay que hacerlo pronto. —Respiró hondo y cuando volvió a hablar su voz era potente.

—Así que atended, jóvenes lobos. No habéis encontrado a mi nieta y a BreLan por casualidad. Los lobos y los humanos están destinados a estar juntos.

No pude contener un resoplido de sorpresa. Después de todo lo que nos habían dicho acerca de mantenernos alejados de los humanos, de que esa era una de las tres reglas inviolables, me dejó estupefacta oír a la anciana afirmar con tanta seguridad que lo cierto era lo contrario.

—Entre mi gente hay muchos que ya no creen que eso sea así —continuó—, y no me sorprendería que los vuestros también lo negaran. Pero es cierto, y es más importante de lo que podéis imaginar. Si los humanos no tenemos contacto con los lobos, con los guardianes de la Naturaleza, olvidamos que somos parte del mundo que nos rodea. Ya ha sucedido antes. Y cuando eso sucede los humanos comenzamos a matar y destruir, porque no nos damos cuenta de que cuando dañamos el mundo nos dañamos a nosotros mismos. La única manera, la única, de evitar que los humanos maten sin medida a otras criaturas, de evitar que destruyan el mundo, es que se mantengan siempre en contacto con los lobos, porque sólo los lobos pueden hacer que aflore en los humanos la conciencia de que no somos diferentes ni ajenos. Ese vínculo siempre ha existido desde que los humanos y los lobos viven en estas tierras.

Ázzuen hizo un ruido gutural y Marra se levantó como para protestar. La cabeza me daba vueltas totalmente confusa. Iba en contra de todo lo que nos habían dicho, en contra de todo lo que creía nuestra manada. Iba en contra de la misma razón de existir de los lobos del Gran Valle. «Tenéis que manteneros siempre alejados de ellos. Tenéis que evitar su compañía», había dicho el Cielo a Indru. Y cuando los lobos habíamos fallado en el intento los Antiguos casi habían acabado con nosotros.

Me quedé mirando a la anciana. Yo había creído que mis sentimientos hacia TaLi eran malos y antinaturales. Ahora, aquella humana anciana y sabia estaba diciéndonos que no era así, y que mucho de lo que nos habían contado acerca de los humanos, y de nuestra propia historia, era falso. ¿Cómo iba a creerla? Y aun así, quería creer cada palabra más de lo que nunca había deseado algo desde que podía recordar.

—Pero no es algo tan sencillo —dijo la anciana—. Porque no podemos estar juntos. —Inspiró profunda y trabajosamente, como si contarnos aquello la extenuara.

TaLi se fue de mi lado para sentarse junto a ella y la anciana pasó las manos por el pelo de la cabeza de la chica.

—Cuando los lobos y los humanos se juntan pueden suceder cosas terribles —dijo la mujer—. Mi gente ha intentado esclavizaros y tu gente ha matado a los de nuestra especie. Debemos estar juntos y a pesar de ello no podemos, porque cada vez que lo hemos intentado ha habido una guerra. Ese es el reto, la paradoja, y es la gran prueba para los lobos y los humanos.

Sacudí la cabeza con fuerza. No entendía cómo podía ser que los lobos tuviesen que estar con los humanos y al mismo tiempo tuviesen que evitarlo. Dejé ir un gemido.

—Los lobos se pierden a sí mismos —dijo Ázzuen repitiendo las palabras de Rissa de hacía muchas lunas—. Dejan de ser lobos y matan a los humanos o son muertos por ellos. —Su mirada, fija en la anciana, era pensativa, casi como si le hubiesen confirmado algo que él ya sabía.

—Sí —dijo la krianan, ignorando nuestros semblantes atónitos al darnos cuenta de que había entendido a Ázzuen—, y muchos humanos no pueden ver otra criatura sin sentirse agraviados por su libertad y desear controlarla. —Alargó el brazo por delante de TaLi para apoyar la mano en el pecho de Marra, que estaba jadeando por la excitación y la ansiedad—. Durante algún tiempo encontramos una solución, una manera de hacer que humanos y lobos estuvieran juntos sin provocar una guerra. Algunos humanos estamos más capacitados que otros para estar con los lobos. No nos sentimos tan amenazados por el poder y la fiereza que hay en vuestro interior. No sentimos deseos de controlaros, y por eso podemos estar abiertos a lo que podéis enseñarnos. Los lobos krianan vienen a nosotros, a aquellos de nosotros destinados a estar con los lobos, cuando somos muy jóvenes. Así llegué a saber esto. El mío vino a buscarme cuando yo era más joven que TaLi. Ya conocéis a esos krianan; son los lobos que os vigilan.

Me acordé del olor de los Grandes que rodeaba el refugio de la anciana.

Ellos debían de ser esos lobos krianan de los que estaba hablando.

—Eso implicaría que no tenemos que dejar de ver a los humanos —dijo Marra con un hilo de voz.

—Te dije que los Gruñones tenían secretos —graznó Tlituu.

—Nos encontramos con los lobos krianan cada vez que hay Luna llena en ceremonias que nosotros llamamos Charlas —dijo la mujer—, y los lobos krianan nos recuerdan que somos parte de este mundo. Y nosotros explicamos a los nuestros lo que hemos aprendido de los lobos. Esta es la historia que ha sido transmitida durante generaciones por nuestro pueblo. Cada krianan humano enseña al siguiente como yo he estado enseñando a TaLi. —Hizo una pausa, apoyó la mano en la mejilla de TaLi y luego su voz se hizo muy dulce—. Pero las Charlas han dejado de funcionar como deberían y hay muchas cosas que los lobos krianan no nos dicen. No sabemos cuál es la causa de este conflicto, de esta paradoja. No sabemos cómo se ha llegado a que los lobos deban estar con los humanos y los humanos no puedan estar ni con los lobos ni sin ellos. Y no sabemos por qué las Charlas ya no funcionan. Los lobos krianan lo saben, pero piensan que los humanos somos demasiado estúpidos para entenderlo. Pero me doy cuenta de que estamos fallando. No ha venido un lobo krianan a ver a un humano desde hace muchos años, y en toda mi vida no he tenido noticia de que haya nacido alguno. Ahora los últimos lobos krianan están envejeciendo y mi gente ya no quiere escucharlos, ni tampoco a mí; y yo no sé qué hacer. —La voz de la anciana temblaba y TaLi le cogió la mano entre las suyas. La mujer extendió su mano hacia mí.

—Cuando me enteré de que habías venido a ver a TaLi, Miluna, supe que algo estaba cambiando. Tal vez seas tú quien reemplace a los lobos krianan y TaLi y tú vigilaréis juntas.

Yo quería acercarme a ella, pero estaba clavada al suelo. No podía ignorar sin más todo lo que mi manada y mis jefes me habían dicho.

Rissa y Trevegg me habían enseñado todo lo que debe saber un lobo; nunca me habían mentido. Y aunque la vieja krianan fuese familiar de TaLi era humana. No era de mi manada. Se me escapó un gruñido de frustración.

La anciana volvió a alargar su mano hacia mí y me acerqué. Marra se apartó para dejarme pasar.

—Ya veo que no me crees —dijo la anciana—. ¿Por qué ibas a hacerlo? —Se quedó pensativa durante un instante—. Tienes que venir a la Charla; dentro de dos noches, cuando la Luna esté llena; TaLi te traerá. Tú sola, Miluna, sin amigos. Creo que sería difícil esconderos a los tres. —Me dirigió una sonrisa cansada y lamí su mano para que supiese que la había entendido.

—Bien —dijo—. Te esperaré.

La mujer nos miró a todos con una gran sonrisa.

—Me niego a creer que no hay esperanza —dijo—. Os veo juntos y sé que se puede hacer algo. —Dejó ir un hondo suspiro—. Ahora estoy cansada, jovencitos, y tenéis que dejarme. Pero volveremos a hablar.

La anciana cerró los ojos y pareció fusionarse con las pieles de oso; su respiración se volvió profunda, próxima a la del sueño. TaLi y BreLan se inclinaron para apoyar sus labios en la mejilla de la anciana y salieron del refugio sin hacer ruido. Ázzuen, Marra y yo tocamos con la nariz la mano de la mujer y seguimos a los humanos hasta el exterior del refugio, también en silencio.

Había dejado de nevar mientras estábamos en la casa de la krianan y el sol calentaba el suelo. TaLi y BreLan nos condujeron a un prado no lejos de allí.

—¿Tú la crees? —preguntó Marra mientras seguíamos a los humanos a unos cuantos pasos—. Es completamente diferente de lo que nos contaron Rissa y Trevegg.

—No sé qué creer —dije—. No sé por qué habrían de mentirnos Rissa y Trevegg. Pero tampoco sé por qué habría de hacerlo la vieja. —No me gustaba la idea de que ella mintiera. Yo quería poder estar con TaLi sin que fuese incorrecto.

—Sencillamente podría equivocarse —aventuró Marra—; no conocer la promesa que hizo Indru; o a los Antiguos. O el largo invierno.

—¿Pero no lo veis? —dijo Ázzuen, excitado, parándose y volviéndose de cara a nosotras. Los tres nos detuvimos y dejamos que los humanos se alejaran—. Tiene que tener razón. Por eso las leyendas nunca tienen sentido. No tiene sentido que lo único que supuestamente tenemos que hacer sea mantenernos alejados de los humanos. ¿Por qué aislar todo un valle solo para eso? ¿Por qué el Cielo no mató a lobos y humanos como había dicho cuando los lobos se juntaron con los humanos? Ya visteis cómo se enfadó Rissa cuando le pregunté por ello. —Temblaba por la excitación—. Nunca le he encontrado el sentido y ahora sé por qué. Los Grandes están intentando ocultarnos algo, a nosotros y a todos los lobos del valle. Creo que la anciana dice la verdad. —Miró por encima del hombro hacia la silueta de BreLan que se alejaba—. Sé que es así.

Nos quedamos los tres en silencio durante un momento pensando en todo lo que había dicho la anciana y observando a los humanos que caminaban delante de nosotros. Pensando en lo que implicaría que la mujer tuviese razón.

—No debemos decir nada de esto a la manada —dijo Marra—. No hasta que sepamos más.

—No —repetí yo—; no debemos.

—Te ayudaremos a escabullirte de la manada para ir a la Charla —dijo Ázzuen.

—Y tú puedes contarnos lo que aprendas —continuó Marra—. Entonces podremos decidir qué hacer.

—Sí —dije, incómoda por implicar cada vez más a Marra y Ázzuen en algo que podría ser un problema—. De acuerdo.

TaLi y BreLan habían encontrado una zona de hierba sin nieve y no demasiado mojada. Fuimos despacio a reunirnos con ellos. TaLi se sentó y me alargó los brazos. Tras quitarme de encima la preocupación hasta donde fui capaz me tumbé a su lado, repentinamente deseosa de su contacto.

TaLi apoyó inmediatamente la cabeza sobre mi lomo. Ázzuen y BreLan se quedaron relajados a nuestro lado y Marra se enroscó entre todos. Tlituu, que se había quedado unos minutos con la anciana, planeó por todo el prado hasta posarse a mi lado.

—Me voy —dijo—. Volveré en cuanto pueda. Tenéis que esperarme.

—¿Adónde vas? —pregunté sorprendida. Me había acostumbrado a tener cerca a Tlituu.

—Lejos —dijo—. Fuera del valle. No hagáis tonterías mientras no estoy.

Levantó las alas.

—Espera —protesté.

—Porque tú estés pegada al suelo no tengo que estarlo también yo, lobita —dijo Tlituu, irritado—. Tu falta de alas no es mi problema. Debo irme ya.

Y con eso Tlituu levantó el vuelo y se alejó hacia las montañas. Pronto no fue más que un punto en el cielo y luego ya no lo vi. Suspiré. El sentido común me disuadió de intentar adivinar qué podría estar cociéndose en su cerebro de cuervo. TaLi se recostó más en mí. Me picaban las costillas del lado izquierdo, pero no quise moverme por miedo a molestarla. Me gustaba notar su calidez contra mí; me gustaba sentir los latidos de su corazón y su respiración.

—Por eso cruzo el río. Loba. Miluna —dijo TaLi usando tímidamente su nuevo nombre para mí. Se acercaba tanto al verdadero significado de mi nombre que me gustaba.

—Algunas veces me da miedo cruzarlo —admitió—, pero tengo que hacerlo. Mi abuela ya es demasiado vieja para cruzar. Y es la krianan, la líder espiritual de nuestra tribu, y yo tendré que ocupar su lugar cuando sea mayor. —Toqué cariñosamente a TaLi con la nariz. A muchos de nosotros nos daba miedo cruzar el río, pero un cazador debe ir allí donde estén las presas. Admiraba a TaLi por vencer su miedo para cumplir con su deber.

—Yo debería estar viviendo con ella —me confió—, pero HuLin, el jefe de nuestra tribu, no quiere que vaya a verla. Dice que es estúpida y no entiende cómo tenemos que vivir ahora. Los krianan solían vivir con la tribu, pero los jefes ya no quieren tenerlos cerca. Dicen que los krianan no los dejan cazar lo suficiente.

BreLan se había levantado cuando TaLi comenzó a hablar y estaba paseando intranquilo utilizando su palo afilado como tercera pierna. Irritado, golpeó el suelo con su extremo romo.

—Amenaza el poder de HuLin —dijo—. Mi padre me lo dijo después del último Consejo tribal.

Recordé que BreLan vivía con una tribu distinta de la de TaLi, una que estaba al oeste de nuestro territorio. Era un viaje de medio día para un humano pero lo hacía siempre que podía. Quería que TaLi fuese su pareja. Pero TaLi me había dicho que el jefe quería que fuese la pareja de su hijo. Probablemente esa era la causa del inquieto pasear de BreLan. TaLi lo cogió cuando pasó a nuestro lado y tiró de él para tumbarlo a nuestro lado. Ázzuen se echó junto a las piernas dobladas del joven y BreLan lo acarició. Yo sentí cómo el corazón del humano se calmaba al acariciar a Ázzuen. Entonces el turno de pasear nerviosamente pasó a Marra, que estaba celosa de nuestro contacto con los humanos.

—No fue una casualidad que la enviase a vivir al otro lado del río, TaLi —dijo BreLan—. No quiere que aprendas lo que ella sabe. No quiere que te reúnas con los lobos krianan como ella.

—Ya lo sé —dijo TaLi—. Pero no sé cómo actuar. Al viejo KanLin no le importaba que ella estuviese con la tribu.

—Entonces ella era más joven —dijo BreLan—, menos poderosa. Y KanLin estaba más seguro de sí mismo que HuLin.

—HuLin es nuestro nuevo jefe, Miluna —dijo TaLi—. No soporta que mi abuela le diga lo que tiene que hacer, en especial cuando le dice que tiene que dejar de matar todo lo que encuentra. Le dijo que tenía que respetar a las otras criaturas y él le respondió que estaba haciendo daño a la tribu y la envió a vivir al otro lado del río. Dijo que si a ella le gustaba pasar tanto tiempo con los lobos debía irse a vivir con ellos.

TaLi hablaba deprisa, casi sin respirar, como si las palabras tuvieran prisa por salir de ella.

—¿Qué vas a hacer cuando te prohíba verla y te prohíba participar en las Charlas? —preguntó BreLan.

Quería preguntar más acerca de las Charlas y mi incapacidad de comunicarme con los humanos me hizo gemir de frustración.

—No lo sé —dijo TaLi con la voz cargada de ansiedad—. Él quiere que sea su hijo el krianan, y no yo. —BreLan se puso rígido con la mención del hijo del jefe—. He estado mintiéndole. Le digo que voy a buscar hierbas o pieles de animales pequeños y me voy a ver a mi abuela.

Me agité intranquila intentando encontrar la forma de hacer preguntas a TaLi.

—Se nos enseña que, menos los humanos, todas las criaturas son estúpidas y malas, Miluna —dijo ella—. Animales como tú y los osos y los leones son vistos como malvados. Se solía pensar en ellos con respeto y admiración. Y a los que pastan en la llanura o comen plantas en el bosque los ven como casi desprovistos de vida. Se nos dice que los humanos deben tener poder sobre todos ellos porque ninguna otra criatura ha encendido fuego ni construido herramientas ni grandes estructuras. Pero antes no era así. Como krianan, mi abuela recuerda las tradiciones antiguas. Su cometido es asegurar que sigamos los caminos de la Naturaleza, los caminos del mundo. Pero ahora los jefes de nuestro pueblo no quieren que nadie les diga que no pueden poseer lo que quieran.

—Y muchos de los nuestros ya no quieren desplazarse con los cambios de estación —dijo BreLan, pasando con aire ensimismado los dedos por el pelo de Ázzuen, cada vez más espeso con la llegada del invierno—. Mi tío pregunta por qué tienen que moverse después de pasar tanto tiempo construyendo refugios. Dice que si los krianan les dejaran cazar todo lo que quieren no tendrían que desplazarse tanto, porque podrían quedarse más tiempo en un sitio, construir más refugios y llegar a ser más poderosos que cualquier otra tribu. Entonces todas las presas del valle, y de más allá, nos pertenecerían.

Eso me preocupó. Yo seguía sin entender qué era lo que hacía creer a los humanos que eran tan diferentes del resto de nosotros. Yo no podía decir que nos importaran mucho las vidas de las presas y tenía que dar la razón al tío de BreLan en que pertenecían a quien pudiese cazarlas. Pero sabíamos que estaban vivas. Nosotros necesitábamos cubiles para nuestras crías, pero ¿quién quiere vivir siempre en un cubil? Por eso tenemos pelo y la fortaleza necesaria para viajar.

—Quizá los humanos tengan que compensar su falta de pelo y sus pequeños dientes —dijo Marra, que parecía tan confusa como yo me sentía. Por fin había dejado de moverse y se había echado a unos pasos de nosotros en una zona de tierra relativamente seca.

—Cuanto más tienen más quieren —dijo Ázzuen—. Pero no entiendo por qué no hacen caso a sus krianan. Ruuqo no siempre está de acuerdo con los Grandes pero aun así los obedece.

No tenía respuesta para mis compañeros y no podía consolar a TaLi, que había hundido la cara en el pelo de mi lomo. Yo sabía que uno lucha por su posición en la manada. Sabía que uno honra a la Luna, al Sol y a la vida que nos ha dado la Tierra. Sabía que uno sigue las reglas de la caza, cuida de sus compañeros de manada y defiende su territorio. Pero no sabía cómo ayudar a TaLi. No sabía qué hacer con el reto del que había hablado su abuela. Lo único que era capaz de hacer era recostarme en ella y ofrecerle todo el consuelo que podía.

Marra gruñó en voz baja cuando la brisa trajo el olor de un nuevo humano, y los tres levantamos la cabeza tensos en previsión de un combate.

—¿Qué pasa, Miluna? —preguntó TaLi, incorporándose al notar la tensión de mi cuerpo.

El humano olía como BreLan pero un poco distinto. Tenía que estar emparentado con él. Pero después de lo que BreLan había dicho de la gente de su tribu eso no implicaba que fuera amigo. Me levanté, y también mis compañeros. Esperamos.

Un humano joven se aproximaba a nosotros caminando por la hierba. BreLan se levantó con la mano apretada sobre su palo afilado. Luego, cuando el otro humano estaba aún lejos, se relajó y alzó la mano con el gesto de saludo que utilizaban los humanos.

—Has tardado en encontrarnos —gritó.

—Bueno, ¿qué puedes esperar si os dedicáis a tumbaros en la hierba como conejos? —gritó en respuesta el otro humano.

El joven se detuvo al ver que Ázzuen, Marra y yo estábamos cerca. Pero no levantó su palo.

—¿Son estos los lobos? —preguntó cuando llegó hasta nosotros. BreLan debía de haberle hablado de nosotros—. Dudé de ti, hermano, pero es verdad. Están con vosotros. —Nos miró con asombro y solo un poco de temor.

—O nosotros con ellos —dijo TaLi sonriendo.

—¿Y cazáis con ellos?

—Hasta ahora solo cosas pequeñas —respondió BreLan—. Pero ahora, con tres de nosotros, quizá podríamos cazar animales más grandes —dijo con ilusión.

Me sorprendió oírle repetir mi idea de cazar presas grandes. Observé al joven humano. No me pareció suficientemente grande para cazar mucho. TaLi advirtió mi evaluación.

—MikLan es el hermano pequeño de BreLan —me explicó—. Ven a conocer a Miluna —dijo al joven.

Pero los ojos de MikLan estaban fijos en Marra, que se iba acercando a él poco a poco como atraída por el olor de una presa. Había observado cómo nos relacionábamos Ázzuen y yo con nuestros humanos y se echó en actitud de sumisión. Casi no respiraba de lo concentrada que estaba en el chico. Era más joven que BreLan, incluso más joven que TaLi, que aún era una niña, y también era menos suspicaz que su hermano. Una gran sonrisa nació en su cara y puso la mano sobre la cabeza de Marra. Yo solté un gemido porque ese gesto es un signo de dominación entre nosotros, pero no pareció que a Marra le importase. Un instante después los dos estaban revolcándose por la tierra, Marra gruñía encantada y MikLan se ahogaba de la risa.

Pararon de jugar y se tumbaron juntos a descansar. La cola de Marra golpeaba el suelo y su cabeza estaba apoyada en las piernas extendidas de MikLan. Me miró con orgullo. Ázzuen se enroscó con BreLan cerca de ellos. Chica pasaba los dedos por mi pelo. Todos parecíamos cansados, por nuestro encuentro con la anciana y por todas las cosas complicadas que había dicho. Pero sentados juntos los seis estábamos cómodos mientras el día comenzaba a dejar paso a la noche.

Y a pesar de todo yo estaba preocupada. Porque ¿cómo era posible que sintiese que había encontrado mi lugar y al mismo tiempo que mi mundo se acababa? ¿Que estaba completa por primera vez y también que algo me empujaba a alejarme? ¿Y cómo se suponía que íbamos a resolver la paradoja de que había hablado la vieja krianan si lo único que podíamos hacer era seguir con nuestra manada y mantenernos apartados de los humanos? Era demasiado para pensar en ello e intenté sacarlo de mi mente y recibir todo el calor y el consuelo que pudiese de la carne de la chica humana.