Frené el paso cuando oí a Trevegg gritar mi nombre. Yo no quería parar, pero era un anciano y siempre era amable conmigo. Le debía respeto. Me sorprendió oírlo respirar con esfuerzo cuando me alcanzó. Estaba bien poco antes, durante la caza de la cervallona, y yo no había tenido tiempo de alejarme mucho cuando me llamó.
—Los jóvenes corréis demasiado —protestó de buen humor. Sentí una punzada de tristeza al ver su cara canosa y sus dientes gastados. No sabía qué iba a ser de mí cuando él no estuviera ya en la manada.
—Tengo que irme —dije—. No puedo quedarme ahí mientras se comen mi cervallona.
—Lo sé —dijo con amabilidad—. Por eso he venido a buscarte. Es probable que Ruuqo nunca vaya a dejarte cazar, y si eso es así tendrás que estar preparada.
—¿Por qué? —Me abandonó la furia y la desesperanza ocupó su lugar—. ¿Cree que tengo la culpa de la desaparición de Borrla? ¿Cree que traigo mala suerte? —No quería traicionar la confianza de Ylinn, pero tenía que saberlo.
—No está seguro —respondió Trevegg mirándome con sorpresa. Yo agradecí que no me preguntara cómo sabía lo de la mala suerte—. Pero no quiere arriesgarse.
—No espero que me permita quedarme con la manada más allá del invierno, pero ¿por qué no me deja cazar? ¿Por qué no me da la oportunidad de llegar a ser una loba?
—Si tienes éxito en la caza y pasas el invierno no tendrá más remedio que concederte la romma. Si lo hace y tú traes mala suerte llevarás el olor de Río Rápido adonde lleves tu mala suerte. Dará una mala imagen de él y de su manada. Preferiría dejarte ir sin la marca de Río Rápido. —Suspiró—. Y más que eso: te has hecho fuerte. Eres la lobata más fuerte de la manada y Ázzuen y Marra te siguen. Los otros podrían presionar a Ruuqo para que te deje quedarte en la manada después de los viajes de invierno y él no quiere que eso suceda. Sería mejor para ti que no fueras tan fuerte.
Me tocó un carrillo con la nariz.
—Tengo que volver con la manada. Haces bien en alejarte un rato. Deberías pensar en qué vas a hacer con tu vida si estoy en lo cierto.
—Gracias —dije. Esperé hasta que Trevegg iba camino de la llanura y luego fui hacia los humanos.
Me quedé en la roca de observación próxima al río. Olía a un cuón que había estado allí antes que yo. Salté sobre la roca y cubrí el olor del cuón con el mío. Me senté un momento pensando en las palabras de Trevegg. ¿Cómo podría llegar a ser una loba sin la aprobación de Ruuqo? Inspiré profundamente el aire con olor a abedules y endrinos. Entorné los ojos y escuché cómo corría por la roca un lagarto, los gorriones que discutían detrás de mí, el viento en los árboles. Entonces percibí un olor familiar cada vez más próximo y oí un roce en la dirección de la Gran Llanura. Mi furia se reavivó. Ázzuen me estaba siguiendo. Me erguí sobre la roca para esperarlo mirando desde arriba los arbustos de los cuales tenía que salir. Lo oí corriendo veloz y luego sus pasos se hicieron lentos al acercarse a mí, dudó al advertir que yo me había detenido y luego continuó más deprisa. Yo seguía encima de la roca cuando el arbusto se abrió y emergió de él la cabeza de Ázzuen y luego el resto. Habló antes de que pudiese morderlo.
—Voy contigo.
—No voy a ninguna parte —repliqué.
—Vas con los humanos —dijo—, y voy contigo.
Estaba furiosa. El dolor y la ira porque Ruuqo no me había dejado cazar hicieron erupción en mi interior y ronqué a Ázzuen. No era justo que todo lo que él tenía que hacer para pertenecer a la manada fuese ir tirando de cualquier manera.
—¿Por qué no vuelves y comes de la cervallona? —le espeté—. Puedes aprovechar tu posición.
Esperaba que se arrugase y bajara las orejas, que se sintiese dolido, y una parte de mi ser se avergonzó. Ázzuen confiaba en mí y me seguía, y para mí resultaba fácil herir sus sentimientos. Pero necesitaba que se marchase. Me sorprendió cuando en lugar de acobardarse por mis palabras se limitó a sentarse y mirarme.
—Los humanos son míos, Ázzuen. —Podía oír en mi voz cómo crecía mi frustración—. Tú habrías dejado que la chica humana se ahogase. ¿No se te ocurre algo que hacer por tu cuenta? ¡Déjame en paz!
Ázzuen saltó a mi roca. No me estaba desafiando, pero tampoco cedía. Había en él una serenidad y una seguridad que nunca había visto.
—Voy contigo, Kaala, o no vas. Solo tengo que aullar y tendrás aquí a Ruuqo para impedírtelo. He visto lo que hacía Ruuqo y no ha sido justo. Quiero ayudarte. No pienso dejarte ir sola.
Al principio me quedé demasiado conmocionada para hacer otra cosa que mirarlo fijamente. Entonces sentí en mi interior cómo ardía mi furia, me calentaba y me limpiaba. Salté contra Ázzuen, lo hice caer de la roca e intenté sujetarlo contra el suelo. Él no rodó y se rindió como yo esperaba. En lugar de eso, con un profundo gruñido me tiró al suelo. Durante un instante fue él quien me sujetó contra el suelo, colocado sobre mi pecho mirándome desde arriba.
—Estás siendo estúpida y cabezota —dijo—. Puedes pedir ayuda, ¿sabes?
Me revolví furiosa, le mordí la cara y le di un empujón para apartarlo de mí. Lo empujé tan fuerte que cayó contra la roca de observación y luego al suelo. Se levantó de inmediato. Nos quedamos a un cuerpo de distancia gruñéndonos, erizados y enseñando los dientes. Yo estaba horrorizada. Miré a Ázzuen, lo miré de verdad; ya no era un cachorro débil. Era casi tan grande como yo y su pecho comenzaba a ensancharse como el de un lobo adulto. Había ganado fuerza y seguridad mientras yo me dedicaba a escabullirme para ver a los humanos. La vergüenza me hizo bajar las orejas. Yo aún veía a Ázzuen como el pequeño y ruinoso cachorro que había sido muchas lunas atrás. Pero no lo era. Era un lobo joven fuerte y seguro. Y era mi amigo. Yo no había tenido una auténtica pelea de dominación desde mis batallas con Unnan y Borrla cuando éramos cachorros. Ahora sería diferente. Las peleas entre cachorros tienen poca importancia y sus consecuencias no duran mucho. Pero eso cambia cuando pasas las seis lunas de edad. Yo no quería que mi primera auténtica pelea por el dominio fuera con Ázzuen. Al parecer él sentía lo mismo. Cuando habló su tono de voz era amable.
—No quiero pelear contigo, Kaala. Pero no voy a dejar que vayas sola. Además —y aquí sonrió y el pelo de su lomo volvió a su lugar—, ¿por qué tienen que ser solo tuyos?
El alivio también devolvió a su lugar el pelo de mi lomo. No estaba preparada para perder a Ázzuen. El día en que tendríamos que definir nuestras posiciones en la manada estaba más cerca de lo que yo había pensado y después no volveríamos a ser los mismos. Yo siempre había dado por sentado que estaría por encima de Ázzuen. Siempre había fantaseado con ser una líder y ofrecerle generosamente la posición de mi segundo. Tendría que defenderlo de las amenazas de lobos más fuertes, como siempre habían hecho los jefes. Un jefe podía escoger un segundo inteligente aunque no fuera un lobo fuerte. Nunca se me pasó por la cabeza que Ázzuen pudiese ser un luchador por derecho propio. Cuando miré sus ojos brillantes, su pelo saludable y sus fuertes hombros me avergoncé de haber pensado en él como el cachorro eterno. Lo había tratado como a un pelanas y eso era un error.
Ázzuen me miraba expectante.
—Si puedes estar a la altura —dije— puedes venir.
Ázzuen aceptó el reto con un sonoro grito. Partimos echando una carrera a toda velocidad hacia el río. Cuando llegamos saltamos al agua sin detenernos y lo cruzamos nadando velozmente. Llegué a la otra orilla con solo una nariz de ventaja sobre Ázzuen. Paramos para sacudirnos el agua. Ázzuen me miraba con buen humor y yo le di un empujoncito con un hombro y le lamí un carrillo; lo que había visto que Rissa le hacía a Ruuqo. Eso lo dejó parado. Lo dejé plantado con su confusión y fui hacia los humanos; él me siguió después de un momento. Tlituu, que debía de estar observándonos desde los árboles, voló sobre nosotros.
—Aún no ha llegado la época de apareamiento, lobitos —dijo.
Yo me asusté, pero Ázzuen le dedicó una gran sonrisa. Tlituu ladeó la cabeza y me miró.
—Si habéis terminado de intentar cambiar lo que no tiene cambio, tenemos cosas por hacer.
Le habría contestado, pero Ázzuen aceleró el paso como retándome. Olvidadas mi fatiga y mi rabia, eché una carrera con Ázzuen hasta el lugar de los humanos.
Esta vez encontré a Chica a la primera. Durante mi última visita había descubierto que los humanos tenían su lugar de reunión dividido en zonas dedicadas a actividades diferentes. Había un lugar donde preparaban comida, un lugar donde trabajaban con pieles y un lugar donde hacían sus palos afilados. Chica solía estar en un lugar donde hacían cosas con plantas. La encontré allí. Esta vez estaba sentada en el suelo con un montón de juncos del río en su regazo, doblándolos diestramente unos sobre otros con sus ágiles dedos. La nariz de Ázzuen se arrugó cuando recibió todos los olores del lugar de los humanos, y sus orejas se pusieron tan tiesas hacia delante que parecía que quisieran salir volando de su cabeza. Tlituu parecía estar considerando la idea de dar un tirón a una de ellas. Yo lo miré con gesto serio y él me dedicó un inocente guiño de ojos.
Al principio tenía la esperanza de que Ázzuen se aburriese pronto y se fuese, pero estaba tan fascinado por los humanos como yo. De repente me sentí contenta de tenerlo allí conmigo. Contenta de tener alguien con quien compartir la experiencia que no fuese Tlituu. Me volví y restregué la nariz por el carrillo de Ázzuen. Él me miró sorprendido y luego me devolvió la caricia. Tlituu soltó una risa gutural y yo lo ignoré. Mi corazón se sentía cálido y pleno cuando miré a la chica.
—Quédate aquí —dije a Ázzuen—. Y tú también —dije cuando Tlituu levantó las alas para seguirme.
Lanzó un pequeño graznido pero se quedó quieto.
Fui sin hacer ruido hasta el límite del lugar, cerca de donde estaba sentada Chica, y llamé su atención con un gemido en voz baja. Había ruido y sus oídos no eran tan buenos como los de un lobo, pero me oyó. Levantó la vista de los juncos y me vio. Dejó a un lado su labor, restregó las manos por la piel que llevaba enrollada a su cintura y vino hacia mí. Yo no podía creerlo. Cuando llegó al límite del lugar miró por encima del hombro y luego se adentró en los árboles.
—Hola, Loba —dijo en voz baja—. Has vuelto.
Comencé a dar saltos de bienvenida como habría hecho con un compañero de manada, pero ella se apartó otra vez asustada de mí. Luego se me acercó como se acercaría un lobo a otro desconocido: despacio y con precaución. Sus ollares estaban dilatados y mantenía los brazos cerrados alrededor de su cuerpo. La miré. La había entendido cuando habló, así que era posible que ella me entendiese.
—¿Quieres cazar conmigo? —pregunté.
No estaba verdaderamente segura de ser capaz de cazar algo más que presas pequeñas, pero quizá a ella no le importaría. Ella frunció la cara y se apretó una mano contra la cabeza como si le doliera. Volví a intentarlo.
—Al otro lado del río hay un buen nido de ratones. ¿Quieres venir? —Entonces recordé que debía de tener miedo de cruzar el río después de casi haberse ahogado—. O a algún otro sitio si lo prefieres.
Se limitó a mirarme fijamente durante un momento y luego alargó una mano y me tocó suavemente un hombro.
—¿Qué quieres, Loba? —preguntó.
No me entendía. Yo no sabía por qué, ya que a mí no me costaba entender su lengua. Cada clase de criatura tiene su propia lengua. Pero la mayoría de las lenguas son suficientemente parecidas para que si abrimos nuestra mente podamos conversar con casi cualquier criatura. Podemos hablar con más facilidad con aquellos que nos resultan próximos de alguna manera. Los lobos y los cuervos cazan juntos y por eso podemos comunicarnos con ellos sin esfuerzo. Y hablamos fácilmente con la mayoría de los cazadores, aunque algunos de ellos tienen un habla tan poco articulada que resulta incomprensible. Cuando hablamos con presas o rivales hablamos en lobo y ellos hablan en su propia lengua, y los entendemos sobradamente para nuestras necesidades. Entonces, ¿por qué no podía entenderme Chica? Gemí por la frustración.
—¿Tienes hambre? —preguntó.
Metió la mano en una bolsa que había atada a un trozo de piel que rodeaba su cintura y sacó un trozo de carne. Me lo dio y yo me lo tragué entero. Era carne asada. A diferencia de la carne que había robado Ylinn, estaba seca y correosa, como la carne que había visto llevar a Tlituu. Carne vieja pero sin el gusto dulce a descomposición de la carne que ha pasado varios días sobre un cadáver. Una vez me comí una rana muerta que había pasado varios días al sol sin que nadie la encontrara. Tenía un gusto parecido. Pero esta carne también sabía a fuego. Era lo mejor que había comido. Los arbustos que había detrás de mí lloriquearon indignados. Dirigí una mirada severa hacia el lugar donde estaba agazapado Ázzuen al darme cuenta de que debía de haberme seguido desde el lugar de observación, y volví a la chica, con la boca hecha agua por el sabor de la carne del fuego. Quería más. Quería meter la nariz en su bolsa y sacar el resto, pero recordé mi buena educación. Aún no había conseguido hacerme entender, pero ella parecía menos asustada de mí.
Decidí correr un gran riesgo, la cogí con la boca por una muñeca y tiré suavemente haciéndole una pregunta con la mirada. Sus ojos se abrieron mucho cuando mis dientes tocaron su piel, pero luego me permitió tirar de ella hacia el interior del bosque.
—Espera —dijo.
Corrió hasta el lugar de los humanos y volvió llevando un pedazo de piel de ciervo doblado colgado de un hombro y, para mi sorpresa, uno de los palos afilados que llevaban los humanos. De cerca pude ver que lo afilado no era el propio palo sino una piedra bastante oscura que estaba sujeta a su extremo. Brillaba bajo el sol y parecía tan afilada como los dientes de un lobo. Ella lo sostenía con seguridad, como si estuviese acostumbrada.
Esta vez Chica me siguió cuando me interné entre los árboles con su cálida mano apoyada en mi lomo. En cuanto nos hubimos alejado algunos cuerpos de su lugar de reunión, Ázzuen se dejó ver con cautela.
La mano de Chica se agarró a mi pelo y la oí tragar rápidamente varias veces. Yo me aparté de ella para saludar a Ázzuen y demostrarle que era amigo.
—Recuerda que nos tiene miedo —le dije—. De momento no te acerques demasiado.
Ázzuen bajó la cabeza sin apartar la vista de Chica. Tlituu se posó junto a nosotros.
—Te recuerdo —dijo ella al pájaro—. Tú eres el cuervo amigo de Loba.
Tlituu se atusó el plumaje. Chica se relajó un poco y volvió a mirar a Ázzuen.
—Podríamos llevarla al lugar de los ratones —dijo él.
Me alegró su sugerencia. Él había encontrado el sitio y no compartimos los buenos lugares de caza con cualquiera. Le estaba agradecida por haberlo ofrecido sin que yo se lo pidiera. Pensé en ello. Si ella tenía miedo de cruzar el río yo podría ayudarla. Asentí y me puse al frente de la marcha. La llevé hacía una parte del río ancha pero mansa. Debería haberla llevado al Paso del Árbol, pero pensé que debía de quedar demasiado lejos para que caminase hasta allí.
—Espera Loba —dijo cuando se dio cuenta de que íbamos hacia el río—. Por aquí.
Chica tiró de mi pelo y yo dejé que guiase la marcha. Comenzó a caminar río abajo y eso me preocupó, porque allí la corriente era más fuerte. Se detuvo en un lugar donde cubría poco pero el agua iba muy rápida. Descubrí por qué le gustaba ese paso. La ribera era llana y amplia y no caía bruscamente hasta el río, pero el agua iba muy deprisa. Saltó a una roca en medio del río. Yo gemí por la preocupación. Ella me miró por encima del hombro.
—No siempre soy tan patosa que me caigo al agua —dijo.
Sorprendida de que interpretase correctamente mi preocupación, bajé un poco las orejas pidiendo disculpas. Ella rió con un resoplido y metió un pie en el río.
—Hago esto todo el tiempo —dijo balanceándose sobre un pie en la roca—. Mi abuela vive al otro lado, así que estoy acostumbrada a cruzar. Ella dice que yo debería aprender a nadar, pero no estoy segura de ser capaz.
Chica pasó a otra piedra, luego a otra y luego saltó a un tronco medio hundido. De piedra en piedra, alguna de las cuales no pude ver, cruzó el río. La última piedra estaba a un cuerpo de distancia de la orilla, pero saltó sin dificultad y aterrizó en la fangosa ribera. Su forma de cruzar me puso nerviosa, pero ella parecía bastante segura. Ázzuen y yo la seguimos y luego la llevamos al lugar de los ratones.
Los ratones pueden ser listos. Si te acercas sigilosamente y corres, como se hace con las presas grandes, de inmediato encuentran un lugar donde esconderse. Así que los atacas desde arriba, como un pájaro, para poder sorprenderlos. Me aseguré de que Chica estuviese observando, por si no sabía cómo se cazan los ratones, y luego elegí un ratón que estaba agazapado entre la alta hierba olfateando el aire. Sabía que había cazadores cerca pero no desde qué dirección íbamos a llegar. Así es como consigues atrapar a los ratones; ellos saben que estás cerca pero no siempre saben qué hacer. Me acerqué sigilosamente. Coloqué mis patas traseras muy cerca de las delanteras y me agaché con los músculos tensos. El ratón estaba totalmente inmóvil porque sabía que si corría podría correr hacia mí. Me levanté sobre las patas traseras, salté hacia arriba y aterricé con el ratón atrapado entre mis zarpas. Antes de que pudiese revolverse mis dientes se cerraron sobre él.
Oí un sonido extraño que venía de Chica. Al principio creí que estaba molesta, incluso herida, porque boqueaba y hacía sonidos como de llanto. Corrí hasta ella para ver qué le sucedía y los ruidos se hicieron más fuertes. Miré a Ázzuen. Estaba tan perplejo como yo.
—Se está riendo de ti, mema —explicó Tlituu—. Te encuentra divertida.
Tenía razón. Pero a diferencia de la risa breve y ahogada que había oído antes a Chica, esta risa era sonora y no paraba. Se sentó en el suelo gritándome. Yo me enfadé y me fui otra vez a cazar ratones. Al parecer tenía aún mucho que aprender de los humanos.
Ázzuen y yo cazamos ratones con resultado irregular. Una vez, cuando yo estaba a punto de saltar sobre uno, Tlituu bajó en picado y me lo robó. Ignoró mi gruñido y se fue volando con el ratón entre alegres graznidos. Yo seguía esperando que Chica se uniese a nosotros, pero ella siguió sentada, ahora en silencio, observando. De vez en cuanto reía un poco.
—¿Va a cazar o no? —preguntó Ázzuen.
—No lo sé —contesté—. No parece que quiera.
—Entonces, ¿para qué ha traído el palo?
Oímos escarbar. De una mata de helianto emergió un conejo gordo que se quedó parado a cuatro cuerpos de distancia. Nosotros también nos quedamos inmóviles. Un conejo era una comida mucho mejor que un ratón. Por el rabillo del ojo vi que Chica se había levantado y estaba de pie con el palo en la mano. Todos seguíamos completamente inmóviles. Los conejos pueden ser presas más difíciles que los ratones. Son más rápidos que un lobo en distancias cortas y hay que ser hábil para atrapar uno. El primer impulso es el más importante, porque ahí es donde consigues la ventaja. Ázzuen y yo estábamos más o menos a la misma distancia del conejo. Él me guiñó un ojo. Me dejaba saltar primero. Me senté y me preparé para saltar. Pero tuve un pequeño temblor y el conejo salió corriendo. Maldiciéndome, desplacé mi peso para cambiar la dirección del salto, pero antes de que pudiese moverme Chica saltó sobre la hierba y, utilizando su largo palo para llegar más lejos, clavó su punta en el conejo justo cuando empezaba a saltar hacia ella. El conejo se agitaba en el extremo del palo, y ella lo cogió por la cabeza y la torció para romperle el cuello.
Yo miré con asombro a Chica. Era hermosa cuando cazaba.
—¡Gracias por la ayuda, Loba! —dijo enseñando los dientes con la mayor sonrisa que yo le había visto.
Me quedé boquiabierta al darme cuenta de que tenía razón. Habíamos atrapado el conejo entre las dos. Y si podíamos cazar un conejo quizá podríamos cazar también otras cosas. Tal vez si yo no conseguía aprender a cazar con mi manada podría hacerlo con Chica. Podía verlo claramente en mi mente. Yo perseguiría una gran presa y la dirigiría hacia Chica. Juntas, la mataríamos. Entonces yo podría enseñar a la manada que era una cazadora y tendrían que hacerme loba. Estaba mareada por la emoción y el alivio. Sabía que podría conseguir que funcionase. El sonido que salió de mi interior cuando me levanté sobre las patas traseras y planté las zarpas sobre los hombros de Chica para lamerle la cara solo podría ser descrito como un chillido.
—¡Para, Loba! —dijo atragantándose con la risa—. Harás que se me caiga el conejo.
—¡Haz que suelte el conejo! —dijo Ázzuen también riendo—. Todavía tengo hambre. —No había apartado los ojos del conejo desde que Chica lo había matado. Volví a bajar las patas al suelo jadeando de alegría. Ázzuen y yo nos quedamos expectantes mirando a Chica por nuestra parte del conejo.
En lugar de eso, ella metió la mano en la bolsa que llevaba alrededor de la cintura y sacó varias tiras largas de carne de antílope seca. Mis orejas se pusieron tan tiesas que me dolió el cráneo.
—Quiero llevar el conejo a mi abuela —dijo con timidez—. Necesita carne fresca y ya no es capaz de cazar.
Nos dio a cada uno una gran tira de carne, clavamos los dientes en el correoso manjar con sabor a fuego y nos deleitamos con su aroma y su textura. Ya podría dedicarme a cazar conejos en otro momento. Estaba más que feliz con la carne del fuego.
—Es la mejor comida del mundo —dijo Ázzuen asombrado oliendo la bolsa de Chica.
Yo esperaba que Chica se comiera al menos una parte del conejo, pero no lo hizo. Era verdad que pensaba llevárselo entero a su abuela. Chica metió el conejo en la piel de ciervo doblada que llevaba colgada del hombro. No cayó, como yo creía, sino que se mantuvo dentro. Olfateé la piel intentando averiguar cómo lo había conseguido. Ella se rió de mí.
—Ese conejo es mío, loba. Deja mi zurrón. Ya has comido carne seca y unos cuantos ratones.
—Nunca te robaría —dije, dolida, olvidando por un momento que no podía entenderme.
—Yo sí —graznó Tlituu mirando un pequeño trozo de carne del fuego que Ázzuen había dejado caer. Ázzuen le gruñó.
Aún dolida, miré a Chica. Entonces vi sus ojos guiñados igual que cuando reía. No era verdad que pensara que estaba intentando robarle. ¡Era una broma! Con un ladrido de alegría, corrí tras ella. Cogí el zurrón, como ella lo llamaba, con los dientes, tiré de él y casi la hice caer hacia atrás. Ella dio un respingo de sorpresa, se volvió y tiró también, riendo. Se afianzó y dio un gran tirón que me desplazó hacia delante. Ázzuen dio un chillido de sorpresa. Tlituu se lanzó a por mi cola. Yo tiré fuerte del zurrón. No quería hacerle daño, pero quería ese zurrón. Ninguna de nosotras había terminado de desarrollarse, pero yo tenía más músculo. Tiré muy fuerte, pero no demasiado, y la arrastré hacia delante. De pronto ella gritó como una lechuza y soltó el saco. Yo caí hacia delante y me salvé por poco de aterrizar de morros. Abrí la boca, sorprendida, y entonces ella recuperó su zurrón y lo sostuvo por encima de su cabeza. Luego, sin dejar de gritar, salió corriendo de vuelta hacia el río.
Yo salí tras ella con Ázzuen pegado a mi cola. Chica tomó un camino ancho y descubierto que me puso un poco nerviosa, pero la seguí. Cuando llegamos al río se paró de golpe. Yo paré rápidamente para evitar chocar contra ella, y Ázzuen dio varios traspiés en el barro detrás de mí. Tlituu planeaba sobre nuestras cabezas en círculos observándonos con curiosidad.
Cuando noté el olor de un humano desconocido dudé y me escondí en un espeso enebro. Ázzuen fue a ocultarse tras un abedul. Chica lanzó un grito de alegría. Corrió impetuosamente y se lanzó hacia un macho alto y delgado. Él la cogió en brazos.
—¡Te estaba buscando! —dijo ella.
—Me alegro de que me hayas encontrado —contestó él acariciando el pelo de su cabeza.
Era tan alto como un macho adulto pero más flaco, más parecido a un lobo de un año. Su pelo era más claro que el de Chica pero no tan claro como el de Rissa. Se saludaron como saludaría un lobo a un compañero de manada a quien no ha visto en mucho tiempo. Y, me sorprendí al darme cuenta, se saludaron como una pareja. Yo había pensado que Chica no tenía aún edad suficiente. Una burbuja de celos se hinchó en mi interior.
—Me ha costado salir —dijo ella al chico—. Ahora padre me vigila todo el tiempo. —Frunció la cara—. No quiere que vuelva a salir sola.
De pronto el joven se quedó completamente quieto mirándome fijamente.
—TaLi —susurró—. ¿Qué hay en esos arbustos?
Ella se volvió y me sonrió.
—Es Loba —dijo—. Ven, Loba.
Salí con precaución para saludar al joven macho. Cuando me vio abrió mucho los ojos y el palo afilado que llevaba se levantó un poco. Estaba segura de que actuaba así por miedo, no por agresividad, y no le gruñí. Hice cuanto pude por no asustarlo. Chica no lo dudó. Le apartó el palo con un golpe.
—¡BreLan! ¿Qué haces? Es mi amiga.
—Sabes que se supone que tienes que mantenerte alejada de ellos, TaLi. Ya sabes lo que dijo HuLin.
Tlituu se posó cerca de nosotros. Los humanos ni lo vieron. Nunca habría deseado ser otra cosa que no fuera una loba, pero a veces envidiaba a los cuervos su capacidad de pasar inadvertidos.
En los hombros de Chica se traslució una actitud testaruda.
—HuLin es un idiota. No todos los lobos son peligrosos. No puedes negar lo que soy, BreLan.
Yo intentaba imaginar a qué podía referirse con eso, pero Ázzuen escogió ese momento para salir lentamente de detrás del abedul. Le habría gruñido si no hubiera pensado que asustaría más a los humanos. Fue terriblemente inoportuno.
El chico se quedó totalmente quieto y tragó rápidamente varias veces. Ázzuen abrió la boca, dejó la lengua colgando y se echó en posición de juego. Los ojos del joven se dilataron por la sorpresa, pero dejó caer su palo. Ázzuen podía resultar muy atractivo cuando quería. Chica vino a mi lado. El joven macho, BreLan, como lo había llamado Chica, alargó el brazo y colocó su gran mano sobre la cabeza de Ázzuen. Ázzuen le lamió la mano y la boca del chico se abrió con la versión humana de una sonrisa.
—No parece peligroso —dijo con el asombro reflejado en su voz. Pasó la mano por el lomo de Ázzuen. Ázzuen rodó de lado y le presentó el vientre, como habría hecho con un lobo dominante.
—¿Qué haces? —le susurré—. No es un lobo jefe.
—Pero tengo que decirle que lo es —dijo Ázzuen extasiado— para que no me odie.
—Tiene razón —dijo Tlituu—. Un lobo no debe adoptar una posición de dominio con un humano si quiere calmar su temor.
Miré estupefacta cómo Ázzuen se ganaba al macho humano. Solo tardaron unos instantes en estar sentados acariciándose mutuamente.
—Ya puedes salir —dijo Tlituu.
Marra salió silenciosamente de los arbustos. Yo me sacudí. Tenía que dejar de estar tan absorta en los humanos que me impidiese oler a mi propia compañera de manada. Podría haber caído sobre mí una familia de osos sin que yo me hubiese enterado.
—¡Son muy parecidos a los lobos! —dijo Marra, y en su voz se notaba que estaba maravillada—. No son Extraños.
—No —dije—. No lo son. Pero aun así nos están prohibidos.
No estaba segura de querer que Marra y Ázzuen conocieran mi plan de cazar con Chica.
—Sí —dijo ella—. Ese es el problema, ¿no? Pero de todos modos me gustaría tener uno para mí. Quizá si los seguimos nos llevarán hasta otros a quienes les gustemos como a ellos.
—Yo creo que con dejar que dos de ellos nos conozcan ya es bastante —dije yo, nerviosa—. Quizá la próxima vez.
—Vale —dijo Marra desilusionada—. La próxima vez.
La miré, sorprendida por su aceptación.
—Tenemos que irnos, TaLi —dijo el chico separándose por fin de Ázzuen con esfuerzo evidente—. Nos echarán en falta sí estamos fuera demasiado rato, y quiero estar más tiempo contigo.
Chica asintió.
—Adiós, Loba —me dijo.
BreLan rodeó con uno de sus largos brazos a mi chica y la apretó contra sí. Caminaron juntos siguiendo el río. BreLan miró a Ázzuen por encima del hombro cuando se alejaban. Los ojos de Ázzuen relucieron y Marra se quedó mirando a los humanos con deseo. Yo sabía que no me dejarían cazar sola con Chica. Sabía que estaban tan cautivados como yo. Sentí una punzada de celos que me asustó. Y, viendo con cuánto interés miraban mis compañeros a los humanos, comencé a preguntarme en qué clase de problema había conseguido que nos metiéramos todos.