XI

La manada no consiguió capturas esa noche, pero un cuarto de luna más tarde nos despertó el bramido de un cervallón. Era un sonido extraño, a medio camino entre el aullido de un lobo y el gemido de un caballo moribundo, y perforaba la noche.

Rissa levantó la cabeza y olfateó.

—Ya es tiempo de que los lobatos participen en la cacería —dijo.

Mis orejas se irguieron y noté que se me aceleraba el corazón. A mi lado, Marra dio un grito por la emoción. Rissa se había negado a dejarnos participar en la caza durante tanto tiempo que yo estaba segura de que habríamos cumplido el año para cuando pudiésemos perseguir una presa. Ázzuen y los otros tenían seis lunas y a mí me faltaba poco, pero Rissa no nos había dejado acercarnos a presas grandes desde la estampida.

Marra fue la primera en llegar a Rissa y Ázzuen y yo la seguimos de cerca. Saltábamos por la excitación imitando la danza de la caza que tantas veces habíamos visto bailar a los adultos. Unnan se acercó más despacio y su saludo fue más reservado. Rissa nos miró a todos. Éramos casi tan altos como ella y nos estábamos poniendo fuertes. Sonrió y me pareció que era la primera vez desde la muerte de Riil.

—Ha llegado el momento —dijo, casi más para sí misma que para nosotros—. No puedo manteneros en el cubil para siempre. Iremos a la Gran Llanura a cazar el cervallón.

Ruuqo se acercó y le tocó un carrillo con la nariz.

—Están preparados —dijo—. Y los vigilaremos con cuidado. —Nos dirigió una mirada severa—. El cervallón es una presa peligrosa —nos avisó—. Solíamos cazar a sus primos pequeños los ciervos, pero los humanos los han echado del valle. Los cervallones son agresivos y peligrosos. Tenéis que estar atentos. —Sus ojos nos repasaron para asegurarse de que estábamos escuchando. Aulló otra vez y luego nos llevó hacia nuestra primera presa. Ni siquiera sus miradas de enfado podían aplacar nuestra excitación y abandonamos el claro en tropel.

Atravesamos el bosque sobre una mullida alfombra de hojas caídas. Puse todo mi empeño en recordar las instrucciones sobre la caza que habíamos recibido durante las últimas lunas. Pero no conseguía concentrarme. Había estado esperando mi primera cacería desde que era capaz de recordar. Es la caza lo que nos hace lobos. En tiempos remotos el mundo estuvo dividido en cazadores y presas, y a los lobos los hicieron mejores cazadores que cualquier otro. Nuestros pulmones nos dan el aliento y la fuerza para correr al límite durante mucho tiempo. Nuestros dientes están hechos con un trozo de la Estrella del Lobo para que sean afilados y fuertes. Tenemos orejas suficientemente grandes para oír hasta los pensamientos de las presas, ojos adaptados a seguir su movimiento cuando huyen, narices capaces de captar hasta la última partícula del olor de la presa y patas para cruzar el mundo. Pero nada de ello sirve si no tienes la habilidad y el valor necesarios para cazar. Aquella noche íbamos a tener nuestra primera oportunidad de demostrar ese valor y esa habilidad. Nuestro primer intento de cazar era una de las pruebas más importantes que teníamos que pasar. Si cazábamos y sobrevivíamos a nuestros viajes de invierno seríamos lobos completos, y Ruuqo y Rissa celebrarían la ceremonia que haría manifestarse el olor de adulto de Río Rápido que llevábamos en nuestro interior. A partir de ese momento, en cualquier lugar adonde fuésemos seríamos reconocidos como lobos de Río Rápido y como eficaces cazadores. Sabía que no esperaban que matáramos una presa en nuestra primera cacería, pero si podía, si podía demostrar a Rissa y Ruuqo que era una cazadora fuerte, estaría mucho más cerca de pertenecer a la manada, de recibir la romma. Nadie podría poner en cuestión mi aptitud como loba.

No podía creer lo poco que habíamos tardado en llegar a la Gran Llanura. Antes me había parecido una distancia imposible. Apoyé una zarpa y luego la otra sobre la hierba. No había estado allí desde que la habíamos cruzado viniendo del lugar donde estaba nuestro cubil, hacía muchas lunas. Casi esperaba que se me tragara o me hiciera sentir tan débil y desesperada como cuando era una cachorra que intentaba hacer su primer viaje. Pero no fue así. Estaba llena de marcas de olor de Ruuqo y Rissa, dejadas para informar a los otros lobos de que la llanura nos pertenecía. No olía muy diferente de la llanura de Hierbas Altas y de los demás cazaderos que rodeaban nuestras tierras. No era más que otra parte de nuestro territorio. Salvo que ahora estaba cubierta de cervallones.

Hasta donde podíamos divisar a la clara luz de la Luna veíamos sus figuras altas y orgullosas. El aroma de su carne era tan intenso que casi no podía notar los de la hierba que pisaba o de los escarabajos y hormigas que andaban entre mis patas. El calor que irradiaba su gruesa piel calentaba la noche. Eran enormes, mucho más altos que los caballos y bastante más que dos lobos adultos. Tenían cuerpos poderosos, morros chatos y redondeados, y sus largas patas parecían hechas para correr. Pero lo más impresionante, y terrorífico, eran las cornamentas gigantes que coronaban las cabezas de los machos. Eran más anchas que la altura del propio cervallón. No quise ni pensar la fuerza que debía tener el cuello de la bestia para sostener tan enorme cornamenta. Y no quise imaginar lo que haría esa cornamenta a un lobo que se pusiera en su camino.

A nuestra izquierda, cerca de una gran roca con forma de media luna, un gran macho había reunido a su alrededor cerca de un centenar de hembras. En un lugar distante de la llanura había otro macho que tenía la mitad. Hasta donde yo podía oler había grupos de cervallones formados por un macho y muchas hembras. Otros machos, los jóvenes, deambulaban alrededor de los grupos. Y hasta donde podían alcanzar nuestros oídos oíamos a los machos bramar con sonidos roncos y estridentes. Vi que Werrna, Ylinn y Minn habían llegado al llano antes que nosotros y ya estaban moviéndose entre los cervallones. Ruuqo corrió para unirse a ellos.

—Este es un buen momento para la caza del cervallón —dijo Rissa mientras nos llevaba rodeando los rebaños.

Recorrimos los márgenes del llano con paso tranquilo. Era la marcha de carrera, un paso relajado que un lobo puede mantener durante la mayor parte de la noche mientras busca una presa.

—Los cervallones están saludables y fuertes por la buena alimentación del verano —continuó Rissa, mirando por encima del hombro sin dejar de correr—, pero tienen toda su atención puesta en la búsqueda de pareja y eso es bueno para nosotros.

Como dándole la razón, el cervallón macho que estaba más cerca de nosotros levantó la cabeza y bramó para advertir a los otros a enorme distancia que las hembras le pertenecían. Yo casi me caí del susto. Una cosa era mirar aquellas bestias desde lejos y otra enteramente distinta acercarse tanto a ellas.

—Reúnen las hembras con las que quieren aparearse —explicó Trevegg, sin jadear a pesar de que íbamos corriendo. Aunque no cesaba de hablar de lo viejo que era no tenía que esforzarse para mantener el paso de Rissa—. Los machos más fuertes están alerta en esta época y es mejor dejarlos en paz —dijo—. No son presas normales; en realidad atacan a los cazadores. La mayoría de las presas se defienden si tienen que hacerlo, pero a los machos del cervallón les gusta luchar con nosotros. En ésta época del año cazamos hembras. Están reunidas y no pueden ser todas fuertes. También podemos cazar machos jóvenes y viejos que se han desgastado intentando robar una pareja. Son los más débiles de todos.

—A mí ninguno me parece desgastado —dijo Marra, un poco nerviosa.

—También tienen aspecto de ir a defenderse —dijo Ázzuen.

—Esa es una de las cosas con las que debéis tener cuidado —dijo Rissa—. Observad a los otros y ved cómo los ponen a prueba.

Rissa paró de correr y nosotros también; nuestros costados se agitaban, más por excitación y ansiedad que por fatiga. Ázzuen y Marra se apretaron contra mí. Vi que Ruuqo, Werrna y los jóvenes corrían tranquilamente entre las presas. Los cervallones no parecían darse cuenta.

—Es como si el cervallón supiera que aún no vamos de caza en serio —dijo Ázzuen.

—Así es —contestó Rissa—. Una presa que echa a correr cuando nosotros aún no hemos empezado la cacería demuestra su debilidad. De jóvenes aprenden a distinguir cuándo un lobo está preparado para la caza.

—Si no fuera así se cansarían de estar todo el tiempo corriendo —añadió Trevegg.

De repente Ylinn se volvió bruscamente y corrió hacia una hembra; no cargó de verdad contra ella, sino ligeramente desviada de su dirección. La cervallona alzó la cabeza y levantó una pata. Ylinn se desvió un poco más y pasó de largo de la presa, como si esa fuera su intención desde el principio.

—La cervallona nos está indicando que sería difícil cogerla por el cuello —dijo Trevegg. Se rió—. Ylinn debería tenerlo más claro. Esa no está ni de lejos preparada para morir. —Su voz adoptó un tono instructivo—. La selección de la presa es la parte más importante de la caza, chicos. Si no podéis seleccionar una presa moriréis de hambre sin llegar a cazar algo. No importa lo rápidas que sean vuestras patas o lo afilados que sean vuestros dientes; si no utilizáis el cerebro fallaréis. Vuestro cerebro es lo que os hace especiales, lo que os hace grandes cazadores.

Suspiré. Ya habíamos escuchado todo eso antes. Cada vez que los adultos nos habían llevado con ellos para observar la cacería.

—Atended, chicos —dijo Rissa bruscamente pero con tono de diversión. No era la única que se estaba impacientando. Marra estaba gruñendo en tono suficientemente grave para que se la pudiese oír en toda la llanura y Unnan arañaba el suelo—. Observar la caza es una cosa; participar es otra. Cuando estéis corriendo con los cervallones la caza os absorberá tanto que perseguiréis cualquier cosa que se mueva si no os acordáis de seleccionar bien la presa.

Recordé los errores que había cometido la primera vez, cuando intenté cazar caballos. No volvería a cometerlos. Mis orejas se levantaron y me puse muy derecha. Escuché la respiración de una hembra joven que pasó junto a nosotros; era regular y relajada. Intenté ver los ojos de un grupo de cervallones cercano para saber si eran débiles o fuertes, y no pude evitar avanzar un poco arrastrándome sobre el vientre. Ahogué un grito porque me dolían las patas delanteras de todo el tiempo que había pasado agachada observando a los humanos. Una de las cervallonas me vio y me miró directamente. Mi corazón saltó hasta mi garganta y se quedó allí.

«¿Quién eres tú para pensar que soy una presa?», parecía decir mientras me taladraba con su orgullosa mirada. «He pasado muchos años corriendo, tengo muchas crías que sacar adelante. No me hagas enfadar. He pisoteado lobos por menos.» Tuve un pequeño escalofrío. Me recordaba los caballos un momento antes de la estampida.

—Esa no es una presa, jovencita —dijo Rissa riendo—. Presta atención. A veces puedes oler si tienen lombrices, que los mantienen cansados y lentos. Y muchos de los viejos tienen una enfermedad que les deja las articulaciones rígidas. Puedes olerlo y también oírlo.

—Y algunas veces —dijo Ruuqo volviendo para reunirse con nosotros— basta con mirarlos. Se puede saber cuándo una presa está preparada para morir. Deja caer la cabeza o se sobresalta cuando te acercas a ella. Si le das miedo es porque tiene un buen motivo. Si no te tiene miedo también tendrá un motivo.

—Por su postura puedes saber que alguno es fuerte —dijo Ázzuen en voz baja, haciendo una señal con la cabeza hacia la cervallona que me había desafiado—. También puedes observar que su pelo es espeso y brillante.

—Eso es correcto, lobato —dijo Ruuqo, sorprendido—. Eso es lo que tenéis que buscar, chicos.

Ruuqo bajó el morro y tocó la cara de Ázzuen como gesto de aprobación. Yo estaba orgullosa de Ázzuen y contenta de que Ruuqo advirtiera por fin su capacidad. Creo que fue la primera vez que Ruuqo se dio cuenta de que Ázzuen era inteligente. Ázzuen se levantó y lamió a Ruuqo en agradecimiento. Luego se volvió hacia mí.

Yo también le toqué la cara con la nariz, y él me lo agradeció como había hecho con Ruuqo. Marra vino a sentarse junto a nosotros. Ambos mantenían las orejas y la cola un poco más bajas que la mía. Unnan nos miró torvamente y bajó un poco la cola.

Ruuqo me miró con irritación. Su expresión me hizo temer que fuera a morderme. Pero dejó que su vista se pasease por todos nosotros y luego miró otra vez hacia la llanura, donde los otros lobos aún estaban corriendo entre los cervallones. Minn e Ylinn advirtieron su mirada y corrieron hasta nosotros.

—No hay presas fáciles —dijo Minn cuando Ylinn y él se tumbaron a nuestro lado jadeando. Werrna seguía corriendo resueltamente entre las cervallonas—. Tendremos que perseguirlos. —Parecía encantado con la idea.

—Cuando ninguna presa se pone a nuestra disposición tenemos que probar los cervallones haciéndolos correr —dijo Trevegg, y luego lanzó una dentellada a una mosca que se había posado en su hocico canoso—. Con un rebaño de estas proporciones suele ser el mejor método. Esa es una de las razones por las que los jóvenes como Ylinn y Minn son tan importantes para la manada. No saben tanto de estrategia como los viejos —miró muy serio a los dos jóvenes, que en respuesta golpearon el suelo con sus colas—, pero corren deprisa y pueden probar muchas presas antes de cansarse. Esa será vuestra misión si estáis en la manada el año que viene.

Ruuqo se levantó y se estiró.

—Ylinn y Minn perseguirán a los cervallones. Cuando hayan seleccionado una posible presa os uniréis a ellos. Podéis cazar en equipo o por parejas con un adulto. Ambas formas de cazar son útiles y con el tiempo aprenderéis las dos.

—Yo cazaré en pareja —dijo rápidamente Unnan—. No me da miedo cazar solo.

Dudé. Me habría gustado cazar sola, pero aún me sentía un poco culpable por haber ido a los humanos sin Ázzuen y Marra. Los miré. Ellos me devolvieron la mirada sin decir nada.

—Y bien —dijo Ruuqo—. ¿A qué estáis esperando, lobatos?

Ázzuen y Marra aún me miraban expectantes. Yo esperaba que dijesen algo. Marra ladeó la cabeza. Ázzuen sacudió una oreja.

—Nosotros tres cazaremos juntos —dije con un hilo de voz.

Marra se inclinó sobre las patas delanteras y agitó la cola. Ázzuen dio un chillido de alegría. Ruuqo me miró mal por segunda vez, con una expresión entre enfado y confusión. Trevegg intervino antes de que pudiese decir algo.

—Es la lobata dominante, Ruuqo, ¿no te habías dado cuenta? —Parecía disfrutar con el malestar de Ruuqo—. Lo ha sido desde la locura de los caballos. Los otros dos la siguen.

El gruñido de Ruuqo salió tan del fondo de su garganta que más que oírlo lo noté en las patas.

—Muy bien —dijo—. Yo me llevaré a estos tres. Unnan, ve con Trevegg.

Trevegg miró a Ruuqo con los ojos entornados, pero obedeció y se fue hacia los cervallones llevando a Unnan con él.

Ruuqo nos guió a nosotros, tan cerca que casi tocábamos a las bestias. El corazón me saltaba en el pecho. Por fin estábamos cazando. A través del bosque de carne de cervallón vi a Ylinn y Minn probando las presas. Minn cargó contra una cervallona vieja y flacucha, pero la cervallona se mantuvo en su sitio. Minn captó la mirada de Ylinn y los dos jóvenes corrieron juntos hasta el centro del rebaño como habían hecho antes. Pero esta vez su actitud era diferente. Antes habían parecido casi juguetones, pero ahora estaban serios y en sus ojos apareció la mirada del cazador. El rebaño percibió de inmediato la diferencia y empezó a moverse intranquilo. Sin señal alguna que yo pudiese ver, Ylinn y Minn arrancaron a toda velocidad hacia un grupo de cervallonas. Las cervallonas huyeron. Ylinn y Minn las persiguieron y las dispersaron en varias direcciones. Ignoraron el grupo más veloz y persiguieron uno más lento. Cuando ese grupo se dividió en dos persiguieron al más lento de los dos grupos. Los dividieron una y otra vez hasta que solo hubo dos cervallonas corriendo delante de ellos. Una viró hacia la derecha seguida por Ylinn, la otra hacia la izquierda perseguida por Minn. Minn se acercó a su cervallona y por el rabillo del ojo vi a mis compañeros correr hacia ellos desde todas las direcciones. Rissa y Werrna fueron las primeras en llegar, y entonces Ylinn dejó de perseguir a su cervallona para unirse al grupo. Con un chillido de júbilo, Marra salió disparada tras la cervallona; sus patas parecían difuminarse cuando alcanzó a los lobos mayores. En el mismo momento vi a Trevegg y Unnan corriendo, un poco más lentos, para unirse a la cacería.

—¡Vamos! —grité a Ázzuen, y comencé a correr con Ázzuen a mi lado.

De pronto Ruuqo se paró frente a mí. Asustada, me paré y lo miré.

—¿Adónde vas, chica?

—A cazar —dije intentando acallar mi impaciencia y mostrarle el debido respeto.

—Tú no —dijo él—. Hoy no.

—¿Por qué no? —pregunté.

—¿Cuestionas a un jefe? No quiero que caces hoy. Si no puedes obedecerme no perteneces a la manada. Te quedarás aquí.

Ruuqo corrió a unirse a los demás. Para entonces la cervallona había escapado, algo que no era infrecuente. La caza falla diez veces de cada once. Pero yo estaba estupefacta.

La manada probó tres cervallonas más antes de dejarlo por esa noche. Las tres veces yo fui la única que se quedó sentada sin cazar. Al final la manada se cansó y volvió al límite de los árboles.

—¿Por qué no te has unido a la cacería, Kaala? —preguntó Rissa—. Tienes que participar si quieres ser una loba.

Tenía miedo de lo que pudiera hacerme Ruuqo si le decía algo. Ella no esperó mi respuesta; suspiró y se tumbó a descansar.

—Nos quedaremos en la Gran Llanura. La siguiente cacería será mejor.

Cuando salió el Sol los demás miembros de mi manada se instalaron en la mullida salvia bajo los árboles que limitaban la llanura y se durmieron. Ázzuen y Marra intentaron dormir junto a mí, pero yo los eché. En cuanto estuve segura de que todos dormían me marché sigilosamente. Tlituu estaba esperándome y voló sobre mi cabeza cuando comencé el largo camino hasta el lugar de los humanos. Los humanos eran la causa de mi diferencia y de que Ruuqo me tuviese manía. Ellos tenían el secreto de quién era yo de verdad y de si traía mala suerte; y de si alguna vez podría llegar a ser una loba de Río Rápido. Ya no iba a esperar más.