X

No podía dejar de pensar en la cría humana. Estaba tan abstraída pensando en ella que no me di cuenta de que Trevegg entraba en el claro caminando lentamente y con los ojos entornados por la preocupación. Minn lo seguía a unos cuantos pasos con aire perplejo y un poco asustado.

—¡No la encuentro, jefa! —dijo Trevegg a Rissa, que lo miró soñolienta desde el lugar donde dormitaba junto al abeto caído. Por fin había dejado de llover y tres días de Sol habían secado todo menos las zonas más encharcadas del lugar de reunión. Todos estábamos deseando descansar al Sol antes de la cacería de la noche.

El viejo sacudió la cabeza.

—He seguido su rastro hasta Confín del Bosque y luego un trecho por el campo, y su olor desaparece de repente. No lo entiendo.

—¿No puede ser que se haya parado a descansar y no se haya despertado aún? —dijo Rissa levantándose, ya sin trazas de sueño.

—Borrla ha desaparecido —dijo Marra acercándose a mí.

Había corrido a encontrarse con Trevegg y Minn cuando volvían de la llanura de Hierbas Altas. Ázzuen se acercó desde la roca de observación con las orejas levantadas para escuchar.

—Siempre desaparece —dije sintiéndome un poco culpable. Me había olvidado por completo de Borrla con mi obsesión por la cría humana.

—Pero esta vez no consiguen encontrarla. En absoluto. Y Trevegg está preocupado; escucha.

Hizo una señal con la cabeza en dirección al viejo.

—Su rastro desaparece sin más, Rissa —estaba diciendo Trevegg.

Nunca lo había visto asustado o perdido, pero parecía que le sucediesen ambas cosas.

Ruuqo, Werrna e Ylinn se acercaron corriendo desde el otro lado del claro.

—No puede ser —dijo Werrna casi enfadada—. Incluso si se la hubiera llevado un cazador habría quedado su olor. Lo siento, Rissa —dijo a la jefa, que gruñó ante la mención del cazador—. Sigue vagando sola por ahí, demasiado distraída para advertir los peligros y demasiado débil por no comer para correr o pelear. Solo era cuestión de tiempo que le pasara algo.

—¡No soy tan viejo —le dijo Trevegg con irritación— como para no distinguir si se la han llevado! Simplemente ha desaparecido.

—Su olor estaba allí y de pronto ya no estaba —dijo Minn como asustado—. Trevegg tiene razón. No hay olor reciente de ningún cazador. Su rastro desaparece.

—No puede ser —repitió tercamente Werrna.

Me impresionó ver que hasta Werrna estaba preocupada. No creía que pudiese preocuparla algo.

—Si los Antiguos están disgustados con nosotros —dijo Ruuqo interrumpiendo a Werrna con una severa mirada—, tenemos que averiguar por qué.

—Primero nos aseguraremos —dijo Rissa con un hilo de voz—. Confío en ti, anciano, pero tenemos que asegurarnos.

—Me sentiría mejor si también la buscase algún otro —admitió Trevegg.

Rissa le tocó un carrillo con la nariz y, sin una palabra, sin las habituales ceremonias de partida, salió con la manada del lugar de reunión.

—¿Por qué se comportan de forma tan extraña? —preguntó Ázzuen mientras corríamos por el sendero de los ciervos, un poco jadeante por mantener el paso—. Ya había desaparecido un montón de veces antes.

Ylinn se paró un momento junto a una mata de flores blancas para que pudiésemos alcanzarla. Miró el sendero para asegurarse de que los otros no podían oírla.

—Es normal que los lobos mueran; que se los lleve un cazador, los hiera una presa o caigan enfermos. Todos los lobos mueren. Pero no es natural que un lobo desaparezca. Eso es una desgracia. Una gran desgracia. Las leyendas nos enseñan que los Ancianos envían una desgracia así cuando los lobos incumplen las reglas del pacto. Hace dos generaciones desaparecieron tres lobos de Pico Rocoso cuando su jefe hirió a un humano.

Ázzuen y yo intercambiamos miradas de culpabilidad. «Seguro —pensé—, que sacar a un humano del río no es tan malo como herirlo.»

—Y he oído —dijo Ylinn con los ojos fijos en la marca de mi pecho— que los de Arboleda una vez perdieron un lobo cuando permitieron que viviera una camada mestiza.

La miré estupefacta. ¿Por qué nadie me había hablado de eso?

—Hay algo más que tienes que saber, Kaala —dijo hablando deprisa—. Rissa y Trevegg no os contaron todo cuando os explicaron las leyendas. No es solo que los mestizos puedan enloquecer, o que puedan portarse de manera incorrecta con los humanos. Se los considera portadores de mala suerte para la manada. Y —dijo bajando la voz— los lobos con la marca de la Luna pueden traer buena o mala suerte a la manada, pero es imposible saber cuál de las dos hasta que crecen.

Un ladrido impaciente de Ruuqo la interrumpió.

—¡No os quedéis atrás, lobos! —gritó—. ¡No os esperaremos!

—Se supone que no podemos hablar de ello —susurró Ylinn—. Pero no es justo que tú no lo sepas.

—No diremos que nos lo has contado —prometí.

Asintió con la cabeza y echó a correr para reunirse con los demás. Salimos disparados tras ella. Mi cerebro trabajaba furiosamente.

—¿Qué se supone que tendría que hacer si la manada pensase que traigo mala suerte? —dije jadeando a Ázzuen. Pero él se esforzaba demasiado en correr para poder contestarme.

Al principio el olor de Borrla era claro. Había seguido el sendero por donde fuimos la primera vez hasta el llano de la yegua, y había ido y vuelto por él cada vez que había ido a buscar a Riil. El rastro más reciente era de por la mañana temprano, antes de que se hubiese secado el rocío, y según eso probablemente había recorrido aquel camino poco antes del amanecer. Seguimos su rastro por el lugar de reunión de Confín del Bosque hasta el lugar en que terminan los árboles y comienza la llanura, y nos adentramos en ella unos ocho cuerpos. Entonces, tal como había dicho Trevegg, su rastro desapareció. Para mi alivio, los caballos también se habían ido.

—Quitaos de en medio, chicos —ordenó Rissa.

Werrna era la mejor rastreadora de todos nosotros y por eso se puso al frente de la búsqueda. Bajó su nariz llena de cicatrices hasta el suelo y caminó describiendo un pequeño círculo a partir del lugar en que desaparecía el olor de Borrla. Cuando estuvo segura de haber olido cada piedra, cada porción de tierra y cada hoja de hierba, miró en dirección contraria al primer círculo y trazó otro hacia ese lado. Ruuqo y Rissa la siguieron describiendo círculos solapados con los de ella. Ylinn y Minn hacían una búsqueda semejante cerca del lugar en que había quedado el cuerpo de Riil.

—Quieren asegurarse de que no pasan por alto ni la más ligera traza de olor —dijo Trevegg con aire cansado, siempre enseñándonos cosas, incluso en su estado de ansiedad y fatiga—. Werrna hace los primeros círculos. Rissa va por su interior y Ruuqo por el interior de los de Rissa. Los demás nos mantenemos alejados para no alterar el olor.

La inspección les llevó toda la calurosa tarde y una parte de la noche, más fresca. Trevegg y los demás se incorporaron a la búsqueda, que se amplió hasta cubrir toda la llanura. No nos dejaron acercarnos al lugar de la búsqueda. Solo se nos permitió buscar en una zona de hierba seca, lejos de donde habían estado los caballos. Yo creo que nos enviaron allí más que nada para mantenernos apartados, pero estaba bien tener algo que hacer. Marra, Ázzuen y yo nos esforzamos por percibir algún olor, alguna pista acerca de adónde podría haber ido Borrla, pero parecía inútil. Unnan estaba alejado, mirando fijamente la llanura mientras Werrna buscaba en el último lugar donde había estado Borrla.

—Voy a hablar con Unnan —dije a Ázzuen y Marra.

—¿Estás loca? —preguntó Ázzuen—. Seguro que intentará pelear contigo.

—Está solo —dije—. Quizá no quiera estarlo.

Fui hasta él con cautela. Tuvo que oírme, pero no se volvió.

—Puedes buscar con nosotros —dije—. Es mejor que estar sin hacer nada.

Entonces Unnan se volvió y apretó los labios en un gesto de odio.

—¿Por qué? ¿Para que puedas matarme también? ¿Es eso lo que se te da bien? Provocar la muerte de otros lobatos. Tendrían que haberte matado al nacer. Solo has traído mala suerte. —Se inclinó hacia mí—. Si está muerta encontraré la manera de matarte, te lo prometo. Mis buenos deseos me abandonaron.

—Quizá si fueras más listo tus amigos no morirían —le espeté. Mientras las palabras salían de mi boca, ya sabía que habría debido callarme—. Quizá haya una razón por la que son tus amigos quienes mueren y desaparecen. No te vi ayudar a nadie durante la estampida.

Unnan gritó y saltó sobre mí. A diferencia de Borrla, él no había dejado de comer tras la muerte de Riil y era grande y fuerte. Más grande que yo. Pero yo estaba loca y mi rabia compensó mi falta de tamaño. Me quité de encima a Unnan con facilidad y lo inmovilicé contra el suelo. La ira me cegó y me incliné sobre su garganta.

—¡Kaala! —Ázzuen gritó para que lo oyera por encima de mis gruñidos.

Él y Marra habían venido corriendo para ayudarme cuando Unnan me había atacado, y luego para detenerme cuando parecía que le iba a hacer daño de verdad. Volví en mí y me aparté de Unnan. Estaba avergonzada. Había intentado consolarlo y solo había empeorado las cosas. Y había dejado que mi temperamento sacase lo peor de mí otra vez.

Ilshik! —me dijo Unnan entre dientes.

Me estremecí al oír esa palabra. Quería decir «asesino de lobos». Un ilshik no es apto para vivir en compañía de otros lobos y está destinado a vagar en solitario para siempre. No me volví para enfrentarme a él; fui con Ázzuen y Marra para seguir buscando. Pronto estuvimos todos cansados y nos dejamos caer rendidos en la hierba.

Estaba casi dormida cuando un brusco aviso de Ázzuen me despertó sobresaltada.

—¡Los Grandes! —susurró.

Frandra y Yandru entraron en el campo. Los adultos de la manada habían trasladado la búsqueda de Borrla al límite del campo más próximo al territorio de los humanos y estaban apiñados hablando agitadamente en voz baja. Me pregunté qué habrían encontrado. Ruuqo y Rissa fueron a saludar a Frandra y Yandru. Me sorprendió ver a los Grandes después de que hubieran dicho que no iban a estar por aquí, y me sorprendió más aún la ira que se traslucía en los andares de Ruuqo cuando se les acercó. Yo estaba demasiado lejos para oír lo que les dijo, pero Yandru saltó sobre él y lo inmovilizó contra el suelo. El Grande pronunció unas pocas palabras y dejó que Ruuqo se levantase. Discutieron acaloradamente durante unos momentos. Luego Frandra y Yandru se marcharon del llano. Tuve miedo de que hubiesen vuelto para reprenderme otra vez por mi contacto con la cría humana, pero ni siquiera miraron hacia mí. Pero Ruuqo sí; me dirigió una mirada furiosa desde el otro lado del llano. Yo reculé. Él ladró una orden y sacó a la manada del campo.

Ruuqo nos llevó de nuevo a Árbol Caído. No dejó que habláramos de Borrla ni de su desaparición. Y tampoco Rissa. No dejaron que Minn cruzara los territorios para buscarla. Y no nos dijeron qué habían encontrado en el otro extremo del campo.

—La caza continúa —es todo lo que quisieron decir—. No hablaremos más de esto.

Esperé hasta que la manada estaba durmiendo y salí en silencio hacia la llanura de Hierbas Altas. Si la manada creía que había llegado la mala suerte y pensaban que yo era la causante, tenía que averiguar cuanto pudiese. Y quería saber por qué no habían dejado que los lobatos nos acercásemos al lugar donde habían encontrado algo. No me opuse cuando vi que Ázzuen me seguía.

Habían sido un día y una noche largos y estaba exhausta cuando llegamos al último lugar donde la manada había buscado. Ruuqo nos había sacado de allí tan deprisa después de la llegada de los Grandes que yo no había tenido ocasión de investigar. Bajé la nariz hasta el suelo.

Allí estaba el olor de nuestra manada, por supuesto, y también los de Frandra y Yandru. Y luego, más débil que los otros, el olor de Borrla. Pero lo que me hizo parar, y provocó que el corazón se pusiera a correr dentro de mi pecho, fue un olor tan débil que estuve a punto de no advertirlo. Volví a oler para asegurarme de que no era un error. Era acre y como de carne. Un olor de sal y sudor. El olor de los humanos. Ázzuen también lo había captado.

—Los Grandes nos dijeron que nos mantuviésemos alejados de los humanos —dije a Ázzuen—, pero su olor está aquí, con el de los humanos. ¿Qué están haciendo?

—No lo sé, Kaala —dijo Ázzuen—, pero no creo que debas intentar averiguarlo.

—Necesito averiguarlo, Ázzuen. Los Grandes me salvaron la vida y luego desaparecieron durante cuatro lunas. Ahora vienen hasta nosotros dos veces en pocos días. Ruuqo está otra vez furioso conmigo e Ylinn dice que la manada podría pensar que traigo mala suerte. Todo parece llevar hasta los humanos. Tengo que saber por qué. Tengo que enterarme de por qué soy diferente.

Me escuchó con la preocupación reflejada en los ojos.

—Entonces encuentra a los Grandes y pregúntales. Pero no vayas a ver a los humanos. Sé que estás pensando en ello. —Me irritaba un poco que pudiese interpretarme con tanta facilidad. Se acercó a mí; su aliento era cálido—. Ya oíste lo que dijo Ylinn. No puedes arriesgarte.

—Lo sé —dije en voz baja cogiendo un bocado de la hierba con los olores de la manada, Borrla, los Grandes y los humanos—. No volveré. Lo prometo.

No quería mentir a Ázzuen, pero tenía que saber qué era lo que de verdad estaba pasando. Tenía que saber qué estaban haciendo los Grandes y qué tenía eso que ver con la desaparición de Borrla y con mi lugar en la manada. Y todo ello tenía relación con los humanos. Además quería volver a ver a la chica humana.

El nombre que le daba su pueblo era TaLi, aunque en mi pensamiento seguía siendo Chica. Oí a una de las hembras de su manada llamarla por su nombre más de una vez durante el tiempo que pasé observándolos. Sus hembras adultas se llamaban «mujeres» y sus machos «hombres». Además de llamar «manos» a sus zarpas delanteras, llamaban «pies» a las traseras y «cabello» a su pelo. Y a su manada la llamaban «tribu». Eran más activos durante el día que por la noche, y cuando llegaba el tiempo frío se envolvían en pieles de cazadores y de presas. Nunca los había visto llevando la piel de un lobo y me pregunté si lo harían. La idea me hizo estremecer.

Una ráfaga de viento sopló entre mis orejas y a través de mi subpelo, que se estaba espesando. Los calurosos días de verano se habían vuelto más frescos y eso había hecho más cómodas mis largas vigilias junto al lugar de reunión de los humanos. Me arrellané en la tierra mullida de la colina desde donde observaba. A mi lado, Tlituu agitó las alas con impaciencia.

—¿Cuánto tiempo más piensas pasar observando, loba? —preguntó—. Has estado viniendo aquí durante una luna y no has hecho otra cosa que mirar. Cobarde.

Lo ignoré y forcé mi nariz y mis oídos para encontrar a mi chica. Siempre tardaba un rato en diferenciar su olor de los demás. Era de día y el lugar de los humanos estaba pletórico de actividad. Varios humanos, machos y hembras, raspaban pieles de presas con piedras afiladas. Otros sujetaban lo que parecían huesos en la punta de palos cortos y gruesos. Muchos humanos de todas las edades estaban agrupados alrededor de fuegos. Al principio no estaba segura de por qué mantenían los fuegos bajo el calor y la luz del mediodía, pero cuando percibí el inconfundible olor de la carne quemada lo entendí. Estaban asando sus presas. Dos hombres sostenían sobre el fuego carne de ciervo en las puntas de dos largos palos. Se me hizo la boca agua. Un gran ruido me sobresaltó y un grupo de cuatro machos pequeños corrió por el lugar de reunión blandiendo palos aguzados y lanzándolos contra una presa invisible. Sentí ganas de correr a unirme a ellos. Reconocía los juegos cuando los veía.

Tlituu hundió el pico en un montón de hojas, palos y estiércol de zorro simulando buscar escarabajos, y luego me lanzó todo el emplasto a la cara.

—Has aprendido todo lo que puedes aprender mirando, aburrida —dijo—. Ya es hora de hacer algo más que mirar. Pronto llegarán los viajes de invierno y no podrás escabullirte con tanta facilidad.

Resoplé para sacar la porquería de mi nariz y me sacudí de la oreja una hoja y un pegote de estiércol. Tlituu era el único que sabía que yo observaba a los humanos. Y eso era así solo porque no conseguía deshacerme de él. Era capaz, y por los pelos, de escabullirme de Ázzuen y Marra, que me habían estado siguiendo a todas partes desde la estampida. Pero despistar a un cuervo era como intentar eliminar de tu piel el olor a mofeta. No merecía la pena intentarlo.

—No es por ti por quien vienen los Grandes —dije—. No es a ti a quien van a exiliar.

En la luna transcurrida desde que había rescatado a la chica humana del río y Borrla había desaparecido sentí muchas veces la tentación de entrar en el lugar de los humanos. Pero, aunque me era imposible mantenerme absolutamente alejada de ellos, no había perdido la razón por completo. No pensaba pasearme por el centro del lugar de reunión de los humanos a pleno sol. No tenía intención de hacer que me expulsaran del valle antes de llegar a ser una loba.

—Hay algo que los Grandes no nos cuentan, lobita —graznó Tlituu.

Su voz era inusualmente seria. Lo miré y vi preocupación en sus ojos.

—Están guardando secretos, y son secretos sobre los humanos —dijo.

—Pensaré en ir con los humanos cuando haya cazado y me hayan aceptado como loba.

Tlituu hizo un gorjeo escéptico. No creía que Ruuqo fuese a aceptarme después de que participase en la caza y en los viajes invernales. Pero yo no quería pensar en eso. Si tenía éxito en la caza y hacía los viajes de invierno Ruuqo tendría que darme la romma, aunque no me quisiera en la manada de Río Rápido. Era la ley de los lobos.

Por fin conseguí distinguir el olor de Chica entre los de los demás humanos. Estaba sentada con varias hembras a la sombra de un pequeño refugio. Tenía frente a ella una roca con forma de calabaza partida por la mitad y ahuecada. En la mano sostenía otra piedra más fina que utilizaba para aplastar algo sobre la roca grande. Cada vez que ella golpeaba una piedra contra la otra flotaba en el aire el olor de la milenrama y de otra planta que no reconocí. Parecía serena y concentrada y pude oír que hacía un suave murmullo mientras trabajaba. Quería ir con ella más que cualquier cosa. El suelo bajo mi vientre comenzó a estar incómodamente caliente y me empezó a picar la piel.

Noté un calor familiar a mi lado. Me volví esperando ver el espíritu de la joven loba pero no había nadie. «Estupendo —pensé—. Ahora me estoy volviendo loca de verdad.» Pero un potente olor acre como de enebro pareció acumularse en el aire y un fuerte golpe de viento lo llevó hasta el lugar de reunión de los humanos.

Chica levantó la vista. Yo sabía que era imposible que me viera, pero me pareció que me miraba fijamente como lo hace una presa cuando sabe que estás agazapada cerca. No podía ver la expresión de su cara desde donde estaba, pero su cuerpo se estiró hacia mí y ella se inclinó hacia delante. Levantó la cabeza como si olfateara el aire. Comenzó a levantarse.

Yo me levanté. La marca de mi pecho tiraba de mí y, aunque lo intentaba con todas mis fuerzas, no podía parar de acercarme a la chica. Dejé de oler las plantas que me rodeaban, dejé de oír los movimientos nerviosos de Tlituu. Incluso me pareció que los humanos se fusionaban en un solo olor y sus voces en un sonido confuso. Solo Chica se mantenía diferente. Oí un aullido lejano, la voz de Ruuqo que llamaba a la manada a reunirse, y me sacudí para sacar el sonido de mis oídos. Tensé mis patas y me preparé para saltar colina abajo.

Tlituu me dio un fuerte picotazo en un anca. Me tragué un chillido y le lancé una mirada furibunda.

—Despierta, lobita. No es este el momento de ir. Los jefes te están llamando para la caza.

Oí la voz de Rissa mezclada con la de Ruuqo. No podía ignorar sus llamadas. Recuperé el aliento, me sacudí y comencé a alejarme del claro de los humanos.

—Estúpida —dijo Tlituu amablemente. Pensé en morderle las plumas de la cola, pero sabía que simplemente levantaría el vuelo.

Liberada del poder que tenían sobre mí los humanos, corrí todo el camino de vuelta hasta el río, me lancé al agua y lo crucé a nado. Me revolqué por el barro del río para enmascarar el olor a humanos, volví a meterme en el agua, salí y me sacudí. Pero antes de que pudiese ponerme en marcha hacia mi lugar oí un murmullo de hojas y noté el familiar olor de Ázzuen. Asomó la cabeza entre los arbustos de la ribera.

—Cómo me gustan los lobos con buenas orejas —se burló Tlituu por encima de mi cabeza. Había volado hasta una rama de un sauce para evitar mojarse cuando me sacudí el agua—. Cae la noche —dijo, y nos dedicó su estridente carcajada de cuervo.

—¡Huy, huy! ¡La loba está pillada!

El cuervo podría ayudar a la estúpida loba.

No. Es hora de descansar.

Hizo una breve pausa y volvió a abrir el pico.

—Ahora la loba no tiene tiempo

de averiguar más. Ahora la loba sabe:

atiende al cuervo.

Y con eso Tlituu levantó el vuelo y me dejó para que me las arreglase con Ázzuen. Pensé que había conseguido desanimarlo de seguirme, pero por lo visto estaba equivocada. Lo miré enfadada.

—Has ido a ver los humanos —me acusó sin siquiera saludarme—. Has estado yendo a verlos todo el tiempo. Durante toda una luna.

Por el olor supe que Marra también andaba cerca. Intenté adivinar dónde. Pensé que debía de estar en los arbustos que había a mi derecha.

—¿Por qué no puedes dedicarte a tus cosas? —dije a Ázzuen.

—Porque tú prometiste no ir. Y porque podrías habérmelo dicho. Deberías habérmelo dicho. Se supone que somos amigos.

Me sentí un poco culpable. Y sorprendida. Ázzuen nunca había discutido conmigo. Solía hacer lo que yo le decía.

—No quería que te metieses en líos —dije con poco convencimiento—. Y me habías dicho que no querías que fuese. —Me volví hacia mi derecha y hablé a los arbustos donde suponía que estaba escondida Marra—. Puedes salir tú también.

Oí unas pisadas sigilosas a mi izquierda y apareció Marra. Me lamió el morro como saludo y se agachó para beber del río.

Ázzuen rió entre dientes.

—Puedo cuidarme solo. Y si vas a ir debería acompañarte alguien.

—Quiere quedarse con los humanos para ella sola —dijo Marra cuando acabó de beber—. Deberías dejarnos venir contigo —me dijo— para evitar que hagas alguna tontería.

—¿Cómo sabíais adónde iba?

—Te hemos estado siguiendo —dijo Ázzuen—. Y por el cuervo. Hace mucho ruido.

Marra se sentó y me miró.

—Queríamos saber adónde ibas cuando desaparecías —dijo.

—Vale. Dejad de seguirme. —Estaba cortante y de mal humor por tener que dejar a los humanos—. ¿No se os ocurre algo que hacer por vosotros mismos?

Ázzuen y Marra bajaron un poco la cola y las orejas y eso me hizo sentir más culpable. Los dos me habían defendido después de la estampida. Y si no hubiera sido por ellos Borrla y Unnan probablemente me habrían matado cuando aún era una débil cachorra. Estaba en deuda con ellos. Suspiré.

—Os lo diré si vuelvo a ir —dije con brusquedad. Sus orejas y colas se alzaron.

—Será mejor que vayamos otra vez a ver cómo cazan los adultos —dije al oír otra vez el aullido de Ruuqo.

—A lo mejor esta vez nos dejan participar —dijo Ázzuen con esperanza.

—A lo mejor a los cuervos les crece pelo y matan uros —se burló Marra.

No pude evitar reír. Restregué la nariz por el carrillo de Marra y luego por el de Ázzuen. Desapareció el último resto de mi enfado con ellos y aullé en respuesta a Ruuqo. Ázzuen y Marra se unieron a la respuesta y yo me puse al frente de mis compañeros de vuelta a nuestro lugar.