IX

Los jóvenes mueren. Es tan natural como cazar una presa o correr a la luz de la Luna. Nuestra manada era inusual porque tantos de nosotros habíamos sobrevivido durante tanto tiempo. De todos modos yo no podía evitar sentirme culpable de la muerte de Riil. Si yo no hubiese intentado ponerme a prueba, si no hubiera desafiado a los otros a ir a ver los caballos, podría no haber muerto. No podía sacarme de la cabeza la imagen de su cuerpo pequeño e inmóvil. Y luego estaba lo que le sucedía a Borrla.

De todos nosotros, ella fue la que peor aceptó la muerte de Riil. Se había vuelto callada y seria, y en la media luna que había pasado desde la estampida había comido poco. Había sido un tiempo dominado por la lluvia. El lugar de reunión estaba resbaladizo por el barro y todos estábamos irascibles. Werrna me mordió en dos ocasiones porque pasé por el lugar donde quería estar ella, e incluso Ylinn nos gruñía a los pequeños si nos acercábamos. Pero nadie tuvo una mala palabra para Borrla ni la mordió.

Borrla parecía incapaz de creer que Riil se hubiese ido. Siempre que los adultos no la vigilaban de cerca volvía a la llanura de Hierbas Altas a buscarlo. Yo pensé que Ruuqo y Rissa se enfadarían con ella por marcharse tantas veces sin permiso, pero no fue así. Cada vez que se iba enviaban a alguien para buscarla, y Trevegg, Werrna o Minn volvían con ella. Algunas veces tuvieron que traerla a rastras, que no debía de ser fácil porque casi se había desarrollado por completo.

—Ya no está allí, lobita —le dijo Trevegg con amabilidad después de traerla a rastras por tercera vez.

Era verdad. Ázzuen y yo habíamos seguido a Borrla el primer día en que volvió al campo de Hierbas Altas. El cuerpo de Riil ya no estaba. Aunque seguía estando su olor, intenso, estaba mezclado con olor a hiena. No hacía falta mucha imaginación para hacerse una idea de lo que había ocurrido. Los carroñeros se lo habían llevado a algún otro sitio, sin duda temiendo que volviésemos. La idea de que uno de nosotros pudiera convertirse en comida con tal facilidad me obsesionaba. Borrla se negó a creerlo.

Yo creía que ella me odiaría, que me miraría con resentimiento como Unnan, pero cuando miré sus ojos solo vi tristeza y perplejidad. Yo habría preferido la ira. La veía sentada bajo la lluvia, esperando pacientemente su oportunidad de escabullirse otra vez, y la culpabilidad me pesaba más que toda el agua que empapaba mi pelo. Cuando intenté comer un poco de la vieja carne de ciervo que Werrna había desenterrado de uno de nuestros escondrijos no pude tragarla. Miré a Borrla con la esperanza de ver algún cambio en ella. La lluvia era tibia, pero me estremecí y apoyé la cabeza sobre mis patas.

—Ya es hora de que cambies de cara, pequeña —dijo Trevegg, serio, viniendo despacio hasta mí—. Los fuertes sobreviven y los débiles no. Todos estamos tristes por la muerte de Riil, pero las presas no van a saltar a nuestras bocas solo porque estamos tristes. No verás a Rissa sentarse para autocompadecerse. Sabe que la caza debe continuar. El día en que dejemos de perseguir presas será el día en que dejemos de ser lobos.

—Lo sé —dije, pestañeando por la lluvia, que parecía subir desde el suelo hasta mis ojos—. Sé que de todos modos él podría no haber sobrevivido. Pero aun así me siento mal.

—Me alegra oír eso —dijo el viejo quitándose un pegote de barro de un hombro con los colmillos—. Si no fuese así no serías un buen miembro de la manada. Pero tienes que dejar ya de darle vueltas. ¿Habría sobrevivido Riil al invierno si tú no hubieses ido hasta los caballos? Quizá. ¿Habrían muerto Unnan y Ázzuen si tú no hubieses pensado y actuado con rapidez? Es casi seguro que sí.

La voz de Trevegg se suavizó un poco.

—Algunos cachorros no llegan al final del invierno. Así es como debe ser para que los lobos se mantengan fuertes. ¿Sabías que la manada de los Ratoneros solo consigue sacar adelante uno o dos de sus cachorros cada año, porque son demasiado pequeños para capturar presas grandes? Y los de Pico Rocoso ni permiten que sus cachorros más pequeños se acerquen a la comida. Los dejan morir de hambre sin siquiera darles la oportunidad de ponerse a prueba. A Rissa se la conoce en todo el valle porque consigue sacar adelante casi todas sus crías. Si los Antiguos se llevan uno de nuestros lobatos debemos estar agradecidos de que tantos sigan con nosotros.

—¿Dónde están todos, los otros lobatos de Rissa del año pasado y de antes? —preguntó Ázzuen mientras se aproximaba a nosotros. Había pasado días observándome, pero parecía tener miedo de acercarse. Me acordé de que le gruñí la primera vez que intentó consolarme.

—La mayoría se van del valle —respondió Trevegg—. Aquí no hay espacio para muchas manadas, y las reglas del valle no son para todos. —Se sacudió la lluvia del pelo.

—Así que tienes que decidirte, pequeña. ¿Te quedas con nosotros o seguirás a Riil? Ninguno de nosotros puede tomar esa decisión por ti. —Me dio un lametón en la coronilla y se fue para hablar con Borrla. Ella apartó la cara, luego se levantó temblorosa y se internó en el bosque. Los hombros de Trevegg cayeron un poco, luego se sacudió y fue con paso cansino a hablar con Unnan.

De pronto oí detrás de mí un chapoteo y un gruñido. Ylinn había tirado a Minn a un charco de barro. Los dos lobatos comenzaron a pelear revolcándose por el barro y mordiéndose con más fuerza de la necesaria. Risa terminó la pelea y los separó.

—Odio las tormentas de verano —dijo mirando indignada a los dos jóvenes—. Estoy deseando que lleguen las nevadas invernales, entonces se corre mejor y también es mejor el temperamento de todo el mundo. Chicos —dijo—; ya sois suficientemente mayores para explorar solos. Manteneos a media hora de carrera de Árbol Caído y venid en cuanto se os llame.

Me sorprendió. Habían estado vigilándonos rigurosamente desde la estampida, sin perdernos de vista.

—¿No son un poco jóvenes, Rissa? —dijo Trevegg riendo—. Sueles esperar media luna más para dejar a los pequeños que salgan solos. —Le dio un empujón cariñoso con la cabeza.

—¡Quiero un poco de paz en este lugar de reunión para que podamos tener una cacería decente! —dijo Rissa. Entornó los ojos y miró a Werrna, que estaba inmersa en una conversación con Ruuqo—. Venga, chicos. Podéis quedaros aquí durmiendo o explorar.

—No éramos nosotros los que estábamos armando follón —dijo Marra mientras venía hasta mí chapoteando en el barro, y luego se sentó para limpiarse el barro de una zarpa—. Pero no me importa explorar. Quizá encontremos alguna presa pequeña.

Las orejas de Ázzuen se levantaron. La última cacería había sido un fracaso y todos estábamos un poco hambrientos. Los adultos nos habían traído algo de comida de sus escondrijos, pero no mucha.

—¡Vamos entonces! —dijo Ázzuen.

Reí, y sintiéndome mejor de lo que me había sentido desde la muerte de Riil seguí a Ázzuen y Marra al bosque.

Fue Ázzuen quien encontró la madriguera de ratones. No era más que un trozo de terreno rocoso cubierto de hierba a solo media hora de carrera de Árbol Caído. La lluvia había inundado los refugios de los ratones y los había obligado a salir. Tardamos menos de una hora en dominar la manera de atraparlos, pero ellos se dieron cuenta con la misma rapidez de que los alrededores de aquel lugar ya no eran seguros. Los ratones corrieron a esconderse en un agujero que no habíamos visto antes y perdimos su rastro. Satisfechos de nosotros mismos, pero todavía un poco hambrientos porque los ratones no llenan mucho, nos echamos a dormir. Entonces volvió a aparecérseme el espíritu de la joven loba.

No la había olvidado. Había pensado en ella a menudo desde que me habló en el lugar de reunión de los humanos. Pero no sabía cómo podía averiguar algo más de ella. No me atrevía a preguntar ni siquiera a Trevegg o Rissa por si pensaban que estaba loca y no era apta para la manada. Los lobos no aparecen de la nada. Cuando no estaba pensando en Riil la buscaba detrás de los árboles y en las sombras, pero cuando volvió a venir a verme fue en sueños.

Ázzuen y Marra dormían profundamente, cansados de cazar ratones, pero mi sueño no era tranquilo. Cada vez que mi mente intentaba llevarme a sueños de carreras con la manada o de cacerías con Ázzuen y Marra, se me aparecía la cara de la joven loba. Entonces ella se volvía como para echar a correr y me esperaba para que la siguiera. Pero el sueño no me permitía moverme del sitio y yo solo me agitaba y arañaba el suelo mojado. Al final ella ladraba con fuerza suficiente para despertarme sobresaltada.

Me desperté y me levanté de un salto, y desperté a Ázzuen y Marra, que también soñaban. Vislumbré una cola que desaparecía en el bosque y percibí una ráfaga del olor acre como de enebro que tan bien recordaba. Me sacudí el sueño y la lluvia que me cubría y seguí el olor bosque adentro. Marra hizo algunos ruidos guturales y se recolocó para seguir durmiendo, pero Ázzuen me siguió.

—¿Adónde vas? —Estaba soñoliento y un poco irritable.

Lo ignoré y seguí corriendo. Él podía escoger seguirme o no. El olor se hacía más intenso a medida que nos internábamos en el bosque. Nos llevó a una zona muy cerrada, un lugar adonde se suponía que no podíamos ir sin los adultos. Rissa no solo nos había dicho que nos mantuviésemos a no más de media hora de carrera de Árbol Caído, también que no nos alejáramos más de media hora de marcha de los límites de nuestro territorio por si había alguna manada rival merodeando. Ázzuen y yo no tardamos mucho en encontrar una marca de olor que Ruuqo y Rissa habían dejado con el fin de advertirnos que no fuéramos más allá. Me paré, consciente de que no debíamos seguir. Cuando me envolvió un fuerte viento que arrastraba el olor a enebro y me azotó con una lluvia dolorosamente intensa, crucé la marca de olor. La lluvia amainó un poco cuando lo hice. Ázzuen también se detuvo un momento y luego me siguió sacudiendo ligeramente la cabeza. Solo habíamos avanzado unos pasos cuando llegamos a un sendero que los humanos usaban para cruzar el espeso bosque, donde se mezclaban el olor del espíritu de la loba y el olor de humanos y fuego.

Volví a quedarme parada, confusa, y miré alrededor. Sabía por el ruido de agua corriendo y el olor a barro y hojas mojadas que estábamos cerca del río. Pero era un tramo diferente, mucho más abajo del lugar por donde habíamos cruzado a nado y aún más del Paso del Árbol. Estábamos demasiado cerca del lugar de los humanos y me sentí culpable al darme cuenta. Cruzando sigilosamente un poco más de bosque y saltando el río había una corta carrera hasta su lugar de reunión. No necesitaba el lloriqueo asustado de Ázzuen para darme cuenta de que corríamos el riesgo de faltar a la más importante de las reglas.

—Vayámonos de aquí —dije.

Entonces oí el grito que venía del río. No sonaba como uno de los nuestros con problemas, pero era claramente una criatura que necesitaba ayuda. No sé por qué, pero supe que no era una presa; me sentí atraída por aquella llamada de angustia y di unos cuantos pasos más hacia el río. Debería haber dado la vuelta y haberme marchado. No me convenían los problemas con Ruuqo vigilándome de cerca y la muerte de Riil en la mente de todos. Al parecer Ázzuen pensó lo mismo.

—Kaala, tenemos que irnos —dijo apremiante—. Sea lo que sea, no es asunto nuestro.

Yo sabía que tenía razón. Comencé a retroceder por el sendero humano alejándome del río y de los gritos asustados que venían de él. Entonces, una repentina ráfaga de viento cargado del olor acre a enebro me empujó entre los árboles de vuelta al río. Con un chillido de sorpresa, Ázzuen me siguió.

El bosque acababa en una traicionera y abrupta pendiente que bajaba hasta el río.

—No me extraña que no crucemos por aquí —murmuré para mí—. Entonces lo vi. En el agua turbulenta, aferrado a una roca, había un cachorro de humano. Lo reconocí porque los había visto jugando y gritando en el lugar de reunión de los humanos. El cachorro estaba luchando con el torrente de agua, porque los días de lluvia habían vuelto el río más caudaloso y rápido. A duras penas mantenía la cabeza fuera del agua y gritaba cuando podía.

Sonaba muy parecido a un lobo angustiado, tan parecido a los gritos de muerte de mi hermano y mis hermanas que tenía que socorrerlo. Después de haber tenido tantos problemas por haber intentado ir con los humanos, me había prometido a mí misma que haría como si no existiesen. Cada vez que pensaba en ellos me dolía la marca del pecho, y estaba decidida a no tener más conflictos con Ruuqo. Pero no podía ignorar aquel grito desesperado e impotente. Miré durante un instante cómo el cachorro luchaba por su vida y comencé a bajar con mucho cuidado por el empinado talud.

Ázzuen me sujetó por un costado intentando evitar que fuese, pero no le hice caso. Corrí talud abajo, patiné el último tramo y aterricé junto al agua con un golpe que me hizo daño en una cadera. Rebozada de barro, me lancé al agua de cualquier manera. El río era lo bastante profundo para que tuviese que nadar desde el principio, y nadé con todas mis fuerzas hasta el cachorro. Sus ojos oscuros se encontraron con los míos en el momento en que perdía el agarre en la roca y comenzaba a hundirse. Me acerqué más. Se agarró frenéticamente a mi pelo, cerró sus delgadas patas delanteras alrededor de mi cuello y me arrastró hacia abajo. Me entró agua en la nariz y la garganta. Volví con gran esfuerzo a la superficie. En cuanto conseguí coger una bocanada de aire, las patas del cachorro volvieron a tirar de mí. Estaba segura de que su peso me arrastraría hasta el fondo y temía no ser capaz de llegar hasta la orilla. Pero el cachorro me agarraba con tal desesperación que no habría podido liberarme aunque hubiese querido. De pronto pareció entender lo que yo intentaba y comenzó a agitar las patas traseras, y eso me ayudó a mantenerme a flote. Su pelo largo y negro caía sobre mis ojos y mi nariz y yo lo sujeté con los dientes para ayudarme a tirar en la dirección adecuada. Su pelo tenía un sabor diferente del de un lobo. No tenía sabor de cuerpo caliente, sino más parecido al del pelo que un lobo puede dejar enganchado en un arbusto o un árbol. Nadé haciendo acopio de todas mis fuerzas. Llegué a la otra orilla del río y arrastré al cachorro hasta un estrecho y plano brazo de arena. Conseguí que el cachorro se soltara sacudiéndome enérgicamente y se deslizó hasta el suelo. Oí un chapuzón al otro lado del río cuando Ázzuen saltó al agua y comenzó a nadar para reunirse conmigo. Me sorprendió que pudiese cruzar el río a nado con tanta facilidad habiendo tenido tantos problemas hacía solo media luna, pero no dejé de mirar al humano.

Era una cría hembra a medio desarrollar, una de las que había visto jugar ruidosamente como lobeznos en el lugar de los humanos. Durante un momento me miró con temor. Hay muchas criaturas que matarían y se comerían una cría de humano si pudieran, y la pequeña no tenía manera de saber que un lobo no haría eso. Bajé un poco las orejas, para resultar menos amenazadora, y después de un momento el miedo desapareció de los ojos de la cachorra. Entonces estiró sus patas delanteras. Ylinn nos había explicado que ellos las llaman brazos.

—¡Kaala! —la voz de Ázzuen era apremiante—. ¡Vámonos! —Olfateaba con ansiedad—. Con todo el ruido que ha hecho no tardará en venir alguien.

Sí, pensé, vendrá algún oso o un león de montaña y se la llevará. O algún aprovechado demasiado vago para cazar presas de verdad. No quería que se convirtiese en una presa, pero no podía quedarme y arriesgarme a que me desterraran. Después de contemplar un poco más a la pequeña, sus grandes ojos oscuros y su suave piel igualmente oscura, rocé su carrillo con la nariz y fui hacia el río. Ella intentó levantarse, pero se desplomó en el fango y comenzó a llorar otra vez. La piel de los humanos no es lo bastante gruesa para mantenerlos bien calientes y el agua estaba fría, incluso con las lluvias del verano. La ribera de aquel lado del río era casi tan abrupta y resbaladiza como la de nuestro lado. La lluvia no daba muestras de ir a amainar y la cría estaba tiritando. Moriría si la dejaba allí. Aunque no se convirtiese en presa, se helaría y los aprovechados se harían con ella igualmente. Había mucha confianza en sus ojos cuando me miraba. Sentí que algo se agitaba en mi interior. El creciente de mi pecho se calentó, pero esta vez el sentimiento no era en absoluto desagradable.

Antes de poder cambiar de idea volví del río. Cogí suavemente un hombro de la cría con los dientes, con cuidado de no morder tan fuerte que le hiciese daño, pero al sentir mis dientes se asustó, gritó y empezó a agitarse. Temiendo que pudiese herirse con mis dientes al dar un tirón, la solté. Me quedé pensando. ¿Cómo podría llevarla sin asustarla ni hacerle daño? No tenía piel suficiente en el cogote y estaba seguro de que le haría daño si la arrastraba por el largo pelo de su cabeza. Entonces recordé cómo se había colgado de mí en el río y cómo había visto que los cachorros humanos se sujetaban a los adultos colgando de su cuello mientras ellos caminaban.

Me agaché hasta el suelo y me apreté contra la cría. Después de dudarlo un momento, puso las patas delanteras alrededor de mi cuello y las patas traseras sobre mi lomo. Intenté levantarme, pero me tambaleé bajo el peso de la pequeña. Había sido fácil llevarla en el agua. Ázzuen miraba confundido.

—¿Qué narices estás haciendo?

—¡Ayúdame a llevarla! —Ázzuen podía comportarse como un cobarde cuando estaba asustado o confundido y yo no tenía tiempo para discutir.

—¿Cómo? —preguntó.

—No lo sé —dije con frustración—; piensa algo.

La cría se había resbalado de mi lomo cuando trastabillé pero mantenía sus patas delanteras apretadas alrededor de mi cuello. Ázzuen pensó durante un instante y luego se tumbó a mi lado pasando por debajo de las patas traseras de la pequeña, de manera que quedasen sobre su lomo y luego sobre el suelo a su lado. Eso aligeró el peso sobre mi lomo y los dos nos levantamos. La cría quedó cruzada sobre nuestros lomos con sus largas patas arrastrando por el suelo junto a Ázzuen.

—¿De verdad crees que esto funcionará? —dije jadeando.

—¿Tienes alguna idea mejor? —contestó.

No podía discutirle eso. Ázzuen y yo temblábamos por la ansiedad y por el peso de la cría. Si hubiese sabido en lo que me estaba metiendo no le habría pedido ayuda, pero solo quería su colaboración para subir el resbaladizo talud de la orilla.

Estaba segura de que nunca un lobo había llevado una carga de esa manera, pero la necesidad es la madre de la invención y teníamos que mover a la pequeña deprisa y en silencio. Sus patas delanteras eran largas y curvadas y se agarraban con una fuerza sorprendente. Sus miembros parecían débiles y flacos, pero no lo eran. Sentía su aliento cálido en el cuello y su corazón latiendo contra mi lomo. Subimos el talud y echamos a correr. Corríamos despacio y mal hombro con hombro, y Ázzuen rompió a reír.

—Debemos de tener un aspecto ridículo —dijo.

Estábamos incumpliendo otra regla de la manada. No es sensato correr hombro con hombro por territorio enemigo, y al cruzar el río habíamos entrado en el territorio de Pico Rocoso. Es mejor correr de uno en uno para ocultar el número. Pero ya era demasiado tarde para preocuparse por eso, así que seguimos corriendo. Tanto Ázzuen como yo recordábamos el camino hasta el lugar de reunión de los humanos, aunque esta vez nos aproximáramos desde otra dirección. El olor a humanos era cada vez más fuerte y yo sabía que no estábamos lejos de ellos. Pero sentía los temblores de la cría y, preocupada, paré para dejarla en tierra. Sus labios estaban pálidos y su cara aún más pálida. Temblaba mucho. Lamí su piel. Estaba fría y húmeda.

Enrosqué mi cuerpo alrededor de la pequeña cría sin hacer caso de los gemidos de ansiedad de Ázzuen. Entre los dos habríamos podido calentarla mejor, pero no quise que me ayudase. Yo la había encontrado. Era mía. Ázzuen la habría dejado ahogarse en el río, habría dejado que fuese presa de alguna criatura. Volví a oír los latidos de su corazón, fuertes y regulares, y sus largas patas me rodeaban hasta donde podían llegar. Su agradable olor me inundó. No me había dado cuenta de lo dulce que era su olor, como de carne del fuego mezclado con flores y hojas aromáticas. Como se suponía que debíamos mantenernos alejados de ellos no había tenido ocasión de distinguir los olores de diferentes humanos. Ahora, aspirando el peculiar aroma de la pequeña, la conocí como conocía a mis compañeros de manada.

No podía mantenerla muy caliente con todo mi pelo empapado y bajo la lluvia, y Ázzuen había empezado a caminar de vuelta a nuestro lugar. Así que intenté volver a colocarla sobre mi lomo, esta vez sin la ayuda de Ázzuen. Pero las patas traseras de la pequeña arrastraban mucho por el suelo y yo no podía dar dos pasos sin caerme; no tenía fuerza suficiente para llevarla sola. Entonces, como había hecho en el río, ella comenzó a ayudarme. Se levantó sola y se apoyó pesadamente en mi lomo. Fuimos dando tumbos hacia el lugar de reunión de los humanos con la cría aferrada a mi pelo y dando traspiés a mi lado. Ázzuen dudó y luego nos siguió.

—Tú puedes volver, ¿sabes? —dije.

No sé por qué, pero no lo quería conmigo en ese momento.

—Alguien tiene que evitar que te metas en líos —dijo, con la voz casi serena.

Oí un murmullo sobre mi cabeza y me llegó olor a cuervo mojado. Miré con suspicacia hacia arriba a la izquierda, de donde me venía el olor. Tlituu estaba intentando esconderse entre unas ramas.

—Justo lo que me hacía falta —jadeé—; más ayuda. —Tlituu dejó de intentar esconderse, graznó y voló alejándose de mí hacia el lugar de reunión de los humanos.

—Para evitar que dejes de meterte en líos —dijo por encima del ala mientras se perdía en la niebla.

Ázzuen y yo nos acercábamos al lugar de los humanos y empezamos a buscar un sitio seguro para dejar a la pequeña. Yo no quería dejarla marchar. Quería que se viniera conmigo. Aunque había empezado a ganarme la aceptación de algunos lobos de la manada, aún era una extraña. No me sentiría así si llevara conmigo a la cría humana. Quería llevarla de vuelta a Árbol Caído y mantenerla con nosotros mientras recorríamos los territorios de invierno. Pero las reglas del Gran Valle eran claras. Ni siquiera debería haber sacado a la cría del río, y si Ruuqo se enteraba de que lo había hecho, eso podría ser la excusa que necesitaba para deshacerse de mí. De todos modos, pensé, tal vez podría ocultarla en algún sitio y mantenerla cerca.

Un brusco tirón de oreja me devolvió a la realidad.

—Déjala, lobita —dijo Tlituu—. Todavía tienes que pasar el invierno. —Ladeó la cabeza—. Huy, huy, huy.

Ázzuen, que me había venido siguiendo un poco alejado, se acercó.

—Los Grandes andan cerca —dijo.

Yo había estado tan liada con la cría que no había percibido el olor de los Grandes. No los había visto desde el día en que me salvaron la vida y me sorprendió la facilidad con que reconocí su olor. Me dio un vuelco el corazón. ¿Qué harían si nos encontraban allí? Estaba agradecida a Ázzuen por darse cuenta de la proximidad de los Grandes y por estar a mi lado. Eché mano de mis últimas fuerzas y ayudé a la pequeña a llegar hasta el mismo límite del lugar de reunión de los humanos. Nada deseaba más que entrar en su lugar, ver de cerca cómo era, pero ya había incumplido suficientes reglas para un día y quería evitar un enfrentamiento con los Grandes. Ayudé a la cría a sentarse en el suelo y puse una zarpa sobre su pecho. Ella se levantó trabajosamente y me devolvió el gesto. Yo le restregué suavemente el morro y reforcé la orden de que se marchase con un ladrido en voz baja.

—Gracias, loba —dijo ella.

Y de repente ya se había ido tambaleándose hacia el calor de sus fuegos. Miré cómo se alejaba. Ázzuen la miró y luego se volvió hacia mí.

—¡Ha hablado! —dijo—. Y la he entendido. Yo creía que no podríamos.

Asentí con la cabeza. Hay algunas criaturas cuyo lenguaje es tan raro que no se entiende nada. Me alegraba que los humanos no fueran de esa clase.

—No son tan diferentes de nosotros —dije—. No son Extraños.

—Menos hablar y más correr —nos aconsejó Tlituu sacudiendo el agua de sus alas.

—Por una vez estoy de acuerdo con él —dijo Ázzuen—. Vámonos.

—¡Ups! —Tlituu inclinó la cabeza a un lado y otro—. Demasiado tarde.

Oí crujidos de ramas y chapoteos en el barro, y Frandra y Yandru salieron de entre las matas de aladierno y nos cerraron el paso.

—¿Qué estáis haciendo en compañía de humanos? —preguntó Frandra. La Grande estaba claramente disgustada—. ¿No sabéis que pueden desterraros por esto? ¿Crees que salvé tu vida solo para que tú la eches a perder?

Intenté hablar pero solo me salió un asustado resoplido.

—Hemos rescatado una cría humana —consiguió decir Ázzuen.

—Sé lo que habéis hecho —gruñó Frandra—. ¿Crees que en estos territorios puede suceder algo sin que yo me entere? Tú —me dijo— fuiste salvada por un motivo, y tú —se volvió hacia Ázzuen—, tú deberías estar ayudándola, no animándola a comportarse mal.

La arrogancia de Frandra me volvió loca. La ira escondida durante mucho tiempo empezó a desplazar lentamente el miedo que le tenía. Era la ira que me había ayudado a defenderme de tres cachorros cuando era muy pequeña. Era la ira contra la que me previnieron Tlituu e Ylinn. Pero me sentía bien. Me sentía mejor que cuando estaba atemorizada.

—Si sabes todo lo que sucede en el valle —dije despacio, haciendo cuanto podía por hablar con calma—, ¿por qué dejaste que Ruuqo acabase con mis hermanos? ¿Por qué le dejaste desterrar a mi madre? —«¿Por qué no me hablaste de los humanos?», quería preguntar.

Ázzuen me miró estupefacto. Tlituu me tiró tan fuerte de la cola que casi me caigo. Los ignoré. No me importaba si los Grandes eran de verdad descendientes de los propios Antiguos. Al sostener a la cría humana junto a mí me había sentido completa por primera vez desde la marcha de mi madre. Ahora sentía la ausencia de la pequeña como la herida de un mordisco en lo más profundo de mi carne, y añoraba a mi madre más que nunca desde el día de su partida.

Volver a ver a los Grandes después de que casi me hubiesen abandonado me refrescaba el sentimiento de pérdida. Nadie de mi manada tenía que sentirse así. Los Grandes sabían algo acerca de quién era yo y de por qué tenía esos sentimientos hacia la cría humana. Quería que me diesen respuestas.

Frandra me miró con frialdad y contrajo los labios roncando.

—No me desafíes, loba —dijo, y avanzó un paso hacia mí enseñando sus afilados dientes.

Unas alas mojadas batieron sobre nosotros y Tlituu se posó directamente sobre su cabeza. Ella se volvió para tirarle un mordisco y él saltó a sus ancas. Cuando ella se giró para atraparlo entre sus mandíbulas él saltó hacia arriba y le pellizcó una oreja, y después voló hasta una rama baja cercana.

—Cuanto más grandes sean

más lentos serán los Gruñones.

Lobo grande, cerebro chico.

Para mi sorpresa la voz de Tlituu temblaba un poco. Frandra apartó la cabeza de mí, gruñó a Tlituu y fue hacia él. Él lanzó un tembloroso graznido y echó a volar. Oímos un ruido apagado a nuestra derecha y al volvernos vimos a Yandru riendo.

—No intentes mantener una batalla con los cuervos, compañera —dijo—; siempre perderás. —Le dio un cariñoso golpe en las costillas con el morro—. En cuanto a la lobata, ¿qué esperabas, Frandra? Solo estás disgustada porque las cosas no marchan según tu plan.

Durante un instante pareció que Frandra fuera a saltar contra Yandru, pero luego bajó la cabeza, soltó una de sus sibilantes carcajadas y su furia se fue tan deprisa como había venido. La mía aún ardía en mi interior. Pero había recuperado la cordura, y la furia de Frandra me había asustado. No volvería a desafiarla. Al menos no hasta ser mucho más grande.

—Puede ser, pero esto complica las cosas. Y no puedo ayudar a estos dos con sus compañeros de manada. —Su mirada se dirigió hacia nosotros.

—Tienes que escucharme. Tu camino no es fácil, Kaala Dientecillos —dijo—. Debes resistir las tentaciones de los humanos. Tienes que llegar a formar parte de la manada y ganarte la marca de romma de Ruuqo. Si no lo haces ningún lobo te seguirá y nunca serás aceptada como miembro de pleno derecho de una manada. ¿Ya te han enseñado eso?

—Creo que sí —respondió rápidamente Ázzuen. Creo que tenía miedo de lo que yo pudiese decir si hablaba—. Ya hemos pasado la primera prueba, cuando fuimos desde nuestro cubil al lugar de reunión. Ahora tenemos que participar en nuestra primera cacería y viajar con la manada en invierno. Cuando hayamos hecho eso, Ruuqo nos concederá la marca de la manada de Río Rápido. No sé qué pasaría si no recibiéramos la romma. Y no estoy seguro de en qué consiste la marca —terminó.

—Es una marca de olor que solo puede ser otorgada por un jefe de manada —dijo Yandru—; y debéis llevar esa marca o no podréis formar parte de una manada y vagaréis solos. O tendréis que fundar vuestra propia manada, algo que será doblemente difícil si no lleváis la marca de romma.

—Necesitamos que tu manada te acepte, jovencita —dijo Frandra—. Necesitamos que te mantengas alejada de los problemas. Y tú tienes que mantenerte alejada de los humanos sin excepciones.

Yandru bajó su peluda cabeza hasta la mía.

—Ni siquiera nosotros podemos controlar todo lo que sucede, lobita. Hacemos lo que podemos, pero eso no es mucho. Tienes que conseguir la aceptación de tu manada. Tienes que rehuir a los humanos y esconder tu diferencia. Si puedes hacer eso —dijo—; si puedes ganarte la marca de romma, te ayudaremos a encontrar a tu madre cuando hayas crecido. Te lo prometo.

Se me hizo un nudo en la garganta. No sabía si debía confiar en él. Pero era seguro que él sabía más que yo.

—No pasaremos mucho tiempo en los territorios durante las próximas lunas —dijo Frandra sin esperar a que yo expresase mi acuerdo—. Intenta no meterte en líos cuando no estemos. —Y, con eso, ella y Yandru volvieron a desaparecer en el bosque. Me quedé mirándolos. Ahora mi furia estaba mezclada con confusión y frustración. Me habían dejado más trastornada que la primera vez que vinieron. Di un paso para seguirlos. Quería saber más. Quería preguntarles si yo era un peligro para mi manada y si era uno de esos lobos mestizos que Trevegg dijo que podían volverse locos.

—Kaala, tenemos que volver —dijo Ázzuen.

—No te van a decir más, loba —añadió Tlituu volviendo desde su roca—. Puedo seguirlos —sugirió—. Intentar escuchar si dicen algo más de ti. —Me tiró suavemente del pelo de la zarpa.

Suspiré. Ázzuen y Tlituu tenían razón, pero aun así yo quería seguir a los Grandes. Pero había metido en esto a Ázzuen y le debía devolverlo a casa. Y los Grandes también tenían razón: tenía que pasar el invierno.

—Vamos —dije con cansancio—. Vamos a nuestro lugar.

En cuanto entramos en el lugar de reunión Werrna levantó la nariz.

—¡Oléis a humano! —dijo—. ¿Dónde habéis estado?

Ruuqo y Rissa oyeron la pregunta de Werrna y se acercaron a nosotros. Yo gemí para mis adentros. ¿Cómo podía haberme olvidado de ocultar el olor a humano? Había estado demasiado alterada por mi encuentro con los Grandes para pensar en ello. ¿Qué excusa podía darles? Tenía el cerebro exhausto.

—Resbalamos en el barro y caímos al río, jefes —dijo Ázzuen en tono melifluo—. Cuando conseguimos salir estábamos cerca del lugar de los humanos. Hemos vuelto tan deprisa como hemos podido.

Impresionada por la rapidez de pensamiento de Ázzuen, lo miré por el rabillo del ojo. Su cara era toda inocencia. Ruuqo nos miró durante un buen rato. Yo no estaba segura de que nos hubiese creído.

—No os vayáis tan lejos —dijo por fin—. Y tened más cuidado de ahora en adelante. El río puede ser peligroso con las lluvias. —Ruuqo escrutó mis ojos con aire suspicaz. Estaba segura de que yo olía mucho más a humano que Ázzuen. Por suerte la lluvia y el barro debieron de disimular una parte del olor particular de la cría.

—Bien pensado —dije a Ázzuen cuando nos quedamos solos.

Sus orejas se alzaron con el elogio y abrió la boca en una gran sonrisa de felicidad.

—Hemos tenido suerte —dijo.

—Has sido hábil —le respondí rozándole el carrillo con la nariz.

Marra llegó al lugar de reunión y Ázzuen corrió hasta ella. Yo me quedé donde estaba, mirando, mientras Rissa y Ruuqo hablaban en voz baja. Mientras Ázzuen le susurraba cosas a Marra yo masticaba un trozo del pelo de la pequeña que había conseguido mantener en la boca. Sabía a familia.